La Comisión de Peticiones del Parlamento
Europeo (PE) admitió a trámite una
queja ciudadana de la asociación de víctimas Dignidad y Justicia que
reclama investigar los 379 asesinatos cometidos por la banda terrorista ETA
todavía sin autor conocido ni condenado, dijeron a Efe fuentes de la
Eurocámara.
La solicitud fue presentada en nombre de
la organización por Miguel Ángel
Rodríguez Arias, que denunciaba en su escrito «la incapacidad de España»
para llevar a cabo sus obligaciones de investigación de forma efectiva e
independiente, juzgar y condenar a los culpables y compensar a las víctimas.
Por ello, reclama al PE que estudie cómo puede llevarse a cabo
finalmente una investigación y la posibilidad de que se envíe una
delegación parlamentaria a España para entrevistarse con las autoridades.
Asimismo, solicita a la Eurocámara que pida al Gobierno «una explicación
satisfactoria» por la impunidad y la falta de justicia.
El
peticionario señala igualmente en su escrito al PE que los 379 asesinatos
«equivalen al 44 % de todas las víctimas de ETA».
Tras ser admitida a trámite, la petición será tratada en las próximas semanas -sin fecha todavía prevista- para su discusión en comisión parlamentaria, una sesión a la que puede acudir para presentar su queja el propio solicitante.
Las recomendaciones de la Comisión de Peticiones del PE no son vinculantes, aunque ejercen presión política a las autoridades.
Puede dirigir su queja al organismo cualquier ciudadano de la UE por considerar que sus autoridades nacionales no cumplen con la legislación y sus derechos.
Tras ser admitida a trámite, la petición será tratada en las próximas semanas -sin fecha todavía prevista- para su discusión en comisión parlamentaria, una sesión a la que puede acudir para presentar su queja el propio solicitante.
Las recomendaciones de la Comisión de Peticiones del PE no son vinculantes, aunque ejercen presión política a las autoridades.
Puede dirigir su queja al organismo cualquier ciudadano de la UE por considerar que sus autoridades nacionales no cumplen con la legislación y sus derechos.
He antepuesto
la noticia de la agencia Efe (titularidad del Estado español), en su tenor
literal, para evitar acusaciones de manipulación o extracciones interesadas de
contexto.
Esta España de
nuestras vergüenzas acaba de sumar una, y no magra, a su copiosa colección en
el foro más relevante del continente europeo: el Parlamento de Estrasburgo, 751
diputados, representantes de los 28 países comunitarios, es decir de 510
millones de ciudadanos, han asistido —me imagino que estupefactos— a la más
palmaria demostración de que el estado de derecho tiene aún un largo recorrido
que cubrir hasta ser una realidad en este rincón de Europa. Tanto como el que
dejó pendiente un señor llamado José Luis Rodríguez Zapatero, que además de
arruinar las cuentas públicas y las de centenares de miles de hogares, dejó dos
desgarrones como cornadas mortales por los que se desangra la Justicia en
nuestro país: la burla al Tribunal Constitucional —mucho antes que hicieran de
ello hábito los separatistas—, al hacer un rebuño de su sentencia sobre el
aborto consagrándolo como derecho (a matar la criatura no nacida), y la
introducción con calzador de un miembro designado por él en otro alto Tribunal,
de Derechos Humanos, sito igualmente en Estrasburgo, con la finalidad de
derribar la doctrina Parot, que fue el gran logro de Aznar (por eso la tumbó el
otro) y el principio del fin de la ETA. Gracias a esa decisión política, varios
violadores y asesinos condenados a cientos o miles de años salieron en
libertad, y así han podido reincidir nuevamente.
Claro que todo
había empezado mucho antes, pues fue la primera decisión de los socialistas al
llegar al poder (por cierto, y según acaba de probarse con números, por primera
vez en la historia a través de las urnas): la abolición de la independencia
judicial que nos había traído Suárez. A partir de ahí, cuanto se les ha
antojado ha sido coser y cantar. El instrumento se llama Consejo General del
Poder Judicial, o más precisamente, el sistema de provisión de sus plazas, que
de profesional pasó a ser político, como casi todo en esta España de nuestras
desgracias.
A la conmoción
de saber que los violadores libertos campan a sus anchas hasta que la Policía —no
los políticos— da con ellos y con las pruebas para acusarles ha sucedido un
nuevo baldón en el historial nacional de desaguisados. Sobre cuanto ha sucedido
en la piel de toro desde que un etarra tiroteara como a un perro al agente
Pardines el 7 de junio de 1968, ha gravitado una sombra diabólica cuyo icono es
una serpiente enroscada a un hacha. La transición, la Constitución, el curso de
las autonomías, los casos vasco y catalán, y otras cosas de tanto relieve como
éstas, han quedado marcadas por las balas asesinas de la banda terrorista. En
definitiva, han sido nuestras vidas las que nadie podrá recordar sin hacer
mención expresa de lo que significó aquella cifra —un muerto cada tres días— durante
muchos años. Andan los partidos —primero de la izquierda y después el de la
derecha— engolfados en el empeño heroico de ciscarse en cuanto huela a régimen
franquista. Pero esta memoria histórica la tenemos mucho más cerca, algunos a
flor de piel de teletipo (siempre recordaré el momento, por ejemplo, en que
llegó a mi mesa de redactor jefe la noticia del crimen contra Fabio Moreno, el
niño de dos años, hijo de guardia civil, que voló por los aires impulsado por
una fiambrera bajo su asiento). Para esa memoria sólo hay amnesia. Los números
lo aguantan todo: 379. Hay que ponerlo, al menos, en letras: Trescientos
setenta y nueve muertos en salvajadas sin esclarecer ni castigar. Hay que
sumarles heridos, mutilados, viudas, huérfanos, hermanos, padres, amigos,
vecinos, compañeros… ¿Cuánta gente hay en la España del 2017 sin justificar?
¿Cómo se puede reivindicar la memoria de los presos del franquismo o de las
víctimas de la guerra (sólo de un bando) y tener abandonados en el ostracismo más
miserable a estos españoles que dieron la vida por una patria mejor?
Sólo hay una
explicación para tamaña afrenta, y es algo muy relacionado con el actual
proceso de descomposición de la legalidad en Cataluña. Si los segregacionistas
están envalentonados y resueltos a romper la unidad nacional es porque saben
que enfrente tienen demasiado miedo. No digo que no sea comprensible sentirlo.
Cuarenta años de terrorismo feroz dejan con seguridad una huella latente y
activa de por vida. Y eso es lo que siguen rentabilizando políticamente los
nacionalistas, como se acaba de ver en el acto conmemorativo del atentado
contra la ciudadanía en Hipercor. Por eso, ya la única solución que nos queda,
y ya veremos si se está a tiempo, es el artículo 155 de la Constitución, redactado
sin duda en previsión y por sospecha de que se fueran a producir situaciones
como la actual.
Lo grave de
todo esto es que, a juzgar por lo que nuestra Ley de leyes presenta como causa
de adopción de dicho recurso (“… no
cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o
actuare de forma que atente gravemente al interés general de España…”)
la retirada de las competencias a la Comunidad Autónoma de Cataluña (y a la vasca)
debió haberse puesto en marcha hace ya mucho tiempo. Todo empezó por la
educación de las generaciones que ahora quieren desconectar con España. Fue
entonces (ikastolas, libros de texto, inmersión lingüística…) cuando las cosas
tenían una solución relativamente fácil. Pero la pusilanimidad de unos y la
complicidad de otros paralizó el uso de unas facultades constitucionales que,
si bien se mira no son potestad del Gobierno, sino su obligación.
En el limbo oficial en el que se encuentran esas 379 personas tiene mucho que decir la abstención en el empleo de ese artículo que nos hubiera evitado los males mayores en los que nos hallamos, y que habría hecho encajar las piezas del estado de las autonomías para muchos años. Hubiera sido un buen homenaje a esas 379 manchas en nuestra bandera.
En el limbo oficial en el que se encuentran esas 379 personas tiene mucho que decir la abstención en el empleo de ese artículo que nos hubiera evitado los males mayores en los que nos hallamos, y que habría hecho encajar las piezas del estado de las autonomías para muchos años. Hubiera sido un buen homenaje a esas 379 manchas en nuestra bandera.
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