Paseo con frecuencia por los alrededores de la iglesia parroquial de Santa Ana, epicentro del arrabal trianero de Sevilla. Pocos enclaves hispalenses reúnen más y mejores títulos de grandeza histórica, desde su fundación alfonsí con el encargo a los monjes cistercienses de las Huelgas burgalesas de imprimir su sello al templo hasta los sones hondos del cante que los gitanos de la Cava elevaban muy cerca de allí. Y pasando por un personaje cimero en el pasado nacional, en tiempos imperiales, que ha perdido una calle por decisión de una panda de indocumentados con mando en plaza. Mateo Vázquez de Leca es un personaje de novela. No en vano, el mismísimo Miguel de Cervantes le dedicó sus epístolas, como mecenas que era de escritores y artistas. Poco conocido hoy, objeto de muy escasos estudios, su figura merece una referencia biográfica muy completa en la página web de la Real Academia de la Historia de San Fernando. Ahí pueden ustedes sondear los orígenes de un trianero de crianza que llegó a ocupar nada menos que el puesto de secretario privado del Rey Prudente, Felipe II.
Hijo de náufraga italiana
secuestrada por piratas berberiscos se supone que cuando estaba embarazada de
su hijo Mateo —la realidad se esconde tras la recomposición genealógica que
mandó hacer el alto dignatario siéndolo ya para ennoblecer su apellido—, otros
dicen que su padre fue un canónigo sevillano en cuya casa sirvió la madre, una
vez rescatada por el Duque de Medina Sidonia. Lo cierto es que Mateo reveló
pronto una inteligencia privilegiada, amén de una ambición sin límites, muy a
tono con la mentalidad cortesana de la época. Fue escalando peldaños hasta
convertirse en el gran rival de otro hombre fuerte que sin duda resultará
familiar a mis lectores: Antonio Pérez. Probablemente fue Vázquez de Leca el
que movió los complejos hilos de Palacio para que su enemigo encontrase el
triste final que le aguardaba junto a la Princesa de Éboli. Todo esto y más lo
tienen ustedes en dicha página, donde comprobarán que cuando los munícipes
sevillanos de 1859, bastante más cultos que los actuales, le dedicaron la calle
que hasta entonces era conocida como “Del Lado de Santa Ana” sabían bien lo que
hacían. Así ha permanecido rotulada durante más de ciento cincuenta años, sin
que dictaduras y repúblicas, frentes populares y democracias hayan osado mover
ficha… hasta que esta panda de indocumentados, asistidos por concejales del PP
y por cofrades, ha decidido que para ponerle una placa de reconocimiento (sin
duda merecida) a un párroco muy querido por su feligresía, Don Eugenio, era
necesario quitarle la calle al defensor del Dogma de la Inmaculada Concepción.
Pero claro, hay en todo esto un dato —puede que entre los promotores del
desaguisado haya algún documentado— muy a tener en cuenta. En aquella España de
la Contrarreforma, Mateo Vázquez de Leca fue, entre otras muchas cosas, secretario
del Consejo de Inquisición para la Corona de Aragón. En cualquier caso, ¿quién
fue esta antigualla para seguir luciendo el rótulo de una calle en el corazón
de Triana?
El catálogo de su biblioteca es,
como siempre, la mejor guía para conocer a este sevillano áureo en la España
del Siglo de Oro. Se abrió paso, en un primer momento, a través de las
tertulias de su protector, en aquella Sevilla, puerto y puerta de las Indias y
receptora de las riquezas de allende los mares. Hoy, un pequeñísimo azulejito,
supongo que para utilidad de carteros y repartidores de Amazon, advierte que
aquella calle llevó su nombre. Don Eugenio, sin duda, habría estado más
satisfecho si el retablo cerámico que le recuerda hubiera convivido con esta
gloria de Sevilla, cuya memoria reaparece cuando menos se espera. La reciente
exposición sobre el arte del Renacimiento que el Museo de Bellas Artes de
Sevilla ha brindado a una muchedumbre de amantes de los pinceles y de las
gubias mostraba un cuadro de notables dimensiones en el que aparecía un diálogo
de miradas entre Cristo y su Madre en pleno tránsito hacia el Gólgota. La
cartela, excelente como todas las de este montaje, rezaba así: “Camino del
Calvario. 1583. Scipione Pulzone (Gaeta 1544-Roma 1598). Óleo sobre lienzo.
Esta obra, además del artístico, presenta un interés histórico por su valor
como instrumento diplomático de los objetos de arte, ya que vino de Italia como
un regalo para el ilustre sevillano Mateo Vázquez de Leca, que llegó a ser
secretario de Felipe II.”
Como se verá, no era un
cualquiera el tal don Mateo. Claro que tampoco lo era, en modo alguno, Aquilino
Duque Gimeno, Premio Nacional de Literatura, inspirado poeta y cosmopolita
amigo de escritores, que vio la luz primera en una casita de la calle Betis y
cuyos ojos se cerraron por última vez sin ver colocado en el lugar el paño de
azulejos que el Ayuntamiento de derechas encargara y el de izquierdas
arrinconara en un cuarto del Distrito.
Muy cerca de todo esto, había una
calle que siempre llevó el nombre, tan lírico, de Cisne. Comunica —la calle
sigue existiendo— Rodrigo de Triana con Pagés del Corro. A mi amigo el gran
médico y mejor persona José Luis Rodríguez Caballero, que vivía por allí y tiene
una calle en Castilleja de la Cuesta, le encantaba pasar por ella y leer el
rótulo del nomenclátor, según me contó en cierta ocasión. Pues bien, Cisne ya
no se llama Cisne. Ahora lleva el nombre de un orfebre. Es otro caso de un
acto de justicia que cae en una injusticia. ¿Por qué arramblar de esta manera
con la verdadera memoria histórica de un pueblo? Se podía haber dedicado al
orfebre Juan Borrero una placa como la que se colocó en la fachada de enfrente
de la misma calle en recuerdo del inefable “mudo de Triana”, sacristán de Santa
Ana desde tiempo inmemorial que le gritaba “¡Guapa!” en su jerigonza a la
Esperanza de Triana cuando pasaba por allí, bajo las arquivoltas góticas de la
iglesia. Pero no. Cuando la izquierda española quiere rendir homenaje a
alguien, aprovecha la ocasión para tirar por tierra el arraigo de otro o
incluso de un cisne que a buen seguro sirvió para bautizar un estrecho pasaje
por la real voluntad del pueblo soberano. Sin intermediarios (lerdos) de
partido.
Post scriptum
Un lector más versado que yo en asuntos históricos de Sevilla y su alfoz me corrige, amablemente y derrochando erudición. Al parecer, el Vázquez de Leca que daba nombre a la calle en cuestión no era el personaje al que me refiero en mi artículo, sino su sobrino, de iguales nombre y apellidos, canónigo hispalense y destacado defensor del Dogma de la Inmaculada, que por cierto sirvió para bautizar la muy cercana calle Pureza. Creo que el dato no invalida la crítica, sino que la enriquece. La ignorancia de los ediles supera a la mía, pues la ofensa resulta ahora ser doble. No sabemos a quién le quitaron la calle, si al secretario de Felipe II o al promotor de la advocación más querida por los sevillanos junto a la Virgen de los Reyes. Pero mejor no levantar la liebre, porque las monjas de la Encarnación pueden resultar damnificadas por la persecución de símbolos callejeros. Ahí lo dejo.
Suscribo el espíritu y la letra de este artículo de principio a fin y asevero la afirmación de cuáles serían los sentimientos de D Eugenio si pudiera manifestarlo. En su momento, cuando pedían firmas, manifesté mi negativa a que se eliminara el nombre de Vazquez de Leca y propuse se nominara Párroco D Eugenio otra calle cercana o una parte de Pelay Correa pero la intención principal no era homenajear a D Eugenio sino eliminar el nombre de Vazquez de Leca. Una pena
ResponderEliminarQuerido y admirado Ángel: Me ha gustado mucho tu texto; sin embargo, permíteme un pequeño lapsus: cuando hablas de la Academia, supongo que de la Historia, mencionas que es de San Fernando, cuando en verdad la Real Academia de Bellas Artes sí es titulada de San Fernando, no la de la Historia. Tu amigo, Gerardo Pérez Calero.
ResponderEliminar