Hay fotos que se hacen solas.
Ellas reconocen que es un momento en estado de gracia, y el autor sólo tiene
que encuadrar como respondiendo a una llamada. Ésta es una de ellas. Sevilla es
una ciudad fotogénica, pero no siempre ni todas sus fotos tienen la misma
intensidad. Ni mucho menos. Ésta es una Sevilla de lo más hermosa. La lluvia
caída es siempre muy agradecida para la cámara. Aquí, la avenida de la
Constitución desde la Puerta Jerez es como un espejo, una metáfora sacada de la
mitología clásica, como esta ciudad antigua y legendaria, que aquí luce
salpicada de viandantes a esa hora incierta —tres de la tarde— de un día nuboso
pero iluminado por una luz cenital como de montera de casa patio. Es una foto
alegre, de esa estirpe de la alegría tan sevillana, tamizada por la moderación
y el arte; es decir, —otra vez— por la gracia. José María Izquierdo, poeta
triste, la llamó “ciudad de la gracia”. Aquí hay gracia humana pero también
divina. La humana es femenina, por supuesto. La otra es la de los ángeles. Por
eso la envío en Navidad.
Sí, es un cuadro impresionista. Concretamente
“Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia”, de Camille Pissaro. El
original está en el museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Pero aquí la musa se me
apareció mientras volvía a casa de un acto en el Alcázar, que también quise ver
y fotografiar con luz nublada. Los fotógrafos de verdad saben que la luz solar
revienta los “clichés”. Por eso la filtran. Así se evitan sombras malditas y se
“cuida” el diafragma de la cámara, o mejor dicho la sensibilidad —palabra
poética donde las haya— de la película (el ISO), que puede equilibrar los
grados de luz para no traicionar ningún rincón de la exposición.
Pero tengo que reconocer que lo
mejor de la foto es su espontánea composición. Esa fachada de la Catedral
cortando el plano en dos tercios y uno, clavándose verticalísima con ayuda de
la aguja gótica en el cielo blanco que es como un reflector de luz de led que
cae y alumbra todo, que le da cuerpo a las cosas y a los seres animados. El
gótico es aquí más ascético que nunca. Por cierto, si se profundiza en ese
camino de la vida que fluye y se va por el sumidero del fondo, que es el morir,
y de ahí hacia arriba, buscando la eternidad, se pasa ante la primera puerta de
la catedral, situada en ángulo recto a nuestra marcha. Y ahí, precisamente ahí,
está el tímpano que acoge la imagen del Nacimiento de Jesús, con un Niño
regordete y sonriente igual que sus padres. Por ahí se sale al Camino de
Santiago del Sur, que se funde con el que marcan los raíles del tranvía, surgido
del lado diestro según nuestro punto de vista, o sea, de la calle San Fernando.
Al otro lado, la torre de la Aurora, que en su día escandalizó por rivalizar
con la Giralda, como en los nuestros la torre Pelli. Las figuras de los
caminantes —nadie corre, no hay bicicletas, ni coches de caballos, ni músicos
callejeros, es hora de andar, sólo andar— se reflejan entrecortadas en los
charcos que ha dejado la lluvia, la gran aliada de la belleza si los figurantes
se combinan para posar en un cuadro hecho en marcha, sin apenas detenerse, en
uno de esos instantes mágicos que tiene Sevilla, sobre todo cuando el invierno
se hace Navidad. Ah, y no esperen ficha técnica. La hice con el móvil.
Feliz Navidad.
Ahora he podido leer tu artículo. Impresionante la foto e impresionante el artículo. Que tengas un Feliz 2020
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