De aquí al final de esta epopeya
hispanocatalana —porque habrá un final, como siempre— habremos asistido a una
guerra sin tiros (espero) pero con muchos empujones. Sé que circula un vídeo de
uno de los innumerables acosos prebélicos sufridos por la Policía Nacional y la
Guardia Civil en el que agentes de este cuerpo se ven obligados a desenfundar
sus armas y apuntar a los linchadores. Incluso aparece un arma larga portada
por un guardia de pie en el estribo del todoterreno en marcha y con la puerta
abierta, para salvar a su compañero que corre perseguido por la turba
incontrolada (o demasiado controlada). Pero lo que nos enseñaron el domingo
fueron más bien empellones. Me alegro no saben cuánto de que el (mal) ciudadano
que podía perder un ojo y quedar como el otro que dijimos lo haya salvado
también. La sangre era salsa de tomate, aunque podría haber sido real. No
obstante, cualquier país moderno y democrático ha de echar mano de sus
antidisturbios de vez en cuando, a veces con resultados inmensamente más
severos.
Esta guerra de insultos,
amenazas, acosos y mudanzas forzosas no es más que un tumulto psicológico.
Afortunadamente, los profesionales de nuestra seguridad han actuado con un
aplomo que les sitúa muy por encima de las circunstancias. Lo peor, sin duda,
es la vida cotidiana de esas familias sojuzgadas por un profesorado sectario
que debería perder su condición de funcionario en cuanto se aplique el 155.
Pero las escenas de presión callejera están diseñadas por unos revolucionarios
de opereta que sólo saben provocar e insultar. Otra cosa son los cabecillas
anarcorrevolucionarios. Confío en que acaben mordiéndose entre ellos, como en
el 38 en la misma ciudad de Barcelona, aunque sin llegar a las sacas de
entonces. La masa, ésa que sigue las consignas que les agitan los alborotadores
expertos, sólo sabe vituperar, gritar y como mucho sentarse en el suelo a
esperar que los crasos del europarlamento tapen el Brexit y Gibraltar con sus
lloriqueos de college. Ésta es, de momento, una guerra desarmada. Los salvajes
de la CUP están atrapados entre la imagen —ni un solo cóctel molotov en las
manifestaciones, aunque sí barricadas de neumáticos ardiendo, más inofensivos
pero más contaminantes— y el manual revolucionario soviético o cubano, que
tanto monta. Y la gran masa da rienda suelta a sus pulsiones frustradas
confundiendo el jaleo con el poder. En medio están los mossos, protegiendo la
buena imagen de la masa y a ésta de unos antidisturbios a los que otra masa
intenta acorralar. Hasta que no acaben los dirigentes en la cárcel, la masa no
se viene abajo y los mossos no empezarán a comprender que no son el servicio de
seguridad de la independencia sino un cuerpo policial del Reino de España.
Lo de Putin es otra historia. Que
haya sido El País el que haya informado de que el Kremlin está detrás de las
campañas pro-independencia internacionales le da cierta verosimilitud a la
tesis. Pero si quieren comprender más a fondo la cuestión, les doy una pista: hay
colgado en la red un largo y tedioso documental, técnicamente impecable, de los
servicios de propaganda correspondientes en el que se recoge la visita que hizo
en su día Putin a Corea del Norte. Les ahorro los detalles. Lo tienen ustedes
en cualquier buscador. Y por si desean ampliar su cultura acerca de las técnicas
revolucionarias empleadas en Cataluña, ahí va un enlace que no tiene
desperdicio.
Ah, lo de las mozas es por
aquello tan castizo y español de “no hay derecho que no dejen a las mozas
llevar flores en los pechos”. Lo digo por las flores con las que las
adolescentes catalanas separatistas quieren convertir aquello en una reedición
de la revolución de los claveles.
Aleccionador. Sea cual sea el manual de subversión utilizado, el de Sharp, el de la Komintern o cualquier otro al uso desde la revuelta de mayo del ´68, lo cierto es que, salvo el Rey, las instituciones del Estado dan la impresión de encontrarse en estado catatónico. No reaccionan con la energía debida ante un desafío como el planteado por determinados poderes del propio Estado. La sociedad civil parece estar despertando desde que habló el Rey. Además del mundo empresarial, ayer se visualizó claramente en la calle en Barcelona. Pero el Jefe del Ejecutivo va a remolque de los acontecimientos; mientras del Rey abajo el pueblo español parece estar esperando a Godot-Rajoy. Sin embargo cada vez está más claro que quiere un pacto con los sediciosos para tirar otra temporadita, hasta el asalto final. Parecen converger dos posiciones de conveniencia basadas en una gran ficción. La retórica de enseñorea de la realidad. Una declaración que suponga mantener es estatus quo de la independencia de facto que ya se vive y evite el 155, que permita a Godot-Rajoy no solicitar su aplicación y sentarse a negociar nuevas concesiones para "normalizar" la situación. Tiempo al tiempo para que se den más adelante las condiciones que Mas dijo que aún no se dan para la independencia real.
ResponderEliminarEsto sería un latrocinio en toda regla. Se han cometido y siguen cometiéndose delitos muy graves que no pueden quedar impunes. Una reparación con garantías de futuro exige la intervención del Estado en varias e importantes áreas -de una forma u otra-, durante al menos una generación en Educación. O este problema se resuelve desde la raíz, aunque haya que reformar la Constitución entrando en un nuevo período re-constituyente o, acaba con España como la conocemos desde hace medio milenio y, por supuesto, con la Constitución del ´78.