El escritor y maestro de periodistas Julio Manuel de la Rosa falleció en Sevilla, su ciudad, el 7 de febrero de 2018, a los 82 años de edad.
De pronto, varias veces por
clase, extendía un brazo sosteniendo en la punta un cigarrrillo a medio
consumir y es que le había venido a la mente una idea refulgente. Entonces se
podía fumar en estos ámbitos. Incluso, viendo cómo lo hacía Julio, se diría que
el tabaco era imprescindible para mantener abiertos los ojos del intelectual.
Aprendí a redactar escuchando a Julio Manuel de la Rosa. A mi lado estaban
entonces —los veo y los oigo ahora— Tomás Balbontín, José María Aguilar, Ignacio
Camacho, Eva Martín Consuegra, y, en fin, un puñado de plumas de primera fila
que despertaban también cada día a rebato de la prosa improvisada o no de
nuestro tutor. Algunos conocimos por él a otros Proust, Flaubert, Joyce,
Gabriel y Galán, Faulkner, Vintila Horia, Alfonso Grosso, Luis Berenguer, Aquilino
Duque, Virginia Wolf… Pero sobre todo a Luis Cernuda. Descubrimos Ocnos, es
decir, la mejor Sevilla, de su mano. Cierro los ojos y los sonidos interiores
me devuelven la voz de Julio como si fuera una más de las estampas que componen
la Biblia del buen sevillano. Y siento una gran gratitud.
Recuerdo que una mañana nos
contó, dejándonos en suspenso, cómo el hambre golpeaba fuerte todavía cuando él
era niño en la Sanlúcar aljarafeña de sus veraneos, hasta el extremo de que un
camión accidentado que transportaba bidones de aceite de los olivos cercanos provocó
la afluencia agitada de gentes que, armadas de bollos de pan, migaban en los
adoquines.
Decir Julio de la Rosa es decir
infinidad de artículos —era un primer espada en el género— guardados en la
hemeroteca de esta Casa. Muchos sobre boxeo, una de sus principales pasiones.
Me viene a la memoria cómo y dónde escribía. Lo segundo lo ha glosado bien
recientemente en estas páginas Eva Díaz. Era un cuchitril atestado de torres de
libros sobre el suelo. Entraba la luz potente de Virgen de Luján. Y me llamaron
mucho la atención dos costumbres (tal vez manías) que me confió cuando ya
terminábamos una larga entrevista sobre Sevilla. Escribía con lápiz, y después,
por imposición del editor, lo transcribía a ordenador. Y lo hacía siempre de
mañana, nunca de noche. En Nuevas Profesiones, un cigarrillo humeante que me
sugiere un correlato de moscas machadianas; en el escritorio, un lápiz matinal.
Y en medio, una vida.
Recibí por mi último cumpleaños,
de manos de mi esposa, el regalo del libro en homenaje suyo. Le veía
últimamente curando ausencias de mujer en el bar Emilio, en compañía de un
pequeño haz de amigos y como esperando su hora, cálido, cordial, elegante, preocupado
por el afán creativo de los otros. Así era Julio, y mucho más. Un trozo enorme
de la mejor Sevilla literaria se nos ha ido dejándonos un puñado de libros que
llevan su nombre. Una de las últimas veces que nos vimos —compartimos mesa
junto al común amigo y narrador también Paco Núñez Roldán— me abroncó
paternalmente porque no escribía novelas. Él tenía fe en sus discípulos, así
transcurriesen décadas. Ahora estará probando la madalena proustiana que no se
consume nunca, por encima del tiempo y del espacio que su lápiz manejó con el
trazo firme de un gran artista. Adiós, Julio. Nos vemos en Etruria.
(Publicado en ABC de Sevilla el 11 de febrero de 2018)
Preciosa y merecida necrología. Lo he recordado en los recientes homenajes a su maestro Vintila Horia en Alcalá de Henares y en Mediash (Transilvania)-
ResponderEliminarPrecioso artículo y admirable Julio, al no tuve la suerte de tratar. Descanse en Paz.
ResponderEliminarTuve la suerte de conocerlo --la única vez que llegué a tratarlo -- tras un acto en el Aula Magna de la Universidad y posterior manifestación en la calle San Fernando, corrían los años '75-'76. Me acerqué a saludar a José Luis Ortiz de Lanzagorta en compañía de quien se encontraba y al que conocía. Me lo presentó éste. Recuerdo que llevaba en las manos "Archipiélago Gulag" de A. Solchenitsin. Estaba entusiasmado y nos habló de tan importante obra, recomendándonos su lectura. Fué un encuentro casual que se quedó ahí. Pero me llamó la atención su sencillez y facilidad de trato, otorgando gran confianza a un desconocido. Bella necrológica.
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