jueves, 13 de agosto de 2015

LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA, ¿TE SUENA?

Tengo para mí que de todos los problemas, y son legión, que vienen asolando al ciudadano medio español desde hace lustros el más grave y preocupante, sobre todo por permanecer enmascarado bajo un velo de indiferencia generalizada que parece negar su valor y hasta su existencia, es la pérdida del sentido que todos deberíamos llevar en el ADN sobre el concepto vital de la presunción de inocencia. Para todos. Porque esta dilución de dicha conciencia, piedra angular de cualquier estado de derecho que se precie, se puso en marcha el mismo día en que se consagró el dogma contemporáneo de la discriminación positiva. Ya saben, la ideología de género. Bueno, ya antes la inversión —subversión— del desideratum social, es decir, el modelo al que se debía tender, había convertido en héroes a los delincuentes y en opresores a las víctimas, al menos en esa región oscura pero potente de los sótanos culturales, donde radican los cimientos del edificio que habitamos todos. Los esquemas marxistas determinaban que había que darle la vuelta a la sociedad burguesa. Condenados al fracaso los métodos violentos —a los que se aferraron los terroristas de diversa especie—, había que recurrir a darle la vuelta al calcetín de los principios que presidían el Derecho occidental, a través de las facultades donde se enseñaba, cantera de la que surgirían nuestros gobernantes socialistas de todos los partidos.
De modo que el delincuente —¿recuerdan la cantinela?— era una víctima de una estructura económica y social injusta, el delito una especie de liberación revolucionaria y la víctima inocente se convertía en la pieza vulnerable del sistema opresor en dicha operación de emancipación de los alienados. En el imaginario común, y gracias a las universidades y los sindicatos de clase, eso sigue siendo aproximadamente así. La interpretación que se hace habitualmente de la idea constitucional de la reinserción va en esa línea de fondo. Recuerdo que Felipe González ha roto su silencio político —que no económico— precisamente para clamar contra "la inconstitucionalidad" de la prisión indefinida revisable (vulgo cadena perpetua) para crímenes especialmente execrables.
Pero los tiempos cambian, y la máquina demagógica presenta sus fallos. Ésta empieza a toser por sus propias contradicciones. Las primeras excepciones a dicha regla no escrita han venido, naturalmente, por la susodicha ideología de género, y como en esto hay cualquier cosa menos estulticia —ésa se queda para otros— han escogido el horror más odioso que existe: el de un hombre poniéndole la mano encima a una mujer. ¿Quién va a poner peros a la persecución de esta feroz realidad?
Lo malo es todo lo que se cuela por esa puerta abierta. Por ejemplo, la susodicha discriminación positiva. Y de ahí a la "pena de telediario". Y de ahí a la "portada de pena". Y de ahí a la hablilla de hipermercado. Y, en fin, a la destrucción de la presunción de inocencia, garantía cenital de nuestro ordenamiento jurídico, con tal de hacer caja y/o rédito electoral.
Asistimos estas semanas en Sevilla a una inquisición que evoca mucho a la del Castillo de San Jorge. Con unos pocos, muy pocos, testimonios sin pruebas, se está haciendo jirones la vida de una persona y su familia, valiéndose del tristemente célebre tribunal del "vox populi". No puedo negar las acusaciones que vuelan a lomos de las ondas herzianas, del papel o de las redes asociales. Pero tampoco puedo afirmarlas. Y hasta que un Tribunal de Justicia en sentencia firme (¿alguien de ahí abajo sabe a estas alturas qué es eso?) no dé por buenas las pruebas o testimonios que se presenten, si se presentan, me aferraré como ciudadano y como cristiano, absoluta y combativamente, a mi fe en la presunción de inocencia, que como digo es lo único verdaderamente común que hay, porque es la misma para mí que para ti que para el otro. Es decir, que no lo hago por solidaridad —en la que no creo—, ni siquiera por amistad, que es poca, sino por mi familia, por mis hijos y por mí mismo, ¡qué caramba! Porque si mañana atacan mi presunción de inocencia —y con la saña y odio guerracivilista que se está haciendo en éste y en otros casos—, ¿qué sería de mí y de los míos?
Ah, y una cuestión de periodista que perdió hace muchos años su ingenuidad: ¿Por qué precisamente ahora, esta campaña?

Veremos.

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