jueves, 7 de junio de 2018

UNA CALLE SEVILLANA PARA EL BISABUELO DEL REY


Ahora que Su Majestad el Rey se ha erigido por méritos propios en el verdadero defensor del orden constitucional con todas sus consecuencias, es de esperar una ofensiva del frentismo demoledor contra la institución que encarna. El republicanismo, cubierto siempre de un barniz romántico a lo Delacroix que oculta sus lúgubres balances en la historia nacional, es esa asignatura pendiente para muchos que hoy ocupan sus asientos en el hemiciclo en tantos sentidos ya irreconocible como Congreso de los Diputados. Recuerdo que el día que se anunció la abdicación de Don Juan Carlos recorrió la Plaza Nueva de Sevilla una marcha muy nutrida de agitadores que portaban, entre un mar de banderas tricolores, una de dimensiones gigantescas sobre sus cabezas, sin duda guardada para “la ocasión definitiva”. Si se presenta ésta —Dios no lo quiera— será, como en las dos anteriores, por la fuerza. Y en este momento, a sus avalistas es lo que parece sobrarles.
Para quienes duden de mi palabra, les voy a indicar bibliografía. En cuanto a la primera República española, como hija de la revolución autodenominada “Gloriosa” que destronó a Isabel II, recomiendo las páginas finales de la “Historia de los heterodoxos españoles”, de Marcelino Menéndez Pelayo, el gran polígrafo de nuestras letras. Y sobre la II República —no sobre la frentepopulista y prebélica, sino sobre la germinal y virgen—, la ilustración documental que ofrezco es intelectualmente más modesta, pero vitalmente más loable. Procede de un libro que ha aparecido en algunas —poquísimas— tiendas recientemente, aunque data de muy antiguo, pues lo escribió una de las últimas novicias de aquella fundadora que tuvo calle antes de ser enterrada gracias a la unanimidad de los grupos municipales republicanos. Se titula, con humildad propia de la Compañía, “Bosquejo biográfico de Sor Ángela de la Cruz”. En dos ocasiones, este testigo presencial relata cómo la quema de conventos que tuvo lugar tan sólo un mes después de la proclamación callejera del nuevo régimen descargó tal mazazo en Santa Ángela, quien ya había padecido, al poco de comenzar su obra, la angustia de conocer los desastres de la primera edición republicana, que no se repuso, y tras caer enferma sufrió un calvario de nueve meses antes de expirar en loor y olor de santidad.
Especial impacto tuvo en Sor Ángela la persecución religiosa en Málaga, donde era obispo su amigo y protector el ya también santo Manuel González. En el libro que comento hay una descripción casi periodística en primera persona de las hermanas que se refugiaron, junto al prelado, en los sótanos anejos al saqueado palacio episcopal, esperando el martirio. Ángela de la Cruz Guerrero había creado una red de conventos en los que vivían ya numerosas mujeres, amenazadas por la “libertad republicana”, y se sentía responsable de ellas, sin poder hacer por salvarlas nada más —y nada menos— que rezar.
Quiero terminar con una propuesta al Ayuntamiento de Sevilla, en la confianza de que su alcalde conserva sensibilidad para la búsqueda constante de la superación de nuestros lastres históricos. Sevilla tenía un puente dedicado a Alfonso XIII. Hoy yace, casi desguazado, a orillas del canal que atravesó desde que el crucero Buenos Aires lo inaugurase —era movedizo— para servir a la Exposición Iberoamericana de 1929, por cierto también declarada abierta por el Monarca. Ese puente lo hemos cruzado generaciones de sevillanos, algunos varias veces al día. Se desmontó, sustituido por el de Las Delicias, y con él desapareció la “calle” de Alfonso XIII. Tienen vías, al menos oficialmente, Isabel II (otro puente), Alfonso XII, Juan Carlos I, Canalejas, Sagasta, Eduardo Dato, Diego Martínez Barrio, Pablo Iglesias (primero), y hasta Carlos Marx. ¿Por qué se ha condenado nuevamente al exilio del callejero sevillano al bisabuelo del actual Rey de España? Ahí queda la idea. Se va a incorporar a los espacios públicos de la ciudad la orilla del Guadalquivir más próxima al actual puente de Los Remedios. No sería mala idea, digo yo, que esos jardines, tan cercanos al emplazamiento del “de hierro” y a la Plaza de España, lleven el nombre de Alfonso XIII. Y tampoco lo sería que ahora, precisamente ahora, se rotulase una avenida de la Sevilla moderna con el nombre de Don Felipe VI.

Publicado en ABC de Sevilla el 7 de junio de 2018

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