miércoles, 27 de mayo de 2015

LO QUE ESTÁ PASANDO

Tal vez estemos exagerando. O tal vez no, que diría el mismo que acaba de ver cómo su cuna política —Santiago de Compostela— pasaba de las manos de su partido a las del Podemos marca local. Yolanda Barcina, desde su experiencia de moza corredora delante de los toros proetarras entre chupinazo y chupinazo, lo ha clavado: "Podemos acabar como Venezuela… o como la Alemania de los años treinta". Esperemos que no, pero ese 35 por ciento de madrileños que ha votado a la juez que quiere sacar de la cárcel al 94 por ciento de los presos no resulta precisamente tranquilizador.
Escribí tras las elecciones andaluzas que el fenómeno en marcha era el del cambio de bando de la abstención. El mecanismo es relativamente sencillo y tiene precedentes: una determinada coyuntura —ninguna mejor que la presente— envía a sus casas al núcleo del electorado conservador, en vista de la deriva seguida por su partido. Y al mismo tiempo, en función del proceso indicado, la porción social integrada por los antisistema dan el paso histórico de acudir a las urnas. Esto, claro está, groso modo. Luego hay que calibrar esa famosa masa indecisa que se dice decide las elecciones y que es enormemente volátil. Pero eso, ¿quién lo mide? ¿Arriola? Como decía mi padre, que en Gloria esté, "¡arrea!".
Este cambio de bando de la abstención explica plenamente lo que acaba de suceder, un hecho que inaugura desde luego una etapa nueva desde 1975. Asistimos al final de la partitocracia bipartidista —lo cual es bueno— y al comienzo de… ¿qué? La fragmentación de unas opciones respaldadas por siglas que sólo tienen en común el deseo de dinamitarlo todo es, en cierto modo, una garantía de orden y paz. Los asamblearios y perroflautas nunca lograrán ponerse de acuerdo en quién administra un solo euro. De modo que el resultado fáctico de su "triunfo electoral" puede ser cero. Esto también sería bueno. Bélgica ha estado un año sin Gobierno y no ha pasado nada. Hay quien dice incluso que la situación económica ha mejorado notablemente. Ya se sabe: se prorrogan los presupuestos, no se aprueba una ley (mucho menos un decreto) y la maquinaria administrativa sigue "funcionando" con su morosidad habitual, como en Italia.
¿Qué ocurriría, sin embargo, si los "bolcheviques" se lanzaran a la revolución, como en febrero del 36? Si fueran a por todas, cada uno en su barricada y con su lata de gasolina. Entonces, bueno, vetemos a la imaginación, que ya sabemos es la loca de la casa.
Acabo de leer que Esperanza Aguirre, veinticuatro horas después de proponer gobierno de concentración a socialistas y ciudadanos, y en vista de la respuesta áspera y maleducada recibida, ha hecho lo propio… ¡con Carmena! Empiezo a estar seriamente preocupado por la salud mental de nuestros ex-conservadores. Claro que después de los bandazos dados con el aborto, el matrimonio homosexual y la educación… uno se lo puede esperar todo.

Lo importante en este momento es hacer un paréntesis y dejar de seguirle el paso a los políticos en las cábalas del pactismo. Porque si pretendemos calcular sus cartas en la partida es muy probable que la salud mental en peligro sea la nuestra. El poder es, desde hace mucho, en España, una enfermedad. Lo que vemos ahora es una pandemia. Puede incluso que —fruto de una carambola, desde luego, y no de una estrategia preconcebida que revelaría un grado de astucia por parte de los populares impensable— lleven razón quienes avanzan una contrarreacción del electorado que se quedó en casa mas el de Ciudadanos más una parte de los antisistema de extrema izquierda que movilice el voto al Partido Popular en las elecciones verdaderamente trascendentales para España, que, obviamente, son las generales. Ello le podría dar al supuesto partido de la derecha un éxito absolutamente arrollador. Pero antes tendrían que suceder dos cosas: que las marcas locales de Podemos arruinen cuanto encuentren a su paso en los niveles regional y local, pero sin conseguir destruirlo todo en tan poco tiempo; y que el PP culmine en seis meses una catarsis interna con relevo en la cabeza. Ambas condiciones son improbables, aunque estamos en España, no se olvide.

miércoles, 13 de mayo de 2015

LA REBELIÓN INTERIOR

El 6 de abril de 2014 tuvo lugar en el Parlamento europeo una votación aparentemente menor pero que encierra un significado muy alto en los tiempos que corren, al menos en España. Se proponía que los representantes de los ciudadanos comunitarios allí presentes decidieran, en vista de la situación económica por la que nos arrastramos desde hace demasiados años, viajar en clase turista en lugar de bussines. La cuestión no era en absoluto baladí, incluso materialmente, porque en primera el billete de cada diputado, ida y vuelta con Iberia de Barcelona a Bruselas nos cuesta 1.297 euros mientras que con Vueling clase turista nos sale por 150. Y recalco el pronombre por razones obvias. Mucho más si tenemos en cuenta que el importe del asiento en "bussines class" es equivalente al sueldo de un maestro durante veinte días. Bruselas sigue estando muy lejos.
De los cuarenta y tres diputados españoles en la bien nutrida Cámara votaron a favor los siguientes: Ramón Tremosa y Balcells (CiU), Rosa Estarás Ferragut (PP), Oriol Junqueras Vies (ERC) y Raúl Romeva i Rueda (Iniciativa). Curiosamente, los cuatro catalanes. Nadie del PSOE ni de IU ni del PNV ni de UPyD. Subrayo particularmente la valentía de la señora Estarás, que se desmarcó de la disciplina férrea de su partido, también en esto aprendiz del PSOE.
Estos resultados electorales deberían mover a reflexión a los votantes, ahora que se acerca la segunda cita con las urnas en lo que va de año y que nos disponemos a asistir de nuevo a la letanía pedigüeña de votos que ya resulta tan patética como el incumplimiento sistemático de las promesas. Quien suscribe, que no pertenece a otro planeta ni a otra nación ni a otra especie que los que me leen, le da vueltas y vueltas a la salida de esta espiral que el alejamiento entre la ciudadanía y los políticos va creando a velocidad exponencial. Y casos como el de esos cuatro diputados —un 9 por ciento del total— ofrecen ciertos retazos de esperanza. No debió de ser casual que la mencionada votación se celebrase en vísperas de las elecciones europeas, es de suponer que para dejar todo "atado y bien atado". Después entró Podemos, pero las mayorías no han aceptado nuevos debates sobre un tema tan deleznable.
La manipulación que los partidos hacen de la sociedad, al menos en nuestro inmaduro país, sólo tiene un escape: la rebelión interior. Da igual que sean pocos. Un puñado de ellos ha dado testimonio de coherencia y decencia en el Congreso de los Diputados desmarcándose de la pantomima popular en torno al aborto solicitado por menores. Creo que hasta el día en que los mismos cargos públicos de los partidos —ya sé que todo se lo deben a los dirigentes internos— antepongan su conciencia a la conveniencia. Ese día, que llegará, estoy seguro que llegará, la regeneración democrática será una realidad y la confianza del pueblo volverá a las instituciones, hoy por hoy ajadas y decaídas en un sopor de autosuficiencia y endogamia del que no salen porque saben que tienen a la sociedad en la ratonera del "o nosotros o la dictadura".

Sólo desde dentro tiene arreglo un problema creado desde dentro. Aún me queda algo del adolescente ingenuo que vivió la transición y fue testigo de sus luces y sus sombras. Ese mozalbete que nunca odió a Franco y siempre amó un futuro mejor, en concordia, justicia y participación pública, sería feliz, igual que sus hijos, si en los partidos hundidos en lodazales a los que hemos llegado surgieran voces y actuaciones que nos devolvieran la ilusión de votar. Ésa que el próximo día 24 volverá a estar ausente de nuestras vidas.