Las claudicaciones, por emplear
un término muy morigerado, han marcado históricamente el principio del fin de
los claudicantes. En cualquier oferta —adoptemos la jerga del mercado— que
aspire a conquistar la cosmovisión global del consumidor deben ocupar un lugar
de honor (palabra en desuso, decididamente) las convicciones. Cuando Felipe
González asaeteaba despiadadamente a un Adolfo Suárez aprendiz de brujo solía
utilizar la artillería de la Otan. Era un recurso fácil y temerario, como
correspondía a unos jovenzuelos metidos a gobernantes. Pero ya se sabe, tan
pronto como se toca el balón del poder, el hechizo de la zapatilla de cristal
se desvanece y los dardos envenenados del parlamentarismo tórnanse boomerangs
que, tarde o temprano, impactan en el entrecejo que otrora apuntaba al objetivo
a tumbar.
Y del "Otan no, bases
fuera" o bien "Otan, de entrada no", pasóse al "¿dónde hay
que firmar?". La traición estaba consumada, y la cuenta atrás en el reloj
de los socialistas antañones (los adolescentes que corrían delante de los
grises, aunque no estaban todos los que eran) se puso en marcha para llegar a
lo de hoy, dícese al cuarto creciente de Podemos.
Pocos serán los que calculen —no
Arriola, desde luego— que hoy se pone en marcha el reloj de la cuenta atrás en
muchos votantes de la derecha de toda la vida. ¿Captará el PP votos por la
izquierda? Como decía el parroquiano aquel —acodado en la barra de
madera en la que se acumulaba un rimero de números en tiza como una fila de hormigas:
"¡Tequiyá!" Tequiyá, Arriola. Pero no, no se va a ir, como no se iban otros
hasta que les echaron en vista de lo visto. No se va porque los oráculos siempre
se han dedicado a lo mismo, a susurrarle al oído al pagador lo que el pagador
quiere oír. Como el aborto es un laberinto del que sólo se sale con valentía y
arrojando al cubo de la basura el cuadernillo de los pasatiempos, y no estamos
precisamente ante un Churchill de la política, pues todo sigue igual, y el
oráculo cobrando.
Lo que acaba de producirse es, ni
más ni menos, que la gran quiebra de la democracia española. Quedaba una
esperanza, que ese partido ya en franca minoría y bajando que representaba a
los valores de un cierto espíritu tradicional español se bajara… del tren de su
ideario para correr hacia el que va que pita, aunque sea cruzando las vías.
Sólo que el que va que pita va en sentido contrario y no muestra el menor
interés en detenerse para que los que abandonan su tren suban a bordo.
La gran claudicación —por ser muy
morigerados— del Partido Popular en el mayor de los temas que tiene en cartera
(y en programa, no como los otros, que sacaron adelante una ley radical sin
consenso y sin llevarlo a las elecciones) marca el principio del fin de esta
opción política que los afines a Alianza Popular no reconocerían. A partir de
ahora, veremos una película que ya habíamos visto, pero con los papeles
cambiados, como una versión B y cutre del "Otan, de entrada no".
Veremos la aguja del depósito electoral de la derecha irse a la reserva siux de
los marginales. Y muy probablemente, veremos aparecer una alternativa que sería
algo así como un Podemos en el extremo contrario del espectro. En Francia ya
ocurre desde hace tiempo, hasta rozar —algo inaudito— El Elíseo. Allí el tema
es la inmigración. Aquí es el aborto. Ya verán.
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