La gran batalla secesionista
consiste, básicamente, en hacernos creer, o mejor percibir, que Cataluña es el
ombligo del mundo. O sea, que estamos ante una contienda informativa. Comprendo
que para mis colegas, en un tiempo de periodismo en papel y tiempo continuo y
competencia desbocada, el asunto catalán —los independistas preferirían que le
llamáramos “cuestión”, que viste más— acapare la atención general. Pero cuanto
más tiempo dediquemos a un litigio que chocó en las paredes de lo irreductible
hace más de un siglo más combustible repostaremos en los depósitos de un
nacionalismo ciego por antonomasia como es cualquier movimiento antihistórico.
Y los regionalismos exacerbados —todos, en potencia— lo son en grado sumo.
En términos fotográficos,
podríamos hablar de “enfoque automático”. A los aficionados consumados, no
digamos a los profesionales, les gusta disponer de enfoque manual, porque el
“AF hace lo que quiere”. Para contrarrestar la obsesión catalana, que hoy por
hoy es un problema sub iudice, podríamos
hablar de muchas otras cosas de la misma o mayor entidad y que deberían
preocuparnos al menos tanto como los melindres de una comunidad demasiado
mimada. Como por ejemplo, la matanza en la iglesia baptista de Estados Unidos
(que se une a otras muchas en una ola cuya raíz ha puesto de relieve el
presidente Trump al denunciar el fracaso de las políticas progresistas en salud
mental, porque las armas no se disparan solas). O la tragedia que para los
españoles sigue suponiendo la muerte de trescientos inocentes no nacidos cada
día. O la escalada de tensión en Corea del Norte y un radio de acción que ya
alcanza al suelo norteamericano. O la subida de la luz un 12 por ciento y la
inminente del petróleo tras el arresto de once miembros de la familia real
saudí por orden del príncipe heredero. O la inoculación del veneno diabólico
que cada Día de Todos los Santos se cuela en las alcobas de nuestros niños y
adolescentes como antes lo hizo el humo de Satanás en la mismísima Iglesia
Católica (Pablo VI dixit).
Pero ya que lo que nos rodea en
este momento como españoles es la invasión del particularismo territorial con
sesgo catalán y permanente campaña rupturista, traigo a colación el caso de
Jesús, otro miembro de mi gremio que fue vencido por el cáncer de colon hace
sólo unos días, sin que la enfermedad le diera tiempo de ver publicado su libro
en el que vertió sus vivencias al hilo de las carreras en las que participaba.
Porque Jesús, que fue periodista durante tres décadas, sentía pasión por el
deporte. La historia completa la tienen en un reportaje de El confidencial. Y viene su caso a cuento de la idea que lo preside
en los titulares: “Si viviera en Euskadi me habría salvado”. Donde ponemos
Vascongadas podríamos escribir Navarra, La Rioja o Valencia. Lo cierto es que
éstas son las únicas regiones que llevan a cabo programas de detección precoz
de este tipo de cáncer. Los números los da la Asociación Española Contra el
Cáncer, y son aplastantes. La prueba cuesta dos euros, y tratar a los enfermos
saldría por 65 millones, cuando en la actualidad pasa de mil. ¿Por qué no se
extiende este plan a toda España? Eso quisiera yo saber. A Jesús ya no le
servirá, pero a los 41.000 diagnosticados anuales podría devolverles la vitalidad.
Salvando las distancias, yo mismo, diabético, he de aprovisionarme de
medicamentos si quiero pasar más de veinte días fuera de mi comunidad autónoma,
porque la tarjeta sanitaria no sirve fuera. Antes pertenecíamos a un “Sistema
Nacional de Salud”, que ya ha desaparecido de dicho documento, como si se
tratara de un país diferente (Andalucía). Lo mismo sucedió con el INEM
(Instituto Nacional de Empleo), el Instituto Nacional de Meteorología o el
Instituto Nacional de Industria. Aún nos quedan —esperemos que, después del
golpe separatista, duren mucho— Radio Nacional de España y, extrañamente, el
Instituto Nacional de Estadística.
Lo cierto es que el término
“nacional” ha ido desapareciendo de la nomenclatura nacional, sustituido en el
mejor de los casos por “estatal”. Ya se sabe que el concepto de nación es
discutido y discutible, según aquella eminencia del Derecho que estaremos
pagando vitalicia y copiosamente como ex presidente del Gobierno “del Estado”.
Mientras lo español se replegaba a la guarida mostrenca y burocrática del
Estado, los catalanes iban ganando espacio en la institución de su
“nacionalidad” (empezando, un ya lejano día, por el Museo “Nacional” de Arte).
Lo peor es que el PSOE sigue en sus trece, confundiendo federalismo con liga de
naciones con sus correspondientes estados, que es lo que Sánchez y compañía no
se cansan de presentar como panacea, para apuntalar al PSC y recuperar sus
votos perdidos.
Coda: Olvidé dos instancias que conservan, de momento, la "nacionalidad" española: Renfe y la Policía Nacional. Pero que no caigan en la cuenta los timoratos, que nos ponen Red Estatal de Ferrocarriles Españoles y Policía del Estado antes de que cante un gallo.
Coda: Olvidé dos instancias que conservan, de momento, la "nacionalidad" española: Renfe y la Policía Nacional. Pero que no caigan en la cuenta los timoratos, que nos ponen Red Estatal de Ferrocarriles Españoles y Policía del Estado antes de que cante un gallo.
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