lunes, 20 de junio de 2016

ONDAS GRAVITACIONALES MADE IN SPAIN

Nos enseñó el maestro —liberal y centrista por cierto— Chueca Goitia que la arquitectura, portavoz de la filosofía materializada en espacios vitales, guarda una estrecha relación con el genio de los pueblos, expresada en un hilo conductor que él llamó “invariantes castizos”. Y ahondó en los españoles. La globalización digital ha roto los moldes, aunque no del todo. En apariencia, el mundo se ha hecho más universal, aunque en realidad lo que se ha producido es un paso definitivo de cara a la generalización del imperio anglosajón, encarnado en la fiebre por el inglés. Es la hora de las reacciones al fenómeno, no siempre encajadas en los límites del sentido común y el respeto a los otros, como se acaba de ver en la civilizadísima Gran Bretaña. Será que el muro adrianeo sigue separando el Derecho Romano de la brutalidad bárbara y septentrional.
España siempre ha sido diferente. Mientras en Europa los partidos políticos se van viendo obligados —en algunos casos forzados— a rescatar ideas patrióticas para evitar que se adueñen de ellas los de siempre, esos que la emprenden a mamporros en cuanto pueden, aquí en España el viraje a partir del envejecimiento de las instituciones anquilosadas en la lucha por el escaño se produce en sentido contrario: hacia la extrema izquierda. Incluso para los que apenas nos asustamos ya de nada, el avance atroz de los comunistas con diversas pieles empieza a constituir un brexit a la española que nos remite, como si de una maldición inexorable se tratara, a esos invariantes castizos de la nación española. El misterio lo desvelan con frecuencia los historiadores, como Stanley Payne, que en su más reciente libro, “El camino al 18 de julio”, da una de cal y otra de abatimiento. Nos dice que la España de hoy no puede repetir los hechos de entonces, lo cual es de agradecer siquiera sea para relajar la ansiedad que nos carcome. No volverán a arder doscientos edificios religiosos en dos días como ocurriera al mes de proclamada la república y ante la pasividad de las nuevas autoridades. Lo malo es que entre aquello y esto sí hay, según el emérito norteamericano, una similitud muy peligrosa: aquella izquierda republicana de todos los colores era, como la de hoy, excluyente. La única finalidad con la que presidieron y participaron en el régimen del 14 de abril era la de impedir que la derecha pudiera gobernar jamás en España. La consecuencia la conocemos sobradamente.
Asistimos, pues, a un rebrote de los invariantes castizos de la política española: cada vez que se democratiza acaba entregándose a los revolucionarios. Si en el continente europeo el gran riesgo es que el tren descarrile porque se apoderen de la locomotora maquinistas obsesionados con tomar las curvas a la derecha a excesiva velocidad, aquí la tendencia natural de los ciudadanos parece ser la misma pero con las curvas a la izquierda. Mientras, sus antecesores en los mandos intentan sacudirse la borrachera de poder de un largo viaje salpicado de tirones del presupuesto público que ha dejado la leñera vacía.
Nuestro sino como españoles, diría un clásico, es atentar contra nosotros mismos. No es, desde luego, momento de abrazar fatalismos, aunque sí de preguntarnos, inasequibles al desaliento, qué … nos pasa, y si las ondas gravitacionales que anticipó Einstein y que ahora están apareciendo en el microscopio de los científicos, no serán esos invariantes castizos ante los que las gentes de bien y sensatas —léase políticos moderados— deberían haber tomado medidas a tiempo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario