viernes, 28 de diciembre de 2018

Y AUSTERLITZ FUE WATERLOO


Doscientos trece años han pasado desde que los campos de un poblado de nombre Austerlitz quedaran sembrados de cadáveres tras la batalla en la que Napoleón demostró, por enésima vez, su habilidad como estratega militar. Aquel terrible combate, que duró nueve interminables horas, supuso, entre otras muchas cosas, el final del Sacro Imperio Romano  Germánico, que durante cerca de setecientos años había dominado Europa. Bonaparte lo fulminó un 2 de diciembre de 1805, derrotando a otros dos emperadores: el zar Alejandro I de Rusia y Francisco I de Austria. El ariete francés fue el mariscal Soult, que años más tarde vaciaría Sevilla de murillos valiéndose de su prepotencia y llevado por su rapiña enfermiza.
Otro 2 de diciembre marcaría, muy lejos de Austerlitz, el declive de un imperio más lóbrego y efímero pero que, como el del corso, y en realidad como todos los imperios, se las prometía y nos parecía a todos inextinguible. Napoleón revalidó aquel 2 de diciembre su dominio sobre el continente, colonias incluidas, convirtiendo la fecha en una apoteosis de poder, ciertamente sangriento, ante el que ningún enemigo se perfilaba como temible. ¿Influyó, aunque fuera inconscientemente, en la cabeza de Susana Díaz todo eso a la hora de convocar elecciones coincidiendo con la efeméride? ¿Sabía la presidenta de un Gobierno ocupado siempre —durante 36 años— por su partido político que el 2 de diciembre había sucedido todo eso en Austerlitz? Lo dudo. Por mi parte, confieso mi ignorancia al respecto hasta que he visto una película, ya antigua, sobre la batalla, y he indagado.
En todo caso, si alguien en el PSOE andaluz asoció ambos acontecimientos —el choque entre los ejércitos y la consabida victoria electoral en Andalucía—, ha debido sufrir una sorpresa mayúscula, porque aquí, en el Sur de España, Austerlitz ha sido el Waterloo de los socialistas. Como es conocido, en esta localidad a veinte kilómetros de Bruselas, Napoleón fue vencido, diez años más tarde, por una alianza liderada por el Duque de Wellington, aquel que respondió a un conmilitón cuando éste le preguntó cuál era su plan con unas broncíneas y pocas palabras: “Cumplir con nuestro deber”. Algo parecido ha debido responder Santiago Abascal a quien le interrogara acerca de sus previsiones preelectorales. Sé de la mejor tinta que horas antes de salir a la arena estaba literalmente “acojonado” porque no contaba con sacar más de cinco diputados. Fueron doce, en la más insólita hazaña democrática que vieron los tiempos recientes en la piel de toro.
Así que Austerlitz fue para la izquierda andaluza lo que Waterloo para Napoleón, su fin, al menos por cuatro años. Mi generación, esa del baby boom que comentaba hace poco en “estas páginas”, no creía ya alcanzar a conocer el ocaso del imperio socialista en Andalucía. Y menos tras la maniobra de táctica en corto desarrollada por Sánchez en Madrid. Pero la vida es sorprendente, y tal vez en ello radique su mayor atractivo. De modo que sí, hemos visto el gran cambio producirse casi de la noche al día, y ya Napoleón-Psoe no campa por sus respetos en suelo andaluz. Es más, y teniendo en cuenta que esta región es el granero de votos socialistas en España, todo parece indicar que es válido extrapolar los datos de aquí (escribo en Sevilla) al resto de la Nación (es hora de rescatar lo que la Constitución nos enseña y la coalición infame ha querido borrar).
Sí, en Andalucía ha empezado —siguiendo con los símiles históricos— la reconquista de dos valores olvidados deliberadamente: el patriotismo y el sentido común. Es decir —¿a qué negarlo?— lo que la izquierda llama las derechas. Pues así se llamaba la Ceda (Confederación Española de Derechas Autónomas) de Gil Robles, de quien circula por Internet un vídeo muy necesario porque señala, antes de su promulgación, los dos talones de Aquiles de la Carta Magna: la partitocracia y las “nacionalidades”.
A por el mar…
Cabría recuperar también una vieja canción de la izquierda, y aplicarla al momento presente, es decir, a todo lo contrario que entonces: “A por el mar…” Aquel poema de Aute era una metáfora no de la democracia sino del socialismo que suelen ser términos mal avenidos. Ahora el mar es otro, pero es el mismo: el ansia de libertad. También Nino Bravo cantó a la libertad, a la que ahora se abre camino, aquella por la que un joven idealista berlinés perdió la vida entre alambres de espino por querer salir del paraíso comunista.
Las tres virtudes teologales
Hoy, el secretario general de Vox, Javier Ortega Smith, ha hecho unas declaraciones al salir de la sesión inaugural de la legislatura en el Parlamento de Andalucía. La imagen de hoy era absolutamente inimaginable hace sólo un mes. Los líderes de Vox han llevado a cabo una campaña heroica, sin medios, en solitario, abandonados por los medios de comunicación  hasta que las encuestas empezaron a situar al partido en el mapa del futuro. Han sufrido desprecios de toda índole hasta el día mismo de los comicios, hasta que uno de esos periódicos publicó, al cierre de las urnas, un titular histórico: “Vox dinamita la estructura política de Andalucía”. Hoy, en el Parlamento, a cielo abierto, Ortega tenía ante sí una nube de micrófonos con distintivos de todos los colores. Las vueltas que da la vida. Y es que si Andalucía cambia de sentido será gracias a un partido que hace un mes no era nada en la vida pública española y hoy puede decidirlo todo. Detrás hay casi 400.000 ciudadanos que le han dado su confianza sin mediar propaganda alguna, sólo con saber que existía y que le guiaba una única bandera, la nacional. Realmente es un milagro sociológico.
La fachada del edificio renacentista de Hernán Ruiz —el mismo que diseñó los cuerpos cristianos de la Giralda— donde se ubica la cámara andaluza presenta un frontón triangular en el que el artista incardinó las figuras de las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. No en vano, estas tres damas hacían juego con otra mujer pionera y espectacularmente abierta a las necesidades humanas de verdad, cual fue Catalina de Ribera, la fundadora del hospital de las Cinco Llagas, el mayor de la Europa de su tiempo. Esta es la cara luminosa de la Sevilla de las pestes, como lo fue ese otro sevillano universal, precisamente cultivador de la caridad y sus rosales, Miguel Mañara. Los diputados que se reúnen dentro lo hacen al amparo de esas representaciones iconográficas. El espacio que ocupara el altar mayor está cubierto ahora por un repostero gigantesco con el escudo de Andalucía que alumbró Blas Infante. Allí está Hércules con los leones y las dos columnas del Estrecho. Pero en piedra, mirando a la ciudad, las tres gracias cristianas presiden a su manera. Sólo deseo que inspiren a los nuevos gestores del pueblo que habita entre Pulpí y Ayamonte para que el lema autonómico, que es el mismo que el blandido por Vox, “Andalucía por/para España” sea una realidad.


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