Carmen Monton fue una de las
pocas personas que permanecieron fieles a Sánchez cuando éste fue defenestrado
por la ejecutiva federal, aquel 2 de octubre de 2016, día de los Santos Ángeles
Custodios. Estuvo con él en aquellas horas bajas que precedieron, contra todo
pronóstico, a la más atrabiliaria etapa de Gobierno, sin elecciones, con un
presidente sin escaño, reuniendo en una gavilla siniestra a los antisistemas
parlamentarios enlazados por un ahijado político de Zapatero, ese heredero de
Rodolfo Llopis que dejó atrás la socialdemocracia para regresar al
prefelipismo.
Mientras que la ejecutiva del PSOE
echaba por la borda a Sánchez como un lastre cuyo peso hundía al partido hasta
profundidades inéditas, y abría así el camino a la superación del “no es no”
que hizo al diario “progresista” editorializar —ahí están las hemerotecas, ya
digitales— valiéndose de una calificación que hoy atribuiría a la “extrema
derecha” como es la de “insensato sin escrúpulos”, Carmen Montón arropaba al
líder caído como Penélope al manto en espera de su adorado Ulises. Estaba
lejos, en alguna remota región de los miedos que persiguen a los políticos,
imaginar que las tornas fueran a dar la vuelta algún día. Pero, como ocurría
con los expósitos, la suerte, que es diosa veleidosa, daría siete meses y
pico después la espalda al aparato que
había echado un salvavidas averiado a Mariano Rajoy, es decir, a la aprobación
de los presupuestos, con sus correspondientes transferencias financieras a las
comunidades autónomas, también las socialistas, y sobre todo la mayor de todas,
la andaluza, donde una dama trianera se atrevería a lanzar un órdago al
perdedor, como a moro muerto, que se le volvería lanza contra sí en una noche
de cuchillos largos y cristales rotos en la plazuela trianera de Santa de Ana.
Sin Gobierno no había dinero, y sin dinero no hay socialismo, aunque, como
decía la otra dama, la de hierro de más allá del muro adrianeo, sea siempre
dinero de otros.
El ciudadano —de momento— español
Pedro Sánchez Pérez-Castejón es un tipo con suerte. Ganó las primarias y
utilizó la moción de censura para llegar a la Moncloa y sus prebendas
vitalicias sin más aval que el de todos los que quieren desmontar España y lo
están consiguiendo. Claro que también la baraka hay que dominarla, como
cualquier ciencia o arte. Franco la cogió en África, con una bala en el vientre
que de la obligatoria y mortal peritonitis pasó a ser sólo un estorbo pasajero
para la más brillante carrera militar de Europa. Pero había que ayudar, y él se
negó a que lo dejaran abandonado en una trinchera del Rif. Gracias a eso,
tuvimos… bueno, mejor me callo, que hay mucha mala saliva por ahí.
Sánchez posee baraka. Le han
sonreído los hados, como a zetapé. Sólo que el discípulo carece de la pericia
que su mentor lucía con la ceja, y desaprovecha una ocasión tras otra,
estrellándose sistemáticamente contra el primer escollo que ve. De seguir así,
es posible que se rompa las narices él solito, porque en la vida, ese laberinto
en el que lo fundamental es dejar un hilo de Ariadna por donde uno va, para no
perderse, no basta con sentirse el rey
del mambo. Hay que saber bailar. Y Sánchez sólo sabe hacerlo fuera de la sala
de fiestas. Sólo supo bailar fuera de Ferraz, hasta que consiguió que le
dejaran entrar gracias a la gente de la calle. En el Parlamento sólo baila al
son que le tocan los danzantes de rituales macabros para la Nación. Y en el
palacio de La Moncloa, su danza cosecha un traspié detrás de otro, encadenando
escándalos y dimisiones.
Es mal bailarín este muchacho. Lo
suyo debe ser volar. Lo hizo cuando lo defenestraron, y le salieron alas para
volver. Lo ha hecho, nada más aterrizar en la Presidencia, desplazándose a la
actuación de “Los asesinos” (“The killers”) con su esposa en un Falcon del
Ejército del Aire en una operación cuyo coste ida y vuelta —12.000 euros— iguala
lo que cobra mi hija en un año por trabajar nueve horas diarias.
Acabo con un apunte
conspiratorio. Se non è vero è ben trovato. Podría ser que el affaire Montón no
fuera lo que parece. Podría ser que alguien con sed de venganza en el Partido
Popular —que los debe haber a manojitos, como ocurrió con el caso Cifuentes— haya
filtrado datos del caso Montón, pero que la incondicional de Sánchez no fuera
la presa final y deseada, sino sólo un cebo. Pudiera ser —ya alguien ha dejado
caer algo— que los perdigueros y chacales del PSOE —muchos y bien adiestrados— hayan
programado la caída de Montón para atraer a los cazadores hacia Casado, ese
líder conservador que va derechito a la recuperación de las esencias populares
con las que ganaría sin duda cualquier elección en puertas. Sánchez lo sabe, y
lo saben sus acólitos. Por eso nos bombardean con el mantra de la “extrema
derecha”. Porque le temen. La única manera de evitarlo sería un vendaval, una
explosión, o una serie de ellas, de oleadas periodísticas contra Pablo Casado,
incurso ya en un procedimiento judicial, que levantaría a sus propios militantes,
portavoces del electorado, fundamentalmente a ese 40 por ciento que perdió el
Congreso. Cui prodest? ¡Anda que a nadie! A toda la nomenclatura colocada en
primer lugar, empezando por los medios paniaguados, que de aquel editorial tan
beligerante han pasado a remover directores y echar la alfombra roja de las
entrevistas al nuevo timonel. Al partido de los 84 escaños en segundo lugar. A
sus aliados después. A los secesionistas con la llave de las cárceles, por
supuesto. Y también, claro está, a los profesionales de la política que en las
filas de la “derecha” han quedado excluidos, voluntariamente o no, de la nueva
etapa.
No sería la primera vez que
estratagemas como ésta tienen éxito y cambian la historia de un país. Esta vez
sería con carácter preventivo o “terapéutico”. No vaya a ser que la derecha,
como ocurriera en 1933, conquiste parcelas de poder por la vía de las urnas.
Probablemente nunca sabremos qué pueda haber de verdad en esta hipótesis encerrada
dentro de un enigma, como otros de nuestra Historia reciente que han marcado un
giro inesperado a los acontecimientos.
CODA. Tras redactar este
artículo, ha estallado lo que, lejos de ser una hipótesis, es una tesis, en
apariencia al menos, fraudulenta. Es decir, que la operación Montón, de ser
cierta, le habría estallado en la cara a Sánchez. No sé. He dedicado muchas
horas de mi trabajo a la Universidad y a las tesis, cuando había pocas y
buenas. Las cosas han cambiado tanto, que hoy dudo quede algo del género. El
problema se remonta a muy lejos, al desembarco de “penenes” (profesores no
numerarios), casi todos socialistas, desplazando a catedráticos y titulares
prejubilados forzosos. A partir de ahí, las universidades, sobre todo las
nuevas, todas de cuño político partidista, han ido devaluando su nivel sin
parar, y no sólo en España, sino en toda la Europa de “Bolonia”. De aquellos
polvos vienen estos (¿presuntos?) plagios. Y lo que te rondaré, morena.
Vis analítica propia de un experto de un Servicio de Inteligencia, envuelta en buena prosa literaria.
ResponderEliminarchapo , por el contenido y la prosa .
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