Ahora que Su Majestad el Rey se
ha erigido por méritos propios en el verdadero defensor del orden
constitucional con todas sus consecuencias, es de esperar una ofensiva del
frentismo demoledor contra la institución que encarna. El republicanismo,
cubierto siempre de un barniz romántico a lo Delacroix que oculta sus lúgubres
balances en la historia nacional, es esa asignatura pendiente para muchos que
hoy ocupan sus asientos en el hemiciclo en tantos sentidos ya irreconocible
como Congreso de los Diputados. Recuerdo que el día que se anunció la
abdicación de Don Juan Carlos recorrió la Plaza Nueva de Sevilla una marcha muy
nutrida de agitadores que portaban, entre un mar de banderas tricolores, una de
dimensiones gigantescas sobre sus cabezas, sin duda guardada para “la ocasión
definitiva”. Si se presenta ésta —Dios no lo quiera— será, como en las dos
anteriores, por la fuerza. Y en este momento, a sus avalistas es lo que parece
sobrarles.
Para quienes duden de mi palabra,
les voy a indicar bibliografía. En cuanto a la primera República española, como
hija de la revolución autodenominada “Gloriosa” que destronó a Isabel II,
recomiendo las páginas finales de la “Historia de los heterodoxos españoles”,
de Marcelino Menéndez Pelayo, el gran polígrafo de nuestras letras. Y sobre la
II República —no sobre la frentepopulista y prebélica, sino sobre la germinal y
virgen—, la ilustración documental que ofrezco es intelectualmente más modesta,
pero vitalmente más loable. Procede de un libro que ha aparecido en algunas
—poquísimas— tiendas recientemente, aunque data de muy antiguo, pues lo
escribió una de las últimas novicias de aquella fundadora que tuvo calle antes
de ser enterrada gracias a la unanimidad de los grupos municipales
republicanos. Se titula, con humildad propia de la Compañía, “Bosquejo
biográfico de Sor Ángela de la Cruz”. En dos ocasiones, este testigo presencial
relata cómo la quema de conventos que tuvo lugar tan sólo un mes después de la
proclamación callejera del nuevo régimen descargó tal mazazo en Santa Ángela,
quien ya había padecido, al poco de comenzar su obra, la angustia de conocer
los desastres de la primera edición republicana, que no se repuso, y tras caer
enferma sufrió un calvario de nueve meses antes de expirar en loor y olor de
santidad.
Especial impacto tuvo en Sor
Ángela la persecución religiosa en Málaga, donde era obispo su amigo y
protector el ya también santo Manuel González. En el libro que comento hay una
descripción casi periodística en primera persona de las hermanas que se
refugiaron, junto al prelado, en los sótanos anejos al saqueado palacio
episcopal, esperando el martirio. Ángela de la Cruz Guerrero había creado una
red de conventos en los que vivían ya numerosas mujeres, amenazadas por la
“libertad republicana”, y se sentía responsable de ellas, sin poder hacer por salvarlas
nada más —y nada menos— que rezar.
Quiero terminar con una propuesta
al Ayuntamiento de Sevilla, en la confianza de que su alcalde conserva
sensibilidad para la búsqueda constante de la superación de nuestros lastres
históricos. Sevilla tenía un puente dedicado a Alfonso XIII. Hoy yace, casi
desguazado, a orillas del canal que atravesó desde que el crucero Buenos Aires
lo inaugurase —era movedizo— para servir a la Exposición Iberoamericana de
1929, por cierto también declarada abierta por el Monarca. Ese puente lo hemos
cruzado generaciones de sevillanos, algunos varias veces al día. Se desmontó,
sustituido por el de Las Delicias, y con él desapareció la “calle” de Alfonso
XIII. Tienen vías, al menos oficialmente, Isabel II (otro puente), Alfonso XII,
Juan Carlos I, Canalejas, Sagasta, Eduardo Dato, Diego Martínez Barrio, Pablo
Iglesias (primero), y hasta Carlos Marx. ¿Por qué se ha condenado nuevamente al
exilio del callejero sevillano al bisabuelo del actual Rey de España? Ahí queda
la idea. Se va a incorporar a los espacios públicos de la ciudad la orilla del
Guadalquivir más próxima al actual puente de Los Remedios. No sería mala idea,
digo yo, que esos jardines, tan cercanos al emplazamiento del “de hierro” y a
la Plaza de España, lleven el nombre de Alfonso XIII. Y tampoco lo sería que
ahora, precisamente ahora, se rotulase una avenida de la Sevilla moderna con el
nombre de Don Felipe VI.
Publicado en ABC de Sevilla el 7 de junio de 2018
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