En el mitin de cierre de campaña
de las elecciones andaluzas que ahora la ministra Montero, por encargo de
otros, quiere neutralizar mediante la asfixia económica que ella originó, el
partido Vox, entonces apenas floreciente tras el acto de Vistalegre, trajo a
Sevilla, a orillas del Guadalquivir, literalmente hablando, a un hombre pequeño
de estatura pero gigante como ser humano, que tuvo una intervención memorable.
Aquel orador revestido de una modestia franciscana y portador de un bigotito
pasado de moda dio una lección de alta política a un auditorio enardecido que
acababa de escuchar el himno de la Legión y se encontraba con un ponente que
hablaba en voz baja, discreto y tímido, de cuya garganta salieron ideas que
algunos entendimos como la columna vertebral de la faena que nos aguardaba.
Habló, sobre todo, de educación,
de juventud, de futuro. Se dirigió a las nuevas generaciones en tono de amigo,
sin renunciar a los consejos sino administrando sabiduría rebozada de ternura.
Ese hombre, que parecía seguir asustado pero que le echó a su discurso un valor
y unos valores de los que casi nadie hablaba entonces y que siguen huérfanos
hoy, había pasado 532 días de su vida privado de libertad, de luz, de oxígeno y
del amor de los suyos, hasta que un guardia civil bajó del mundo al infierno
para echarle un brazo sobre el hombro y convencerle de que la vida seguía allá
arriba tal como él la había dejado.
José Antonio Ortega Lara fue
socio fundador de Vox y su icono hasta que, nuevamente, parece habérselo
tragado la tierra. Imagino que algo puede tener que ver aquella tarde en
Granada, tras el desalojo del Psoe del Gobierno andaluz, en que fue recibido a
las puertas del cine donde iba a intervenir en un acto del partido al grito de
“¡Ortega Lara, al zulo otra vez!”. El odio en esta España que lo castiga
legalmente si tiene como víctima a unos, campa por sus respetos cuando se
ensaña con otros. Y Ortega Lara era el blanco perfecto para ese Caín que sigue
recorriendo los páramos patrios buscando abeles.
Lamento que Vox parezca haber
perdido a Ortega Lara, que pondría esa nota humanista y paternal que tan bien
le vendría a la única fuerza política capaz de captar las necesidades vitales
de los españoles, hoy por hoy. Y si es lo que presiento, me gustaría ser yo hoy
aquel guardia civil y echarle de nuevo el brazo por el hombro, mientras le
susurro al oído algo como “Tranquilo, José Antonio. Las alimañas huyen. Los
héroes como tú son inmortales”.
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