Si algo vamos comprobando algunos en nuestras carnes a lo
largo de los tiempos que corren es que la independencia —la buena, no la
secesionista— nunca sale gratis. Procurar durante toda la vida, desafiando a
las tentaciones nuestras de cada día, mantener un nivel de coherencia que
justifique nuestro sueño va pareciéndose poco a poco en España a un género de
existencia clandestino. De hecho, quienes hemos optado desde que tenemos uso de
razón por la decencia como mentalidad que da resultados tangibles en el respeto
a uno mismo, hemos acabado sintiéndonos culpables de algo, escapando de una
persecución que se parece mucho a la del agente de "Los miserables".
El "New York Times", nada sospechoso de antiprogresista, lo ha destapado
hace unos días, levantando un escándalo que a los periodistas
"excedentes" nos suena muy familiar. Contaba la "dama gris"
que en España, la crisis y el miedo a la pobreza han llevado a desempolvar la
censura. El mecanismo es "insólito", entre otras cosas porque no está
bien que un medio consolidado lo desenmarañe. Aquí sí se puede explicar. No es tan complicado. Un país que en apenas
seis años ha echado a la calle a diez mil periodistas y que ha visto reducirse
las tiradas de los periódicos —no hablemos de la publicidad— como sólo lo ha
hecho el mercado cementero, no puede ser libre. Por la misma razón que nuestros
hijos se van de España en cuanto pueden, los periodistas y los periódicos —también,
pero menos, los otros medios— viven en un sinvivir cuando aún pueden publicar.
Ello se traduce automáticamente en complacencia hacia el poder político, del
que en última instancia depende el económico, como se vio con el rescate del
sistema financiero.
Desvelar esto le ha costado al NYT la cancelación de su
acuerdo con el rotativo español de máxima difusión, que databa de 2004, y a un
purasangre de izquierdas de toda la vida, dejar su cuna, que era el propio
diario aludido. Obviamente, cuando el paro está en el 5 por ciento —como ocurre
en Inglaterra y en Estados Unidos— la Prensa se mueve en un caldo de cultivo de
libertad. Pero, ¿qué libertad se puede dar con un desempleo juvenil que
sobrepasa la mitad y sin un horizonte mejor que el presente? Si aplicamos la
lente de aumento a nuestro entorno, el de Andalucía occidental y el de Sevilla
concretamente, la independencia mediática es una absoluta utopía. Aunque se den
las óptimas condiciones de voluntad personal por parte de los periodistas, hace
ya tiempo que el cuarto poder también ha sido fagocitado por el único que rige
nuestra vidas de tejas abajo: el del partido gobernante.
A no ser, claro está, que se parta de cero (es decir, de
Internet) y que el único patrimonio fundacional con el que se lucha por la
defensa de la verdad sea el honor de no deberse a nadie.
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