Hoy cumple un año. Bueno, si
añadimos la gestación, serían dos años y medio. Todo empezó en un acto de amor
tan remoto que no sabría fijar una fecha. Los actos de amor son así de
sempiternos. Dios mismo es el Infinito Acto de Amor, y así figura en el Cantar
de los Cantares. Tiene multitud de madres y padres, aunque aparezcan sólo dos:
María y Luismi. Su estatura física es de tan sólo 37 minutos y unas décimas.
Pero ahí hay un récord de talla humana, la que han dado unas ochenta personas
involucradas en su concepción, desarrollo embrionario, alumbramiento y crecimiento
en un total de doce proyecciones —una por mes— desde la que marcó su nacimiento
ante cuatrocientas personas que se echaron a la calle una tórrida tarde hace
ahora un año.
El parto tuvo lugar en la mayor
sala de un multicines de Bormujos, pueblo expandido durante los años del boom
ladrillero y sito en el Aljarafe sevillano. Aljarafe significa cornisa alta,
balcón, mirador y meseta desde la que es posible dominar los valles. Es un lugar
que está más cerca del cielo y eso se nota en su luz, directa, cayendo a plomo
sobre los campos, que se llenan de girasoles por esta época. Marcelo Mastroianni
y Sofía Loren protagonizaban una hermosa película con ese nombre, "Los
girasoles".
Mi primer médico de cabecera en
la Seguridad Social trabajaba a pocos metros de allí. Yo también vivía muy
cerca de donde se estrenó mi primera película, y siempre recordaré la luz que
entraba en mi estudio los días despejados. Ese médico era un santo laico —ignoro
cómo sería su fe, si la tenía, porque nunca hablamos de eso, aunque lo hicimos
de muchas y graves cosas—. Era un hombre joven, pacense puro, con una gran mata
de pelo azabache. Vivía en Triana, y hoy me apetece contar cosas de él, porque ya
está también en ese cielo más cercano del Aljarafe. Algunas ya salieron en
prensa. Otras no.
José Luis me atendió por primera
vez (no lo olvidaré) de una grastroenteritis. Yo vivía en aquel momento solo en
la casa en la que después fundaríamos Susana y yo una familia numerosa. Dudé
mucho si acudir (yo entonces lo ignoraba todo sobre el sistema público de
salud). Fue como si me conociera de toda la vida. Esbozó desde el primer
momento una acogedora sonrisa, que ya nunca abandonó su cara en cuantos
encuentros mantuvimos. Yo no quería la baja y él se empeñó en dármela. ¡Mis
primeros tres días de baja laboral!
Como en "Casablanca",
ése fue el principio de una gran amistad que congeló con la palabra FIN una cruel
leucemia. José Luis Rodríguez Caballero tiene hoy una calle en el pueblo con el
que se volcó. Comparte pues callejero con el Doctor Fleming, que daba nombre a
la calle del ambulatorio antiguo, donde nos conocimos. José Luis se quedaba
embelesado con la luz del Aljarafe, hasta el punto de hacerse investigador
científico para estudiar nada menos que su efecto sobre el estado de ánimo de
sus habitantes. Estaba tan ilusionado al ir descubriendo cómo el organismo
humano transformaba la luz del sol en optimismo, en una especie de función
clorofílica animal que dotaba de energía —en Sevilla le llaman alegría— a quien
la recibía… En Sanlúcar la Mayor ("solúcar" quiere decir templo del
sol) está montado el mayor parque de paneles solares del mundo, con un espejo
que se divisa a muchos kilómetros de distancia.
Viene a mi mente una mañana en la
que José Luis estaba desesperado con la burocracia sovietizante que se extendía
en los centros de la Junta de Andalucía y me pidió que le esperara para tomarme
con él un café en un bar cercano cuando acabara la consulta. Así lo hice. Pocas
veces en mi vida he comprendido mejor el significado de la palabra "escuchar".
Era lo que necesitaba mi amigo, mi médico, que su paciente amigo le oyera
conscientemente.
Y termino con otra anécdota de
esas que se te clavan en la memoria. Una tarde pasaba yo por una estrecha calle
trianera, cercana a su domicilio, y de nombre tan poético como
"Cisne". Está en pleno corazón del barrio, e ignoro el origen de su
denominación. Lo cierto es que José Luis y yo nos cruzamos en aquella calle
como trasplantada del barrio de Santa Cruz y él estalló en una especie de
pregón íntimo, una confesión de amor a la ciudad, un derroche de sentimiento
emocionado que para mí fue como un baño de estética vital y una profesión de
amor por el entorno. Era primavera y José Luis estaba viviendo en sus carnes
los efectos de la luz del Sur.
Parece que nada de lo que narro
tenga que ver con el aniversario del que arrancaba. Pero sí que está
íntimamente relacionado, porque "En el último minuto", el
mediometraje al que me he venido refiriendo, es luz y es vida. Y es recuerdo
que cobra luz y vida cada vez que se ve la película, porque aquella aventura
apasionada y apasionante en la que tanta gente puso su esfuerzo, su tesón y su
esperanza, sigue viva. Tanto que en la última de las proyecciones públicas
celebradas desde su estreno, ante más de setenta alumnos jóvenes —multitud de
chicas— del CEU San Pablo ¡de Bormujos!, compartió confidencias y presidencia
conmigo Carmen, una madre soltera que iba acompañada de su niña, presa fácil
para el aborto y sus secuaces que sin embargo, y gracias al centro educativo en
el que se formaba su progenitora, nos regaló su rolliza sonrisa, desde una piel
lozana que día tras día cría la luz del Aljarafe. La misma que José Luis
estudiaba con denuedo para doctorarse en la verdadera Medicina.
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