El 17 de mayo de 1991, el diario CÓRDOBA recogía un
informe-denuncia del Seminario de Arqueología de
Filosofía y Letras en el que se describía como un «atentado gravísimo contra
las señas de identidad» de la ciudad los destrozos que las obras del AVE
estaban provocando en el yacimiento arqueológico de Cercadillas. Así lo recoge
la página retrospectiva que tiene colgada en Internet dicho rotativo:
"Una pérdida lamentable e irrecuperable" o "un
descomunal atropello" fueron solo algunas de las calificaciones con las
que el Seminario de Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras denunció
que las obras para la construcción de la red ferroviaria del futuro AVE habían
destrozado los restos de un anfiteatro en Cercadillas. El documento fue
elaborado por catedráticos y profesores y remitido a todas las instituciones
cordobesas en mayo de 1991. En concreto, los hechos que denunciaban, las
supuestas obras que arrasaron parte de la historia del yacimiento romano,
habían ocurrido los últimos días de ese mes de abril.
Diario CÓRDOBA se hizo eco de aquel documento que los
principales estudiosos del pasado histórico de la ciudad elevaron a las más
altas instancias, sin que, por otro lado, pudiese hacerse ya nada para dar
marcha atrás en el daño cometido. El texto de los arqueólogos advertía que se
había cometido "un ensañamiento insensato y descontrolado contra las
ruinas y restos arqueológicos del que en apariencia era uno de los elementos
arquitectónicos más relevantes y espectaculares de la Córdoba romana, cuya
destrucción no solo es una pérdida lamentable e irrecuperable desde el punto de
vista científico y arqueológico, sino además un penoso desdoro para la cultura
cordobesa oficial" porque a su vez "representa un descomunal
atropello de las más elementales reglas destinadas a salvaguardar el patrimonio
arqueológico e histórico-artístico".
En concreto, lo que habrían destruido las obras del trazado
ferroviario fue "una estructura arquitectónica de gran envergadura con
grandes muros de trazado curvo entre los que el mejor conservado alcanzaba al
menos dos metros de ancho". La hipótesis de los investigadores es que
aquella estructura perteneciera a "algunos de los edificios públicos para
espectáculos de la colonia patricia, es decir, el anfiteatro, el teatro o el
circo". El informe universitario se complementaba con una amplia
documentación sobre las hipótesis barajadas para concretar la ubicación de
algunos de los edificios romanos.
Hasta aquí lo que recuerda de aquel triste y obsceno episodio
el diario CÓRDOBA. Más adelante, se sabría que lo fulminado no era un
anfiteatro sino algo mucho más excepcional. Recuerdo que ante aquella noticia,
entré en contacto con la institución cultural cordobesa y me fui con mi mujer
hasta aquel lugar para comprobar in situ el alcance de lo sucedido. Sólo pude
penetrar en algunas dependencias de lo que parecían unos restos interminables.
Cercadillas sería, con el tiempo (muy poco, porque el desaguisado
se llevó a cabo a toda máquina) la mayor aberración antiarqueológica
cometida en época democrática sobre unas ruinas de la Antigüedad. El palacio
imperial de Maximiano, construido en los primeros siglos después de Cristo, era
arrasado para que el trazado del AVE cruzara justamente —no debía de haber otro
sitio en toda Córdoba— por encima y por el centro del majestuoso palatium. El cronista cordobés Paco
Muñoz comparaba, veinte años más tarde, en su blog “Notas cordobesas”, el hecho
con la destrucción de los “budas” en Afganistán. Si en lugar de talibanes
yihadistas aquí ponemos progresismo y propaganda, los resultados son muy
similares, en efecto. Para quien desee ampliar documentación, les sugiero que
marquen en el buscador, además de dicho blog, simplemente “Cercadillas arrasada” y ahí tendrán
para llorar largo y tendido.
Tendrán también
para desenmascarar la patraña social-comunista que pretende el monopolio de la
cultura y la superioridad moral en
virtud de la cual se está intentando arrebatar a la Iglesia la mezquita de
Córdoba, aunque la verdadera razón, como siempre, está en la taquilla
turística. Aquel complejo imperial, posteriormente utilizado por los cristianos
—tal vez de ahí lo sucedido— era único en el mundo. Como lo leen. Apenas guardaba
algún parecido con el palacio de Carlomagno en Aquisgrán. Su carácter ciclópeo
había mantenido su criptopórtico y muchos de sus muros prácticamente intactos
durante dos mil años. Era un testimonio de los estertores imperiales de una
Hispania que había servido de refugio a Maximiano. Pero aquellos romanos
constructores cometieron el gran error de no tener en cuenta que unas autoridades
democráticas, devoradas por el electoralismo y amparados en la ignorancia
generalizada, necesitarían, a las alturas del siglo XX, de aquellos terrenos
para hacer pasar por ellos un vehículo que desafiase a Mercurio al volar sobre
botas en forma de raíles alados. Todo velocidad, todo comercio, todo negocio
contra el reloj de arena de la sabiduría. Los descendientes de aquellos
hispanos bautizarían a esta cadena de cuadrigas de acero con el adecuado nombre
de “AVE”, pero no Ave Fénix, sino ave migratoria, que conduciría a los habitantes
de la Bética a Madrid, capital del imperio de la mugre okupa pero último
reducto de empleo en una Iberia lastimosamente arruinada.
Arruinada, por
abandonada, estaba la pequeña ciudad de Cercadillas, cuya recreación virtual
tienen ustedes en dicha web, cuando la izquierda, siempre triunfante tras
lavar el cerebro a las multitudes, gobernaba en España, en Andalucía y en
Córdoba. Aquella tripleta social-comunista arrasó Cercadillas, hizo pasar el
AVE exactamente por la gran sala basilical del palacio, cruzando el ábside por
su centro, perforando muros, horadando pavimentos, haciendo irrecuperable un
monumento universalmente sinigual. ¿Se imaginan
ustedes algo así en Medina Azahara, que salvo el lujoso salón del trono y poco
más también está casi a ras del suelo? Pero el palacio de Maximiano tuvo la
mala suerte de no ser árabe, incluso de haber sido necrópolis cristiana y hasta
sede del abad Sanson, de quien apareció su anillo, o santuario mandado
construir por el obispo Osio en honor de San Acisclo, usos para los cuales fue
construido según diversas tesis científicas. Ahí es nada. Tal vez por eso la
Unesco de Mayor Zaragoza no lo declaró patrimonio de la Humanidad, lo cual lo
hubiera protegido hasta de las cagadas de las palomas.
Aquella
izquierda ilustrada, que como buena progre es la misma que la de ahora,
destruyó Cercadillas mientras volcaba presupuestos en incrustar nueva
arquitectura en viejos monumentos desamortizados, como por ejemplo la Cartuja
de Sevilla convertida en parque temático de la Expo. ¡Oh!, la Expo. Todo por la
Expo. Felipe quitó a Olivencia, un ilustrado, para poner a Pellón, un
tecnócrata. Y en Córdoba, alguien en Madrid dijo “avanti con el ave”, y cayeron
piedras milenarias arrastradas por la nueva ruina, la de la Exposición
Universal. ¿Se imaginan que esto lo hubiera hecho la derecha? La crucifixión
hubiera estado garantizada, aunque lo más probable es que no hubiera sido
necesaria porque de inmediato el masoquismo conservador español se hubiera
autoflagelado, ahorrándole la tarea a los otros.
Cuando el
palacio de Maximiano o el abacial de Sanson fue vencido por la necedad y la
estulticia interesadas que forman parte
de la configuración preponderante en la edad contemporánea española, una joven
llamada Carmen Calvo, nacida y criada en Cabra (como Solís, ella también es
egabrense), hacía cuatro años que había presentado su tesis doctoral en la
Universidad de Córdoba, tras estudiar la carrera en la de Sevilla. Eligió de
tema el derecho de enmienda en el parlamentarismo europeo, y su conclusión,
groso modo, era que los ejecutivos tenían ante sí un camino expedito para
crecer en detrimento de las cámaras legislativas. Es lo que está pasando con
ella de vicepresidenta de un equipo que gobierna a golpe de decretos leyes.
Aprendió bien la lección que le sirvió para acceder a una plaza de profesora en
dicha universidad. Cuando abandonó el instituto Aguilar y Eslava de Cabra
todavía estaba fresco en la memoria sentimental de muchos paisanos suyos el dolor
por el bombardeo republicano que arrasó algo más que Cercadillas: la plaza de
abastos a media mañana, dejando el pueblo sembrado de cadáveres y mutilados.
Cuando, gracias a la transición y a la clase media, se implantó la democracia,
Cabra votó masivamente a la derecha. Ahora no sé.
La actual
vicepresidenta y el actual ayuntamiento de izquierdas quieren quitarle la
mezquita-catedral al Cabildo eclesiástico cordobés. Ya borró los vestigios
episcopales del cristianismo incipiente. Ahora la Junta acaba de abrir un
“yacimiento arqueológico” visitable en el lugar, aunque no sé cómo va a
disimular el brutal expolio de hace veintisiete años, cuando un alcalde
comunista, un presidente del Gobierno socialista y un presidente de la Junta
socialista también, promovieron y después silenciaron el atentado cultural. Por
cierto, el actual ministro de Cultura también andaba ya por los aledaños de las
responsabilidades de gobierno en Andalucía, desde su Almería natal, que, como
se sabe, votó no al Estatuto que la incluía en la comunidad autónoma, a pesar
de lo cual él fue más adelante director general de Bienes Culturales (antes y
en realidad monumentos histórico-artísticos) de la Junta. Lo digo por aquello
de la memoria histórica.
He retornado
mentalmente a Cercadillas a raíz del escándalo por la supuesta tesis de
Sánchez, porque tras la degradación intelectual que venimos sufriendo en España
desde que los socialistas impusieron submodelos educativos y se permitieron
arramplar con lo que fuera necesario como ocurriera en el ejemplo cordobés no
hemos hecho sino degenerar, que decía el torero aquel. Socialistas y comunistas
(después el alcalde transemigró al PSOE) se mancharon las manos, las mismas de
las que ahora presumen para “desamortizar” la mezquita, devastando edificios
milenarios y un “unicum” en el mundo con tal de apuntarse el tanto del tren de
alta velocidad. Sólo hablaron la Universidad (de entonces) y la Academia (de
entonces). Poco a poco, hemos ido asistiendo a una demolición menos visible
pero más irreversible todavía, hasta llegar a universidades que conceden
sobresalientes cum laude a doctorandos plagiadores que llegan a presidentes del
Gobierno. Claro.
Angel: Muchas gracias por su artículo. Brillante en el contenido y elegante en la forma. No recuerdo nada de ese desgraciado destrozo. Por aquellas fechas de los noventa, todavía residía en Madrid, aunque me interesaba por las cosas de mi tierra. Pero, de este suceso, no creo haber oído, ni leído, nunca nada, absolutamente nada. No menciona en su brillante artículo si la derecha alzó la voz ante tal barbarie. Quizá, en aquella época, estaban ya instalados cómodamente en la "consejería de la oposición". ¿Me equivoco? Gracias, de nuevo.
ResponderEliminarEstimado comunicante. Me gustaría, vía correo naturalmente, conocer su identidad, pues su refinada carta lo merece. No, no me consta que la derecha moviera un dedo. Tal vez no viera votos en ello. O puede que me equivoque y sí que "tomara partido". Si así fuese, agradecería cualquier aclaración.
EliminarY créame, aunque vivamos el momento grande de las noticias falsas, no me he inventado una coma.
Gracias a usted por escribir.
Tanto en el susodicho seminario como en el diario Córdoba hubo a lo mejor bastante hipocresía, porque esto de Cercadilla fue lo más parecido a un juego en el que todos ganaban de alguna forma. El resultado, veintisiete años después, es un yacimiento excepcional destruido y un ministro de exteriores y otro de cultura actuales que algo tuvieron que ver con eso. Y lo sé de primera mano, porque fui uno de los arqueólogos de aquel equipo de excavación.
ResponderEliminarEnrique García Vargas