Los periodos de la vida, que
historia son, se pueden releer, tratar, exaltar o minimizar. Pero nunca se
pueden borrar. Los 39 años de franquismo que España gozó para unos y sufrió
para otros ocupan otros tantos de biografía para los más veteranos del lugar y
en todo caso su herencia forma parte, guste o no, de nuestra propia
personalidad individual y colectiva. Y de nuestra edad, sea la que sea. Las
naciones nunca parten de la nada. Esto vale para nuestra Patria, pero también
para pueblos y tierras que, como la antigua Unión Soviética, se sitúan,
teóricamente, en las antípodas de esos 39 años ampliables cuantos queramos
hasta nuestros días.
El franquismo, como corresponde
al régimen político y al estilo social que precedió a los actuales, no se puede
erradicar. Conviene, desde luego, conocerlo cada día mejor, y honrar a quienes
antaño no tuvieron de los vencedores en la terrible guerra que dio lugar a ese
tiempo los honores merecidos. Pero nada más. Suprimir por ley (de Memoria Histórica)
o por el simple deseo de quienes se consideran albaceas de los vencidos toda
una etapa de nuestro pasado que tanto ha influido en nuestro presente es,
llanamente, un acto de lesa verdad. Y este tipo de traiciones a la realidad
acaban siendo siempre justicieros.
Treinta y nueve años son toda una
vida. De aquel lapso forman parte generaciones de españoles que jugaron en las
calles, aprendieron en las escuelas y universidades, trabajaron en fábricas y
oficinas, se enamoraron y se casaron, soñaron con formar familia y a menudo la
tuvieron numerosa, y en todo momento lucharon por desterrar de sus mentes la
más atroz peripecia de odios cainitas que se pueda imaginar. Cierto día, muchos
años después, Franco le confió a su primo y secretario que “una guerra civil es
lo peor que le puede suceder a un país”. En pleno despertar de las libertades
que le siguieron, el editor de Diario 16 —nada sospechoso de continuista— encomendó
al grupo musical onubense Jarcha una especie de himno a los aires nuevos. Hoy,
“Libertad sin ira” rechina. Y no precisamente por su talante “revolucionario”:
“Pero yo sólo he visto gente muy obediente hasta en la cama. Gente que sólo
quiere su pan, su hembra y la fiesta en paz.” Y alargaba el solista la “aaaaz”.
Hoy sería casi motivo de procesamiento por machismo. Pero entonces respondía a
lo que el pueblo español ansiaba: libertad en paz.
Recién acabada la guerra, el
orden era el inverso, como es natural: paz y libertad. Conforme se fue
consolidando la paz se fue olvidando la libertad, que en los años republicanos
había sido sistemáticamente utilizada para destruir a la primera. Lo cierto es
que el denostado —y prohibido— franquismo arrancó de una crudelísima guerra
civil y agonizó en brazos de un país pacificado. Esto, evidentemente, algunos
nunca se lo perdonarán.
Treinta y nueve años, amén de ser
una vida, dan para mucho, bueno, malo y regular. Lo importante es qué dejan
para la posteridad. Que 42 años después sigamos ajustando cuentas de entonces
es muy significativo de hasta qué punto lo que importa no es el franquismo,
superarlo con altura de miras y afán constructivo, sino disimular el gran
fracaso histórico mundial de la izquierda revolucionaria que es la que sigue,
dos generaciones más tarde, rompiendo la unidad nacional que forjó el espíritu
de los Reyes Católicos, tan lejos y tan cerca de nuestra actualidad. Aquella
“Unión de Reinos” que, por primera vez en nuestra historia, anteponía la comunidad
de intereses en el bien común a cualquier otra consideración, es lo que sigue
estando en el punto de mira de los uniformadores de opinión pública. No el
franquismo.
Recomiendo a quienes no se casan
con nadie la lectura de los libros del eximio historiador Luis Suárez sobre los
Reyes Católicos y sobre Franco. Son difícilmente emulables en cuanto a
documentación y conocimiento de la materia. Los seis tomos en torno al Caudillo
se acercan a las cinco mil páginas, con unas sabrosas notas que a menudo no
tienen desperdicio. Suárez fue represaliado por el Gobierno de Zapatero, de
cuya financiación dependen las academias, por escribir en la obra sobre
personajes contemporáneos que preparaba la de San Fernando que el régimen de
Franco empezó siendo una dictadura personal pero evolucionó (adecuadamente)
hasta convertirse en un sistema autoritario.
Acaba de expirar Carmen Franco
Polo, la única hija del que fuera Jefe del Estado durante casi cuatro décadas.
Vuelvo a las sugerencias: lean un reportaje de Nieves Herrero en El Mundo y una
carta de Francisco Franco Martínez-Bordiú
(hijo de la finada) en el ABC. Ahí es donde está la verdad histórica, no en el
sectarismo vengativo de ningún mindundi.
Por cierto, que de no ser porque
tenemos un gran Rey —la fortuna no siempre iba a sernos adversa— con el arrojo
necesario para intervenir cuando ha sido ineludible, seguimos siendo ciudadanos
de España. Porque si en vez del Borbón repuesto en el trono por el Generalísimo
tuviéramos hoy un presidente de la República otra vez (un Rajoy, verbi gracia)…
prefiero no pensarlo.
Hay que sentirse verdaderamente libre e independiente frente a los dictados de la moda de lo políticamente correcto y, frente al mandarinato cultural de la izquierda más sectaria y, por supuesto, carecer de los complejos intelectuales y morales de gran parte de la derecha y centro democráticos, para atreverse a decir en voz alta lo que nos dice el articulista. Valor no le falta.
ResponderEliminar"La verdad ni teme ni ofende." (Lema o consigna de Prensa y Propaganda)
ResponderEliminarMás razón que un santo
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