Cuarenta años de socialismo anacrónico bajo unas mismas siglas han
configurado en el sur de España un “paisanaje” muy concreto, que podríamos
reducir, esquemáticamente, en términos marxistas en dos grandes grupos: los “manteníos”
y los hartos. Me explico. El término “mantenío” no es mío. Es de acuñación
popular, que diría un lingüista estructuralista. Procede, como las coplas
flamencas que tanto juego dieron a la Generación del 27 o a los Machado, de la
inspiración anónima, de esas letras que vienen del pueblo y al pueblo van tras
pasar por la pluma de los poetas. En este caso, de los sociólogos. Supe de la
existencia de este participio calificativo por el obispo auxiliar de Sevilla,
como creo haberlo escrito ya en alguna otra ocasión. Sustituía el hombre al
titular en una reunión multitudinaria con “fuerzas vivas” de la archidiócesis y
se le ocurrió relatar una anécdota para ilustrar una categoría. Y es que,
visitando una barriada muy deprimida de Sevilla (algunos “estadistas” o
profesionales de las estadísticas dicen que la más pobre de la España urbana),
quiso preguntar a los chavales de un colegio aquello de “Y tú ¿qué quieres ser
de mayor?”. Y el chicuelo se descolgó, como un resorte, con una vocación vital
preclara: “Yo, mantenío”. “¿Cómo que mantenío? ¿Y eso qué es?” “Po eso es lo
que es mi hermano, que va sacando paguitas y chapucitas de un sitio y de otro,
y vive mu bien, sin tené que trabajá”.
Ésta es la educación que están recibiendo en la Andalucía del
PSOE —no ha habido otra— las distintas
generaciones de niños confiados al sistema que Susana Díaz pretende perpetuar,
una vez más. Es la Andalucía de los “manteníos”, ya sea del campo o de la
ciudad, de arriba (que también los hay, y muchos más seguramente de lo que parece) y de abajo, que ya sólo
esperan el maná de ir tirando en negro y con cartillas de racionamiento del
empleo hasta la jubilación, mientras se habla con unos y con otros, que tienen
mano en la Junta para que los “niños” se coloquen en alguna empresa pública sin
más filtros que el amiguismo.
Ésos son los “manteníos”, legión por cierto en una tierra
irredenta y acostumbrada a sobrevivir de migajas que caen de la mesa de las
promesas electorales. Los otros, los “hartos”, lo son supuestamente por “ricos”.
Para los “manteníos”, según los manuales de la demagogia socialista impartida
desde los púlpitos de la televisión y los sindicatos, los “ricos” son los que
tienen un puesto de trabajo ganado a pulso tras años de hacer méritos, saber lo
que se firma y decir no muchas veces, incluso a los jefes. Son los que hacen su
declaración de la renta formalmente cada año y ven cómo a partir de un
determinado día del calendario todos sus ingresos son para impuestos que se le
retienen de la nómina, sin posibilidad de fraude. Son los que trabajan a
destajo con la furgoneta de reparto, pagando el gasoil religiosamente, el IVA,
Sociedades si se tiene una eseéle, el seguro, el sello del Ayuntamiento, la
iteúve, pasando de los 3 a los 43 grados centígrados, cargando y descargando a riñón
cubierto de faja para las lumbares… Y luego en casa, la hipoteca, la comida, la
luz (¡Ah, la luz, y los gastos fijos que comporta para que el estado siga
alimentando la demagogia del partido España 6 - Francia 60 centrales nucleares!),
el gas, las medicinas (de los estantes vacíos, léase el artículo anterior), los
muebles de Ikea porque son más baratos aunque haya que llevarse el domingo
montándolos en lugar de descansar), y como mucho el lujo del fútbol…
Hay otros muchos “ricos”. La tipología ha de ser,
necesariamente, grande, para sostener a tanto “mantenío” y tener “pacificado”
al personal. El “mantenío”, como el buen salvaje de Rousseau, era bueno de
nacimiento. Pero no era tonto, y se fue maleando a instancias del poder
socialista, que es el verdadero beneficiario de todo esto. En el mundo de ayer,
que diría Stephen Zweig, había beneficiados que gozaban de prebendas en
catedrales y parroquias. Hoy, este estamento es más bien una casta, y son los
intermediarios en la redistribución de la riqueza entre “hartos” y “manteníos”,
los “dominadores” y “dominados” de la teoría marxista. Como siempre, el que
parte y reparte se lleva la mejor parte. Él o sus amigos, como se está viendo
en esas sesiones judiciales de la Audiencia sevillana en la que se investiga y
juzga a qué se destinaban los impuestos que podríamos llamar, coloquialmente “IERE”, aunque con hache quedarían más
ajustados a la realidad: “Himpuestos de los ERE”.
Alguno se preguntará por qué he bautizado como “hartos” a los “ricos”,
es decir, a los donantes a la fuerza en este paraíso socialista del “Novecento”
español. Pues muy sencillo. No, precisamente, porque estén hartos de ganar
dinero o malgastarlo —algunos, o tal vez muchos serán así, ¿a qué negarlo?—, sino
porque esa buena gente está ya “harta de estar harta” y seguir pagando la
fiesta de los paniaguados. Para mí que, por la vía de las urnas, esto podría
cambiar como en su día cambiaron las cosas en aquella sociedad estática de
herencia medieval que tanto se parece a ésta decimonónica de mitos y tópicos de
la izquierda de la que tan harto está tanto andaluz de buena fe, de bolsillos
esquilmados y estigmatizado hasta la saciedad por negarse a seguir las consignas de una Andalucía victimista, fracturada en dos y que desde hace cuatro décadas
sólo conduce, peligrosamente, utilizando el espejo retrovisor de la izquierda,
que es la mejor manera de colisionar de frente con el futuro.
Verdades como puños
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