Los hechos históricos ejercen a menudo de docentes. Todo lo que los políticos suelen ocultarnos, esas combinaciones de piezas que impulsan la política grande —la gran política es otra cosa— acaba siendo debelado por el devenir del tiempo, si se intenta interpretar lo sucedido con ecuanimidad y distancia. Esto último no es casi nunca posible sin un esfuerzo a veces titánico, pero vamos a intentarlo.
Imperceptiblemente —en parte
porque las circunstancias mandan y en parte porque así está diseñado desde el
poder— la situación de España en el mundo ha experimentado una metamorfosis en
pocos años. José María Aznar fue el último presidente atlantista que tuvimos.
Con todos sus errores y no pocas villanías, lo cierto es que entendió muy bien
cuanto para nuestra Patria había significado el giro geoestratégico emprendido
por el mayor líder anticomunista del mundo occidental, Francisco Franco, en
cuanto atisbó, como buen estratega, la derrota del Eje y la mudanza que ello
iba a suponer para el cuadro de alianzas del país que gobernaba.
Efectivamente, la España que hemos disfrutado la generación del Baby Boom ha
sido una combinación casi mágica de paz y prosperidad gracias a la construcción
de una clase media que supo subirse, pese a todas las ridiculizaciones que Mr.
Marshall ha inspirado, al tren del desarrollo en todos los campos, empezando
por el educativo e intelectual, fruto de lo cual fue la sucesión de regímenes
de los años setenta. Los acuerdos con Estados Unidos reorientaron la vida de
los españoles hasta hoy, permitiéndoles atender al “primum vivere” y salir de
una miseria de siglos. Era aquél un escenario internacional de guerra fría,
bajo la continua amenaza de una contienda nuclear en la que la situación de la
Península Ibérica constituía ni más ni menos que la clave de bóveda del
precario, pero a la postre bendito, equilibrio entre los dos mundos en liza.
Franco supo aprovecharlo magistralmente, valiéndose de los consejos de su mano
derecha, el almirante Carrero Blanco. Y Aznar, que había visto caer el muro de
Berlín y el bloque soviético, se dio cuenta de que las tensiones habían bajado
de latitud. Por eso se entregó, desaforadamente, en brazos de Bush después del
hecho histórico más decisivo tras la Guerra Mundial: el 11-S. Zaragoza y
Torrejón habían dejado de jugar un papel crucial a partir de ese desplazamiento
hacia el Sur, pero Rota y Morón eran si cabe más valiosas que antes. Y los
dólares que entraban por ellas seguían alimentando el progreso nacional. Todo
se fue al traste en otra operación logística: el 11-M. Claro que Aznar había
pecado de ingenuo al pensar que todo estaba atado y bien atado cuando renunció
a un tercer mandato. González había sido más listo.
Y entonces comenzó la debacle. Marruecos
ya lo había intentado tomando militarmente —aunque fuera una fuerza de opereta, el gesto simbólico era fundamental— el islote de Perejil. Con la inversión de la
intención de voto en 48 horas, Zapatero consiguió el poder y con él cambió la
actitud de España frente a Marruecos. Pero lo más grave es que ese 14 de marzo
de 2004 empezó el desmantelamiento del edificio comenzado en 1956, el
alineamiento de España con Estados Unidos y sus consecuencias socioeconómicas.
La hostilidad de la Unión Europea hacia Donald Trump, influida por la
gigantesca deuda pública con China, ha hecho lo demás. Zapatero se ha
convertido en consejero áulico del régimen de Maduro, gran enemigo de USA. En
el Gobierno de España se sientan varios ministros y un vicepresidente —ahora
una— que han echado los dientes entre la Venezuela socialista y el Irán de los
ayatolás. Los partidos españoles con representación parlamentaria, excepto VOX
—¡qué decir de la alianza gubernamental!— no han desaprovechado oportunidad de
vilipendiar al presidente de los Estados Unidos, un personaje que, guste o no,
encabeza a una mitad de norteamericanos y ocupa el lugar 45 en la lista de los
primeros mandatarios de la superpotencia hegemónica en el mundo libre. Y que
además ha sido el primero de muchos en acabar su mandato sin haber iniciado una
sola guerra y habiendo conseguido acuerdos de paz entre palestinos e israelíes
así como uno histórico ¡con Corea del Norte! Todo lo cual peligra, si no ha hecho ya aguas, cada día más
con su sucesor. El ademán de Trump el día aquel en que señaló a Sánchez su
asiento cuando éste acudió a cumplimentarle era ya harto elocuente.
La verdad es a veces cruel: A
Estados Unidos le hace hoy mucha menos falta la colaboración española —incluso
la europea— que hace sólo unos años. Esta realidad resulta fatal si tenemos en
cuenta los desprecios de que ha sido objeto nuestro aliado tras la Guerra de
Irak. Lo primero que hizo Zapatero fue ordenar la retirada de la base, hasta
entonces heroica y decisiva para la población civil, en Diwaniya. Los iraquíes
que antes admiraban a unos españoles que se habían batido durante
horas, hasta perder la vida, en la carretera de Bagdad, les despedían
cacareando. En Inglaterra, las elecciones las ganó el mismo partido que
gobernaba cuando estallaron las bombas en el metro de Londres. El león
británico es así, y así eran los leones españoles de las Cortes, fundidos en
Sevilla con bronce de los cañones arrebatados al enemigo africano, hasta que la
vida muelle del aburguesamiento conseguido merced a la leche en polvo americana
—interesada, claro está— nos hizo distintos. Los estadounidenses, en general, y
por encima de querellas internas, espontáneas o facturadas, suelen ser una piña
en política exterior, sobre todo cuando están en juego las vidas de sus
jóvenes. A veces esta unidad les cuesta cara, como en Vietnam. Pero el
cementerio de Arlington lo tienen junto a la Casa Blanca. Ahora, lo que les
preocupa es el avance islamista en el Magreb, por eso han firmado unos
convenios con Marruecos que les permitirán construir allí la macro base que
absorberá el potencial de Rota, y a cambio venden a buen precio armamento de
última generación al reino alahuita. Y por eso, uno de los últimos anuncios de
Trump —antes del “hasta luego”, no se olvide— fue reconocer la soberanía marroquí
sobre el Sáhara. Y por eso también, Marruecos ha reconocido por primera vez a
Israel, porque EEUU le otorga estatus privilegiado incluso en la marcha de
Oriente Medio y sus conflictos.
Pero de esto no se entera el
soberano pueblo español, porque apenas si se hacen eco los medios, muy ocupados
en Rociítos y otras yerbas. Lo peor es que tampoco parecen darse cuenta unas
autoridades ancladas en el Che Guevara de aquel Polisario sovietizado y
sovietizante.
El corolario de todo esto y mucho
más que se queda en el tintero ya lo han visto ustedes, aunque me temo que será
sólo una muestra de lo que está pasando y lo que puede ocurrir en un suelo
africano español en torno al cual el tiempo, desde el 711, no ha pasado y
donde, al igual que la Marcha Verde del Sáhara, las huestes del Corán avanzan
en masa. Con una diferencia: Ni en 1975 ni hoy necesitan vanguardia guerrera,
porque saben que ningún ejército civilizado va a abrir fuego contra una
multitud desarmada. Desventajas de vivir en un mundo mejor. Claro que tengo mis
dudas sobre si a este lado las cosas son muy diferentes a las de la época de
Don Rodrigo y el Conde Don Julián.