martes, 26 de agosto de 2014

RÉGIMEN DE EXCEPCIONES


El sector público andaluz ha reducido 18.000 plazas de funcionarios (principalmente en sanidad y educación) pero ha aumentado en 3.000 el número de contratos de la Administración paralela. Las empresas del Estado pierden 200 millones en un año. Altos cargos del Poder andaluz tenían empresas —algunos una red— que cobraban subvenciones sin justificar de la Junta. Para salir del paso, se acudió a una "excepción" legal que permitió exonerar a más de 2.000 entidades (partidos, ayuntamientos, diputaciones, sindicatos, particulares…) de aportar documentación probatoria de que habían destinado el dinero público a servicios públicos. El Ayuntamiento de Isla Cristina (Psoe), ha subido los impuestos un 20 por ciento en un año, siguiendo la estela de otros municipios costeros de Huelva en manos de los socialistas. Y sin embargo, ayer presencié cómo cuatro policías municipales de dicha localidad estuvieron a punto de ser linchados por una masa de africanos indocumentados que ejercían una actividad ilegal en pleno paseo marítimo de un núcleo turístico. Pasé miedo, por aquello de las balas perdidas. Ante tan grave incidente, la inexistencia de alumbrado público encendido, durante años, en ciertos puntos básicos de las urbanizaciones adyacentes carece de importancia.
El fiscal anticorrupción de Baleares concedía una entrevista a El País días atrás que recomiendo vivamente a cualquiera que quiera informarse sobre el verdadero estado político de nuestra Nación. En ella, y con una precisión milimétrica de jurista experimentado, detallaba cómo la legislación vigente procura ante todo proteger a los legisladores y demás politicodependientes de los partidos. De ahí un régimen de aforamientos desaforado y basado en la desconfianza de la Justicia independiente.
Este sistema de excepciones en el que los sin papeles son sujetos del mismo derecho que se les niega, y con razón, a los con papeles —la impunidad— alcanza cotas explosivas. Un Gobierno regional (¿o varios?) incumple flagrante y descaradamente las sentencias de los tribunales de mayor rango, y no pasa nada. Uno de los paladines de la transición —recordemos que el padre de la Constitución por los catalanistas militaba en las mismas filas cuando el presunto delincuente era ya un líder en Cataluña— se perfila como un defraudador a gran escala que ha escondido, según confesión propia, una suma alucinatoria de dinero en paraísos fiscales. Una juez traslada al Tribunal Supremo la imputación a dos presidentes autonómicos del semillero intocable de votos andaluz que entrambos cubren varios lustros de vida política en la Comunidad (¿la mayor parte de la etapa autogestionada?).
Es la España de las excepciones. Toda ley tiene su salvedad, a medida del redactor. Según el fiscal mencionado, la que más trampas ha permitido es la de Contratos. Y a esto llaman un régimen de transparencia.

viernes, 22 de agosto de 2014

PROHIBIDO HACER FOTOS



En un país que no puede presumir de culto, aunque sí de haber sido foco de cultura, todo deberían ser facilidades para continuar sin descanso la tarea de promoción y divulgación educativas que emprendieron con ahínco generaciones anteriores. Pero en España hemos pasado del villorrio polvoriento al parque temático sin solución de continuidad. En la trastienda más que una moda lo que hay es lo mismo que en el Deuteronomio: avaricia. O si se quiere, codicia, que es lo que ha provocado la gran crisis económico-financiera de nuestra vida.
Iba yo con mi familia por aquellos caminos del Norte español entre los que nació el castellano romance o el latín romanceado de las glosas emilianenses y silenses, buscando, precisamente, el origen de mi lengua, esa verdadera patria de los idealistas, cuando topeme con la estulticia como disfraz del afán de lucro. Fue en San Millán de la Cogolla, ya se sabe: "cuna del idioma". Habíamos hecho nuestra reserva por teléfono unos diez días antes, porque ahora aquel templo filológico del prerrománico parece más bien una consulta del seguro. Hay que pedir cita, los grupos son limitados, pagas en una lujosa oficina situada en Yuso (abajo), te recoge un microbús que te lleva hasta Suso (arriba) y allí una amable señorita (fórmula rancia y hueca) te enseña aquello. Después, el microbús te vuelve a dejar en la parada de Yuso. Todo ello por el módico precio de 3,50 euros por persona.
Hasta aquí, todo es —difícilmente— aceptable. La amable señorita te cuenta que, tras quince siglos de existencia y coincidiendo con las avalanchas humanas despertadas por los fastos del milenio de la lengua, los cimientos de aquella ermita se resintieron, la montaña a la que está adosada amenazó con derribarla y hubo que cerrar para inyectar micropilotes (no confundir con pilates) de hormigón, todo lo cual se lo debemos a la ilustrísima Administración autonómica (ella decía "patrimonio"). Más o menos por el mismo procedimiento que en el Patio de los Naranjos de la Catedral hispalense y en otros muchos lugares sagrados de la católica geografía nacional, en San Millán la Iglesia y el Estado volvieron a entenderse para retirar del disfrute público gratuito un tesoro arquitectónico y, so pretexto de que se trata de un "bien de interés cultural" (BIC) o, como en el caso del epicentro lingüístico, de un "patrimonio de la Humanidad", empezar a cobrar. Por cierto, que la Iglesia no hace descuento por familia numerosa y el Estado sí. Curioso.
Hasta aquí, también es la cosa —un poquito menos— aceptable. Todo se complica sin embargo, cuando quieres hacer fotografías. Los aficionados sabemos muy bien lo que duele que te lo impidan, y seguramente somos los primeros en comprender que en materia de obras de arte el flash debe estar pero que muy bien apagado. Pero que alguien me explique en qué daña a las piedras de San Millán el disparo —sin flash, insisto— de unas cámaras fotográficas. Nadie te previene cuando haces la reserva ni cuando pagas la entrada. Sólo en la puerta de la iglesia, un cartel tacha el dibujo de una cámara. Sí señores, sépanlo, en San Millán de la Cogolla, tierra riojana y española, los agustinos recoletos y el organismo autonómico local han decidido prohibir las fotos libres. Naturalmente, en el célebre pórtico donde reposan dos reinas de Castilla y los siete infantes de Lara hay, además (cuando sales, porque al acceder no lo ponen) un expositor para vender folletos y libros profusamente ilustrados. Y en el kiosco de la entrada también pueden adquirirse fotos del monumento. Pero de hacerlas tú, ni mijita.
Puede hacer unos treinta años que nos acercamos mi mujer y yo, muy jóvenes aún, a venerar esta obra insigne de nuestros antepasados amanuenses. Recuerdo aún la trémula emoción que sentí al penetrar en aquel misterioso centro de culto, abierto a las cuevas de los eremitas, con un sepulcro en alabastro que es una pieza cumbre del arte español, y un arco de entrada de resonancias exóticas. Lo pintoresco del entorno y lo profundamente cultural de aquellas formas, dieron lugar a un sinfín de diapositivas que guardo como oro en paño. Cada una de ellas tiene alma y remueve un auténtico festín del espíritu. Ahora sé, además, que poseen en un enorme valor histórico, porque todo eso está ya prohibido, gracias a la depuración cultural a la que someten a los visitantes los poderes públicos y eclesiásticos. Y pobre de tí como quieras hacer trampa. La amable señorita descargará sobre tu rostro una mirada implacable y procurará sacarte los colores delante del grupo y de tu familia.
Todo esto es bastante mísero. A esto hemos llegado en un país siempre ayuno de cultura porque "desprecia cuanto ignora". Hace tres décadas, antes de la "revolución cultural" en San Millán, mi esposa y yo nos paseamos por allí como pájaros, y por cierto, en absoluta soledad. Después ha venido la sociedad de las masas y ha arramblado con aquel paraíso siempre en nombre del progreso.
Días más tarde, visitamos el remodelado Museo Arqueológico Nacional, por cierto pared con pared con la Biblioteca Nacional y la estatua de Menéndez Pelayo, también acosado por la barbarie progresista. No pagamos ninguno —somos familia numerosa—. Creo que nadie negará la categoría de centro cultural de primer orden internacional que adorna a esta institución. Pues bien, "me jarté" de hacer fotos y nadie me lo impidió ni me molestó ni me puso en evidencia. Porque en San Millán de la Cogolla no se pueden hacer fotografías, pero en el Museo Arqueológico Nacional sí. Y todas las que se quiera, incluso con flash.
Como decía el otro, hay cosas que no se entienden… o se entienden demasiado bien. Tenía que escribirlo y publicarlo. Y ahora, quien conserve pudor, que se sonroje.

jueves, 14 de agosto de 2014

ABDICAR DE LA LIBERTAD



"¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os ha fascinado así? Habéis sido llamados a la libertad: ¡no os dejéis sujetar de nuevo al yugo de la servidumbre!" (Gal., III et V, 1)

Esta imprecación de San Pablo a los gálatas la veo cada día más presente y palpitante a mi alrededor. Son muy pocos los reductos en los que podamos respirar el aire puro de la libertad. Apenas si nos quedan algunos rincones de la Naturaleza o la intimidad de una vida casi eremítica siempre que no seamos pasto de algún rapero invasor. El silencio, la ausencia de contaminación acústica, la preservación de un círculo de personalidad individual libre de ruidos, es hoy un lujo al alcance de muy pocos. Como ayer, no hay más remedio que fortificarse tras gruesos muros de aislamiento y soledad. Nuestra sociedad es gravemente perturbadora. A veces, ese fenómeno de la ciencia que es el ruido se cuela de forma "ordenada" —véase, o mejor no se vea, la televisión—, pero cada vez la turba de rupturas sonoras que irrumpen en nuestra soledad sonora es más avasalladora, como las correrías de los bárbaros o la expansión de los berberiscos.
Y cuando uno sale a la calle o a cualquier ámbito de convivencia, resulta muy difícil volver con la sensación —o la convicción— de que ha aprovechado el tiempo sin que nadie sacrifique una paz siempre vulnerable en un ambiente cada vez más brutal. Ayer, sin ir más lejos, mi familia, y otras muchas, tuvimos que soportar a una pareja joven fornicando en nuestras narices. Fue en una playa que hasta ahora aunaba el clima familiar con un atractivo natural casi virgen. Durante la última media hora que estuvimos allí, donde hasta no hace mucho se disfrutaba de un paraíso, la tensión se fue apoderando de nuestra libertad hasta dejarla reducida a cenizas. ¡Qué razón llevaba el Apóstol cuando nos ponía en guardia ante la seducción de los más innobles instintos!
Durante toda mi vida, he concebido el sexo como algo sublime, sin resignarme a tomar la descalificación freudiana como si fuera palabra de dios. Lo de "liberación sexual" me pareció siempre un burdo sarcasmo. Ahora veo que, socialmente, es una batalla perdida y que la llamada de Pablo estaba más bien dirigida a un plano superior que al de la simple cáscara de lo único que hoy parece importar: la colectividad. Eso por no hablar de la transgresión —a menudo perversión— de los derechos ajenos, empezando por el derecho a vivir. Lo de ayer en mi playa fue sobre todo una agresión, un acto de propaganda violenta y una expulsión de un lugar público al modo del exhibicionista en la puerta del instituto. En definitiva, una demostración de poder y dominio territorial sobre congéneres indefensos que hubieron de huir para no seguir sufriendo la devastación interior de estos atilas de la desvergüenza. Como en el caso de la prepotencia acústica, lo que vimos ayer no era sino sojuzgamiento visual. Y como en el caso del Don Juan de Marañón, probablemente obedecería a un notable y patológico déficit de sexualidad. Quien practica sexo de verdad no lo "exporta" a la fuerza ante niños y mayores. Esto es el más vil de los ultrajes y la más despreciable de las degradaciones.
Tenemos un alma llamada a regir al cuerpo. Cuando a esta verdad tan simple se le da la vuelta, el alma —llámese psicología, espíritu, mente, emotividad, afectividad o como se quiera— pasa a quedar subyugada, y por lo tanto baja de una condición libre a una sometida. Esto, como el aborto legal, es otra regresión a un estadio prehistórico de nuestras comunidades. Ayer lo vi de forma gráfica en la playa de mis sueños.