jueves, 11 de diciembre de 2014

LA OTRA ISABEL

Nos han suministrado durante décadas una visión bucólica e idealizada de la corte nazarí de Granada, y en general de las culturas islámicas. El embrujo incuestionable de la Alhambra y sus alrededores parecía incompatible con cualquier perversidad que pudiera contaminarlos. Como si no hubieran pasado dos siglos desde que los viajeros románticos troquelaran una impronta de Andalucía recién salida del horno de las Mil y Una Noches. Esta imagen se resquebrajó a partir del atentado de las Torres Gemelas y las ofensivas bélicas subsiguientes del gigante herido. Hasta entonces, un Occidente complaciente con las monarquías medievales del Oriente asentado sobre inmensas bolsas de hidrocarburos no había desvelado la cara tétrica de aquel feudalismo anacrónico. A buen seguro, los filomusulmanes cegados por todo este encanto exótico han modificado algunos de sus postulados dogmatizantes en torno la superioridad del Islam sobre el Cristianismo.
Recuerdo a un célebre escritor manchego que blasona de andaluz aunque vive en Barcelona poner como chupa de dómine a Isabel la Católica en un acto público en el que compartió media hora de gloria literaria con una afamada presentadora de televisión que sigue en la cresta de la ola. Poco antes, este literato de masas había publicado una de las más encomiásticas novelas rosas sobre esa Granada mora sublimada que tanto ha conmovido a las izquierdas en permanente revuelta morisca de las Alpujarras.
Acabo de ver una película de palpitante actualidad que me ha impresionado y que muestra descarnadamente otra de esas realidades que la senil Europa no quiere ver: la esclavitud sexual practicada por bandas mafiosas del Este descompuesto, armadas como ejércitos y financiadas desde lejos por sus clientes: jeques árabes que les encargan el secuestro de niñas en países libres para incorporarlas a su harén. Preferiblemente, rubias, vírgenes y muy jóvenes. Y si son norteamericanas o al menos anglosajonas, mejor. El caudal de dinero obviamente negro que mueve este negocio sólo es comparable con el del narcotráfico, la compraventa de armas o el terrorismo, aunque estamos hablando de organizaciones que actúan indistintamente en cada uno de esos campos. Y todo eso hoy, en este mismo instante. ¿Hasta qué punto las desapariciones de jovencitas —también de varones— de las que algunos programas han podido llenar meses de emisiones está relacionado con esto? Prefiero no pensarlo.
Titulaba este artículo “La otra Isabel”. Y es que ha coincidido la visión de esa película con la lectura de un pasaje histórico del que poco se sabe pero que, como tantas otras veces, cambió el curso de lo que hemos llegado a ser. Al mismo tiempo que Isabel la Católica se esforzaba por convencer a su marido de que debía dejar aparcados los problemas de la Corona de Aragón (Navarra, Francia, incluso Italia) para dar prioridad absoluta a la reconquista de Granada y hacer así honor a su condición de Reyes Católicos, otra Isabel, bastante más joven, casi una niña que aún llevaba trenzas, rubias como ella, era secuestrada en una de las razzias que las tropas del emir granadino realizaban por los campos de Córdoba. Isabel de Solís, que así era su apellido, fue “convertida” y recibió el nombre de Soraya. Cuando el rey de Granada, Abu-l-Hassan ´Alí (Muley Hacén para los cristianos), la vio, fue tal su embeleso que la convirtió en su “primera dama” (algunos dirían su favorita), y postergó a Fátima, su legítima esposa, viuda de Muhammad XI y de quien había recibido en realidad su poder, pese a haber derrocado a su propio padre para conseguirlo.
Fátima nunca perdonó a Muley Hacén, y los granadinos tampoco. Al fin y al cabo, Soraya era una cristiana renegada. Y aquí empieza el gran giro por el que la suerte toda del mundo a partir de mediados del siglo XV pende de una historia de amor (?), de capricho y de pedofilia entre el penúltimo rey moro de Granada y una muchacha cristiana que le cautivó. Fátima era la madre de Boabdil, el que andando el tiempo entregaría las llaves de Granada entre sollozos, e inculcó en él la traición a un emir que había hecho a una enemiga del Islam reina de facto de la Alhambra. Los acontecimientos se precipitarían de tal modo que esa otra Isabel, hoy perdida entre  tantas crónicas como se han escrito de aquellos días privilegiados, esa niña de trenzas rubias raptada para solaz del último reyezuelo mahometano de Europa, fuera la llave de una anexión que volvía a cerrar para la Cruz un mapa visigodo roto por la irrupción de Tariq y sus expedicionarios, ocho siglos atrás.

Isabel la Católica está ahora de actualidad —puede que para muchos por primera vez— tras el exitoso serial televisivo. Bien podría pensar alguien en hacer al menos una película en rescate y homenaje de esa otra Isabel, o Soraya, que dividió a los granadinos y con ello debilitó sus fuerzas abriendo así para su homónima la cuesta de Vivarrambla. Y de ahí, a un nuevo continente. Pero esa es otra historia.

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