Va cuajando la evidencia de que hemos entrado en una nueva
época política, equidistante de todo lo anterior, por más que los muñidores de
la violencia callejera llamen a sus huestes a resucitar regímenes de garras
afiladas en busca de presas fáciles. Vox se ha convertido en un fenómeno
social, en el pararrayos capaz de catalizar votos extraviados por un ecosistema
ideológico agotado y agujereado de corruptelas que, por ejemplo, han obligado a
la Audiencia de Sevilla a señalar juicios para 2020, porque el año próximo
—electoral— no da abasto con las piezas separadas de los “eres” y otras
lindezas proporcionadas por cuatro décadas de monopolio en el poder.
Éste es el paisaje próximo actual, visto desde esa Andalucía española
que ha proclamado Vox para salir de las catacumbas. Y a fe mía que lo ha
conseguido. Hablaré pronto, detenidamente, de éste que es el auténtico cambio,
o hasta mutación en el pensamiento imperante de los andaluces, avanzadilla
histórica de la nueva reconquista en valores y por la vía democrática. Pero hoy
prefiero, para desintoxicarme de la saturación, irme a la Luna, para referirme a otra cara oculta hasta ahora.
Los chinos, ese pueblo cuyo imperio empieza a ser la Tierra
entera, quieren colonizar también la Luna, y para ello, como en aquella
película primitiva de Meliès, han lanzado un cohete que en lugar de ciudadanos
chinos lleva de tripulación, o al menos de pasaje, semillas de patatas, gusanos
de seda y una flor de nombre lírico y evocación nocturna —arabidopsis— cuya elección
es un misterio, como casi todo lo oriental.
Lo más “alucinante” de todo, sin embargo, es que la
expedición se dirige a la cara oculta de Selene (así se llama además el
proyecto espacial). ¿Y por qué? Pues porque ese otro rostro del Jano celeste
está libre de interferencias electromagnéticas terrestres. La Luna no ha visto
nunca la Tierra con los ojos que le dan la espalda. Chang`e-4, que así se llama
la sonda, va a clavarle su punta al satélite en un ojo inocente, incontaminado
de las telecomunicaciones, los motores y las tormentas de nuestro Planeta, al
fin y al cabo satélite también del Astro Rey. Un sofisticado instrumental
permitirá acercarse, otra vez, al Génesis (ahora llamado, científicamente, Big
Bang). La agencia oficial (como todo allí) china Xinhua explica que un espectrómetro
de radio de baja frecuencia ayudará a los científicos a comprender “cómo se
encendieron las primeras estrellas y cómo nuestro cosmos emergió de la
oscuridad después del Big Bang”.
Es la primera vez que el ser humano pone, si no los pies de
un Armstrong de paso corto y mirada larga como la Guardia Civil, sí las
máquinas, acompañadas de la simiente de la patata, de una flor y de unas larvas
artesanas de crisálidas sobre la faz desconocida del meteoro más cantado por
los poetas, los grillos y los pescadores. El espejo que alumbra con su magia
las noches andaluzas de luna llena, el de Parasceve que anuncia la Pasión de
Cristo, el que marca el ritmo de las mareas o la fertilidad de las parejas, el
que brilló acunando los pies de la Virgen en el Apocalipsis, acoge ahora un
puñado de orugas tejedoras de la seda, la tela más suave que tanto se ha
aplicado al cabello femenino, otro puñado de papas germinales (¡ay, ese olvido
chino de los huevos, que permitirían hacer tortillas españolas en la cara
oculta de la luna, y de paso poner una granja de gallinas!), y un ejemplar de
la primera planta cuyo genoma se secuenció por completo.
Decididamente, los chinos le van ganando la nueva carrera
espacial —y otras más terrenales— a los norteamericanos, como ya hicieran los
rusos con Gagarin, aunque para ello tuviera que morir antes la perrita Layka y
todo un zoológico. La NASA anda liada con Marte, y ya ha preanunciado no sé
cuántas veces que ha descubierto vida allí, para lo mismo decir mañana. Los
chinos, más pacientes, han preferido quedarse más cerca, pero indagar donde
nadie antes había probado suerte. ¿Cómo van a hacer para oxigenar a las plantas
y los hacedores de capullos? Ni idea. Ya habrán inventado algo, como han hecho
con los aparatos que nos venden para espiarnos. Lo que no consiga un chino…
Coda: Y aquí en las dehesas extremeñas y
de la banda gallega en general, los puercos de capa negra pastan las bellotas
de la montanera para convertirse en jamones… que también comprarán y degustarán
los chinos. Así, como lo leen. Si les gusta el jamón —o sea, si son personas de
orden—, vayan buscándose una hipoteca, porque el viaje del gran chino a Madrid
ha servido, entre otras muchas cosas de índole presupuestario, para contratar
la compra de añadas enteras de jamón del bueno, lo cual, sin duda, redundará en
un encarecimiento de las pocas patas que nos dejen a los de aquí. Cosas de la deuda
pública occidental y de la disciplina comunista.
👍👍👍👍👍👍
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