domingo, 28 de julio de 2019

NO-SE-PUEDE (POR AHORA)


Para escribir este artículo me he documentado antes en EL PAÍS, que tiene acceso directo hasta a los guasaps de Carmen Calvo. Lo primero que me vino a la cabeza viendo cómo Iglesias recogía los apuntes de clase y se marchaba, más cabizbajo de lo habitual, de su pupitre en las Cortes, acompañado por la más absoluta soledad —sólo se fue con él una diputada que desconozco pero que tenía toda la pinta de ser su jefa de gabinete o algo así— fue la misma situación pero al revés. La Historia es justiciera. En aquella ocasión, justo después de que Sánchez lograse, al fin, su anhelada Presidencia mediante la moción de censura que meses después se le volvería en contra (al tropezar con el muro de la autodeterminación para aprobar los presupuestos), los regocijados socios en potencia del PSOE coreaban, “espontáneamente”, desde sus escaños, puestos en pie y tras encallecerse las manos de aplaudir, aquello de “¡SÍ-SE-PUEDE!”, que debe ser algo así como el grito de guerra de las barricadas y del campamento levantado en la Puerta del Sol aquel inútil 15-M.
Ahora, los podemitas no cantaban victoria, sino que abandonaban el Congreso por la puerta de atrás, dicho sea retóricamente, porque quedaba claro que, al menos por ahora, no se puede. No se puede hacer la revolución, crear el neofrente popular, sacar a Franco a rastras de la Historia y del Valle, derribar su cruz con todo lo que ello significa; darle la vuelta, en fin, a la tuerka de la contrahistoria, del reaccionarismo hacia delante y de la subversión institucionalizada con nostalgia soviética y asignaturas pendientes que nos hagan eternos estudiantes malos.
No se puede, porque Sánchez ha tropezado con su segundo muro, su segundo fracaso antológico, por mucho pecho de pivot que saque. Si el primero fue la independencia real de Cataluña, el segundo ha sido la conversión de España al sovietismo anarquizante que arrasó la II República española. Nadie lo reconoce en el Parlamento, salvo Abascal, voz profética que hace de sus errores escuela de superación, no sima de autoafirmaciones vanas. Sánchez es víctima de sí mismo y de una pinza que, como siempre hasta hoy, aprovecha la debilidad de los amigos para arrebatarles el protagonismo: el comunismo y el separatismo. El doctor Sánchez no sabe qué hacer ni por dónde tirar, probablemente porque no puede hacerlo, porque “no se puede” conciliar socialdemocracia, o socialismo democrático si lo prefieren, con la raíz totalitaria que recorre toda la izquierda española, y desemboca en el drama eterno del PSOE: unir o separar a los españoles.
Me acordé también de Rajoy, el imperturbable. Le imaginé con una sonrisilla de satisfacción gallega, de hombre que sabe esperar y que tampoco sabe irse. ¿Se sentiría identificado con Sánchez? ¿Es hoy el español que mejor comprende al todavía presidente o viceversa, es el inquilino actual de La Moncloa el que empieza a darse cuenta de que el síndrome archicomentado consiste en sentir ese apego por los colchones que él empieza a ver peligrar? La posición objetiva de Sánchez es casi la misma que la imperante durante el segundo mandato de Rajoy, con una pequeña diferencia: el socialista va a agotar la legislatura que no dejó cerrar al primero, comido por el ansia de barrer a quien podía aún condenarle al ostracismo de no estrenar prebendas de investido. Lo dicho, la Historia siempre pasa factura.
Sé perfectamente que la política es lo más cambiante que existe. Y si no, que se lo digan a cierta formación que el primer día tras su presentación oficial propugnaba el aborto cero y el segundo mantener la Ley Aído. Todo puede dar la vuelta, como la tuerka y la crónica del diario progubernamental a la que me refería al principio y que les recomiendo, lo muestra a las claras. No obstante, algo me dice que en este fiasco (término también empleado por el mismo rotativo) hay mucho de irreversible, porque lo que ha aflorado en esta guerra abierta entre socialismo y comunismo coyunturalmente separatista es pura filosofía política, o sea, la región de la estrategia social más estable y hasta intemporal. Aparentemente, se hablaba sólo de economía, de Trabajo, y ha quedado claro que Sánchez ha salvado la gallina de los huevos de oro del PSOE, que es la UGT. Iglesias quería imponer, como es natural, la economía de Estado, y cargarse la negociación colectiva, los convenios, para entendernos, el tejido mediante el que los socialistas controlan la economía libre. Eso sería tanto como anular a la ya frágil UGT (la caída de subvenciones ha crucificado a los sindicatos, así como los distintos escándalos, a menudo judicializados). Si es el Estado el que implanta sus criterios en los convenios, ¿dónde quedan los sindicatos, especialmente los dos grandes? Sería tanto como cortar las alas sociales al PSOE, vaciarlo de contenido y destruir su futuro. En el fondo, lo chicos universitarios del “Sí se puede” siguen habitando en la nube de las aulas, los laboratorios y los departamentos que, gracias a la LRU socialista, gobiernan ellos. EL PSOE nunca caerá en trampa tan burda, como Lastra se encargó de dejar sentado en la tribuna cuando recordó al líder de extrema izquierda que las políticas activas de empleo que él reclamaba “in extremis” estaban transferidas a las comunidades autónomas. Lo cual tampoco es del todo cierto, pero —insisto— un Gobierno del PSOE jamás va a ceder nada que afecte a las negociaciones sindicatos-empresarios a unas siglas que aspiren a eliminarlas.
Con todo, ya digo que bajo esta capa superficial por contingente hay un cimiento fuerte, sobre el que se apoya, que es el concepto mismo de Estado. Y ahí, creo, se ha tocado techo. Porque ni siquiera un pacto programático dejando a Podemos fuera del Gobierno hubiera tenido recorrido, ya que los ejecutivos de Zapatero y de Sánchez, como sectarios y adolescentes que son, han agotado la oferta. Todas las zonas de decisión comunes las ocupó ZP para luchar contra la sensación de que era presidente por accidente. Y el resto, lo que le quedó por invadir al estallarle en las manos las consecuencias de la gran recesión, lo ha completado Sánchez, que ha cogido el Gobierno en el momento de un tímido despegue y a quien le ha cogido la crisis con sus socios cuando todo se le vuelve, como a su antecesor y correligionario, de punta. La economía, desde la mundial hasta la nacional pasando por la europea, está cansada de luchar contra los monstruos de 2008 sin resultados palpables. Y Sánchez parece igual de hacerlo con los españoles, esos actores de su drama empeñados en crear sus papeles de modo que no le dejan explayarse a sus anchas con el de protagonista que tan trabajosamente se afana en representar desde que debutó.
Recuerdo que Zapatero, ese bolivariano irredento, hijo, como Bolívar, de la metrópoli, dejó plantado en cierta ocasión al presidente de Polonia “porque se encontraba algo cansado”. Sánchez se va de vacaciones, y en su caso están justificadas porque jugar al ajedrez con un ruso sólo está al alcance de otro ruso. Y Sánchez es madrileño, aunque no olviden que escribió, o le escribieron, un “Manual de resistencia”. En septiembre se volverán a ver las caras o a enviarse guasaps. Confiemos en la filosofía de la Historia, que no siempre favorece a las izquierdas, aunque se empeñen los detentadores de la intelectualidad.

6 comentarios:

  1. ¡Quién pudiera leer esto en la prensa diaria!

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  2. Penetrante análisis de la situación política actual de nuestra partitocracia.

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  3. Gran artículo, Angel. Suscribo la opinión de Aquilino Duque, a quien también uno querría leer más, mucho más, en la prensa diaria

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  4. Reflexiones vivas y reales! Muchas gracias Ángel!

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  5. Artículo sencillo, claro y conciso,
    Refleja la realidad política causada por unos gobernantes comidos por el ego y la corrupción.Esto se refleja en la sociedad actual donde la gente sigue erre que erre con sus votos y después se quejan de sus políticas... Así nos va.
    Gracias Ángel

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