sábado, 21 de julio de 2018

EL PP RECUPERA LA MEMORIA

Había pensado escribir artículos con títulos como “Carta apócrifa de un ciudadano perdido” o “Son la LMH y la ideología de género la nueva Constitución española? Pero ya no recordaba que hoy el Partido Popular elegía entre más de lo mismo o reencontrarse consigo mismo. El móvil —me rindo, es el nuevo periódico— me ha traído la esperanza. Con ese sabor refrescante, incluso redentor, que da lo inesperado a las buenas noticias. Sinceramente, creo que a los españoles de buena voluntad nos ha tocado la lotería.
Pablo Casado va seguido a menudo de Adolfo Suárez Illana. Y no es por casualidad. El heredero de aquel presidente que sembró la ilusión y la confianza en los españoles convencidos de que sin Franco no podía haber franquismo, el que quiso ser torero y ya sabe, por tanto, desde joven de fracasos no sólo taurinos —tal vez de ahí le venga el pelo precozmente blanco en el hijo de quien conquistó España bajo un macizo azabache impolutamente peinado y fijado— sigue al nuevo presidente de la derecha española como un suplente. Quien no estaba ayer, ni se le esperaba, era Arenas, el gran perdedor de elecciones, ahora como padrino, que también peina canas desde hace tiempo y calza, como yo, barriguita cervecera. Y es que el templete de la Cruz del Campo sevillana marca, sobre todo como estación del vía crucis que dio lugar a la Semana Santa.
Yo pensaba escribir, precisamente, de la obsesión socialista por desenterrar muertos de camino que se entierran puestos de trabajo. Quería advertir de la amenaza cierta del totalitarismo sovietizante, que está a la vuelta de la esquina de la calle San Luis, donde mismo ardieron en una noche tres iglesias, al costado de la tumba de Queipo de Llano. La Macarena no fue pasto de las llamas porque la habían escondido en un cajón y después en un sótano de una calle muy lejana. El cajón se puede ver, junto a unas espeluznantes fotografías, en el museo de la Hermandad. Y quería hablar también de la torpeza de quien intenta exhumar restos sin permiso de sus familiares ni de los custodios de ellos, basándose en un pleito ganado por unos familiares que lograron sacar a cuatro de los 33.872 sepultados bajo la cruz de Cuelgamuros.
Pero no merece la pena. El futuro está en los valores, algo que algunos no podrán comprender nunca, dada su inmadurez perpetua y su alto grado de dependencia del resentimiento. Y los valores, desde hace unas horas, vuelven a estar en el partido que ganó las últimas elecciones. No hay más que ver el gran titular del periódico de la progresía socialista para darse cuenta de que algo muy gordo ha cambiado en el Partido Popular desde que Rajoy fue defenestrado por los amigos de esa media España que no existe sino en sus contusionadas imaginaciones. No hay medias Españas. Hay una sola, que ayer recuperó el pulso, la sístole y la diástole de un debate abierto de ideas claramente postuladas. De la anemia ideológica se ha pasado al programa concreto, certero, identificable, distinto: Libertad, Familia, Vida, Distensión Fiscal, Unidad nacional. Y lo demás, que sean racimos que nazcan de esta parra.
Era exactamente lo que España necesitaba en este momento, además de un líder que transmitiera vivencia de todos ellos; es decir, de una familia, él, ella y dos niños, que supongan para quienes les contemplan un porvenir envidiable para el mar de votantes en potencia que, con estos mimbres, sin duda se aproxima.
El curriculum político de Casado se ajusta perfectamente a los requerimientos de un PP regenerado. Lo tiene todo. Y quienes quisieron crucificarlo con los papeles del “master” lo que han conseguido es ahondar en la tremenda crisis de solvencia de la Universidad española, manipulada hasta extremos impensables hace decenios por los caciques de cada feudo. A Cifuentes se la llevaron por delante dos tarros de crema, no su expediente académico. Baste recordar que, según la presidenta del tribunal, eso de estampar firmas de ausentes era práctica común. Por cierto, ¿lo sigue siendo? El asunto está sub iudice, aunque la manoseada opinión pública ya emitió su dictamen al dictado en cuestión de minutos.
Pablo Casado ingresó en el PP con 22 años, siendo estudiante de Derecho. Fue presidente de Nuevas Generaciones, diputado en la Asamblea de Madrid, jefe de Gabinete de un Aznar declinante y ya fuera de la Moncloa desde hacía cinco años, vicesecretario de Comunicación de Rajoy para lidiar con la Prensa en los primeros momentos de la ola de corrupción (“¡Estamos hasta las narices!”, exclamó en una rueda de prensa). Tiene 37 años. Esperanza Aguirre le puso como condición para que fuera diputado acabar la carrera (licenciatura de cinco años). Después, cursó el master que, dicho sea de paso, es una inutilidad en esta Universidad nuestra. Ha vencido a Soraya Sáenz de Santamaría limpiamente, partiendo de una posición sumamente competitiva, cual es no haber metido la pata ni abdicar de ningún valor sustancial. Porque ha visto lo que ha pasado: que el PP ha perdido el Gobierno sin perder las elecciones y con un nivel de corrupción muy inferior al de otros partidos porque cuando tuvo mayoría absoluta se olvidó de esos ideales que ahora Pablo Casado rescata, dándoles nuevos bríos juveniles. Le queda recuperar los tres millones de votos que la amnesia ideológica se dejó perdidos por el camino. Suerte, vista… y al toro.

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