Nos enseñó el maestro —liberal y
centrista por cierto— Chueca Goitia que la arquitectura, portavoz de la
filosofía materializada en espacios vitales, guarda una estrecha relación con
el genio de los pueblos, expresada en un hilo conductor que él llamó
“invariantes castizos”. Y ahondó en los españoles. La globalización digital ha
roto los moldes, aunque no del todo. En apariencia, el mundo se ha hecho más
universal, aunque en realidad lo que se ha producido es un paso definitivo de
cara a la generalización del imperio anglosajón, encarnado en la fiebre por el
inglés. Es la hora de las reacciones al fenómeno, no siempre encajadas en los
límites del sentido común y el respeto a los otros, como se acaba de ver en la
civilizadísima Gran Bretaña. Será que el muro adrianeo sigue separando el
Derecho Romano de la brutalidad bárbara y septentrional.
España siempre ha sido diferente.
Mientras en Europa los partidos políticos se van viendo obligados —en algunos
casos forzados— a rescatar ideas patrióticas para evitar que se adueñen de
ellas los de siempre, esos que la emprenden a mamporros en cuanto pueden, aquí
en España el viraje a partir del envejecimiento de las instituciones
anquilosadas en la lucha por el escaño se produce en sentido contrario: hacia
la extrema izquierda. Incluso para los que apenas nos asustamos ya de nada, el
avance atroz de los comunistas con diversas pieles empieza a constituir un
brexit a la española que nos remite, como si de una maldición inexorable se
tratara, a esos invariantes castizos de la nación española. El misterio lo
desvelan con frecuencia los historiadores, como Stanley Payne, que en su más
reciente libro, “El camino al 18 de julio”, da una de cal y otra de
abatimiento. Nos dice que la
España de hoy no puede repetir los hechos de entonces, lo
cual es de agradecer siquiera sea para relajar la ansiedad que nos carcome. No
volverán a arder doscientos edificios religiosos en dos días como ocurriera al
mes de proclamada la república y ante la pasividad de las nuevas autoridades.
Lo malo es que entre aquello y esto sí hay, según el emérito norteamericano,
una similitud muy peligrosa: aquella izquierda republicana de todos los colores
era, como la de hoy, excluyente. La única finalidad con la que presidieron y participaron
en el régimen del 14 de abril era la de impedir que la derecha pudiera gobernar
jamás en España. La consecuencia la conocemos sobradamente.
Asistimos, pues, a un rebrote de
los invariantes castizos de la política española: cada vez que se democratiza
acaba entregándose a los revolucionarios. Si en el continente europeo el gran
riesgo es que el tren descarrile porque se apoderen de la locomotora
maquinistas obsesionados con tomar las curvas a la derecha a excesiva
velocidad, aquí la tendencia natural de los ciudadanos parece ser la misma pero
con las curvas a la izquierda. Mientras, sus antecesores en los mandos intentan
sacudirse la borrachera de poder de un largo viaje salpicado de tirones del
presupuesto público que ha dejado la leñera vacía.
Nuestro sino como españoles,
diría un clásico, es atentar contra nosotros mismos. No es, desde luego,
momento de abrazar fatalismos, aunque sí de preguntarnos, inasequibles al
desaliento, qué … nos pasa, y si las ondas gravitacionales que anticipó Einstein
y que ahora están apareciendo en el microscopio de los científicos, no serán
esos invariantes castizos ante los que las gentes de bien y sensatas —léase
políticos moderados— deberían haber tomado medidas a tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario