Son los que nos quedan para alcanzar el pleno empleo, en
caso de seguir al ritmo que lleva la economía española. Ajusten las cuentas y
verán como es así. En el supuesto, optimista, de que se mantenga la cota
mensual de los 15.000 nuevos puestos de trabajo, y si tenemos en cuenta que en
la actualidad hay en España cuatro millones y medio de parados registrados, el
resultado de dividir esta última cifra entre los quince millares es que nos
quedan trescientos meses por delante hasta conseguir que en nuestro país pueda
trabajar todo el mundo.
No sé a qué vienen, pues, tantas alharacas gubernamentales y
progubernamentales como si estuviéramos en puertas de dejar atrás la crisis del
empleo. Mi generación —lo he escrito muchas veces ya— ha estado lastrada por
dos lacras: el terrorismo y el paro. Podríamos añadir la inseguridad y la
desalfabetización de las masas. Si se fijan, todo está interrelacionado. Y sin
embargo, nunca creí que fuera a conocer un
25 por ciento de paro, justamente cuando mis hijos se disponen a salir
al mundo a buscar trabajo. Les han robado el porvenir a las nuevas generaciones
de españoles que ya ni en Europa van a conseguir una colocación, ni tan
siquiera un fugaz contrato malpagado. Esa combinación diabólica de burocracia
estatista e imperio de la mentira, de la que tanto han mamado los políticos —corruptos
o no— pasa ahora factura cobrada en las carnes de unos nuevos españoles y
europeos sacrificados en el ara del progreso. El célebre
"cortoplacismo" llega a límites grotescos, como éste de echar las
campanas al vuelo porque hemos tenido "el mejor noviembre de nuestra
historia". Pues será para esos millonarios que en un año han proliferado
un 24 por ciento, porque lo que es para el común de los mortales, ya digo, a
esperar 25 años y sobrevivir haciendo cursos de inglés, ciclos superiores de
peluquería y otros complementos a sus licenciaturas, sus grados y sus másteres
con leche o solos. Y no quiero ni pensar en lo que sucederá cuando se vayan
muriendo esos abuelos que sostienen con su pensión a familiares de todas las
edades, de sangre o políticos. O cuando la Seguridad Social no tenga ni para
pipas.
Instituto Nacional de Previsión, se llamaba el invento
cuando yo empecé a trabajar, hace ya, según mi vida laboral, 33 años y la
propina. ¡Qué tiempos aquellos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario