Doscientos trece años han pasado
desde que los campos de un poblado de nombre Austerlitz quedaran sembrados de
cadáveres tras la batalla en la que Napoleón demostró, por enésima vez, su
habilidad como estratega militar. Aquel terrible combate, que duró nueve
interminables horas, supuso, entre otras muchas cosas, el final del Sacro
Imperio Romano Germánico, que durante
cerca de setecientos años había dominado Europa. Bonaparte lo fulminó un 2 de
diciembre de 1805, derrotando a otros dos emperadores: el zar Alejandro I de
Rusia y Francisco I de Austria. El ariete francés fue el mariscal Soult, que
años más tarde vaciaría Sevilla de murillos valiéndose de su prepotencia y
llevado por su rapiña enfermiza.
Otro 2 de diciembre marcaría, muy
lejos de Austerlitz, el declive de un imperio más lóbrego y efímero pero que,
como el del corso, y en realidad como todos los imperios, se las prometía y nos
parecía a todos inextinguible. Napoleón revalidó aquel 2 de diciembre su
dominio sobre el continente, colonias incluidas, convirtiendo la fecha en una
apoteosis de poder, ciertamente sangriento, ante el que ningún enemigo se
perfilaba como temible. ¿Influyó, aunque fuera inconscientemente, en la cabeza
de Susana Díaz todo eso a la hora de convocar elecciones coincidiendo con la
efeméride? ¿Sabía la presidenta de un Gobierno ocupado siempre —durante 36 años—
por su partido político que el 2 de diciembre había sucedido todo eso en
Austerlitz? Lo dudo. Por mi parte, confieso mi ignorancia al respecto hasta que
he visto una película, ya antigua, sobre la batalla, y he indagado.
En todo caso, si alguien en el
PSOE andaluz asoció ambos acontecimientos —el choque entre los ejércitos y la
consabida victoria electoral en Andalucía—, ha debido sufrir una sorpresa
mayúscula, porque aquí, en el Sur de España, Austerlitz ha sido el Waterloo de
los socialistas. Como es conocido, en esta localidad a veinte kilómetros de
Bruselas, Napoleón fue vencido, diez años más tarde, por una alianza liderada
por el Duque de Wellington, aquel que respondió a un conmilitón cuando éste le
preguntó cuál era su plan con unas broncíneas y pocas palabras: “Cumplir con
nuestro deber”. Algo parecido ha debido responder Santiago Abascal a quien le
interrogara acerca de sus previsiones preelectorales. Sé de la mejor tinta que
horas antes de salir a la arena estaba literalmente “acojonado” porque no
contaba con sacar más de cinco diputados. Fueron doce, en la más insólita
hazaña democrática que vieron los tiempos recientes en la piel de toro.
Así que Austerlitz fue para la
izquierda andaluza lo que Waterloo para Napoleón, su fin, al menos por cuatro
años. Mi generación, esa del baby boom que
comentaba hace poco en “estas páginas”, no creía ya alcanzar a conocer el ocaso
del imperio socialista en Andalucía. Y menos tras la maniobra de táctica en
corto desarrollada por Sánchez en Madrid. Pero la vida es sorprendente, y tal
vez en ello radique su mayor atractivo. De modo que sí, hemos visto el gran
cambio producirse casi de la noche al día, y ya Napoleón-Psoe no campa por sus
respetos en suelo andaluz. Es más, y teniendo en cuenta que esta región es el
granero de votos socialistas en España, todo parece indicar que es válido
extrapolar los datos de aquí (escribo en Sevilla) al resto de la Nación (es
hora de rescatar lo que la Constitución nos enseña y la coalición infame ha
querido borrar).
Sí, en Andalucía ha empezado —siguiendo
con los símiles históricos— la reconquista de dos valores olvidados
deliberadamente: el patriotismo y el sentido común. Es decir —¿a qué negarlo?— lo
que la izquierda llama las derechas. Pues así se llamaba la Ceda (Confederación
Española de Derechas Autónomas) de Gil Robles, de quien circula por Internet un
vídeo muy necesario porque señala, antes de su promulgación, los dos talones de
Aquiles de la Carta Magna: la partitocracia y las “nacionalidades”.
A por el mar…
Cabría recuperar también una
vieja canción de la izquierda, y aplicarla al momento presente, es decir, a
todo lo contrario que entonces: “A por el mar…” Aquel poema de Aute era una
metáfora no de la democracia sino del socialismo que suelen ser términos mal
avenidos. Ahora el mar es otro, pero es el mismo: el ansia de libertad. También
Nino Bravo cantó a la libertad, a la que ahora se abre camino, aquella por la
que un joven idealista berlinés perdió la vida entre alambres de espino por
querer salir del paraíso comunista.
Las tres virtudes teologales
Hoy, el secretario general de
Vox, Javier Ortega Smith, ha hecho unas declaraciones al salir de la sesión
inaugural de la legislatura en el Parlamento de Andalucía. La imagen de hoy era
absolutamente inimaginable hace sólo un mes. Los líderes de Vox han llevado a
cabo una campaña heroica, sin medios, en solitario, abandonados por los medios
de comunicación hasta que las encuestas
empezaron a situar al partido en el mapa del futuro. Han sufrido desprecios de
toda índole hasta el día mismo de los comicios, hasta que uno de esos
periódicos publicó, al cierre de las urnas, un titular histórico: “Vox dinamita
la estructura política de Andalucía”. Hoy, en el Parlamento, a cielo abierto,
Ortega tenía ante sí una nube de micrófonos con distintivos de todos los
colores. Las vueltas que da la vida. Y es que si Andalucía cambia de sentido
será gracias a un partido que hace un mes no era nada en la vida pública
española y hoy puede decidirlo todo. Detrás hay casi 400.000 ciudadanos que le
han dado su confianza sin mediar propaganda alguna, sólo con saber que existía
y que le guiaba una única bandera, la nacional. Realmente es un milagro
sociológico.
La fachada del edificio
renacentista de Hernán Ruiz —el mismo que diseñó los cuerpos cristianos de la
Giralda— donde se ubica la cámara andaluza presenta un frontón triangular en el
que el artista incardinó las figuras de las tres virtudes teologales: Fe,
Esperanza y Caridad. No en vano, estas tres damas hacían juego con otra mujer
pionera y espectacularmente abierta a las necesidades humanas de verdad, cual
fue Catalina de Ribera, la fundadora del hospital de las Cinco Llagas, el mayor
de la Europa de su tiempo. Esta es la cara luminosa de la Sevilla de las
pestes, como lo fue ese otro sevillano universal, precisamente cultivador de la
caridad y sus rosales, Miguel Mañara. Los diputados que se reúnen dentro lo
hacen al amparo de esas representaciones iconográficas. El espacio que ocupara
el altar mayor está cubierto ahora por un repostero gigantesco con el escudo de
Andalucía que alumbró Blas Infante. Allí está Hércules con los leones y las dos
columnas del Estrecho. Pero en piedra, mirando a la ciudad, las tres gracias
cristianas presiden a su manera. Sólo deseo que inspiren a los nuevos gestores
del pueblo que habita entre Pulpí y Ayamonte para que el lema autonómico, que
es el mismo que el blandido por Vox, “Andalucía por/para España” sea una
realidad.
Muy bueno
ResponderEliminarMe gusta el contexto histórico de un acontecimiento de hoy mismo, un cambio de régimen.
ResponderEliminarMuy bueno. Enhorabuena Ángel.
ResponderEliminarPepe Rodríguez Hervella