No hace mucho escribía aquí de la
división social, artificial como todas, entre “manteníos” y pagadores,
sucedáneo de aquella otra, clásica, entre explotadores y explotados, que tan cara resultaba a nuestros
queridos marxistas. Hoy me refiero a otra división que, creo, está aún más de
actualidad, porque sustenta esa rebelión silenciosa que con toda probabilidad
hará históricas las elecciones del próximo 28 de abril. Me ha abierto los ojos una amiga con un comentario al hilo de cierta injusticia consistente en poner
un espacio público de gran talla a disposición de una obra menor, de carácter
literario. Por mi trabajo, yo había asistido a grandes acontecimientos en dicho
lugar, pero jamás habría osado, ni por asomo, pretender beneficiarme del
privilegio que suponía usarlo para mi provecho. Y es que las instituciones
públicas hace mucho tiempo que dejaron el sentido de la medida y la recompensa
del mérito en el perchero.
A raíz de aquella reflexión, mi amiga me lanzó una gran verdad a la cara: “Es que tú no espabilas”.
Ciertamente. No me hizo Dios para eso, qué se le va a hacer. Mi tendencia, que
atribuyo también a influjo divino, a ser sincero casi siempre, sobre todo
cuando hay algo importante para alguien en juego, me ha proporcionado un
discreto pasar, ajeno a las glorias del mundo. Este aura mediocritas que me
acompaña cuando friso los míticos sesenta cumpleaños se lo debo al desprecio de
la mentira, junto a un indeclinable sentido del deber, que es el que me ha
permitido no morir de hambre.
Si hace un tiempo, también aquí,
qué remedio, me refería a mi encuentro con “la Andalucía de los estantes vacíos”
(así se titulaba el artículo) que ponía en riesgo mi vista, ahora, y también
con mis ojos como víctimas, vuelvo a padecer el dichoso “desabastecimiento de
medicamentos”, con el aplazamiento “sine die” de la primera inyección
intraocular que necesito para que el azúcar no me deje ciego. La anulación se
produjo la víspera de la cita. Y la enfermedad avanza sin que, a la hora de
redactar estas líneas, sepamos cuándo podré inyectarme. Pero esto, con ser
desolador —llevo cotizando a la Seguridad Social desde los 20 años— no es lo
peor. Lo grave, dramático, miserable, es que esto mismo suceda con personas
aquejadas de cáncer, o con esos 800.000 andaluces en listas de espera para
operarse que salen a la luz ahora y que eran las vergüenzas ocultas de la “joya
de la corona” (Díaz dixit).
Son éstos sólo unos ejemplos,
sanitarios, de hasta qué punto la vida nacional española ha quedado desdoblada
en la de los espabilaos y la de los sinceros. Por simplificar para resultar
didácticos. Porque los medicamentos no escasean por casualidad. Los espabilaos
viven del sistema, aprovechando sus hemorragias múltiples, como la esclerosis
burocrática que es el principal distintivo de la Administración española. Decía
Iván Espinosa, vicesecretario de Vox, ante empresarios de Sevilla que
abarrotaban el gran salón del Círculo de Labradores, que el estado español es
el mejor del mundo en cuanto a funcionamiento de dos frentes con sus
respectivos organismos: la Agencia Tributaria y la DGT. Ambos están unidos por
su carácter recaudatorio. ¿Se traduce después esta eficacia en servicios
públicos de calidad? Ustedes mismos.
Cincuenta años de modelado social
al gusto de la izquierda entre socialdemócrata y comunista han configurado
primero el estado y después la sociedad española. Quedan, como los últimos de
Filipinas, los resistentes, que, hartos de ver cómo su lealtad a los valores
heredados de sus antepasados es sepultada por los espabilaos de ganancia rápida
y fácil, se mueven y remueven para sacudirse la costra ultraconservadora del estatu quo vigente, impreso como de
plantilla desde los manuales del marxismo-leninismo. Naturalmente, la reacción
de los ultraconservadores —léase los espabilaos del régimen socialista— es virulenta.
Si pierden el dominio de las mentes, por ejemplo porque las familias se vean
revitalizadas y el papel de la mujer como madre realzado, lo pierden todo,
principalmente los fondos públicos con los que se alimentan sus asociaciones y
que se detraen, entre otras cosas, de las medicinas.
Los espabilaos están nerviosos,
porque los sinceros, que siempre han sido una amplia mayoría, aunque no sé si
profundamente convencida de llevar razón, ya no aguantan más. Éstos han perdido
muchas batallas. ¿También la guerra? El 28 de abril empezaremos a comprobarlo.
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