Volvía anoche del centro de Sevilla paseando, tras una entrañable presentación bibliográfica en su parroquia de San Vicente y la cena posterior con la autora, discapacitada, y su marido junto a mi esposa. Era ya tarde, pero todavía había ambiente, aunque dañado por algunos ebrios vociferantes, propios y extraños. El derroche de luz decorativa era hiriente. Salvo en un punto, que resultaba ser el origen, al menos teórico, que justifica la fiesta. Bajo el llamado “arquillo” del Ayuntamiento se monta desde hace muchos años, cuando aún la luz de led pertenecía a la ciencia ficción, un pequeño Nacimiento, que cada año hace las delicias de pequeños y grandes. Es de ver cómo brillan las pupilas de los niños aprendiendo catequesis cristiana de esas escenas estáticas. Pues bien, frente al turbión de claridad que adornaba las calles del entorno, el belén estaba apagado, a oscuras, pese a lo cual algunas parejas se detenían a contemplarlo. Gran paradoja, muy elocuente por cierto.
Desde muy joven, de niño incluso,
he sentido intensamente el magnetismo de mi ciudad. Entiéndase de lo mejor de
ella. Con mi padre aprendí a patearla en la intimidad, a recorrer su geografía
interior, mucho más allá del tópico y del turismo. Era éste en aquel entonces
amable y moderado, claro que también minoritario; es decir, selecto. Visitaban
la ciudad gentes cultas amén de curiosas, que saboreaban a ojos vista la
esencia que sabían catar en sus rincones, disparando sólo las fotos justas,
armados de planos o guías escuetas, sabiendo muy bien lo que querían conocer y
dónde estaban de pie.
De aquel turismo tranquilo y
fluido hemos pasado a otra cosa bien distinta. La noche “del alumbrado” Sevilla
corrió serio peligro de ser portada en todo el mundo pero por una razón
contrapuesta a sus encantos. Había treinta policías locales de servicio para
atender a una masa humana incalculable pero en cualquier caso compuesta por
decenas de miles de personas que habían acudido al centro de la ciudad al
reclamo de la luz, como mosquitos en verano. Quienes estuvieron allí —Sierpes,
plazas de San Francisco y Nueva, Avenida…— aseguran haber pasado miedo y apenas
haberse podido mover en algunos lugares. Una broma pesada al estilo de las que
motivaron las famosas “carreritas” de la Madrugada del Viernes Santo y que han
acabado en penas de cárcel para sus causantes, un petardo en plena “bulla”,
unos gritos desaforados, una voz de “fuego”, y aquello podía haber derivado en
una estampida multitudinaria, una avalancha atroz con resultados trágicos.
Afortunadamente, nada de eso sucedió. Pero...
Había precedido a tal turbamulta
un despliegue municipal de luces sin precedentes. Adornar con bombillas las
calles en época navideña ha sido siempre una tradición entrañable, que además
de alegrar la vista ha servido como reclamo comercial. Pero este año la
exageración ha sido la nota dominante. Si viven en la ciudad o pasan por ella
durante las próximas fechas podrán contemplar en la zona más noble del río a su
paso por la urbe, a la altura de Triana, un alarde de luminotecnia y un
despliegue de sonido para un “maping” que no sólo ha debido costar una
millonada sino que congregará, también, a riadas humanas, atraídas por un
espectáculo elefantiásico que se compadece mal con las dimensiones de una
población ya sólo por encima de la de Zaragoza en 200 habitantes.
El desmadre se ha apoderado de
Sevilla. La Navidad es ya otra Feria de Abril. Baste decir que el Ayuntamiento
retiró la condición de festivo al día del Patrón —San Fernando— para alargar una
Feria que ahora no sabe cómo reequilibrar, pues le sobra un día. El “alumbrado”
navideño se parece cada vez más al del real de la Feria abrileña. Acuden al
centro sevillano turistas de todo el mundo (el año se va a cerrar con ocho
millones de viajeros en avión, en una ciudad que apenas sobrepasa el medio
millón de habitantes), a lo que hay que añadir el aluvión de viajeros por
tierra desde la geografía nacional y la presión que ejerce la única línea de
metro existente sobre un área de muy pocos kilómetros cuadrados.
Hay muchas formas de romper la
armonía que ha hecho célebres a ciertos enclaves universales. En Roma, en
Florencia, en Venecia o en París lo saben bien. La concentración humana es una de
las principales. Y esto también es medio ambiente y ecología. Nadie se pregunta
hasta qué punto la sobredosis de consumo de agua que ello supone puede haber
contribuido, en alianza con la sequía, a la escasez que tanto Sevilla como
Granada o Málaga están padeciendo en sus reservas y que más pronto que tarde
puede traducirse en restricciones. No quiero ni pensar qué puede ser de mi
ciudad, hoy por hoy plagada de hoteles nuevos, pisos turísticos y alojamientos
incontrolados, cuando se corra la voz de que en Sevilla se cierran los grifos
todos los días a las diez de la noche.
Muchas gracias, amigo Ángel, por otra nueva perla literaria muy ajena afortunadamente a la que estamos acostumbrados en la prensa diaria. Magnifica descripción del ambiente navideño de nuestra ciudad, el entrañable Nacimiento del arquillo del ayuntamiento, aunque estuviese apagado, esas calles y plazas del centro rebosantes de luz y colorido, quizás para hacernos olvidar en las fiestas navideñas los tremendos problemas diarios que nos rodean, incluyendo el último que mencionas, el de las restricciones de aguas de esta pertinaz sequía que nos rodea, gracias de nuevo y un fuerte abrazo.
ResponderEliminarBravo!! Magnífico artículo
ResponderEliminarSiempre acertado y diseccionando la realidad con la precisión de un bisturí
ResponderEliminarPues sí, resulta verdaderamente incongruente que el motivo central de la Navidad, el que da origen a todo, permanezca a oscuras mientras se iluminan hasta con ostentación elementos simplemente decorativos. Parece que no lo siente así el responsable municipal correspondiente. O que piensa que lo importante es lo otro y el Nacimiento lo decorativo, que a todo puede llegarse. Enhorabuena por el artículo.
ResponderEliminarMuy cierto y veraz todo lo expuesto. Cualquier sevillano o persona con sentido común es consciente del grave deterioro que de forma continuada e implacable sufre nuestra amada ciudad ante la cobarde inacción de quienes tendrían que poner coto a ello.
ResponderEliminarPuesta el azúcar vienen las moscas, adictas y cómodas estas vendrán las Tasas, acostumbrados nosotros nos echarán de casa.
EliminarMagnífico artículo Ángel. Sin amargura, con realismo, pones a reflexionar sobre lo que puede y debe corregirse. No !o tiene fácil el alcalde. Él solo no, pero el pleno sí que sería bueno, por el bien de todos, trabajar en las direcciones que apuntas. Muchas gracias
ResponderEliminarExcelente. Lo suscribo de la cruz a la fecha.
ResponderEliminarAñadiré el momento de apuro que pasé minutos antes del “encendido”. Me dirigía a mi domicilio finalizando el paseo vespertino, sin intención de presenciar el espectáculo. Ya estaba la Avenida abarrotada, serían las 19:15, cuando intententando huir de la quema aceleré para poder pasar por entre el edificio de la Unión y el Fénix y el kiosko de prensa. Me encontraba a unos 30 ó 40 metros del kiosko. En ese momento, de una especie de escenario de barraca de feria, surge una música atronadora de más de 120 decibelios y una voz anunciando la presencia de “el Pulpo”, el personaje que iba a animar la fiesta. En ese preciso instante los mosquitos expectantes de la luz entran en agitado y acelerado movimiento hacia ese escenario y la masa se compacta cerrándome el paso.
Tardé casi media hora en salir de un apurado atolladero, mediante una fila india que se formó y discurría a trompicones en dirección al “estrecho del kiosko”. La música ratonera y el vociferante telonero acompañaban la marcha de los que huíamos del encierro.