Los conocidos como tiempos
modernos, que hace casi un siglo ya escarneciera Chaplin, nos han traído
maravillas, sobre todo en el terreno técnico-médico, aunque a decir verdad
muchos de los problemas que la ciencia ha resuelto o paliado los había creado
ella misma. Hoy me voy a referir, de nuevo, al más escalofriante de todos: el
aborto. Soy consciente de que cada día que pasa resulta más arriesgado hablar
de ello desde un punto de vista digamos crítico. Ocurre siempre que se pone en
solfa un dogma. Pero la fuerza de amigos que se mueren, la única verdad
incuestionable, me arma de valor, sabiduría y humildad.
Tienen ustedes en El Confidencial
un reportaje de esos que algún día alguien repescará para hacer un trabajo
sobre la historia de la (des) Humanidad, como hoy desempolvamos archivos
clasificados de un ayer tenebroso. También actualmente se tapan cosas con paladas de silencio, el mejor
impermeable para aislar el cuerpo de la vergüenza y el frío. Dicha pieza
periodística revela cómo la sociedad española ya no oculta a los que de
adolescentes llamábamos tontos en el armario más recóndito de nuestras casas...
porque ya van quedando muy pocos. “Claro, es la buena alimentación, las
vacunas, la vida sana, el deporte”, dirán ustedes. No, es el aborto, señoras y
señores. En cuarenta años hemos pasado de tener 300.000 “downs” entre nosotros
a 35.000, un 88 por ciento menos. Noventa y cinco de cada cien madres
embarazadas en España a las que se detecta un hijo con esta trisomía en el
cromosoma 21 deciden no tener a sus bebés. Mala suerte para ellos. De los
400.000 nacimientos anuales, sólo 150 se libran de la “ive” letal. A este paso,
en 2050, por fin, España se librará de nuevos down: no nacerá ninguno.
La eliminación de barreras
morales, de escrúpulos humanitarios y de cualquier factor reflexivo que suponga
una traba para la selección artificial imitadora de la darwiniana caracteriza a
la civilización de los derechos humanos menos el de la vida que se autodenomina
“progresismo”. El desprestigio, cuidadosamente diseñado, de cualquier valor
tradicional, ha permitido la asunción social de los datos estadísticos
antedichos como lo más normal.
¿Hasta cuándo? Puede que sean los
historiadores los mejor preparados para ayudarnos a interpretar el carácter
cíclico de nuestra especie. Quienes hemos leído algo que no se nos haya
impuesto —ya sé que somos excrecencia— tenemos la sensación de haber visto esta
película no una sino muchas veces, como si se tratara de un Sísifo neurótico
que sólo se siente real transportando la misma piedra sobre sus espaldas una y
otra vez, incansable y angustiosamente.
Si pasean a menudo (yo lo hago,
por motivos de salud) por nuestras ciudades, habrán comprobado que ya es muy
difícil recorrer veinte metros a ciertas horas sin que estemos a punto de
llevarnos, como en el rugby, un pechugazo de alguien, generalmente joven, que
se comunica con el mundo circundante a través de su dispositivo móvil. Y es que
en nuestro mundo moderno, los teléfonos inteligentes han sustituido a los down.
¿O son algunos usuarios de esmarfones los que ocupan su lugar? Ustedes
recordarán la moda cinematográfica y apocalíptica que veía en los ordenadores
una amenaza de tiranía capaz de esclavizar a los padres de las “criaturas”. No
nos hemos dado cuenta, pero, como decía la niña de “Poltergeist”, “ya están aquiíiii”.
Son los móviles, amos y señores de los “nativos” que los usan en un mundo donde
ya apenas nacen deficientes porque todos vamos camino de sobrevivir en una isla
de humanos robotizados y domesticados por unos pocos programadores adscritos al
capital o a su enemigo. Piénsenlo y verán como no les miento.
muy acertado como siempre , esa es la vida que nos han impuesto
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