Tal día como el que ha expirado
hace unos minutos, pero de hace exactamente quinientos años, el escribano
público de Sevilla Pedro Farfán reconocía en documento oficial que el hospital
de San Andrés y San Antón tenía “ciento y once maravedís de censo y tributo
perpetuo sobre unas casas en La Carretería. Linda con casa de Juan Rodríguez —proseguía
el acta— de cantarranas y casas de Constanza Fernández y casas de Villa Real y
la calle Real, las cuales tuvieron Diego Bernal carpintero de ribera y María
Sánchez, su mujer, vecina de esta ciudad, con el dicho cargo de los dichos
ciento y once mrs.”
Todo lo cual significa que hoy
podemos presumir los “carreteros” de Sevilla de pertenecer a una corporación
con más de medio milenio de vida. Ante ello no es mucho, como ocurre con el
cronista que suscribe, llevar 55 años en ella. Siento el estremecimiento que debe
embargar a todo bien nacido por saberse hermano de la misma cofradía que echara
sus raíces a unos metros de las anclas a las que se agarraban los navíos que
descubrían trechos ignotos de las Indias. O las que levó la flota que se disponía
a circunnavegar por primera vez el mundo.
Es, con todo, la misma Sevilla
que acaba de sumir en el olvido esta efeméride sin pena ni gloria. Los
ingleses, los americanos, los franceses, cualquiera que enarbole otras
banderas, habría disparado salvas. Pero aquí todo se va en petardos. Bueno,
pues al menos este periodista que “juró las reglas” en brazos de su padre y con
el chupete puesto, no se ha callado. Hoy pido sufragios por el alma de aquel buen
matrimonio que un día encargó esta encomienda gracias a la cual sabemos que en
cuestión de semanas vamos a vestir una túnica de terciopelo ajado por (al
menos) quinientos viernes santos.
Esto también es memoria histórica, pero de la buena.
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