lunes, 24 de septiembre de 2018

CERCADILLAS, MEZQUITA-CATEDRAL E IZQUIERDA ILUSTRADA


El 17 de mayo de 1991, el diario CÓRDOBA recogía un informe-denuncia del Seminario de Arqueología de Filosofía y Letras en el que se describía como un «atentado gravísimo contra las señas de identidad» de la ciudad los destrozos que las obras del AVE estaban provocando en el yacimiento arqueológico de Cercadillas. Así lo recoge la página retrospectiva que tiene colgada en Internet dicho rotativo:
"Una pérdida lamentable e irrecuperable" o "un descomunal atropello" fueron solo algunas de las calificaciones con las que el Seminario de Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras denunció que las obras para la construcción de la red ferroviaria del futuro AVE habían destrozado los restos de un anfiteatro en Cercadillas. El documento fue elaborado por catedráticos y profesores y remitido a todas las instituciones cordobesas en mayo de 1991. En concreto, los hechos que denunciaban, las supuestas obras que arrasaron parte de la historia del yacimiento romano, habían ocurrido los últimos días de ese mes de abril.
Diario CÓRDOBA se hizo eco de aquel documento que los principales estudiosos del pasado histórico de la ciudad elevaron a las más altas instancias, sin que, por otro lado, pudiese hacerse ya nada para dar marcha atrás en el daño cometido. El texto de los arqueólogos advertía que se había cometido "un ensañamiento insensato y descontrolado contra las ruinas y restos arqueológicos del que en apariencia era uno de los elementos arquitectónicos más relevantes y espectaculares de la Córdoba romana, cuya destrucción no solo es una pérdida lamentable e irrecuperable desde el punto de vista científico y arqueológico, sino además un penoso desdoro para la cultura cordobesa oficial" porque a su vez "representa un descomunal atropello de las más elementales reglas destinadas a salvaguardar el patrimonio arqueológico e histórico-artístico".
En concreto, lo que habrían destruido las obras del trazado ferroviario fue "una estructura arquitectónica de gran envergadura con grandes muros de trazado curvo entre los que el mejor conservado alcanzaba al menos dos metros de ancho". La hipótesis de los investigadores es que aquella estructura perteneciera a "algunos de los edificios públicos para espectáculos de la colonia patricia, es decir, el anfiteatro, el teatro o el circo". El informe universitario se complementaba con una amplia documentación sobre las hipótesis barajadas para concretar la ubicación de algunos de los edificios romanos.
Hasta aquí lo que recuerda de aquel triste y obsceno episodio el diario CÓRDOBA. Más adelante, se sabría que lo fulminado no era un anfiteatro sino algo mucho más excepcional. Recuerdo que ante aquella noticia, entré en contacto con la institución cultural cordobesa y me fui con mi mujer hasta aquel lugar para comprobar in situ el alcance de lo sucedido. Sólo pude penetrar en algunas dependencias de lo que parecían unos restos interminables.
Cercadillas sería, con el tiempo (muy poco, porque el desaguisado se llevó a cabo a toda máquina) la mayor aberración antiarqueológica cometida en época democrática sobre unas ruinas de la Antigüedad. El palacio imperial de Maximiano, construido en los primeros siglos después de Cristo, era arrasado para que el trazado del AVE cruzara justamente —no debía de haber otro sitio en toda Córdoba— por encima y por el centro del majestuoso palatium. El cronista cordobés Paco Muñoz comparaba, veinte años más tarde, en su blog “Notas cordobesas”, el hecho con la destrucción de los “budas” en Afganistán. Si en lugar de talibanes yihadistas aquí ponemos progresismo y propaganda, los resultados son muy similares, en efecto. Para quien desee ampliar documentación, les sugiero que marquen en el buscador, además de dicho blog,  simplemente “Cercadillas arrasada” y ahí tendrán para llorar largo y tendido.
Tendrán también para desenmascarar la patraña social-comunista que pretende el monopolio de la cultura y la superioridad moral  en virtud de la cual se está intentando arrebatar a la Iglesia la mezquita de Córdoba, aunque la verdadera razón, como siempre, está en la taquilla turística. Aquel complejo imperial, posteriormente utilizado por los cristianos —tal vez de ahí lo sucedido— era único en el mundo. Como lo leen. Apenas guardaba algún parecido con el palacio de Carlomagno en Aquisgrán. Su carácter ciclópeo había mantenido su criptopórtico y muchos de sus muros prácticamente intactos durante dos mil años. Era un testimonio de los estertores imperiales de una Hispania que había servido de refugio a Maximiano. Pero aquellos romanos constructores cometieron el gran error de no tener en cuenta que unas autoridades democráticas, devoradas por el electoralismo y amparados en la ignorancia generalizada, necesitarían, a las alturas del siglo XX, de aquellos terrenos para hacer pasar por ellos un vehículo que desafiase a Mercurio al volar sobre botas en forma de raíles alados. Todo velocidad, todo comercio, todo negocio contra el reloj de arena de la sabiduría. Los descendientes de aquellos hispanos bautizarían a esta cadena de cuadrigas de acero con el adecuado nombre de “AVE”, pero no Ave Fénix, sino ave migratoria, que conduciría a los habitantes de la Bética a Madrid, capital del imperio de la mugre okupa pero último reducto de empleo en una Iberia lastimosamente arruinada.
Arruinada, por abandonada, estaba la pequeña ciudad de Cercadillas, cuya recreación virtual tienen ustedes en dicha web, cuando la izquierda, siempre triunfante tras lavar el cerebro a las multitudes, gobernaba en España, en Andalucía y en Córdoba. Aquella tripleta social-comunista arrasó Cercadillas, hizo pasar el AVE exactamente por la gran sala basilical del palacio, cruzando el ábside por su centro, perforando muros, horadando pavimentos, haciendo irrecuperable un monumento universalmente sinigual.  ¿Se imaginan ustedes algo así en Medina Azahara, que salvo el lujoso salón del trono y poco más también está casi a ras del suelo? Pero el palacio de Maximiano tuvo la mala suerte de no ser árabe, incluso de haber sido necrópolis cristiana y hasta sede del abad Sanson, de quien apareció su anillo, o santuario mandado construir por el obispo Osio en honor de San Acisclo, usos para los cuales fue construido según diversas tesis científicas. Ahí es nada. Tal vez por eso la Unesco de Mayor Zaragoza no lo declaró patrimonio de la Humanidad, lo cual lo hubiera protegido hasta de las cagadas de las palomas.
Aquella izquierda ilustrada, que como buena progre es la misma que la de ahora, destruyó Cercadillas mientras volcaba presupuestos en incrustar nueva arquitectura en viejos monumentos desamortizados, como por ejemplo la Cartuja de Sevilla convertida en parque temático de la Expo. ¡Oh!, la Expo. Todo por la Expo. Felipe quitó a Olivencia, un ilustrado, para poner a Pellón, un tecnócrata. Y en Córdoba, alguien en Madrid dijo “avanti con el ave”, y cayeron piedras milenarias arrastradas por la nueva ruina, la de la Exposición Universal. ¿Se imaginan que esto lo hubiera hecho la derecha? La crucifixión hubiera estado garantizada, aunque lo más probable es que no hubiera sido necesaria porque de inmediato el masoquismo conservador español se hubiera autoflagelado, ahorrándole la tarea a los otros.
Cuando el palacio de Maximiano o el abacial de Sanson fue vencido por la necedad y la estulticia interesadas  que forman parte de la configuración preponderante en la edad contemporánea española, una joven llamada Carmen Calvo, nacida y criada en Cabra (como Solís, ella también es egabrense), hacía cuatro años que había presentado su tesis doctoral en la Universidad de Córdoba, tras estudiar la carrera en la de Sevilla. Eligió de tema el derecho de enmienda en el parlamentarismo europeo, y su conclusión, groso modo, era que los ejecutivos tenían ante sí un camino expedito para crecer en detrimento de las cámaras legislativas. Es lo que está pasando con ella de vicepresidenta de un equipo que gobierna a golpe de decretos leyes. Aprendió bien la lección que le sirvió para acceder a una plaza de profesora en dicha universidad. Cuando abandonó el instituto Aguilar y Eslava de Cabra todavía estaba fresco en la memoria sentimental de muchos paisanos suyos el dolor por el bombardeo republicano que arrasó algo más que Cercadillas: la plaza de abastos a media mañana, dejando el pueblo sembrado de cadáveres y mutilados. Cuando, gracias a la transición y a la clase media, se implantó la democracia, Cabra votó masivamente a la derecha. Ahora no sé.
La actual vicepresidenta y el actual ayuntamiento de izquierdas quieren quitarle la mezquita-catedral al Cabildo eclesiástico cordobés. Ya borró los vestigios episcopales del cristianismo incipiente. Ahora la Junta acaba de abrir un “yacimiento arqueológico” visitable en el lugar, aunque no sé cómo va a disimular el brutal expolio de hace veintisiete años, cuando un alcalde comunista, un presidente del Gobierno socialista y un presidente de la Junta socialista también, promovieron y después silenciaron el atentado cultural. Por cierto, el actual ministro de Cultura también andaba ya por los aledaños de las responsabilidades de gobierno en Andalucía, desde su Almería natal, que, como se sabe, votó no al Estatuto que la incluía en la comunidad autónoma, a pesar de lo cual él fue más adelante director general de Bienes Culturales (antes y en realidad monumentos histórico-artísticos) de la Junta. Lo digo por aquello de la memoria histórica.
He retornado mentalmente a Cercadillas a raíz del escándalo por la supuesta tesis de Sánchez, porque tras la degradación intelectual que venimos sufriendo en España desde que los socialistas impusieron submodelos educativos y se permitieron arramplar con lo que fuera necesario como ocurriera en el ejemplo cordobés no hemos hecho sino degenerar, que decía el torero aquel. Socialistas y comunistas (después el alcalde transemigró al PSOE) se mancharon las manos, las mismas de las que ahora presumen para “desamortizar” la mezquita, devastando edificios milenarios y un “unicum” en el mundo con tal de apuntarse el tanto del tren de alta velocidad. Sólo hablaron la Universidad (de entonces) y la Academia (de entonces). Poco a poco, hemos ido asistiendo a una demolición menos visible pero más irreversible todavía, hasta llegar a universidades que conceden sobresalientes cum laude a doctorandos plagiadores que llegan a presidentes del Gobierno. Claro.

3 comentarios:

  1. Angel: Muchas gracias por su artículo. Brillante en el contenido y elegante en la forma. No recuerdo nada de ese desgraciado destrozo. Por aquellas fechas de los noventa, todavía residía en Madrid, aunque me interesaba por las cosas de mi tierra. Pero, de este suceso, no creo haber oído, ni leído, nunca nada, absolutamente nada. No menciona en su brillante artículo si la derecha alzó la voz ante tal barbarie. Quizá, en aquella época, estaban ya instalados cómodamente en la "consejería de la oposición". ¿Me equivoco? Gracias, de nuevo.

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    1. Estimado comunicante. Me gustaría, vía correo naturalmente, conocer su identidad, pues su refinada carta lo merece. No, no me consta que la derecha moviera un dedo. Tal vez no viera votos en ello. O puede que me equivoque y sí que "tomara partido". Si así fuese, agradecería cualquier aclaración.
      Y créame, aunque vivamos el momento grande de las noticias falsas, no me he inventado una coma.
      Gracias a usted por escribir.

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  2. Tanto en el susodicho seminario como en el diario Córdoba hubo a lo mejor bastante hipocresía, porque esto de Cercadilla fue lo más parecido a un juego en el que todos ganaban de alguna forma. El resultado, veintisiete años después, es un yacimiento excepcional destruido y un ministro de exteriores y otro de cultura actuales que algo tuvieron que ver con eso. Y lo sé de primera mano, porque fui uno de los arqueólogos de aquel equipo de excavación.

    Enrique García Vargas

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