Tengo para mí que de todos los problemas, y son legión, que
vienen asolando al ciudadano medio español desde hace lustros el más grave y
preocupante, sobre todo por permanecer enmascarado bajo un velo de indiferencia
generalizada que parece negar su valor y hasta su existencia, es la pérdida del
sentido que todos deberíamos llevar en el ADN sobre el concepto vital de la
presunción de inocencia. Para todos. Porque esta dilución de dicha conciencia,
piedra angular de cualquier estado de derecho que se precie, se puso en marcha
el mismo día en que se consagró el dogma contemporáneo de la discriminación
positiva. Ya saben, la ideología de género. Bueno, ya antes la inversión —subversión—
del desideratum social, es decir, el modelo al que se debía tender, había
convertido en héroes a los delincuentes y en opresores a las víctimas, al menos
en esa región oscura pero potente de los sótanos culturales, donde radican los
cimientos del edificio que habitamos todos. Los esquemas marxistas determinaban
que había que darle la vuelta a la sociedad burguesa. Condenados al fracaso los
métodos violentos —a los que se aferraron los terroristas de diversa especie—,
había que recurrir a darle la vuelta al calcetín de los principios que presidían
el Derecho occidental, a través de las facultades donde se enseñaba, cantera de
la que surgirían nuestros gobernantes socialistas de todos los partidos.
De modo que el delincuente —¿recuerdan la cantinela?— era
una víctima de una estructura económica y social injusta, el delito una especie
de liberación revolucionaria y la víctima inocente se convertía en la pieza
vulnerable del sistema opresor en dicha operación de emancipación de los
alienados. En el imaginario común, y gracias a las universidades y los
sindicatos de clase, eso sigue siendo aproximadamente así. La interpretación
que se hace habitualmente de la idea constitucional de la reinserción va en esa
línea de fondo. Recuerdo que Felipe González ha roto su silencio político —que
no económico— precisamente para clamar contra "la
inconstitucionalidad" de la prisión indefinida revisable (vulgo cadena
perpetua) para crímenes especialmente execrables.
Pero los tiempos cambian, y la máquina demagógica presenta
sus fallos. Ésta empieza a toser por sus propias contradicciones. Las primeras
excepciones a dicha regla no escrita han venido, naturalmente, por la susodicha
ideología de género, y como en esto hay cualquier cosa menos estulticia —ésa se
queda para otros— han escogido el horror más odioso que existe: el de un hombre
poniéndole la mano encima a una mujer. ¿Quién va a poner peros a la persecución
de esta feroz realidad?
Lo malo es todo lo que se cuela por esa puerta abierta. Por
ejemplo, la susodicha discriminación positiva. Y de ahí a la "pena de telediario".
Y de ahí a la "portada de pena". Y de ahí a la hablilla de
hipermercado. Y, en fin, a la destrucción de la presunción de inocencia,
garantía cenital de nuestro ordenamiento jurídico, con tal de hacer caja y/o
rédito electoral.
Asistimos estas semanas en Sevilla a una inquisición que
evoca mucho a la del Castillo de San Jorge. Con unos pocos, muy pocos,
testimonios sin pruebas, se está haciendo jirones la vida de una persona y su
familia, valiéndose del tristemente célebre tribunal del "vox populi".
No puedo negar las acusaciones que vuelan a lomos de las ondas herzianas, del
papel o de las redes asociales. Pero tampoco puedo afirmarlas. Y hasta que un
Tribunal de Justicia en sentencia firme (¿alguien de ahí abajo sabe a estas
alturas qué es eso?) no dé por buenas las pruebas o testimonios que se
presenten, si se presentan, me aferraré como ciudadano y como cristiano,
absoluta y combativamente, a mi fe en la presunción de inocencia, que como digo
es lo único verdaderamente común que hay, porque es la misma para mí que para
ti que para el otro. Es decir, que no lo hago por solidaridad —en la que no
creo—, ni siquiera por amistad, que es poca, sino por mi familia, por mis hijos
y por mí mismo, ¡qué caramba! Porque si mañana atacan mi presunción de inocencia
—y con la saña y odio guerracivilista que se está haciendo en éste y en otros
casos—, ¿qué sería de mí y de los míos?
Ah, y una cuestión de periodista que perdió hace muchos años
su ingenuidad: ¿Por qué precisamente ahora, esta campaña?
Veremos.
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