El enconamiento creciente que domina la vida pública española, de arriba abajo y no al contrario como suele ser habitual, ha entrado en una nueva fase, más aguda y con algo de terminal. Puede resultar fatal para la misma supervivencia de España; en todo caso, ha escalado cumbres cuyos únicos precedentes hay que buscarlos en la dinámica desintegradora de aquella II República tan disolvente como la primera. Alguien ha decidido prender la mecha cuyo fulminante es esa hinchada socialista que sacrifica cualquier reparo de sentido común a la vaca sagrada de la unidad disciplinada. Cómo será de siniestra la película de los hechos, que un mudo Felipe González ha hablado. Es el expresidente la única voz notable de la Transición que continúa con vida. Como suele, se ha hecho de rogar. La ruptura de su silencio proverbial es un indicador evidente de que las líneas rojas se han sobrepasado. En realidad, los pasos amenazantes se vienen sucediendo desde la misma moción de censura que engendró, embrionariamente, un Gobierno monstruoso. Pero ha sido este otoño cuando el trote gubernamental ha mutado en galope y va camino de entrar en paroxismo histérico que puede escribir el peor año de la historia española desde la guerra.
Dentro de esta espiral de enajenación
dispositiva, ha habido un incidente parlamentario, inscrito en la semana negra
que acabamos de cerrar, con un significado en modo alguno baladí, y que se
aparta del folklorismo podemita para revelar un estado de ánimo socialista
próximo al ataque de nervios. Tengo escrito en este blog que no convenía perder
de vista a un tal Alfonso Gómez de Celis. Lo dije cuando todavía Espadas no era
candidato oficial a presidir la Junta de Andalucía. En aquel artículo, que
preparé detenidamente para documentarme bien, señalaba varios datos con
recorrido futuro. Básicamente, se trataba de llamar la atención sobre un hombre
gris que sin embargo era ni más ni menos que el taumaturgo de Sánchez, el que
había hecho el milagro de dar la vuelta a su destino y pasar de un PSOE cuyo
comité ejecutivo federal había defenestrado con deshonra a su secretario
general a otro partido que le reclamaba con los brazos abiertos. El artífice de
dicha alquimia no era otro que quien la otra mañana expulsó de la tribuna —a él
se le escapaba insistentemente “escaño”— a Patricia Rueda, diputada de VOX, por
haber llamado “proetarras” a los proetarras. Tengo para mí que, conscientemente
o no, el vicepresidente primero del Congreso pensaba en otros proetarras, no
exactamente en los socios del Gobierno. Así lo interpretó —pregunta retórica
incluida— desde su escaño (ahora sí) Santiago Abascal al día siguiente
dirigiéndose a Sánchez, durante una intervención en la que nadie pudo cortarle
el micrófono.
El trianero y eterno rival de
Susana Díaz desde las Juventudes Socialistas Gómez de Celis actuó con
prepotencia, abuso de superioridad (incluso física), sectarismo y descaro en
uso de un rodillo que los socialistas han incorporado a la lectura de la
Constitución generalmente aceptada: ellos y sólo ellos imponen lo que se puede
decir y lo que no. En la misma tribuna del Congreso donde intentaba hablar la
diputada de discurso abortado, se ha hecho trizas un ejemplar de la Carta Magna
sin que nadie expulsara a nadie, por no recordar aquí la sarta de ofensas a la
democracia desde allí vertidas, del tipo “España nos importa un bledo” y otras
lindezas.
Al día siguiente, una
envalentonada ministra que en su día difundió un vídeo contando con pelos y
señales cómo causar más placer al macho en el acto sexual, se lanzó a la guerra
abierta acusando al Partido Popular de fomentar la “cultura de la violación”.
Entonces no estaba Gómez de Celis en la Presidencia, sino una Maritxell Batet
que reprendió con inusitado enojo a la ministra sexóloga. Todo había empezado,
precisamente, días antes, por el famoso comentario de Carla Toscano, también de
VOX, sobre el conocimiento exhaustivo de la persona de Pablo Iglesias por su
esposa o compañera sentimental. La imagen final de los grupos parlamentarios de
la oposición manifestándose a las puertas del Congreso para reivindicar su
derecho a hablar en el Parlamento sin ser pisoteados o silenciados, es un
escándalo internacional que los medios no han querido “exagerar”. ¿Se imaginan
algo así a los pies del Big Ben, ante la Asamblea francesa o incluso en la
Plaza del Parlamento de la capital italiana?
Como se ve, la coalición
social-comunista se despereza. En ambientes de la derecha decidida se maneja
como algo inminente una iniciativa muy seria contra VOX, que culminaría con su
ilegalización. Sin dudas, tal cosa sería el detonante del abismo. Pero en todo
caso, que el fontanero salvador in extremis de un Pedro Sánchez acabado y
forjador de su estrellato entre la extrema izquierda secesionista, apriete el
botón de la censura en plena sesión parlamentaria contra el único partido que
puede abrir la puerta de salida a su jefe es indicativo de que algo en el PSOE
huele a fracaso más o menos desesperado e inminente. Y de que el muñidor de la
vuelta triunfal de Narciso Maquiavelo I, con su entrada en acción aprovechando
un resquicio oportuno, está recurriendo a los últimos cartuchos de un arsenal
cada día más esquilmado, el de la confianza del electorado.
Extraordinario y certero análisis de la preocupante situación en España.
ResponderEliminarMagnífico como siempre, amigo Ángel, fiel radiografia computada de una triste realidad nacional española, avalada por unos grises lideres protagonistas
ResponderEliminarComparto plenamente el anterior comentario de José Alfonso y felicito a Ángel Pérez Guerra por su texto tan objetivo, expresado con gran claridad.
ResponderEliminarSolicito autorización para reenviarlo a mis círculos de relación.
Como siempre diana. Abrazos
ResponderEliminarBien dicho.
ResponderEliminarAtinado y certero. Como suele
ResponderEliminarPenetrante visión de la triste realidad de nuestra hora presente. Digna emulación del articulismo de Larra.
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