Dejé aquí escrito antes de las
últimas elecciones que nos encarábamos con un referéndum sobre la libertad de
expresión. Pues bien, tal vez haya cometido un error de cálculo con los
tiempos, porque en realidad sólo estábamos ante la primera fase de dicha
consulta. Y para comprender lo que intento decir, hemos de pasar de la forma al
fondo. Desde que VOX irrumpió, hace un año, en el panorama parlamentario
nacional, valiéndose de Andalucía como puente, las cosas están cambiando aceleradamente.
Cada paso que da hacia atrás el bloque de los 200 escaños (PSOE, Podemos,
separatistas, etcétera) es, en realidad, un paso hacia delante de VOX, camino
de liderar el bloque de los 150 (PP, VOX y Ciudadanos). Esto es un proceso,
gradual como todos, no un asalto al poder. Lo viene diciendo Abascal, que
impone silencio prudente en los mítines cuando se desata la euforia. ¿Y qué
quiere esto decir?
Yendo al fondo de las cosas, se
trata de rescatar la verdad del lodazal en el que la han ido hundiendo quienes
sólo piensan en su conveniencia y sacrifican para lograrla convicciones y
escrúpulos. No. Los votantes de VOX no son extrema derecha, ni fascistas ni
exaltados. Son amantes de la verdad que conocen bien la diferencia entre
equivocarse y mentir. VOX se equivoca, sin duda, en muchas cosas. Y eso seguirá
siendo así mientras el ser humano sea feble, es decir, siempre. Pero cada vez
que sale al ruedo es para rematar una faena noble, no una estafa. Por eso sube
y sube sin cesar, no porque tengan soluciones para todo. Si algún día
gobiernan, que gobernarán, lo tendrán tan difícil que será muy fácil
reprocharle sus errores, y aun así es muy probable que sigan gobernando, porque
irán corrigiéndolos poco a poco, sin ambiciones desmedidas, buscando la
autenticidad allá donde se encuentre. Y eso, hoy, no lo da nadie más que ellos.
Vivimos en un mundo donde casi
nada es de veras lo que parece. Este es el efecto 2000 que todo el mundo temía
como un apocalipsis tecnológico hace dos décadas. El efecto 2000 no era un
problema, bastante pueril por otra parte, con los guarismos de las fechas. El
efecto 2000 es esa generación de “nativos” que ha inaugurado una especie humana
maquinal, la que ve la vida a través de una pantallita digital e incluso se
mueve sin apartar la mirada de ella por unas calles cada vez más pobladas por autómatas.
El de unos bancos que sustituyen a las personas por otras pantallas mientras
cierran oficinas, despiden empleados e intentan forzar a los clientes a operar on line, incluso negándoles el uso de
ordenadores, sólo aplicaciones para móviles inteligentes. La mentira avanza que
se las pela, y sin embargo, la gente quiere gente, no aparatos. El personal
ansía, necesita mirar a la cara a sus “gestores”, no por vídeoconferencia,
menos aun por uasap o por redes sociales.
Tiré del freno de mano
precisamente cuando hicieron acto de presencia las redes. Decidí que ahí me
quedaba, con mis correos electrónicos, que era lo más parecido a la
correspondencia de siempre, aunque con indudables ventajas innovadoras. Hice
bien. Recientemente, he vuelto a ver “2001, una Odisea del Espacio”. Hacía cuatro
décadas mal contadas desde su estreno, cuando todo el mundo descartaba que
aquello fuera posible. Al fin y al cabo, se trataba de ciencia ficción. Hoy,
este género creativo se llama en la vida real “inteligencia artificial”, y anda
buscando —agárrense— la “supremacía cuántica”. Según alguna marca global, la
conquista es ya suya. Si recuperan la película, fíjense en el punto de
inflexión, cuando el superordenador lee los labios de los astronáutas, los “duques”
de la historia. Los grandes periódicos, que antes eran garantes de la verdad,
aunque con las tendencias interpretativas legítimas de cada uno, ahora no
consiguen remontar el vuelo. ¿Por qué, si ya han eliminado el 80 por ciento de
sus costes de explotación y han entrado plenamente en Internet? Porque la
publicidad no acaba de cuajar. ¿Y qué ha sucedido para que la publicidad que
durante un siglo levantó un gran negocio de la información ahora no marche en
la Red? Le he dado muchas vueltas, y mi conclusión es que el “lector”, si es
que sigue existiendo, no se fía, instintivamente, de esta nueva galaxia. Los
“fakes” (engaños) han proliferado tanto en un medio en el que mentir sale
gratis que aquel mecanismo de antaño que derivaba la credibilidad de los textos
informativos hacia los anuncios ya no vale, ni para unos ni para otros. Incluso
la verdad se expone al plagio, con lo cual es casi imposible distinguir lo
veraz de lo mendaz en esta selva que es la Red. Mucho más en la Red de redes,
donde la confusión llega al paroxismo. La verdad queda al final como una isla a
la que no llegamos nunca, es más, de la que cada vez estamos más lejos aunque
nademos hacia ella. Estamos enredados, pero incomunicados, porque el único
punto de encuentro en el que es posible comunicarnos es en la isla de la
verdad, y la corriente nos arrastra lejos de ella.
¿Volverán, pues, lo periódicos de
papel? Depende de si las empresas deciden que vende más darle al consumir un
mensaje completo y limpio que seguir proporcionando esa turbidez de frutos
tóxicos contaminados por las presiones del Poder político en la que cayeron
durante décadas.
Todo esto, como suele ocurrir con
las catarsis, es regenerador, y de ahí el éxito de VOX. Qué o quiénes quedarán
en la cuneta es algo que sólo podemos prevenir rezando.
Por cierto, este artículo, por el
que no cobro un maravedí, es de verdad.
Leyendo papel pensábamos más. En el edén de los medios, el pensamiento es el árbol del bien y del mal. Pensar nos deja a la intemperie de una vida condenada a ningún destino más que a consumirse consumiendo. JMRubio
ResponderEliminarmuy acertado. El problema radica en la poca o nada fiabilidad en unos comunicadores que se deben más a los intereses de redes o de prensa y otros medios que a la verdad, que es el primer mandamiento del periodista.
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