jueves, 29 de septiembre de 2016

FRANKENSTEIN ERA DRÁCULA

No me gusta alardear de lo que no soy. Por eso, no voy por la vida de profeta, como hacen otros colegas del pulverizado gremio periodístico. Pero cuando uno da en la diana, es legítimo presumir. El pasado 9 de enero publiqué un artículo titulado “Susana Díaz y la caza mayor” que algunos leyeron con sorpresa, pues parecía quebrar mi bien ganada fama de reaccionario. Recomiendo a quien aún conserve algo de paciencia indulgente hacia los profesionales de este oficio que localicen el escrito en mi blog (“A carta cabal”). Ahí verán por qué me las doy de algo todavía en este mundo. Que Susana Díaz apuntaba alto desde hace años no era ningún secreto para nadie. Imaginar cómo se proponía escalar era ya más complicado. Y asomarse a su entorno inmediato —la Triana profunda— para comprender algunos resortes de su popularidad estaba sólo al alcance de quienes nos pateamos la calle con curiosidad, espíritu crítico y mente observadora.
Escribí aquel artículo movido por un hecho fortuito, dentro de lo que cabe: haberme cruzado con ella, su marido y su hijo aún bebé por una acera de la calle Evangelista un domingo por la tarde, sin que hubiera nadie más a nuestro alrededor. Hechos tan triviales mueven a un periodista mínimamente atento a trenzar y volcar reflexiones como las que dejé entonces negro sobre blanco.
Siete meses y pico más tarde, el 24 de agosto, publiqué otro artículo, titulado “Ballesteros de caza menor” en el que daba un paso para esclarecer el camino que se abría a Díaz, gran conocedora de la importancia que en estos culebrones de largo alcance tiene saber poner los cimientos más próximos, que son los locales. El misterioso caso del tal Ballesteros quedaba recompuesto a base de investigar en Internet los pasos previos en la agrupación Centro del PSOE sevillano. Si les apetece, tienen aquel trabajo también en mi blog. Un detalle: la que se autoproclama única autoridad del PSOE en el momento actual, Virginia Pérez, a la que no dejan entrar en Ferraz después de negar legitimidad al bando de Sánchez, es, además y antes que la principal colaboradora de Díaz en el partido, secretaria general del PSOE de Sevilla, a la sazón dirigido por el presidente de la Diputación que ha adjudicado a Ballesteros el puesto de gerente en el Consorcio de Aguas (70.000 euros anuales). Ustedes mismos.
Ahora, la granada ha estallado, desbrozando el sendero de hojarasca para que Susana Díaz, lo reconozca o no de momento, encuentre su sitio… en la política nacional, a la que ellos llaman federal. En círculos más restringidos, de amigos por wasap, he ido más lejos, hasta poner a la trianera del Tardón en la Moncloa. No me atreví, lo confieso, a darlo a la imprenta (digital). Por ahora, la batalla está presentada entre los partidarios de la democracia asamblearia, tan parecida a la que propugna Podemos, y los que todavía creen que el orden sirve para algo. A los primeros se les ve cada vez más el plumero: son muchos —no todos, obviamente— los estómagos agradecidos que llevan cinco años esperando volver a gozar de las prebendas del poder dependiente del Gobierno de España. El mismo Sánchez carece de amparo laboral. Por eso los entiende muy bien y pelea hasta lo inconcebible por conseguir que sean las masas —180.000 de 46 millones— las que decidan. Los otros, los que intentan defenestrarle y detener la deriva anarcoide, saben que el PSOE o es bipartidismo o no es nada. Así ha sido desde la transición (tal vez antes) y así será hasta que Dios quiera, porque los españoles son así. Luego está Bruselas, el BCE, los presupuestos generales del estado de los que cuelgan los autonómicos y los municipales (con su reata de empresas públicas, mancomunidades y consorcios como el de Ballesteros) y las ayudas europeas que penden del hilo del déficit público. Pero todo esto es más técnico, demasiado para que influya en el voto de los 180.000 militantes que pueden decidir el futuro de los otros 46 millones de ciudadanos.
El fruto maduro cae por su peso. Lo que está ocurriendo con la izquierda española no es sino consecuencia de nuestro gran mal: la mala educación recibida por generaciones de ciudadanos desde que el socialismo se apoderó de ella. Si hacemos cuentas, los podemitas son ya hijos de esa deformación basada en el igualitarismo. Tenían seis años o menos en 1986, cuando Maravall, primer ministro de Educación de Felipe González, promulgó la Lode contra viento y marea de la Concapa. Algunos lo recordamos muy bien. Se habla mucho de la Logse, pero ésta no es más que el corolario de la Lode, donde estaba la nueva planta y sobre todo el espíritu “innovador”, cargado de “cambio” y “progresismo”, de la educación oficial en España.

Ahora, Frankenstein toma las riendas del laboratorio, ha encontrado las llaves y sale a devastar cuanto encuentra a su paso. Lo primero que halla es la vivienda de su “padre” científico. La ha asaltado y se dispone a chuparle la sangre. Frankenstein es Drácula. Sin nadie que le reduzca, acabará por hacerse el rey, como en el corrido. Los separatistas ya andan dedicados al pillaje. ¿Será Susana Díaz la cazadora que embride al monstruo? Ya les digo: no soy profeta ni falta que me hace.

SABER O NO SABER

(Publicado en los nueve periódicos del Grupo Joly el 20/9/16)


La Historia de la España que arrancó en los albores de la Transición es la de la libre expresión, pero sobre todo es la de la transparencia. O al menos, así quería ser y bien que lo proclamaba. Un régimen de Opinión Pública y publicada tiene ganada la mitad del camino hacia el triunfo de la honradez. La otra mitad es la que viene dada por la información cabal. Porque de lo contrario, lo que se produce es una pantomima, un grotesco, patético y monumental engaño. No hay día en que deje de trascender un escándalo político o financiero de primera magnitud, y esto tiene dos caras. La positiva es que vamos avanzando en el conocimiento de la verdad histórica de la que se deriva cuanto hoy somos y podremos ser mañana. La otra es que ha tardado mucho, demasiado, en aflorar esa parte de los hechos que siempre nos remite a la sospecha de que hay más escondido y que tal vez nunca alcanzaremos a descubrirlo.
La Justicia en España es lenta y deficiente. Los partidos políticos han sido siempre —cada vez con más compulsiva intensidad— unos virtuosos de las presiones sobre los medios de comunicación independientes. Éstos se debaten, como cualquiera, entre la resistencia numantina y la necesidad de subsistir, que sólo debe venir de la audiencia que atrae a la publicidad. Es preciso arrojo, porque quien hace la ley hace la trampa. Lo estamos viendo todos los días con la guerra de los aforamientos, con la elección de los miembros del CGPJ y del Tribunal Constitucional, amén de tanta racha de viento acre como agita el escenario donde nos movemos.
Desde la trama de los Pujol hasta los “eres” andaluces, pasando por una ruta de corrupciones capaces de polarizar las primeras páginas de los periódicos desbancando a cualquier otra rama de la actualidad, hemos llegado a un punto de nuestra vida colectiva monopolizado por un único objetivo: saber. En tal sentido, la oportunidad que se abre al campo del periodismo —sobre todo el escrito, que es el que marca el paso a los demás, sin importar si es en papel o en pantalla— no tiene precedentes en nuestro país. Hace treinta años creíamos que estábamos viviendo un tiempo áureo en la revelación de la realidad compartida por los ciudadanos. No era así. Entonces sabíamos poco, y después llegamos a saber menos todavía. Es ahora cuando suena la campana del asalto definitivo, porque nos estamos jugando ni más ni menos que la investigación continúe, que no la detenga nada ni nadie, y que lleguemos a saber hasta el último rescoldo de la gran hoguera de vanidades alimentada con el fuego de la mentira en torno al cual se expande el humo de la confusión.
Un pueblo que vive ajeno a lo que sucede bajo sus pies no será nunca una sociedad soberana. La manipulación es la gran enemiga de la salud pública en la que se asienta una democracia de recia estirpe. Lo contrario es feble y por tanto peligroso. Navegamos en un mar cuajado de grandes bloques de hielo sabiendo que la mayor amenaza nos aguarda bajo la superficie del agua. Por eso es tan urgente afrontar sin miedo la catarsis de saber todo lo posible y saberlo ya, de que los sumarios se abran paso con diligencia, sin pereza y sobre todo que ningún juez de España sienta el menor reparo en tirar de la manta, sea o no tiempo de elecciones —lo cual ya es un estado punto menos que crónico. No es de recibo que el TC tenga en un cajón el recurso del aborto años y años, mientras a diario se practican trescientos, hasta quedar ya tan obsoleto como las Siete Partidas de Alfonso X. Ni que se limite a “recordar” una y otra vez a los secesionistas los límites de la Ley, en un ejercicio nemotécnico tan solemne como estéril. ¿Debemos creer que los interpelados son de piedra?

Si tanto luchador como sigue hollando la piel de toro ve que el sistema castiga el delito con presteza y premia al que labora limpiamente contribuyendo al bien común, se activará el músculo no ya de la economía sino de la marcha general de todas las cosas. La función ejemplar de las autoridades lo es todo en una sociedad articulada, como bien sabía Ortega. Ellas son el espejo donde se mira casi todo el mundo, y sólo habrá confianza mutua —la fuente de toda prosperidad— cuando sepamos que nada nos ocultan, porque de ser así, los resortes del estado de derecho actuarán eficaz y rápidamente. Sin listas de espera que conduzcan a la impunidad de la prescripción o descoordinaciones que entorpezcan la acción policial. Tener la verdad por bandera —y conocerla bien— es la mejor garantía de progreso, el cambio que beneficia a todos por igual. 

miércoles, 7 de septiembre de 2016

LA GRAN CUESTIÓN AUSENTE

(Publicado en los nueve periódicos del Grupo Joly el 31/8/16)

Los políticos españoles se han especializado en el arte de la evasión. Discuten hasta la saciedad acerca de cuestiones que les conciernen básicamente a ellos, incluyendo las llamadas, más o menos retóricas, a trabajar por España, pero lo cierto es que olvidan problemas puntales —no puntuales— que afectan a la vida cotidiana de esa opinión pública cuya voluntad, tal vez por lo mismo, ni se inmuta cuando llega la hora —cada vez más frecuente— de elegir en las urnas. Uno de esos polos de preocupación es la (in)seguridad ciudadana.
Recuerdo que el trayecto, de 40 kilómetros, entre el aeropuerto londinense de Gatwick y la capital del Reino Unido me impresionó por algo que no tiene nada que ver con los atractivos presumibles para un turista español: la ausencia casi absoluta de rejas en unos grandes ventanales —los típicos miradores victorianos— pensados para dejar que entre la escasa luz natural del entorno, preservando en todo momento la más ancha sensación de libertad. Algo parecido me ocurre cuando veo los jardines domésticos de USA. Para mí, andaluz criado entre indeclinables oleadas de robos con intromisión en las moradas —destino que acompaña a mi generación desde que dimos el salto a la ciudadanía adulta— aquella visión inglesa a través de las ventanillas del monovolumen que nos trasladaba a nuestro céntrico hotel fue una sorprendente experiencia de pura envidia. ¿Por qué allí sí y en mi tierra no? Lo confieso: sentí vergüenza y envidia.
Después, he tenido ocasión de sufrir otras veces el zarpazo del delito, sin violencia gracias a Dios, salvo que tengamos en cuenta la angustia y el miedo que lleva implícita cualquier agresión a la propia integridad. La última vez ha sido hace sólo unos días. Alguien ha robado a mi hijo y a un amigo sus macutos en la Feria de Málaga, conteniendo móviles, documentación y dinero. Habrá más, con toda seguridad. Recuerdo haber recibido un reproche policial al presentar una denuncia porque mi casa carecía de reja en un hueco alto. Los otros seis vanos sí las tenían. No pude reprimirme: “¿Quiénes son los que deben vivir entre barrotes?”
La delincuencia irrumpió masivamente en nuestros hogares al calor de la droga allá por los años en que no todo el mundo supo asumir sus derechos con respeto hacia los demás; es decir, con un alto sentido de los deberes cívicos. Y llegó para quedarse. La insuficiencia policial y judicial, de origen político, ha dejado que la pleamar, tanto en el campo como en la ciudad, ahogue hoy por hoy las garantías constitucionales que deben consagrar la auténtica paz social.
Pero, obviamente, ambas esferas no tienen en su mano la solución última a este clima de amenaza para la tranquilidad de la inmensa mayoría. Son los políticos, a través de sus partidos, los que siguen sin atender a la obligación más esencial que comporta su vocación: el bien común, que empieza por la defensa de la seguridad ciudadana. Vivimos tiempos de contadores informáticos. Sería interesante que algún cibernauta nos informara acerca de cuántas veces ha salido el tema —en cualquiera de sus variantes— a lo largo de las dos últimas campañas electorales. Incluso, yendo más allá, qué lugar ha ocupado en el ránking de los debates, proposiciones y decretos registrados durante las últimas legislaturas. Las conclusiones serían, probablemente, desoladoras. La razón la deduce un niño: no les interesa. Es un hueso duro de roer. Se ha acumulado demasiado tiempo sin poner manos a la obra. Hay demasiados estudios teóricos sobre la mesa. La población reclusa es desbordante. Y las excusas —paro, exclusión, desigualdades, crisis educativa, familias desestructuradas, bandas organizadas, influencia perniciosa de los medios… — abrumadoramente ciertas como para que alguien se atreva a proponer o ensayar remedios nuevos y mejores.

Mientras, el día a día de los españoles sigue tropezando con ese temor latente u operante que solivianta y empaña con cansina insistencia el equilibrio de las relaciones personales. Sin caer en demagogias: que levante la mano quien no haya tenido más o menos cerca o en sus carnes un caso de inseguridad —a menudo flagrante—. La democracia nace de la confianza. No sólo de la que depositamos cada cuatro años en nuestros gobernantes, sino de la que éstos hayan sido capaces de suscitar al cabo de los cuatro siguientes. La temperatura —la calidad— de esa convivencia real la da no sólo que si el timbre suena a las cinco de la mañana sea el lechero, sino que cuando oímos crujir algo desde la cama sea el termostato del frigorífico.

domingo, 4 de septiembre de 2016

MADRE DE LOS POBRES NO NACIDOS

                             "El mayor destructor del amor y de la paz es el aborto"

                                                                                          (Santa Teresa de Calcuta)                                                                                    

Hace sólo unas horas que ese abrazo que diera la vuelta al mundo entre una pequeña y anciana mujer “desvalida” y todo un Santo Padre eslavo se ha hecho realidad en el Reino de los Cielos. Dos hitos para la Humanidad. Dos santos estrechamente unidos, ambos doblando levemente la cabeza, señal inequívoca de ternura. Ella depositando su cabeza, de lado y con los ojos cerrados sobre el pecho blanco y despejado de su Papa. Dos sonrisas idénticas. Y hoy, un sucesor de aquel gigante polaco que ya le canonizó a él ha declarado santa a la pequeña/inmensa figura que se abrazaba a la sotana e incrustaba en la cruz pontificia su oído, como queriendo escuchar de primera mano el mensaje que aquélla destilaba.
He querido recuperar, en este día tan señalado, algunas frases de Madre Teresa, como cree Francisco que deberemos llamarla para “distinguirla” de las otras dos carmelitas que andan por los altares. Lo hago como un compromiso cristiano que me arde en las entrañas, porque se ha puesto mucho cuidado, incluso en medios que van de la mano de la Iglesia, en disimular la primera —insisto, la principal— inquietud que mantenía viva la llama de amor viva en el corazón de Teresa de Calcuta. El Papa ha dicho: Teresa "defendía la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y la descartada".
En este ramillete me ciño a una fecha: el 3 de febrero de 1994. Y a un acto: el Desayuno de Oración Nacional (anda que si aquí hubiera tal cosa…) que la Casa Blanca organiza una vez al año. La ocasión —la misma que otro malhadado personaje muy “nuestro” y que no se levantaba ante el paso de la bandera de los Estados Unidos aprovechó para darle la vuelta a las palabras de Cristo— fue exprimida por la hoy santa para no perder un segundo en el zamarreo de las conciencias del mundo, sintetizadas en los poderosos del país al que el Orbe está mirando continuamente. Allá van las cargas de profundidad de Santa Madre Coraje:
* “La amenaza más grande que sufre la paz hoy en día es el aborto, porque el aborto es hacer la guerra al niño, al niño inocente que muere a manos de su propia madre. Si aceptamos que una madre pueda matar a su propio hijo, ¿cómo podremos decir a otros que no se maten? ¿Cómo persuadir a una mujer de que no se practique un aborto? Como siempre, hay que hacerlo con amor y recordar que amar significa dar hasta que duela”.
* “Jesús dio su vida por amor a nosotros. Hay que ayudar a la madre que está pensando en abortar; ayudarla a amar, aun cuando ese respeto por la vida de su hijo signifique que tenga que sacrificar proyectos o su tiempo libre. A su vez el padre de esa criatura, sea quien fuere, debe también dar hasta que duela”.
* “Al abortar, la madre no ha aprendido a amar; ha tratado de solucionar sus problemas matando a su propio hijo. Y a través del aborto, se le envía un mensaje al padre de que no tiene que asumir la responsabilidad por el hijo engendrado. Un padre así es capaz de poner a otras mujeres en esa misma situación. De ese modo un aborto puede llevar a otros abortos. El país que acepta el aborto no está enseñando a su pueblo a amar sino a aplicar la violencia para conseguir lo que se quiere. Por eso el mayor destructor del amor y de la paz es el aborto”.
* “El mayor regalo que Dios le ha dado a nuestra congregación es luchar contra el aborto mediante la adopción. Ya hemos dado, sólo en nuestro hogar en Calcuta, más de tres mil niños en adopción. Y puedo decirles cuánta alegría, cuánto amor y cuánta paz han llevado estos niños a esas familias. Ha sido un verdadero regalo de Dios para ellos y para nosotros”.
* “Recuerdo que uno de los pequeños estaba muy enfermo, así que les pedí a los padres que me lo devolvieran y que les daría uno sano. Pero el padre me miró y me dijo: ‘Madre Teresa, llévese mi vida antes que el niño’. Es hermoso ver cuánto amor, cuánta alegría ha llevado ese niño a esa familia”.
* “Recen por nosotros para que podamos seguir con este hermoso regalo. Y también les hago una propuesta: nuestras hermanas están aquí, si alguno no quiere un hijo, dénmelo, yo sí lo quiero”.
* “Para mí, las naciones que han legalizado el aborto son las más pobres, le tienen miedo a un niño no nacido y el niño tiene que morir”.
* “Tomemos una determinación: que ningún niño sea rechazado o que no sea amado, o que no se preocupen por él o que no lo asesinen y lo tiren a la basura”.
En aquel salón de Washington estaban el presidente Bill Clinton, su esposa y actualmente candidata a la Presidencia, Hillary; el vicepresidente y gran batallador contra el cambio climático (aunque no predique precisamente con el ejemplo), Al Gore, y otros muchos destacados mandatarios o dirigentes de aquella gran nación. La fundadora de las Misioneras de la Caridad les dio la mayor lección de fe y esperanza en Dios y en el ser humano que hayan presenciado las actuales generaciones.

Que se tenga presente cuando los ángeles entonan himnos de gloria por su fiesta. Cada 5 de septiembre aquellas palabras siempre nuevas resonarán en el Santoral.