Casi imperceptiblemente pero de
una manera implacable, nuestro país va sumergiéndose en una piscina de arenas
movedizas que nos traga hacia una vida vacía. Es lo que sucede con la
eutanasia, aunque la raíz está en el aborto (tres millones largos ya). Lo
normal es que el final de la vida vaya en consonancia con lo que ese tiempo
anterior ha sido. Si nos obligan a vivir sin sentido, la hora de la muerte es
un páramo seco y por el retrovisor sólo divisamos escoria. Si quitar la vida al
más vulnerable se presenta como una conquista, el progreso resulta ser un
detritus.
Decía Juan de Miranda, allá por
los albores del constitucionalismo, que “la mayor peste que aqueja a la
república” venía dada por “la polilla de charlatanes y bucaneros” que poblaban
el solar patrio. O tal vez fuera un poco antes, en plena Ilustración. Mi
generación ha vivido en la confianza de que ya no sería así nuevamente. Pero…
La obsesión del Gobierno “de
izquierdas” por derribar a un personaje histórico que nunca pudieron vencer en
vida corre parejas con la de acelerar el final de otras vidas. Hay una
coincidencia de fondo entre la persecución de un cadáver y la siembra de una
mentalidad, vía poder coactivo de la Ley, que cifra la libertad humana en dos
muertes: la del no nacido y la del que toca a su fin. Esta izquierda
largocaballerista —¿qué fue del socialismo llamado despectivamente por los
marxistas “utópico”?— no entiende de reformas positivas, que añadan vida a la
vida. Sólo concibe la vida como lo que queda entre dos muertes, con lo cual el
relleno conserva también ese sabor acre inequívocamente procedente de culturas
en descomposición o, algo peor, un cierto tufillo a azufre.
Antifranquismo impuesto, aborto y
eutanasia conforman el frente doctrinal de la izquierda española, que no viaja
sola —no nos engañemos—, porque esta peste demoledora que sabe, como digo, a
escombros vitales es desde hace tiempo una pandemia, un coronavirus que nos va
llevando a la desfiguración de la personalidad con la ayuda inestimable de
ideologías como la de género. Sumen la cruzada separatista (pulverización de
nuestra imagen internacional, como se acaba de ver con el malogrado congreso de
móviles de Barcelona) y tendrán el cóctel de la infelicidad popular en su
punto. Todo roto, todo derribado, todo distorsionado. Es digna continuación de
un presidente siniestro y sus gobiernos, nacidos de una convulsión mortal —más de
doscientos fallecidos— y moral sobre la que hoy gravitan aún demasiadas
sombras. Para estos partidos, la muerte es vida, la educación es distorsión de
mentes y afectos, el estado debe fagocitar a las familias, la sospecha
inquisitorial recae sobre media Humanidad, todos los ideales que conformaban un
paisaje de fe, esperanza y caridad, de justicia, fortaleza, templanza y
prudencia, han ido quedando diluidos en la fuerza ambiental de la filosofía
líquida que hoy es y mañana pasa a la morgue con una etiqueta en el dedo del
pie que dice “CADUCADA”.
desgraciadamente muy cierto todo ello
ResponderEliminarEstupenda reflexión. Enhorabuena
ResponderEliminarSobre todo, Ángel, es su voluntad de imponer, de dictar, de ordenar, de mandar sobre nuestros valores y decisiones. Nada de debates filosóficos, políticos, sociales. Nada, nada, a la ley ya, sin más aprovechando el momento favorable y punto. Y lo que es peor. ¿Se atreverá alguien a derogar lo que salga? Un abrazo.
ResponderEliminarNadie. Haga lo que haga un gobierno de izquierdas, cuando es relevado por uno de derechas o centro, no toca absolutamente nada ¿Hay alguna duda?
EliminarAdemás de que la tiranía de la edad joven imperante rechaza el dolor y la renuncia que suponen una vida que llega y otra que se va.
ResponderEliminar¡Gracias por seguir dando voz y cordura!