Deliberadamente o no, lo cierto
es que la historia de España vuelve a su madre, de la que nunca debió salir.
Durante años, aproximadamente desde que el gran rompedor José Luis Rodríguez
Zapatero intentara dar oxígeno a su partido inventando adánicas novedades que
no eran sino vueltas a una tuerca ya gastada, los españoles hemos ido cediendo
a la locura. Del reconocimiento de la igualdad en derechos para mujeres u
homosexuales se ha pasado a la ideología de género obligatoria y la
discriminación positiva con privilegios, que es todo lo contrario. De la
reivindicación moral de los vencidos en la Guerra Civil se ha pasado a la
odiosa “Memoria Histórica”, que sólo pretende resucitar viejos rencores. Se
puso al frente del Ejército a quien, sin solución de continuidad, empalmó su
retiro con la candidatura por un partido antisistema. De la sentencia del
Tribunal Constitucional que despenalizaba el aborto en tres casos excepcionales
para hacer compatibles el círculo con el cuadrado se hizo un chicle que por
siniestro arte de birlibirloque ponía libre donde se leía legal, encomendando
las competencias de la reforma/ruptura a dos jovencitas sin conocimientos pero
con raíces profundas en el PSOE, que, también sin solución de continuidad,
cuando el desastre hacendístico lo echó todo por tierra, pusieron ídem de por
medio y marcharon a la meca del capitalismo salvaje a impartir doctrina desde
la Quinta Avenida para toda Iberoamérica. Recuerdo, de paso, que los recursos
de inconstitucionalidad en esto y en el matrimonio homosexual siguen pendientes
de estudio por el TC, que supongo habrá batido todos sus récords de lentitud.
Y Cataluña. Con esa nostalgia de
la revolución sovietizante que llevó de la mano a su Asturias minera querida y
al gesto de Companys acabado a cañonazos, Zapatero se puso la pañoleta de
minero que tanto gustaba a Guerra y entre ambos sirvieron en bandeja a Carod
Rovira (hay que repronunciar nombres que son como fantasmas en nuestro pasado, así
el de Perpiñán, y no sólo por las películas bordes) una independencia suave,
muy de seny, sin violencia, al menos etarra, como se ha visto. Zapatero, que
iba a la Cuenca cada año a jalear al líder sindical socialista en cuyas manos
han desparecido millones, dijo aquello tan eufónico de “aprobaremos lo que nos
venga de Cataluña”, y el sevillano, que presumió siempre de constitucionalista,
se jubiló después de dar luz verde al vigente Estatut, que pasó limpiamente la
comisión por él mismo presidida en el palacio de la carrera de San Jerónimo.
Todo muy pacifista, muy ecológico y muy buenista.
Hasta Las Ramblas. El atentado de
este universal paseo barcelonés se produjo 45 días antes de la fecha prevista
entonces para que los separatistas consumaran su golpe de estado, empleando la
misma denominación que hace sólo unos meses utilizara el señor Guerra en una
entrevista publicada en la revista de la fundación que todavía dirigía y que
ahora está en boca de los populares catalanes. Muchas cosas cambiaron aquella
tarde, y no sólo, aunque esencialmente, para las víctimas, sino para todos. La
prueba para incrédulos las proporcionaron días más tarde las banderas
estrelladas abigarradas y gigantescas flameando ante las cámaras de la
televisión catalana que sirvió la señal a todo el mundo. La gran pitada sin
apenas aplausos que suscitaron las dos grandes magistraturas del Estado al
llegar y las acusaciones de culpabilidad a ellas dirigidas se parecían
bastante, pero eran mucho peores, a los incidentes de la Casa de Juntas de
Guernica, semanas antes del 23 de febrero.
El golpe, esta vez, iba a venir
del otro extremo de las dos Españas. Hubo un SMS que fue la verdadera voz de
alarma en casos como éste. Lo envió un ciudadano llamado Pedro Sánchez. Y es
que apenas unas horas después de la demostración de fuerza que supuso la
teórica manifestación contra los atentados (habría que añadir, a posteriori, y
contra España, por cristiana e “islamófoba”), se produjo el verdadero golpe, o
pregolpe si se quiere, que el susodicho SMS registró en tiempo real. El
destinatario estaba en París, para participar en una de sus cumbres como jefe
de Gobierno. Ignoro el texto, pero por las palabras de quien dio a conocer su
existencia, nada menos que portavoz del sector dominante en el PSOE, podría
decir algo así: “Mariano, después de lo sucedido esta mañana, me pongo a tus
órdenes incondicionalmente. Tienes al partido contigo, porque si no esto se va
a pique. Pedro.” Oficialmente, lo que preguntaba el remitente era si podía
hablarle por teléfono, algo que sucedió minutos más tarde.
El portavoz, que hasta entonces había
marcado distancias con el PP paralelamente al acercamiento de su jefe a Pablo
Iglesias, mostró aquella mañana en rueda de prensa un repentino viraje de 180
grados, y le faltó hablar de adhesión inquebrantable al hasta entonces enemigo
político. Sólo matizó para reconocer la proporcionalidad y contundencia de la
trayectoria mantenida por Rajoy en el caso catalán, algo que antes jamás había
reconocido. Ya no habló de diálogo, y mucho menos de plurinacionalidad. Cierre
de filas con el adversario. ¿Qué había pasado?
Muy sencillo, aunque desde una
playa de las antípodas españolas tal vez todo esto suene a guerra del Pacífico.
Los secesionistas ya habían dado su golpe. Consistía éste, como tan a menudo,
en un cambio de orden cronológico, porque en esto del manejo de los tiempos la
sucesión de eventos sí que altera el producto. Hasta esa mañana, el referéndum
era otra consulta. Con amenazas ciertas, desde luego, pero todo se quedaba en
un calendario. Siempre le quedaba al Gobierno de España el último recurso, una
vez celebrada la votación, de impedir que se aprobaran las leyes de
“implementación”, es decir, la Constitución de la República de Cataluña. Lo que
aquella mañana, muy presente la imagen de las “estrelladas” cubriendo el
pavimento donde aún quedaban restos de la sangre inocente derramada por los
yihadistas, habían hecho los parlamentarios de la independencia era anunciar
que en el mismo pleno en el que se aprobaría la ley del referéndum, con
carácter de urgencia, también obtendría rango de ley la futura Cataluña
independiente, así como el procedimiento para hacerla efectiva sin que este
texto tuviera que volver a pasar por el Parlamento. O sea, que se daba carta de naturaleza
simultánea y automática a la emancipación en el caso de que hubiera un voto
afirmativo más que los negativos. Para redondear el golpe, se contemplaba
también la posibilidad de que venciera el NO. En tal caso, “todo seguiría como
ahora”. Es decir, ellos gobernando una Cataluña independiente de hecho pero no
de derecho.
Ese adelanto equivalía a la
declaración de Companys en 1934. En aquella ocasión, el Gobierno de la
República, que la izquierda no podía tolerar porque estaba regido por la CEDA
(“Confederación Española de Derechas Autónomas”, para alumnos de la Logse)
encomendó al general Batet que bombardeara el Palau de la Generalitat, y a
Franco, quien compareció en el Ministerio como era su obligación al regresar a
Baleares de visitar a su madre en Ferrol, le ordenó que se quedara en la
capital y poco después le puso una sala de telecomunicaciones para que estableciera
la estrategia que hizo posible la reconquista de Asturias, reprimiendo el duro
ataque de socialistas, comunistas y anarquistas.
El pobre general Batet acabaría
sus días como su contrario, ante un pelotón de fusilamiento, condenado por los
tribunales del bando franquista. Hoy las cosas se hacen más civilizadamente. De
momento y salvo los islamistas, que siguen buscando cabezas que cortar para
resarcirse de las Navas de Tolosa. La mañana del SMS petrino debería estudiarse
ya en los libros de texto del curso que se abre. Porque o mucho me equivoco o
alguien en esos servicios secretos que de vez en cuando airean éstos a voces
está comenzando lo que podríamos llamar “el contragolpe”. Hoy las cosas se
hacen a base de información, lo cual siempre me ha halagado mucho como
periodista, y perdonen ustedes la vanidad rayana en soberbia, que diría un cura
antiguo. Las no sé cuántas agencias de investigación norteamericanas que imitan
a las películas en la vida real y que comunicaron a los “mossos” la diana
detectada sobre las Ramblas sin que éstos movieran un macetón, trabajan con
datos, lo mismo que “wikiliks” y que el mítico “Watergate”. Hoy, que los
misiles silben o no depende, fundamentalmente, de la inteligencia. Esto no es
un dogma, evidentemente. La cura de humildad viene cuando a alguien se le
ocurre hablar de armas de destrucción masiva, por ejemplo. Y las víctimas casi
siempre son terceros que pasaban por allí. Pero antes de dar las órdenes se
ha manejado un contenedor de conceptos y referencias que son los que determinan
qué hacer. El próximo jueves día 7, cuatro días antes de la Diada, el
Parlamento de Cataluña hará efectivo su golpe. Aprobará la independencia y la
forma del nuevo Estado, de manera que el referéndum será como una cláusula
transitoria, un mero trámite. Así se celebraban los referenda de
autodeterminación, aunque de forma pactada con la potencia colonial en
retirada. El Gobierno de la Nación tendrá en ese momento dos vías, sólo dos:
continuar el camino (para los sublevados, un comino) del Tribunal
Constitucional o adoptar medidas ejecutivas dentro de la Ley. O las dos juntas.
Casimiro García Abadillo, ducho en dirigir periódicos y en escribir libros
precoces sobre la “guerra santa”, apuntaba tres fórmulas para la segunda
opción: Estado de Excepción, Ley de Seguridad Nacional (aprobada en 2015, con
mayoría absoluta del PP, pensando en prevenir situaciones como la actual) o
Artículo 155 de la Constitución Española. Mi colega se inclinaba por dar más
viabilidad a la segunda, que para eso es la de concepción más “ad hoc”. Ésta
permitiría —la verdad es que no sé cómo— arrebatar a la Policía Autónoma su
dirección. Sería como un 155 atenuado, que recuerda el consejo dado por García
Margallo siendo ministro de Exteriores al presidente de que aplicara dicha
norma durante 24 horas, sólo para retirar las urnas el 9-N.
La primera senda, que sería más
de lo mismo, está ampliamente superada por la permanente traición a la
democracia a la que, por desgracia, nos tienen ya acostumbrados los del asedio
acústico al Jefe del Estado. En todo caso, es un medio meramente nominal, y el
7 de septiembre es una fecha muy concreta y muy próxima. “No habrá referéndum”,
hemos oído y seguimos oyendo una y otra vez de boca del titular del Ejecutivo y
de su mano derecha. Ésta, que convive con el primero en el mismo complejo
físicamente, es responsable del Centro Nacional de Inteligencia, por decisión
de su superior. El centro en cuestión tiene, desde que Zapatero lo sacó de
Defensa, un carácter mixto, pero su personal sigue debiendo mucho a su anterior
impronta netamente militar. Lo fundó el almirante Luis Carrero Blanco, sobre el
que la CIA tenía mucho que informar en su momento. La procedencia del documento
que, en tres fases, ha dado a conocer primero y reproducido después El
Periódico de Cataluña es inequívoca. Igual que dentro del Centro Nacional de
Contraterrorismo (NCTC por sus siglas en inglés) norteamericano las actuaciones
exteriores corren de cuenta de la CIA, dentro de su homólogo español, CITCO
(Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado), los
informes procedentes del exterior los procesa el CNI. El rotativo de Asensio
hijo ha sido blanco de los vilipendios lanzados por los tres embusteros que negaron
lo finalmente evidente, tildándolo de diario que escribe “al dictado”. Y se
preguntaba uno de los mendaces “¿pero de quién?”. Que no le quepa duda, en esta
ocasión el “garganta profunda” es alguien que pretende contrapesar el golpe de
estado catalán (Guerra dixit, insisto). La fuente, que lógicamente el director
del medio protege y no revelará, ha de ser alguien que sabe lo que España se
juega entre el 7 de septiembre y el 2 de octubre de 2017. Y que ha visto cosas
que no le dejan dormir mientras no sea de dominio público cuanto él sabe sobre
lo ocurrido semanas antes en uno de los parajes más hermosos de nuestra Patria.
Muy interesante y lleno de claves, como decía el subtítulo de aquélla famosa revista de humor: "La revista más audaz para el lector más inteligente".
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