Contaba el periodista Luis
Herrero con motivo del fallecimiento de Adolfo Suárez una “anécdota” de esas
que marcan la historia y que él conoció de primera mano. Hijo de un personaje
clave en la recta final del franquismo (Fernando Herrero Tejedor), oyó referir
en casa a menudo cómo fueron los primeros pasos en política del que llegaría a
ser el presidente de la transición. Como siempre que los hechos domésticos
determinan el destino de las colectividades, hubo una mujer de por medio, la
esposa del entonces gobernador civil de Ávila. Imagínense los secretos oficiales
que una persona así debía de intuir si no conocer. La conseja es la siguiente:
Un día, al salir de misa, el matrimonio Herrero-Algar se encontró con un joven
y apuesto muchacho a quien el futuro fiscal del Supremo apenas conocía. Se
saludaron, y tras ello, Joaquina Algar, señora de Herrero, comentó a su marido
(es de suponer que asiéndole con firmeza femenina del brazo y al oído): “Fernando,
este chico te conviene. Es educado y va a misa. Además, es guapo”. Adolfo
Suárez González, hasta entonces un oscuro estudiante de Derecho, falangista y
cercano a la Acción Católica (después al Opus Dei), es nombrado secretario
personal del gobernador, y a partir de ahí, su sombra hasta que llega, a
instancias de su jefe, a la Vicesecretaría General del Movimiento. Antes,
ocuparía el Gobierno Civil de Segovia y la Dirección General de Radiodifusión y
Televisión entre mayo del 69 y junio del 73. Ahí tuvo un papel decisivo en el
“acercamiento” de los Príncipes al pueblo español. Y finalmente, se convertiría
en ministro secretario general del Movimiento hasta el 6 de julio de 1976, bajo
la presidencia de Arias Navarro. De allí pasó a la Presidencia del Gobierno.
¿Y a qué viene este largo
compendio cronológico en torno a un encuentro dominical en aquella España
provincial y provinciana? Pues al poder político de la seducción, que sigue hoy
tan flamante como hace medio siglo. Y si no, examinemos por encima el fenómeno
“Arrimadas”. Porque los sesudos analistas de la situación suelen quedarse en la
cáscara, que es la correlación de fuerzas y las encuestas sobre siglas y
partidos. Inés Arrimadas, que es la gran vencedora del estado de opinión
actual, reúne, en mujer, todos los atributos (ignoro si va a misa) que doña
Joaquina Algar descubrió en tiempo real al vislumbrar la figura de un ambicioso
conquistador de voluntades cuyo abundante y bien peinado pelo negro convenció a
los españoles de que él era el mejor piloto para los tiempos que se avecinaban.
Esta jerezana —y a mucha honra— de
Cataluña y sobre todo, mujer de bandera para España, es, en el mejor de los
sentidos, como lo era Suárez, una gran seductora. Su poder de encandilamiento
ha desplazado al de su superior —ojito, Inés—, que, por supuesto, también
desempeña un papel de orden moderno, de corrección de toda la vida, proyectada
al porvenir y no al pasado. Exactamente lo mismo que proclamaba Suárez con su
presencia y con su acento de vocalista de los coros rusos con el punto justo de
afonía que demandaba el pueblo.
Observen la indumentaria, el
peinado, la expresión facial, el tono de las frases, hasta esa voz ligeramente
cascada pero incombustible que los días 6 y 7 de septiembre, y los que les han
seguido, ha puesto en el Flandes traidor del Parlament la pica de las ideas
claras y de la aún más diáfana vocación de españolidad de quien ha resultado
representar a la mayoría de los catalanes.
Sí, Arrimadas es la sucesora de
Suárez. Mejor dicho, de ese mix que forman en el imaginario común de los
españoles Adolfo Suárez y Felipe González. No se ha derribado el sistema. Se ha
venido abajo el bipartidismo, y las arenas movedizas que nos tenían atrapados
por las pantorrillas en la mediocridad más cobarde. Ha sido salir Arrimadas a
la palestra colapsada por Independilandia y comprobar con inmensa esperanza que
no estaba todo perdido, que el futuro es posible y está aquí. Esa sensación,
netamente sentimental, es la que ha dado el gran vuelco al arco parlamentario nacional
en los últimos sondeos. Y ésta sí que es la nueva transición, no la de los
comunistas —llámense como se llamen— que, nuevamente, como en la transición
anterior, son más temidos que apoyados (ellos se lo buscan).
Adolfo Suárez infundió en los
españoles confianza. E Inés Arrimadas igual. Sería una magnífica presidenta del
Gobierno de España, ya que no lo va a ser de Cataluña.
(Publicado en las nueve cabeceras del Grupo Joly el 3 de febrero de 2018)
Sagaz percepción del espíritu del tiempo en un presente lleno de incertidumbre.
ResponderEliminarMagnífico artículo, pleno de verdades y carácter en los puntos referidos.
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