jueves, 29 de diciembre de 2016

EL HOMBRE, MATERIAL CONSUMIBLE

Acabo de dar cuenta de una tostada de pan de bollo con paté de hígado de cerdo y una loncha de jamón york, también del impuro animal que nos ha dado de comer desde que bajara del arca la primera collera salvada de las aguas (si es que Noé los aceptó a bordo). Mientras gozaba del sabor de la vida, pensaba en los consejos del nefrólogo: poca cantidad de carne y pescado, porque las proteínas son las culpables de la formación de cálculos de ácido úrico, de los que he llegado a ser una cantera. Y de ahí, mientras deglutía, pasé, como es natural, a filosofar para mis adentros.
La sociedad del bienestar, para la que más allá de la muerte no hay nada, nos ha acostumbrado a vivir como si nuestros cuerpos pudieran permanecer inmunes al desgaste, siendo así que desde que nacemos nuestra historia es la de una máquina por la que pasa el tiempo. Si uno lo piensa bien, sólo hay dos materiales que parecen hechos para conocer el fin del mundo: la arena y el mar. O la roca desmoronada por el roce de los meteoros y el agua que viene y va, sube y baja pero permanece, cual la energía, sin pérdida alguna. Fuera de esos dos elementos, que tanto buscan miríadas de veteranos de las sociedades confortables del Norte —aunque los de aquí también los concebimos como sinónimos de placer y descanso— todo lo demás, y entre lo primero los organismos vivos, estamos hechos para fundirnos en el crisol de la naturaleza.
Todo esto me asaltaba el cerebro mientras disfrutaba del favor que mi efímera rebanada dispensaba a mi paladar. Se ve que las neuronas se animan con el alimento, a condición de que sepa a algo. El silicio de la arena y su compañera el agua —ambas construyen una especie de lucha de amor día y noche, como si el débil líquido pugnara por recordar insomne a la roca sin forma que ha sido él, junto con el viento aliado, el que ha molido la piedra durante milenios— me llevan, a su vez, a la sociedad del conocimiento, que dicen los cursis de la Junta. El silicio, o sea, la arena, constituye ya la bisagra de la evolución humana. Curioso: lo más inerte soporta lo más vital: el cruce de datos. Es lo que hace el corazón del ordenador: el procesador. En el palenque del silicio, capaz de transmitir órdenes operativas a una velocidad inimaginable, reside la clave de la informática, y todo lo que esto significa en la Humanidad actual y futura. Tenemos, pues, que el material más resistente es también el que mejor sirve a la inteligencia, hasta el punto de casi burlar la caducidad de todo.
Los científicos buscan, sobre las pistas que dejara Einstein, batir el record del silicio, de las playas que tocan la punta del infinito. De ahí que se empeñen en acelerar las partículas para dar el paso en el vacío de superar a la luz. Vayan pensando en la posibilidad de que los cables de fibra óptica se queden cortos. ¿Sería una hecatombe? A eso suena. Sistemas enteros que han tocado el tope de la vía quedarían de pronto inservibles. Pero, visto desde la barrera de la ignorancia, muy cómoda pero asistida por la experiencia de la intuición, esto daría lugar, sobre todo, a un salto de dimensión.
Las cosas ya no serían las cosas, porque nuestro cerebro sólo sabe verlas en sus tres dimensiones de siempre. Le faltaría el sentido para interpretar la cuarta, aquélla en la que tiempo y espacio se separan. Las playas ya no serían las playas, ni el mar el mar. La velocidad de esta nueva realidad superaría a las moléculas. Debe de ser lo que los físicos llaman el nudo de Higgins o la partícula divina. ¿El final de los tiempos? ¡Qué sé yo!
Me ha dado lugar (curiosa mezcla de tiempo y espacio) para terminarme mi desayuno sin preocuparme demasiado de mis riñones. Sé que soy mortal, y que mis órganos son como consumibles, como los cartuchos de mi impresora, fungibles, limitados, provisionales. Por cierto, la impresora en 3D también se puede quedar vieja antes de llegar a la vida cotidiana de la gente.

Como todas las criaturas, el hombre está aquí de paso. Los creyentes casi “vemos” que esa cuarta dimensión, la del material que sobrepase la fuerza cinética de la luz y mute su naturaleza para dejar de ser descriptivo y volverse creativo de las cosas, a base de aumentar la capacidad humana para conocerlas, implantando una estructura interna que nuestra mente no alcance a comprender, sólo se encuentra en la religión y en la fe de profesarla. La ciencia apunta siempre más alto. No se conforma. Busca y rebusca, de modo que cuando descubre algo siente más frustración que contento. Anda ahora ilusionada con un material “nuevo”, el grafeno, y con otros más rápidos, eficaces y baratos, aunque no me explico qué pueda haberlo más que la arena del mar. Malos momentos para Silicon Valley. Algo nos dice que estamos a las puertas de un reino tan misterioso que sólo se parece a la locura.

jueves, 15 de diciembre de 2016

LUZ DE OTOÑO SEVILLANO

Ha sido como un baño vigorizante tras días de lluvia y plomo en el aire. Has salido a la calle, has liquidado tus deudas con la burocracia sangrante que extiende sus tentáculos hasta el fondo de tu intimidad, y a continuación te has sumergido en esa luz de los días escogidos, oblicua sin ser torva, dulce como membrillo prohibido, serena, laxa, dorada sin aquellas partículas tostadas de la primavera. Luz de pintor en duermevela. Luz ansiada sin saberlo. Luz acariciante, poderosa en su deslizamiento lento, felina, ilustrada, calma, sabia, como si hubiera paseado por los jardines de los peripatéticos.
De mañana, esa luz del otoño sevillano, ya tardío, con bocanadas de cisco picón —imaginado sí, y por ende real— y un resto de ajonjolí en el paladar, es más alegre que la estival, mucho más que la inminente de marzo, infinitamente superior a la del enero afilado y pérfido. La que hallaste, o te halló, era una luz inesperada, límpida, purísima como anunciada por angelotes a los pies de la Gran Dama del Universo. Te sorprendió mientras caminabas. Era una luz tangible, aposentada en una transparencia que parecía venir de otro mundo, de un cielo pleno, de ese mediodía bendito en el que alguna vez habitamos antes de razonar y recordar.
Encontraste escenas para ti solo que revelaban sonrisas de Dios: Un gato, negro naturalmente, que retozaba panza arriba agitando sus piernas sobre el asfalto absorbiendo los rayos del sol decembrino y ajeno a la civilización (o no) que le rodeaba. Tres gorriones gordos dándose un chapuzón en un charco, como solamente lo habías visto antes en la canícula. Guiños de esta primavera veraz que es el otoño sevillano una mañana de cielo despejado y —robemos la metáfora a un Borges también sevillano— tan cóncava como generosa. Había llovido copiosamente los días de la víspera y aún la noche anterior. Las cosas tenían la piel luminosa, cubierta de azogue que le daba ese frescor verdioliva de clorofila restallante. Tachonado de pequeñas lagunitas brillantes, casi imperceptibles pero inagotables, el lienzo de paisaje que asomaba al vitral de tu vista era todo él gratificante, mar espumoso en la tierra de fuego andaluza donde viste la luz primera. Una luz que te gustaría hubiese sido como ésta del otoño efectista, palpitante de reflejos, magnetizado y táctil, que te ha saludado desde todos los puntos de la dicha.

Mañana ya no será igual. Los colores habrán secado. La pintura estará en su sitio, donde la pone tu monotonía. No donde hoy ha querido que esté la luz laureada del otoño sevillano.

martes, 6 de diciembre de 2016

EL MUNDO ES PEQUEÑO PARA DONALD TRUMP

Además del deshielo en los polos, esa amenaza planetaria que reasoma impenitente en el horizonte nuestro de cada día, están pasando cosas a nuestro alrededor mientras nosotros seguimos enfrascados en las bilis de nuestros fantasmas. El mundo gira indiferente a nuestras querellas. Mientras hay una Humanidad que acarrea a diario la tinaja del agua desde la fuente hasta el hogar, como en el neolítico, otra cruje impaciente, huyendo del dolor que siempre produce el anquilosamiento. Podríamos decir que la primera —que es la última— encuentra su defensoría en gente como esos cincuenta premios Nobel que han acusado a Greenpeace de perpetrar un crimen antihumanitario por boicotear el arroz transgénico que ha permitido a millones de personas evitar la muerte por inanición. En el otro extremo, la Academia sueca —disipados ya los primeros ayes de quienes sucumbieron bajo los escombros de la dinamita— otorga uno de sus preciadísimos galardones a Bob Dylan, de quien Steve Jobs (es decir, Apple) afirmaba que era poco menos que su dios particular. Aclaremos que se trata del Nobel de literatura, aquél que un colega de reconocido prestigio de Sigmund Freud decía que era el que se merecía el psiquiatra, y no el de Medicina.
Entre ambos hemistiquios, el que torea el hambre y el que juega con su destino, estamos nosotros, los “pigs” (y a mucha honra, siempre que sean ibéricos). Pero algo está cambiando, y mucho, más allá de nuestras fronteras. Aquí, los grandes debates nacionales oscilan entre dejarlo todo como está o cambiarlo todo (“el cambio” hacia ninguna parte). Es decir, que no acabamos de enterarnos, entiendo yo, de lo que ha sucedido donde se cuecen las habas desde que Hitler se pegó un tiro en su búnker berlinés. Estados Unidos ha apostado —tan aficionados ellos a las barajas y a las carreras— por el vuelco que conduce a los orígenes, lo que concede “originalidad” a los pueblos y a las personas. Las elecciones eran, ya lo sabemos, entre más de lo mismo o revolución liberal. Y ha arrasado ésta. ¿Dónde? Los mapas son siempre los mejores consejeros para comprender la realidad. Si consultamos el territorio del éxito republicano —no se olvide que antes de ganar la Presidencia Trump tuvo que hacerse con la victoria en el partido del elefante— veremos que en aquel gran y villano país ha vuelto a suceder lo que otras muchas veces le devolvió su energía: la emergencia del contrapoder. Se dirá que ha tomado la Casa Blanca la casta económica, los acaudalados. Puede ser, pero lo obvio es que el gran cuerpo social norteamericano, el que va de costa a costa, se ha rebelado. Y lo ha hecho contra el poder político y mediático, que habita el litoral este, y contra el tecnológico que vive en el otro. En resumen, la América conservadora versus la progresista, lo cual, dicho sea de paso, hace volar por los aires el gran embuste en que dicha división se fundamenta.
Ahora se pueden hacer las lecturas que se quiera, interesadas como las que hemos oído hasta hoy o no. Siempre he pensado que los procesos electorales son cuestiones tan íntimas como la lencería fina para una dama. Por eso no me gusta entrometerme en alcobas donde no me llaman. Así, siempre se acierta. Pero, a posteriori, las cartas están bocarriba y es lícito subrayar los resultados. Los ciudadanos de la locomotora universal han desalojado de la institución que rige —allí sí— la marcha de la nación, y de las que podrían ejercer el papel de oposición, a quienes se han arrogado durante decenios el monopolio del pensamiento únicamente aceptable, de lo políticamente correcto.

Es cierto que Trump ha cambiado radicalmente su discurso entre la campaña y el tiempo de su nuevo cometido. Creo que nadie podría rechazar ni una sola de sus palabras improvisadas horas después del recuento. Es el momento de la moderación. Pero eso es lo que se hace en lugares donde la democracia es algo más que una disputa. Su reiterado llamamiento a la unidad —ya veremos si dura— es un gesto de madurez. Y en todo caso, así se cosen los reventones como el que ha separado las bandas costeras del inmenso centro agrario. Se trataba de inclinarse por el continuismo de la era Clinton-Obama-Clinton (y también Zapatero-Sánchez-Díaz) o por la renovación profunda que demandaba la América profunda. Ya ven ustedes, el gran cambio ha irrumpido donde, como y cuando menos se esperaba. ¿O es que aquí, al menos aquí, todos repetían como papagayos lo que “alguien” decidió que debíamos creer? Con Julie Andrews, me voy cantando bajito “¿qué será, será?”.

CODA: Las nuevas tecnologías nos permiten correcciones diferidas. Aprovechémoslas. Varios buenos y avisados amigos me corrigen un dato erróneo del final de mi artículo. Y es que la canción "¿Qué será, será?" no la entonaba Julie Andrews sino Doris Day en "El hombre que sabía demasiado", película de Alfred Hitchcock. Puntualizado queda, aunque, a fuer de ser clásicos, he preferido dejar el desliz en "el original". Así me parece que seguimos en la época dorada del papel. No obstante, gracias, muchachos, por vuestra buena vista. Los lectores sabios no envejecen.

viernes, 25 de noviembre de 2016

ENTRE LAS FAUCES DE LOS LOBOS

Era una tarde de primavera sevillana. El Partido Popular había reservado el espacio central del Prado de San Sebastián, el mismo punto geográfico donde durante un siglo celebraron los sevillanos y sus visitantes la Feria de Abril, para cerrar una campaña electoral. Daba el mitin Mariano Rajoy, acompañado por la entonces plana mayor de los populares andaluces. El líder del “partido conservador” sólo alcanzó la media entrada, y eso que el emplazamiento no era grande. Tras los consabidos ditirambos, Rajoy, que tiene un primo catedrático en Sevilla, tomó la palabra para jalear a sus “masas”. Y entonces fue cuando el hombre empezó a dar tumbos dialécticos salpimentados por un recurrente e imperdonable despiste. Y era que cuando llegaba la hora de poner un ejemplo de buen hacer político y capacidad de convocatoria electoral, sólo se le ocurría un nombre: Rita Barberá. La alcaldesa de Valencia se había desplazado a Sevilla para la ocasión y el jefe la sacaba a relucir, pidiendo para ella ovaciones una vez tras otra. Eran otros tiempos.
El bochorno llegó cuando alguien se hartó de las inconveniencias venidas de lo alto y le recordó al presidente que allí estaba también Teófila Martínez, alcaldesa revalidada varias veces por el pueblo gaditano. “¡Ah!, es verdad, también pido un aplauso para Teófila, claro”, se descolgó el mitinero. Su obsesión, entonces, era Rita Barberá.
La política podía ser otra cosa. Pero es lo que es. Al menos en España, y después de lo visto en EEUU, tal vez lo sea en todas partes: una pesadilla esperanzada. No. No debemos perder la fe en el despertar de las conciencias, pese a la miseria moral de los dirigentes, llámense cúpulas de los partidos o aspirantes a gobernar desde el desolladero del canallismo.
Yo tenía un profesor, del que aprendí lecciones que nunca he olvidado, antes al contrario, vuelven como la magdalena proustiana a mi recuerdo recrecidas, y que un día, explicando a Larra —ya saben, “escribir en España es llorar”— se quedó como atascado al llegar a la hora de su muerte. Sabemos que el pobrecito hablador se pegó un tiro ante el espejo por mal de amores. Pero esa no fue la causa de su irreparable pérdida. El articulista de “Vuelva usted mañana”, tan vigente hoy como entonces, murió… “de asco”, según el padre Miguel, de fausta memoria para quienes le conocimos. Pues eso, Rita Barberá también ha debido morir de asco, de sufrir ese acoso linchatorio de una raza inmisericorde para la que justicia es llevar al cadalso (a la guillotina) a alguien mucho antes de ser juzgado. Dicen, además, que todo ha sido por mil euros. Si es así, ¿qué habría que hacer con los que han podido malversar ochocientos millones en los “eres” andaluces?
En la retentiva de quienes hemos asistido a este escrache por tierra, mar y aire, quedarán imágenes como las del pasillo —¿diez metros?— que conduce a la sala de comisiones del Senado donde tenía que comparecer. Ver cómo una jauría de “informadores” le impedían el paso y casi le metían los micrófonos en la boca con tal de sacarle aunque fuera un ronquido gutural, a lo que ella respondía incansable un “no haré declaraciones”, mientras unos sufridos bedeles le abrían paso… Y al final, un “periodista” exclamó: “¿Pero esto qué coño es? ¿No va a decir nada?”. Y así, ¿cuántas escenitas? La última, hace unos días, cuando compareció ante el Tribunal Supremo por primera y última vez entre gritos de choriza y otras lindezas. O aquellas agresiones a su propio domicilio en Valencia.

Es la España cavernosa y recurrente, ésa que se mueve entre el vómito montaraz de unos y la untuosa cobardía de otros. Barberá llevó al PP al mayor pasaje de gloria de su ambigua trayectoria, y a los españoles a descubrir parte del lupanar en el que nuestro sistema ha ido acabando. Y me refiero, lógicamente, a quienes golpean el cadáver que ellos mismos han creado. Más abyección sólo cabe encontrarla en las peores acciones de los etarras, sus amigos y amigos de sus amigos.

jueves, 29 de septiembre de 2016

FRANKENSTEIN ERA DRÁCULA

No me gusta alardear de lo que no soy. Por eso, no voy por la vida de profeta, como hacen otros colegas del pulverizado gremio periodístico. Pero cuando uno da en la diana, es legítimo presumir. El pasado 9 de enero publiqué un artículo titulado “Susana Díaz y la caza mayor” que algunos leyeron con sorpresa, pues parecía quebrar mi bien ganada fama de reaccionario. Recomiendo a quien aún conserve algo de paciencia indulgente hacia los profesionales de este oficio que localicen el escrito en mi blog (“A carta cabal”). Ahí verán por qué me las doy de algo todavía en este mundo. Que Susana Díaz apuntaba alto desde hace años no era ningún secreto para nadie. Imaginar cómo se proponía escalar era ya más complicado. Y asomarse a su entorno inmediato —la Triana profunda— para comprender algunos resortes de su popularidad estaba sólo al alcance de quienes nos pateamos la calle con curiosidad, espíritu crítico y mente observadora.
Escribí aquel artículo movido por un hecho fortuito, dentro de lo que cabe: haberme cruzado con ella, su marido y su hijo aún bebé por una acera de la calle Evangelista un domingo por la tarde, sin que hubiera nadie más a nuestro alrededor. Hechos tan triviales mueven a un periodista mínimamente atento a trenzar y volcar reflexiones como las que dejé entonces negro sobre blanco.
Siete meses y pico más tarde, el 24 de agosto, publiqué otro artículo, titulado “Ballesteros de caza menor” en el que daba un paso para esclarecer el camino que se abría a Díaz, gran conocedora de la importancia que en estos culebrones de largo alcance tiene saber poner los cimientos más próximos, que son los locales. El misterioso caso del tal Ballesteros quedaba recompuesto a base de investigar en Internet los pasos previos en la agrupación Centro del PSOE sevillano. Si les apetece, tienen aquel trabajo también en mi blog. Un detalle: la que se autoproclama única autoridad del PSOE en el momento actual, Virginia Pérez, a la que no dejan entrar en Ferraz después de negar legitimidad al bando de Sánchez, es, además y antes que la principal colaboradora de Díaz en el partido, secretaria general del PSOE de Sevilla, a la sazón dirigido por el presidente de la Diputación que ha adjudicado a Ballesteros el puesto de gerente en el Consorcio de Aguas (70.000 euros anuales). Ustedes mismos.
Ahora, la granada ha estallado, desbrozando el sendero de hojarasca para que Susana Díaz, lo reconozca o no de momento, encuentre su sitio… en la política nacional, a la que ellos llaman federal. En círculos más restringidos, de amigos por wasap, he ido más lejos, hasta poner a la trianera del Tardón en la Moncloa. No me atreví, lo confieso, a darlo a la imprenta (digital). Por ahora, la batalla está presentada entre los partidarios de la democracia asamblearia, tan parecida a la que propugna Podemos, y los que todavía creen que el orden sirve para algo. A los primeros se les ve cada vez más el plumero: son muchos —no todos, obviamente— los estómagos agradecidos que llevan cinco años esperando volver a gozar de las prebendas del poder dependiente del Gobierno de España. El mismo Sánchez carece de amparo laboral. Por eso los entiende muy bien y pelea hasta lo inconcebible por conseguir que sean las masas —180.000 de 46 millones— las que decidan. Los otros, los que intentan defenestrarle y detener la deriva anarcoide, saben que el PSOE o es bipartidismo o no es nada. Así ha sido desde la transición (tal vez antes) y así será hasta que Dios quiera, porque los españoles son así. Luego está Bruselas, el BCE, los presupuestos generales del estado de los que cuelgan los autonómicos y los municipales (con su reata de empresas públicas, mancomunidades y consorcios como el de Ballesteros) y las ayudas europeas que penden del hilo del déficit público. Pero todo esto es más técnico, demasiado para que influya en el voto de los 180.000 militantes que pueden decidir el futuro de los otros 46 millones de ciudadanos.
El fruto maduro cae por su peso. Lo que está ocurriendo con la izquierda española no es sino consecuencia de nuestro gran mal: la mala educación recibida por generaciones de ciudadanos desde que el socialismo se apoderó de ella. Si hacemos cuentas, los podemitas son ya hijos de esa deformación basada en el igualitarismo. Tenían seis años o menos en 1986, cuando Maravall, primer ministro de Educación de Felipe González, promulgó la Lode contra viento y marea de la Concapa. Algunos lo recordamos muy bien. Se habla mucho de la Logse, pero ésta no es más que el corolario de la Lode, donde estaba la nueva planta y sobre todo el espíritu “innovador”, cargado de “cambio” y “progresismo”, de la educación oficial en España.

Ahora, Frankenstein toma las riendas del laboratorio, ha encontrado las llaves y sale a devastar cuanto encuentra a su paso. Lo primero que halla es la vivienda de su “padre” científico. La ha asaltado y se dispone a chuparle la sangre. Frankenstein es Drácula. Sin nadie que le reduzca, acabará por hacerse el rey, como en el corrido. Los separatistas ya andan dedicados al pillaje. ¿Será Susana Díaz la cazadora que embride al monstruo? Ya les digo: no soy profeta ni falta que me hace.

SABER O NO SABER

(Publicado en los nueve periódicos del Grupo Joly el 20/9/16)


La Historia de la España que arrancó en los albores de la Transición es la de la libre expresión, pero sobre todo es la de la transparencia. O al menos, así quería ser y bien que lo proclamaba. Un régimen de Opinión Pública y publicada tiene ganada la mitad del camino hacia el triunfo de la honradez. La otra mitad es la que viene dada por la información cabal. Porque de lo contrario, lo que se produce es una pantomima, un grotesco, patético y monumental engaño. No hay día en que deje de trascender un escándalo político o financiero de primera magnitud, y esto tiene dos caras. La positiva es que vamos avanzando en el conocimiento de la verdad histórica de la que se deriva cuanto hoy somos y podremos ser mañana. La otra es que ha tardado mucho, demasiado, en aflorar esa parte de los hechos que siempre nos remite a la sospecha de que hay más escondido y que tal vez nunca alcanzaremos a descubrirlo.
La Justicia en España es lenta y deficiente. Los partidos políticos han sido siempre —cada vez con más compulsiva intensidad— unos virtuosos de las presiones sobre los medios de comunicación independientes. Éstos se debaten, como cualquiera, entre la resistencia numantina y la necesidad de subsistir, que sólo debe venir de la audiencia que atrae a la publicidad. Es preciso arrojo, porque quien hace la ley hace la trampa. Lo estamos viendo todos los días con la guerra de los aforamientos, con la elección de los miembros del CGPJ y del Tribunal Constitucional, amén de tanta racha de viento acre como agita el escenario donde nos movemos.
Desde la trama de los Pujol hasta los “eres” andaluces, pasando por una ruta de corrupciones capaces de polarizar las primeras páginas de los periódicos desbancando a cualquier otra rama de la actualidad, hemos llegado a un punto de nuestra vida colectiva monopolizado por un único objetivo: saber. En tal sentido, la oportunidad que se abre al campo del periodismo —sobre todo el escrito, que es el que marca el paso a los demás, sin importar si es en papel o en pantalla— no tiene precedentes en nuestro país. Hace treinta años creíamos que estábamos viviendo un tiempo áureo en la revelación de la realidad compartida por los ciudadanos. No era así. Entonces sabíamos poco, y después llegamos a saber menos todavía. Es ahora cuando suena la campana del asalto definitivo, porque nos estamos jugando ni más ni menos que la investigación continúe, que no la detenga nada ni nadie, y que lleguemos a saber hasta el último rescoldo de la gran hoguera de vanidades alimentada con el fuego de la mentira en torno al cual se expande el humo de la confusión.
Un pueblo que vive ajeno a lo que sucede bajo sus pies no será nunca una sociedad soberana. La manipulación es la gran enemiga de la salud pública en la que se asienta una democracia de recia estirpe. Lo contrario es feble y por tanto peligroso. Navegamos en un mar cuajado de grandes bloques de hielo sabiendo que la mayor amenaza nos aguarda bajo la superficie del agua. Por eso es tan urgente afrontar sin miedo la catarsis de saber todo lo posible y saberlo ya, de que los sumarios se abran paso con diligencia, sin pereza y sobre todo que ningún juez de España sienta el menor reparo en tirar de la manta, sea o no tiempo de elecciones —lo cual ya es un estado punto menos que crónico. No es de recibo que el TC tenga en un cajón el recurso del aborto años y años, mientras a diario se practican trescientos, hasta quedar ya tan obsoleto como las Siete Partidas de Alfonso X. Ni que se limite a “recordar” una y otra vez a los secesionistas los límites de la Ley, en un ejercicio nemotécnico tan solemne como estéril. ¿Debemos creer que los interpelados son de piedra?

Si tanto luchador como sigue hollando la piel de toro ve que el sistema castiga el delito con presteza y premia al que labora limpiamente contribuyendo al bien común, se activará el músculo no ya de la economía sino de la marcha general de todas las cosas. La función ejemplar de las autoridades lo es todo en una sociedad articulada, como bien sabía Ortega. Ellas son el espejo donde se mira casi todo el mundo, y sólo habrá confianza mutua —la fuente de toda prosperidad— cuando sepamos que nada nos ocultan, porque de ser así, los resortes del estado de derecho actuarán eficaz y rápidamente. Sin listas de espera que conduzcan a la impunidad de la prescripción o descoordinaciones que entorpezcan la acción policial. Tener la verdad por bandera —y conocerla bien— es la mejor garantía de progreso, el cambio que beneficia a todos por igual. 

miércoles, 7 de septiembre de 2016

LA GRAN CUESTIÓN AUSENTE

(Publicado en los nueve periódicos del Grupo Joly el 31/8/16)

Los políticos españoles se han especializado en el arte de la evasión. Discuten hasta la saciedad acerca de cuestiones que les conciernen básicamente a ellos, incluyendo las llamadas, más o menos retóricas, a trabajar por España, pero lo cierto es que olvidan problemas puntales —no puntuales— que afectan a la vida cotidiana de esa opinión pública cuya voluntad, tal vez por lo mismo, ni se inmuta cuando llega la hora —cada vez más frecuente— de elegir en las urnas. Uno de esos polos de preocupación es la (in)seguridad ciudadana.
Recuerdo que el trayecto, de 40 kilómetros, entre el aeropuerto londinense de Gatwick y la capital del Reino Unido me impresionó por algo que no tiene nada que ver con los atractivos presumibles para un turista español: la ausencia casi absoluta de rejas en unos grandes ventanales —los típicos miradores victorianos— pensados para dejar que entre la escasa luz natural del entorno, preservando en todo momento la más ancha sensación de libertad. Algo parecido me ocurre cuando veo los jardines domésticos de USA. Para mí, andaluz criado entre indeclinables oleadas de robos con intromisión en las moradas —destino que acompaña a mi generación desde que dimos el salto a la ciudadanía adulta— aquella visión inglesa a través de las ventanillas del monovolumen que nos trasladaba a nuestro céntrico hotel fue una sorprendente experiencia de pura envidia. ¿Por qué allí sí y en mi tierra no? Lo confieso: sentí vergüenza y envidia.
Después, he tenido ocasión de sufrir otras veces el zarpazo del delito, sin violencia gracias a Dios, salvo que tengamos en cuenta la angustia y el miedo que lleva implícita cualquier agresión a la propia integridad. La última vez ha sido hace sólo unos días. Alguien ha robado a mi hijo y a un amigo sus macutos en la Feria de Málaga, conteniendo móviles, documentación y dinero. Habrá más, con toda seguridad. Recuerdo haber recibido un reproche policial al presentar una denuncia porque mi casa carecía de reja en un hueco alto. Los otros seis vanos sí las tenían. No pude reprimirme: “¿Quiénes son los que deben vivir entre barrotes?”
La delincuencia irrumpió masivamente en nuestros hogares al calor de la droga allá por los años en que no todo el mundo supo asumir sus derechos con respeto hacia los demás; es decir, con un alto sentido de los deberes cívicos. Y llegó para quedarse. La insuficiencia policial y judicial, de origen político, ha dejado que la pleamar, tanto en el campo como en la ciudad, ahogue hoy por hoy las garantías constitucionales que deben consagrar la auténtica paz social.
Pero, obviamente, ambas esferas no tienen en su mano la solución última a este clima de amenaza para la tranquilidad de la inmensa mayoría. Son los políticos, a través de sus partidos, los que siguen sin atender a la obligación más esencial que comporta su vocación: el bien común, que empieza por la defensa de la seguridad ciudadana. Vivimos tiempos de contadores informáticos. Sería interesante que algún cibernauta nos informara acerca de cuántas veces ha salido el tema —en cualquiera de sus variantes— a lo largo de las dos últimas campañas electorales. Incluso, yendo más allá, qué lugar ha ocupado en el ránking de los debates, proposiciones y decretos registrados durante las últimas legislaturas. Las conclusiones serían, probablemente, desoladoras. La razón la deduce un niño: no les interesa. Es un hueso duro de roer. Se ha acumulado demasiado tiempo sin poner manos a la obra. Hay demasiados estudios teóricos sobre la mesa. La población reclusa es desbordante. Y las excusas —paro, exclusión, desigualdades, crisis educativa, familias desestructuradas, bandas organizadas, influencia perniciosa de los medios… — abrumadoramente ciertas como para que alguien se atreva a proponer o ensayar remedios nuevos y mejores.

Mientras, el día a día de los españoles sigue tropezando con ese temor latente u operante que solivianta y empaña con cansina insistencia el equilibrio de las relaciones personales. Sin caer en demagogias: que levante la mano quien no haya tenido más o menos cerca o en sus carnes un caso de inseguridad —a menudo flagrante—. La democracia nace de la confianza. No sólo de la que depositamos cada cuatro años en nuestros gobernantes, sino de la que éstos hayan sido capaces de suscitar al cabo de los cuatro siguientes. La temperatura —la calidad— de esa convivencia real la da no sólo que si el timbre suena a las cinco de la mañana sea el lechero, sino que cuando oímos crujir algo desde la cama sea el termostato del frigorífico.

domingo, 4 de septiembre de 2016

MADRE DE LOS POBRES NO NACIDOS

                             "El mayor destructor del amor y de la paz es el aborto"

                                                                                          (Santa Teresa de Calcuta)                                                                                    

Hace sólo unas horas que ese abrazo que diera la vuelta al mundo entre una pequeña y anciana mujer “desvalida” y todo un Santo Padre eslavo se ha hecho realidad en el Reino de los Cielos. Dos hitos para la Humanidad. Dos santos estrechamente unidos, ambos doblando levemente la cabeza, señal inequívoca de ternura. Ella depositando su cabeza, de lado y con los ojos cerrados sobre el pecho blanco y despejado de su Papa. Dos sonrisas idénticas. Y hoy, un sucesor de aquel gigante polaco que ya le canonizó a él ha declarado santa a la pequeña/inmensa figura que se abrazaba a la sotana e incrustaba en la cruz pontificia su oído, como queriendo escuchar de primera mano el mensaje que aquélla destilaba.
He querido recuperar, en este día tan señalado, algunas frases de Madre Teresa, como cree Francisco que deberemos llamarla para “distinguirla” de las otras dos carmelitas que andan por los altares. Lo hago como un compromiso cristiano que me arde en las entrañas, porque se ha puesto mucho cuidado, incluso en medios que van de la mano de la Iglesia, en disimular la primera —insisto, la principal— inquietud que mantenía viva la llama de amor viva en el corazón de Teresa de Calcuta. El Papa ha dicho: Teresa "defendía la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y la descartada".
En este ramillete me ciño a una fecha: el 3 de febrero de 1994. Y a un acto: el Desayuno de Oración Nacional (anda que si aquí hubiera tal cosa…) que la Casa Blanca organiza una vez al año. La ocasión —la misma que otro malhadado personaje muy “nuestro” y que no se levantaba ante el paso de la bandera de los Estados Unidos aprovechó para darle la vuelta a las palabras de Cristo— fue exprimida por la hoy santa para no perder un segundo en el zamarreo de las conciencias del mundo, sintetizadas en los poderosos del país al que el Orbe está mirando continuamente. Allá van las cargas de profundidad de Santa Madre Coraje:
* “La amenaza más grande que sufre la paz hoy en día es el aborto, porque el aborto es hacer la guerra al niño, al niño inocente que muere a manos de su propia madre. Si aceptamos que una madre pueda matar a su propio hijo, ¿cómo podremos decir a otros que no se maten? ¿Cómo persuadir a una mujer de que no se practique un aborto? Como siempre, hay que hacerlo con amor y recordar que amar significa dar hasta que duela”.
* “Jesús dio su vida por amor a nosotros. Hay que ayudar a la madre que está pensando en abortar; ayudarla a amar, aun cuando ese respeto por la vida de su hijo signifique que tenga que sacrificar proyectos o su tiempo libre. A su vez el padre de esa criatura, sea quien fuere, debe también dar hasta que duela”.
* “Al abortar, la madre no ha aprendido a amar; ha tratado de solucionar sus problemas matando a su propio hijo. Y a través del aborto, se le envía un mensaje al padre de que no tiene que asumir la responsabilidad por el hijo engendrado. Un padre así es capaz de poner a otras mujeres en esa misma situación. De ese modo un aborto puede llevar a otros abortos. El país que acepta el aborto no está enseñando a su pueblo a amar sino a aplicar la violencia para conseguir lo que se quiere. Por eso el mayor destructor del amor y de la paz es el aborto”.
* “El mayor regalo que Dios le ha dado a nuestra congregación es luchar contra el aborto mediante la adopción. Ya hemos dado, sólo en nuestro hogar en Calcuta, más de tres mil niños en adopción. Y puedo decirles cuánta alegría, cuánto amor y cuánta paz han llevado estos niños a esas familias. Ha sido un verdadero regalo de Dios para ellos y para nosotros”.
* “Recuerdo que uno de los pequeños estaba muy enfermo, así que les pedí a los padres que me lo devolvieran y que les daría uno sano. Pero el padre me miró y me dijo: ‘Madre Teresa, llévese mi vida antes que el niño’. Es hermoso ver cuánto amor, cuánta alegría ha llevado ese niño a esa familia”.
* “Recen por nosotros para que podamos seguir con este hermoso regalo. Y también les hago una propuesta: nuestras hermanas están aquí, si alguno no quiere un hijo, dénmelo, yo sí lo quiero”.
* “Para mí, las naciones que han legalizado el aborto son las más pobres, le tienen miedo a un niño no nacido y el niño tiene que morir”.
* “Tomemos una determinación: que ningún niño sea rechazado o que no sea amado, o que no se preocupen por él o que no lo asesinen y lo tiren a la basura”.
En aquel salón de Washington estaban el presidente Bill Clinton, su esposa y actualmente candidata a la Presidencia, Hillary; el vicepresidente y gran batallador contra el cambio climático (aunque no predique precisamente con el ejemplo), Al Gore, y otros muchos destacados mandatarios o dirigentes de aquella gran nación. La fundadora de las Misioneras de la Caridad les dio la mayor lección de fe y esperanza en Dios y en el ser humano que hayan presenciado las actuales generaciones.

Que se tenga presente cuando los ángeles entonan himnos de gloria por su fiesta. Cada 5 de septiembre aquellas palabras siempre nuevas resonarán en el Santoral.

miércoles, 24 de agosto de 2016

BALLESTEROS DE CAZA MENOR

“Al final, la gente vota al partido y los demás estamos de paso”
Blas Ballesteros dixit

Escribía quien esto suscribe hace algunos meses un artículo titulado “Susana Díaz y la caza mayor” en el que hacía cábalas acerca del futuro con el que jugaba la presidenta moviendo hilos dentro del PSOE para escalar cuanto pudiera en una situación pintiparada. Con altibajos, creo que la realidad me va dando la razón. Pase lo que pase a corto plazo, y una vez superados —quizás en apariencia— dos escollos llamados consejero de Economía (ex rector) y consorte en los cursos de la UGT, la otrora concejal de Juventud (cuando se tocaba de su pelo natural castaño y rizado) va quemando etapas con paciencia tardonera y la mirada puesta, como la chica del Titanic, más allá del horizonte (autonómico).

Susana ha movido ahora un peón de caza menor. O al menos, eso parece. Una Diputación no da el paso que ha dado la de Sevilla creando y nombrando una plaza innecesaria dotada con 70.000 euros anuales sin previa consulta a la instancia superior, que en este caso reside en San Telmo. Pero la pregunta del millón es ¿por qué? Para disparar a los venados es preciso haber afinado la puntería con las liebres. Les doy nombres: a principios de año fue recolocado como inspector médico jefe de Andalucía un señor llamado Alfredo Sánchez Monteseirín, tras varios años dando clase en una universidad madrileña. Plaza fija excelentemente remunerada y dependiente de la Junta de Andalucía. Meses después fue nombrado responsable del Real Alcázar de Sevilla —la mayor empresa municipal— un señor llamado Bernardo Bueno, de larga trayectoria en el PSOE local. Y ahora se concede la antedicha prebenda a don Blas Ballesteros, cuyo historial político nada tiene que envidiar al anterior y se debe principalmente al primero. Las coincidencias en política no existen. Doña Susana Díaz comenzó su recorrido por la Administración de la mano de Monteseirín, como concejal de Juventud, Empleo y Recursos Humanos en la misma corporación en la que figuraba Blas Ballesteros como edil de Turismo, Tráfico y Transportes. Éste último fue fundador y presidente de Aussa, la empresa de la zona azul y los aparcamientos públicos.

Si el puesto de concejala había significado el salto del partido a las instituciones para la secretaria de las Juventudes Socialistas de Andalucía, el salto a la política nacional se produjo a continuación: en 2004, Susana Díaz pasa al Congreso de los Diputados, y simultáneamente a la Secretaría de Organización del PSOE de Sevilla. La siguiente estación sería la de diputada en el Parlamento de Andalucía, que simultanearía con la Secretaría de Organización del PSOE andaluz. El resto, es fácil recomponerlo.

¿Qué pasó durante aquellos primeros años de Díaz en relación directa con el PSOE sevillano para que ahora refloten tan orondamente sus náufragos? Sinceramente, lo ignoro. Sólo puedo dar algunos apuntes. Por ejemplo, la encarnizada guerra entre el sector oficialista, en el que figuraba un señor llamado José Antonio Viera, y el crítico, encabezado por Monteseirín, aunque he de aclarar que la vida de las agrupaciones locales socialistas, especialmente la del centro, es algo así como un totum revolutum en el que al final todo el mundo reaparece. Las combinaciones de alianzas son infinitas, como las del álgebra. Es interesante, no obstante, señalar un hecho cuando menos sumamente curioso. Entre los cuatro sectores que en diciembre de 2008 aglutinaban votos en las elecciones a la Secretaría General de la poderosa agrupación Centro, uno estaba liderado por Blas Ballesteros, que a última hora decidió abandonar a su mentor, Monteseirín, para irse a la lista del enemigo, Bernardo Bueno, el oficialista. Recordemos quién era secretaria de Organización en el PSOE sevillano: Susana Díaz. En las asambleas previas al congreso provincial, Blas había encabezado las listas críticas afines al alcalde. Finalmente, en julio del año siguiente, José Antonio Viera, candidato oficialista, sería elegido secretario provincial con el 90 por ciento de los votos. Ni que decir tiene que, tras la fractura del sector crítico, Bueno era secretario local. La carrera posterior de Díaz, dependía, y mucho de Sevilla Centro. Y también de su licenciatura (o grado) en Derecho, que ha conseguido don Blas tras arduos esfuerzos también y que era requisito —el único que se le ha exigido— para ser lo que ya es.

El sector oficialista dominaba, días antes de las elecciones, la agrupación Centro, y —ojo al dato— la de Triana. En un pis pas, las cosas dieron la vuelta. Medió un intento de los críticos, a través de un dirigente del Ayuntamiento, de movilizar a los militantes trabajadores de Aussa, que eran muchos, para que les respaldaran. Recordemos lo que respondía Ballesteros, en febrero de 2003, cuando había sido defenestrado de las listas municipales, a la acusación de haber “modelado” la plantilla de la empresa: Es cierto que para el personal de confianza haya contado con personas de mi partido y que haya querido rodearme de mi equipo, pero en el resto de contrataciones de la empresa ha guardado el más absoluto respeto a la normativa de contratación municipal.”

Vaya por delante que, dada la complejidad y lo cambiante de la situación en el seno del PSOE más medular de España, cuanto antecede puede contener errores. No obstante, el fondo del asunto es el mismo: Susana Díaz debe mucho a estas piezas de caza menor, fundamentales para mantener “pacificado” al PSOE andaluz por lo que pueda pasar en los próximos meses. De ahí a la montería de grueso calibre no hay nada.

sábado, 13 de agosto de 2016

El Bosco y los neurotransmisores

(Publicado en periódicos del Grupo Joly el 3/8/16)

Si les coge de camino Madrid para cruzar hacia latitudes más frescas del Orbe, no lo duden: visiten la exposición de El Bosco en el Museo del Prado, y lleven tiempo en las alforjas, porque además de requerirlo la calidad singular de lo expuesto, hay que sacar la entrada con horas de antelación. Para los catadores de arte es una orgía de los sentidos —nunca peor dicho— y para los curiosos en general un baño de cultura viva. Nada importa que las tablas estén fechadas hace más de medio milenio. Su actualidad no puede ser más rabiosa.
Por ejemplo, sus monstruos. El maestro se especializó en esa fauna contra natura que fascina por lo bien que dibuja el mal. Desperdigadas por las salas de nuestra universal pinacoteca, aparecen ante nuestra vista los bosquejos que Jerónimo Bosch fue elaborando paciente y reiteradamente —con la obstinación de tiempos turbulentos como pocos— para llevarlos a sus composiciones precursoras del surrealismo. Si queremos saber lo que inquietaba al primer antepasado de Dalí, vayamos al Bosco.
¿Y dónde radica la actualidad de este pintor nórdico que prefirió viajar en el subconsciente humano y en los misterios de su condición antes que por cortes y episcopados? Sin duda en la locura como expresión de la perdición. El mismo desquiciamiento que Allen palpaba en sus películas bajo la piel del mundo contemporáneo, actualizando fondo y formas buñuelianos. Los neurotransmisores no funcionan como es debido, y por si lo olvidamos, llevados por una especie de alzheimer voluntario, cada día se nos recuerda con creciente ferocidad. Estulticia y pecado van de la mano en la obra del Bosco… y en la Humanidad del siglo XXI. En esto, el desarrollado y progresista Occidente también lleva la delantera, aunque el Califato le retenga de las ropas para devolverlo a la locura de un Medievo que nadie caló y supo perfilar con tan esmerada intuición como el genio reunido históricamente en el Prado.
Como nos han repetido tantas veces, el arte, cualquier arte, se nos muestra en dos niveles, que podríamos asimilar al consciente y al subconsciente. Podemos recorrer la exposición madrileña que agavilla obras dispersas por todo el mundo y también pertenecientes al museo madrileño como autómatas acumuladores de una erudición de masas estabuladas. O podemos ir más allá, y bucear en los colores, las composiciones, el universo que se nos presenta en busca de referencias intemporales, planetarias, incluso cósmicas en las que resuenan los ecos de nuestros ancestros o tal vez de dimensiones preteroprimitivas escondidas en la famosa noche de los tiempos. Sonidos que rebotan a través del destino humano y llegan a algún lugar de nuestro yo mientras contemplamos estos hallazgos artísticos, como cuando arrimábamos la caracola a nuestros tiernos oídos inmaduros.
El Bosco se obsesionó con una advertencia, como los profetas del Antiguo Testamento, aunque él supo escuchar mejor el mensaje bajo los signos de la Vida de Cristo (como Kempis). Lo que nos lanza una y otra vez, y por encima de todas en su visión del Jardín de las Delicias es una reflexión que hoy necesitamos más que nunca, porque éste es el momento que nos ha tocado vivir: ¿a qué desperdiciar nuestra existencia cayendo como cuerpos muertos en abismos de sinsentidos? No es extraño que los neurotransmisores de los más osados, llevados por los demonios hasta los precipicios del terrorismo suicida, respondan con monstruosidades a otras que cometemos a diario sin darnos cuenta.
Los autores de tantas vilezas indescriptibles como asaltan las páginas de los periódicos a diario y otras muchas que se cometen a la sombra de la rutina, aúnan en sus actos vesania y frenesí, al igual que los personajes del Bosco. Enajenados por un absurdo patológico, enarbolan banderas que no entienden pero que sirven a otros para manipular sus cinturones explosivos o sus armas blancas o negras a distancia suficiente para seguir manejando los hilos. Sintetizan todas las locuras y todos los odios en la sangre que funden con la de sus víctimas.

En el susodicho Jardín de las Delicias, que parte del Paraíso (de ahí el título) para llegar al Infierno tras pasar por el reino de las pasiones lujuriosas, el Creador departe amigablemente con Adán y Eva, aún desnudos en el Edén. Tiene su mano en la muñeca de ella, con indecible ternura. Entonces todavía prevalecía el sentido común y la inteligencia, es decir, la bondad y la esperanza. En el Bosco, como en todos los reinventores del alma humana, el tiempo no existe. ¿Vivimos hoy en un Paraíso que se nos va de las manos? ¿Podríamos retenerlo de alguna manera?

Publicado en los nueve periódicos del Grupo Joly (primer grupo editorial andaluz)

"Mi hijo Lobo"

Dos tendencias, amén de muchas otras, marcan rumbo en esta hora de España: la de lucir ufanamente hijos de familias monoparentales y la de poner a los niños nombres de animales. Ambas dicen mucho de hacia dónde nos encaminamos, o mejor dicho, de dónde nos encontramos ya. Obsérvese que, sobre todo las mujeres, cuando viven solas con sus hijos, se refieren a éstos sólo como “mi hijo”. Al parecer, la generación espontánea se ha extendido ya por los hogares nacionales como una vitola de progreso. Son hijos sin padre —en algunos casos sin madre— a los que inevitablemente faltará la referencia del otro sexo, con las consecuencias de todos conocidas. Revela además un sentido patrimonialista de los niños que debería hacer recapacitar a los tratadistas de la antropología moderna acerca de cómo la época histórica de mayor sensibilidad hacia la explotación infantil o los abusos que tratan a los menores como mercancía es también la de mayor cosificación de los más jóvenes.
Cada vez se oye más la expresión “mi hijo” y por lo tanto menos “nuestro hijo”, y en línea con esa cierta propensión al “hijo objeto” está la costumbre, cada vez menos llamativa, de poner a los vástagos nombres de animales, como si fueran mascotas. Este verano ha sido serpiente en algunos medios de comunicación. No porque se haya visto aún el nombre de “Víbora” —que todo se andará— sino por el “bautizo” pagano bajo apelativos como “Lobo” o “Rana”. Durante décadas, hemos asistido al progresivo y progresista abandono del Santoral. Los nuevos españoles atendían a nombres agnósticos como Libertad, Alba o Tamara. Pero las tendencias, en un mundo que se asfixia si no innova, imponen su necesidad de algo más, del más difícil todavía que epate al público asistente y reclame la atención de las cámaras. Ahora son nombres faunísticos. Algún santo de Dios canonizado o advocación mariana sí llevaba ya nombre de criatura del reino animal, como Paloma. Además, San Francisco, tan caro al Papa que abrazó su nombre, nos hablaba del hermano pájaro. O del hermano lobo, que cedió su gracia a una cáustica revista de la Santa Transición.

Debemos ir aprendiéndonos la musiquilla porque ya está aquí la charanga con su canción de moda: “Mi hijo Lobo”, otro éxito del verano.

sábado, 30 de julio de 2016

EL VACIAMIENTO

Si uno repasa el plantel de propuestas de los dos grandes partidos que han protagonizado el régimen actual desde sus comienzos, no se lleva ninguna sorpresa, porque no hay apenas nada que encontrar. De ahí que estemos asistiendo a una guerra por la conservación o la reconquista del poder, y nada más. Los otros, los de reciente aparición, son melones por abrir, y ya se sabe que todos los melones prometen dulzura. Ciudadanos es más socialdemocracia sin contaminar, luego ideas hay pocas en su ideario; son como un begin to begin que nos devuelve al Felipe González prístino de la calle Pez Volador, aunque con menos cara de laboralista y más de niño guapo de primera comunión. Y Podemos (con Unidos o sin ellos) son el típico salvoconducto a la Luna que acaba llevándonos a Marte… si le dejamos. Los separatistas, mejor ni nombrarlos, como la bicha.
Pero de oferta con visos ilusionantes, nada de nada. Llevamos dos convocatorias votando seguir como estábamos con Rajoy o con Zapatero. Inmovilismo propio de estados de pavor porque el futuro económico sigue siendo mucho peor que inquietante. Todo sistema se agota, hasta el de Trajano. Mucho más el de la Seguridad Social. Cuanto había de innovador y por ello sugestivo en la España de 1978 se ha ido agostando a golpe de fraudes, corrupciones, incumplimientos, atentados, decepciones y este interminable túnel del tiempo de la izquierda demagógica que nos retrotrae contumazmente a 1936. Todo se ha hecho anodino y tedioso. Nadie presenta opciones explícitas para encarar el mañana con adhesión a unos ideales movilizadores de vidas y haciendas. Nada de nada. Nihilismo absoluto. Por eso no hay acuerdo. Ya no hay ni tan siquiera mercancía que cambiar.
La última gran traición, la del aborto, fue como una bocanada de muerte para la confianza en los pilotos de la nave. A partir de ahí, puede pasar cualquier cosa en los partidos españoles, es decir en la política española, de hecho ya irreconocible. El órdago separatista tiene enfrente esa nada que apela patéticamente a unas reglas de juego que tampoco existen o que de haberlas son inoperantes, como se demuestra día a día.

El pueblo español sí conserva motivos para seguir caminando juntos y luchar por unas cuantas verdades de justicia. ¿Pero quién representa a esa España viva y dinámica, cargada de ideas y de coraje para emprenderlas? Ahí arriba, desde luego, nadie. Las diferencias son de nombres y las discusiones huelen a cifras nada más. Hay unos paladines del sistema y otros que pretenden cargárselo, eso sí. Pero la atonía, la anemia y el rompecabezas que tiene en vilo a la Nación mientras ésta se descompone en Barcelona suponen la peor receta para navegar en aguas turbulentas mientras un barco pirata, acompañado de su séquito, acecha unas veces por babor y otras por estribor, unas por proa y otras, como recientemente, por popa.

domingo, 24 de julio de 2016

El bloqueo

Pase lo que pase durante los próximos meses en España y fuera de ella, lo cierto es que se apodera de nuestras vidas públicas una extraña sensación de bloqueo que unos asociarán a la calma chicha y otros a la normalidad, según se hallen encuadrados en el redil de los apocalípticos o de los integrados como quería Eco. Para ceñirnos a nuestro país, hemos de reconocer dos cosas: por un lado, resulta evidente que sin renovación gubernamental todo parece funcionar aceptablemente bien; por otro, el bloqueo se traduce en un engolfamiento letárgico que atenúa las preocupaciones encapsulando sus causas. Por ejemplo, la prima de riesgo baja pero la deuda sube. ¿Alguien lo entiende? Los indicadores empiezan a describir esa línea zigzagueante que podría sacarnos del muermo o condenarnos a no saber nunca a ciencia cierta qué está pasando.
Las contradicciones han sido siempre un rasgo distintivo de los partidos políticos, y en una partitocracia como la nuestra no mostrar nunca todas las cartas se ha convertido en una baza para ir ganando partidas hasta la derrota final. El paro baja, pero la destrucción de empleo sube; las hipotecas suben, pero el negocio bancario roza la bancarrota; el consumo sube, pero la confianza empresarial baja. Estamos en puertas de asistir a la gran paradoja: que todo suba y baje al mismo tiempo. El déficit sube, pero no tanto como para que nos multen. El IPC se queda más o menos como estaba —congelado desde hace años— pero los impuestos suben un 13,5 por ciento (hablo sólo de este año y de un ayuntamiento costero de rango medio como el de Isla Cristina). Lo único que todo el mundo entiende es que aquí el que no corre vuela y que algo huele en el ambiente como en la DGT o en Escandinavia.
Hace muy poco me contaban que un conocido socialista incurso en el escándalo de los eres falsos se gastaba en comilonas del orden de 30 euros por comensal en mesas de veinte como quien no quiere la cosa. Aquí muy poca gente ha hecho sus deberes, razón por la cual existe ese marasmo de fondo que ha obligado a repetir las elecciones sin que las posiciones en el tablero se hayan movido, como no sea la irrupción del gran sorpasso que constituye haberle puesto un techo inesperado al retorno de los comunistas. Pero los que engañaban siguen viviendo del cuento, los que robaban siguen haciéndolo —aunque ahora sabemos más cosas gracias al correo electrónico y a la Guardia Civil— y sólo cambia, siempre progresivamente, el porcentaje de nuestro dinero que succiona el Estado en sus distintas instancias.
El bloqueo tiene, no obstante, una raíz “inmaterial”, y es que nadie (y cuando digo nadie me refiero al arco parlamentario) es capaz de anteponer los intereses nacionales a los particulares. España es rehén de un sistema, y sobre todo de una mentalidad, que impide gobernar con libertad, porque desde los distritos municipales hasta la presidencia de las audiencias provinciales, pasando por el largo rosario de puestos públicos hasta llegar al único inmutable, todo, absolutamente todo, está negociado con su correspondiente toma y daca y depende de unos pactos. Muestras: Las alcaldías de Sevilla, Cádiz, Madrid o Barcelona; las comunidades autónomas de Andalucía, Cataluña, Valencia, Castilla La Mancha, Extremadura; algo así como un colador de plazas de mando y asesoramiento que ocupara el espacio aéreo del territorio nacional, como la alcachofa de una regadera encargada de distribuir el presupuesto común.
Esto es un mecano —prefiero eludir lo del castillo de naipes, para no atraer el mal fario— de modo que si cambias una pieza, lo demás no encaja. Va de abajo arriba, así que cuando llega la hora de construir el nivel superior, el del BOE, las leyes orgánicas, el Poder Judicial, las Fuerzas Armadas y de Seguridad y las relaciones internacionales —la economía no sabemos ya dónde se decide— es casi imposible no alterar los demás puntos sensibles del conjunto, con el resultado más temible para un partido: perder dominios.

Si nuestros políticos, y el uso que se ha hecho desde el principio de nuestra Constitución, pensaran en la Patria antes que en nada más, como hacen en otros lugares, otro gallo nos cantara, y se hubiera formado un gobierno fuerte con presidente efectivo desde hace mucho. Pero ya ven: aquí nadie da puntada sin hilo, lo único que importa es la bolsa —la de cada uno, como se acaba de ver con las claves para la elección de la mesa del Congreso— y el partido, ese dios al que todo se rinde y cuyos sacerdotes queman en su altar el incienso del poder para eternizarlo en el podio.

sábado, 16 de julio de 2016

Historiografías vírgenes

Es tiempo de lecturas aparcadas durante el invierno laborable y la primavera sensual. Los que sentimos debilidad por la Historia pasamos entre brisas marinas páginas que siempre nos traen noticias inéditas para nosotros, con la vibración de un periódico atento a la actualidad… de hace décadas o siglos. Nada hay más vivo que la Historia, ya que ésta revive en nuestra mente, en nuestra conciencia, incluso en nuestro corazón en el momento mismo —ahora— de asistir a la “novedad”, de conocer algo que hasta ese acto de aprehensión del pasado, ignorábamos.
Repasando hechos de otrora, he caído en la cuenta de algo que me parece especialmente grave, sobre todo para generaciones venideras (que por otra parte, ya están aquí). Se trata del clamoroso vacío historiográfico que afecta a lo contemporáneo, al menos en España. Y entiendo por tal no lo que nos enseñaron hace cuarenta años que lo era. Uno de los mayores sinsentidos del estudio científico de la Historia es esa clasificación absurda por la que la Prehistoria no es Historia —excuso decir todo lo anterior— y los términos “antigua”, “media”, “moderna” y “contemporánea” se aplican desde la perspectiva de unos señores que ya son también Historia.
Cuando hablo de contemporánea me refiero a coetánea de nosotros mismos. Mañana será otra cosa para los que nos sucedan, pero hoy por hoy es nuestra Historia vital, la que ha acompañado nuestro crecimiento y madurez; incluso la que ha determinado nuestro contexto inmediato, el día a día de nuestra particular historia que se cerrará con el final de nuestros días. Esta Historia casi carece de historiografía, porque lo que hay, al menos de la Guerra Civil en adelante, es más bien un arsenal de libelos antifranquistas a gran escala editorial y un puñado de monografías, de muy restringida difusión, con aroma hagiográfico.
El origen de este fenómeno, como el de tantos otros, hay que buscarlo en la politización de la Universidad, en cuyo seno se ha desarrollado siempre la actividad historiográfica. La Universidad española, que caminaba hacia la verdadera autonomía cuando fue cautivada (como casi todo) por el socialismo rampante, es, hoy por hoy, presa de servidumbre financiera por parte del poder político. En un sistema partitocrático, lo que no gusta a quien tiene la sartén por el mango, sencillamente deja de existir. O sólo se permite que exista cuanto sirve a la necesidad de subrayar los aspectos más siniestros del enemigo. Es una guerra intelectual de la que han sido víctimas los españoles nacidos del año 80 en adelante, los que tenían seis años cuando entró en vigor la nueva legislación educativa y su filosofía partidista de la mano de Felipe González y José María Maravall.
Desde entonces, las Universidades —¿qué decir de los medios de comunicación, sobre todo la televisión, la gran niñera de los nuevos españoles?— o bien investigan y publican sólo las vertientes más negativas del franquismo o bien simplemente silencian cincuenta años de la Historia de España. Esta realidad acaba calando en las demás etapas educativas, contaminando los libros de texto escolares —de préstamo o virtuales— y, por supuesto, la formación del profesorado.
El resultado es un vacío que mutila nuestro conocimiento de unos años que, gusten o no, han modelado nuestra manera de ser, nuestra vida cotidiana, nuestra visión del mundo y nuestra capacidad de educar a nuestros hijos. Claro que también el bienestar económico que hoy se cuartea hunde sus raíces en aquel tiempo que algunos titularon “de silencio”. Y puede que aquí se halle la explicación acerca de por qué no se da a conocer nuestra Historia de la guerra en adelante. Es preferible encargar informas interesados —y salpicados de errores garrafales— para cambiar el nombre a las calles.
Echo de menos que alguien indague en los archivos de las instituciones y corporaciones del Estado entre 1936 y… hoy mismo. Quisiera que alguien me mostrara, de forma divulgativa y a un tiempo respetuosa de la técnica objetiva, qué hicieron la Cortes, los ministerios, la Jefatura del Estado, los Gobiernos civiles, el Ejército, la Justicia, la Iglesia, las diputaciones y los ayuntamientos de cada población española durante ese periodo. Porque en 1939 no se produjo un big bang que detuviera el quehacer de una nación como España. La Historia, como el río de Heráclito, nunca se congela, siendo realmente la misma. Y más allá de que sea preciso conocerla para dominarla y que no repita sus capítulos más funestos, los ciudadanos de 2016 —y los que nos sigan— tenemos derecho (sí, derecho, que no sólo existe el de votar) a saber de dónde venimos, siquiera sea para reconocer los peligros a los que algunos nos pueden llevar otra vez.

Coda: Y sobre todo porque el presente siempre debe interpretarse a la luz del pasado, lo cual puede iluminar numerosas vergüenzas que unos y otros (ya me entienden) desean a toda costa ocultar.

miércoles, 6 de julio de 2016

La Avenida como paradigma del fracaso

Nos vendieron que la Avenida de la Constitución iba a ser recuperada por el pueblo sevillano a través de su peatonalización. Que iba a ser liberada de la odiosa presión de los tubos de escape y de la prepotencia de los automovilistas. Que los viandantes íbamos a ganar en espacio público transitable y que todo iba a ser más idílico, humano y hasta verde. Un tranvía iba a sustituir no a los autobuses sino al metro que el primer Ayuntamiento socialista había parado so pretexto de que se iba a caer la Catedral cuando lo que no había era capacidad de gestión económica. Todo iba a ser de dulce: aire más puro, menos ruido, aceras tan anchas como la calle misma. Nuestros hijos iban a poder disfrutar de su ciudad dejando atrás la oscura costra del pasado inmediato.
Al cabo de los años, ¿qué tenemos? Una argamasa de solanera sin árboles de sombra por la que andar es tan complicado como ir mirando al suelo para seguir la senda tortuosa que unas chapitas (me recuerda a Jacques Tatí) te van indicando para que respetes a: el tranvía, que dispone de su playa de vías y a menudo circula a velocidades incompatibles con el ser humano que va a pie; las bicicletas, que como todo el mundo sabe gozan de una suerte de discriminación positiva que las hace potencialmente siniestras; los cantantes, perroflautas, músicos, patinadores, manteros, artistas de tablaos flamencos, estatuas más o menos demoníacas, equilibristas, prestidigitadores, mendigos y pedigüeños, lisiados o no, venidos de todos los puntos de la Europa comunitaria y más allá, baterías de roqueros, así como un sinfín de cajas acústicas que inundan de vatios el ambiente otrora inundado de motores. Hay también comparsas y chirigotas, habitantes que se arrebujan en los recovecos de los establecimientos donde tienen sus “hogares” de cartones regados con tetras de vinos baratos. Una semana al año, hay cofradías y sillas. Y una vez al año, la procesión del Corpus. El resto del tiempo, nuestro Ayuntamiento, el mismo que hace ondear por encima de las banderas constitucionales la del movimiento transgresor de moda, nos educa con una aliteración de murales fotográficos que valdrán una fortuna y mediante los cuales nos enseña cómo debemos pensar, sentir y comportarnos. ¡Qué gran maestro nuestro Ayuntamiento! Ahora ocupa el escaso espacio que deja el muestrario humano antedicho y los omnipresentes veladores del parque temático para turistas —este sábado sólo para uno— una “exposición” de grandes carteles provocadores. Aconsejo a las familias con niños que tomen la acera de enfrente, la que linda con el Banco de España, si no quieren verse obligados a responder a preguntas harto incómodas y para las que sólo son válidas las respuestas bendecidas por el establishment que administra la actual clase política española, de la que nuestro alcalde, gran cofrade, es un privilegiado exponente. Dicen que es para integrar y acostumbrar a la gente a ver eso como algo normal. ¿Y si la gente no quiere? ¿Cómo se le obliga?

El padre Estudillo ponía en el membrete de sus cartas “Avenida de José Antonio (ahora Constitución)”. ¡Si el gran aficionado taurino, con su sempiterna sotana, levantara la cabeza!

miércoles, 29 de junio de 2016

NI UN BANCO PARA SENTARSE

Las metáforas son la sal de la vida. Pero vamos camino de quedarnos sin ellas. En caso de albergar algún resquicio de resistencia a la marea que nos lleva, les recomiendo vivamente la lectura del último —espero que no— libro de Antonio Muñoz Molina, quien para mí es el mayor y mejor escritor vivo de nuestras letras. Ideológicamente, me separa de él un océano que, como suele suceder, también es nuestro nexo en común. En no muchas páginas, el ubetense que aprendiera a escribir asomado a Sierra Mágina traza el perfil exacto de la decadencia democrática en España. No es un libro para disfrutar, más que de su prosa, repujada como siempre en él. Es lo que llamaban los modernos un libro testimonio, que rezuma desolación de la quimera. Describe con tiralíneas, palmo a palmo, lo que para mí llamo desde hace decenios “el secuestro de la democracia”, su uso perverso por los mayores enemigos de ella, que no suelen ser los dictadores porque para ellos no existe, sino sus usuarios. Es como si bajo los lomos de un inmenso caballo de Troya se hubiese escondido una raza de truhanes con el único fin de lograr taimadamente la destrucción de un adversario mucho más fuerte que ellos: el pueblo español. Abran el libro por donde quieran. Encontrarán una tesela que casi habíamos olvidado (la desmemoria histórica es la herramienta favorita de los demagogos) del gran mosaico nacional.
  La foto con la que ilustro este artículo la obtuve hace una semana en la zona de consultas externas de uno de los tres grandes hospitales metropolitanos de Sevilla. La última vez que había estado allí, intenté sentarme en ese mismo banco, que aún conservaba, sueltas, sus tablas. No pude. No me fiaba de sufrir una caída y que las cercanas urgencias me obligaran a guardar una espera de horas para ser atendido. Eso fue en noviembre del año pasado. El miércoles el banco carecía ya de asiento, como pueden observar. En la zona, donde se hallan los servicios de Oftalmología y Rehabilitación por los que circulan al día miles de personas, sólo hay otro banco como éste, que sí está en uso. Observarán que al fondo hay una máquina de ejercicios, que jamás he visto ocupada por nadie, salvo por algún chaval que la toma como artilugio lúdico.
A esta metáfora  me refería al principio: una Administración que ha vendido hasta la saciedad sus excelencias, como la máquina de entrenamiento, y que se revela incapaz de reparar un simple banco de madera a lo largo de siete meses. Y lo que te rondaré morena. Es también un símil de lo ocurrido con los otros bancos. Somos un país obsesionado con apuntar alto, hasta que se dispara en vertical y te cae encima el proyectil. Por ejemplo, ¿cuántos polideportivos hemos utilizado para acoger a los damnificados por unas inundaciones que se habrían evitado si ese presupuesto hubiera ido a construir obras defensivas a tiempo? ¿Hablamos del fracaso que ha supuesto invertir sumas interminables en “políticas activas de empleo” de las que se ha seguido el mayor paro de nuestra historia?
Cansados de ser explotados y expoliados, a cambio tan sólo de la potestad dudosa de elegir a nuestros representantes de entre los candidatos escogidos por los aparatos de los partidos, los españoles no podemos ni sentarnos al borde del camino y pensar, como el personaje de Rodin. Eso sí, tenemos multitud de artefactos más o menos ociosos a nuestra disposición para cumplir directivas escritas por un anónimo chupatintas en un oscuro despacho de la no más luminosa Bruselas.

Ahora sólo cabe esperar —y rezar implorándolo— que a los encargados de mantenimiento no les dé por colocar en lugar del banco una bicicleta estática.

lunes, 20 de junio de 2016

ONDAS GRAVITACIONALES MADE IN SPAIN

Nos enseñó el maestro —liberal y centrista por cierto— Chueca Goitia que la arquitectura, portavoz de la filosofía materializada en espacios vitales, guarda una estrecha relación con el genio de los pueblos, expresada en un hilo conductor que él llamó “invariantes castizos”. Y ahondó en los españoles. La globalización digital ha roto los moldes, aunque no del todo. En apariencia, el mundo se ha hecho más universal, aunque en realidad lo que se ha producido es un paso definitivo de cara a la generalización del imperio anglosajón, encarnado en la fiebre por el inglés. Es la hora de las reacciones al fenómeno, no siempre encajadas en los límites del sentido común y el respeto a los otros, como se acaba de ver en la civilizadísima Gran Bretaña. Será que el muro adrianeo sigue separando el Derecho Romano de la brutalidad bárbara y septentrional.
España siempre ha sido diferente. Mientras en Europa los partidos políticos se van viendo obligados —en algunos casos forzados— a rescatar ideas patrióticas para evitar que se adueñen de ellas los de siempre, esos que la emprenden a mamporros en cuanto pueden, aquí en España el viraje a partir del envejecimiento de las instituciones anquilosadas en la lucha por el escaño se produce en sentido contrario: hacia la extrema izquierda. Incluso para los que apenas nos asustamos ya de nada, el avance atroz de los comunistas con diversas pieles empieza a constituir un brexit a la española que nos remite, como si de una maldición inexorable se tratara, a esos invariantes castizos de la nación española. El misterio lo desvelan con frecuencia los historiadores, como Stanley Payne, que en su más reciente libro, “El camino al 18 de julio”, da una de cal y otra de abatimiento. Nos dice que la España de hoy no puede repetir los hechos de entonces, lo cual es de agradecer siquiera sea para relajar la ansiedad que nos carcome. No volverán a arder doscientos edificios religiosos en dos días como ocurriera al mes de proclamada la república y ante la pasividad de las nuevas autoridades. Lo malo es que entre aquello y esto sí hay, según el emérito norteamericano, una similitud muy peligrosa: aquella izquierda republicana de todos los colores era, como la de hoy, excluyente. La única finalidad con la que presidieron y participaron en el régimen del 14 de abril era la de impedir que la derecha pudiera gobernar jamás en España. La consecuencia la conocemos sobradamente.
Asistimos, pues, a un rebrote de los invariantes castizos de la política española: cada vez que se democratiza acaba entregándose a los revolucionarios. Si en el continente europeo el gran riesgo es que el tren descarrile porque se apoderen de la locomotora maquinistas obsesionados con tomar las curvas a la derecha a excesiva velocidad, aquí la tendencia natural de los ciudadanos parece ser la misma pero con las curvas a la izquierda. Mientras, sus antecesores en los mandos intentan sacudirse la borrachera de poder de un largo viaje salpicado de tirones del presupuesto público que ha dejado la leñera vacía.
Nuestro sino como españoles, diría un clásico, es atentar contra nosotros mismos. No es, desde luego, momento de abrazar fatalismos, aunque sí de preguntarnos, inasequibles al desaliento, qué … nos pasa, y si las ondas gravitacionales que anticipó Einstein y que ahora están apareciendo en el microscopio de los científicos, no serán esos invariantes castizos ante los que las gentes de bien y sensatas —léase políticos moderados— deberían haber tomado medidas a tiempo.



lunes, 13 de junio de 2016

EL ÚLTIMO DÍA

Te escribí, hace ya doce años, otro artículo que titulé “El primer día”. Ha sido uno de esos escritos mágicos que dejan en los lectores un eco duradero, de una frecuencia lenta y por eso profunda, causa de que mucho tiempo después de su publicación reaparezca en boca de quienes no han olvidado sus palabras. Son los artículos que merecen la pena. Lo demás es morralla.
Te dediqué aquel texto, de corazón, porque lo conquistaste con aquella mirada tuya que recuerdo como si la estuviera viendo ahora. Es más, cierro los ojos y la veo. Era tu primer día de clase en el colegio. Al pie de la escalera, nos dimos un beso de despedida. Acto seguido, con una disciplina amorosa que habías sacado de ti misma, diste media vuelta con la mochila a tus espaldas y emprendiste la escalada sin mirar atrás. Al final, y mientras girabas en ángulo recto para entrar al gran patio escolar, te detuviste un instante, me miraste, sonreíste y me dijiste adiós con un gesto de tu mano. Ni prisas ni pausas. Todo con el tempo de tus seis años bien cumplidos.
Algo parecido habías hecho tan sólo unas horas después de nacer. Te llevaba en brazos camino de la ecografía para explorar un pequeño bultito que tu madre había descubierto —¡las madres!— al amamantarte. Tus ojos no se apartaron de los míos en ningún momento durante el trayecto dentro de la clínica. Y después, las duras maniobras del ecógrafo no te arrancaron una sola lágrima, ni una queja. Impresionante.
De eso han pasado diecisiete años y medio. ¿Muchos? ¿Pocos? Depende de cómo se mire. Tu nombre, Beatriz, ha sido fiel durante este tiempo a su significado filológico. Has traído mucha felicidad a mi vida. Y eso rejuvenece. No toda, claro. Tu madre acrecentó la que había sembrado mi progenitor. Y después, tus hermanos (también el que no está) me hicieron padre antes que tú; en eso te llevan ventaja. Tú, mi benjamina, próxima ya a cumplir la mayoría de edad, has marcado el hito de la consumación, de la alegría final y sin término. Gracias, mi niña, por aquella mirada de hace media vida y que para mí fue una vida entera.
El viernes pasado fue tu último día de clase en el mismo colegio. La luz de los Sagrados Corazones te acompañe. El viernes también tuviste una mirada para tu padre. Era muy distinta y la misma  que la del primer día. Estudiabas. Te pregunté por la marcha de las cosas mientras acariciaba esa larga melena que no tenías con seis años. Yo acababa de leer “Romeo y Julieta”, de la que tendrás que examinarte dentro de poco para ser actriz. Tu sonrisa fue la misma, pero había algo de pena en ella, la nostalgia de abandonar tu colegio. Me recordaste que había sido tu último día, y que echarás de menos a tus compañeros, profesores y religiosos. No importa, pequeña. Los llevarás ya siempre contigo. Tanto tiempo con ellos no transcurre en balde. No estés triste, te dije. Piensa en el futuro, en el Arte Dramático, en tus nuevos amigos, en los autores y sus obras, en el público y en lo que nunca te fallará: tu familia aquí y tu Creador allá. Y además, el colegio seguirá ahí y cuenta con tu arte y tu entrega a los demás, esa fuerza interior que llevabas aquel primer día y que has seguido transmitiendo todo este tiempo hasta el punto de haber dejado huella en quienes te han tratado. Aún recuerdo la boca redonda y los ojos como platos de tu tutora cuando me insistía, una y otra vez, en que eras muy especial.
¡Y tanto! Lo de menos, con todo y con eso, es que hayas sacado 10 en todas las asignaturas los dos cursos del Bachillerato, que seas matrícula de honor y el mejor expediente de tu promoción, tanto el absoluto como el de Humanidades. Todo el mundo recalca lo mismo, empezando por el director de tu colegio: “Es brillantísima, pero sobre todo es una excelente amiga y compañera”. Pues lo tienes todo, hija. Dios te ha bendecido con sus dones en grado extremo. Yo no me merecía esto cuando te engendré.
¿Quién me iba a decir, tesoro, aquella mañana de septiembre del año 2004, que iba a gritarte “¡bravo!” (yo y mi timidez proverbial que me impide incluso bailar) al escucharte cantar en el musical que os ha granjeado el primer premio de Andalucía en el concurso, ya clásico, de Coca Cola? No quepo en mí, igual que el resto de la familia, cuando me paran por la calle para felicitarme por la hija que tengo.
Ahora a no creérselo, cariño. A luchar en este mundo injusto con una sola mira: llevarte bien contigo misma. Así serás digna de tu suerte al haber sido elegida por el Eterno para hacer grandes y buenas cosas por la Humanidad que te rodea. Por ejemplo, portar la felicidad a quien esto escribe, que no va a olvidar a tus abuelos, sobre todo los que ya no están (Emilia, Ángel, Encarnación), y al que sigue compartiendo la vida contigo, Antonio, porque gracias a ellos, que nos dieron el ser generosamente a tu madre y a mí, hemos tenido la dicha de conocerte, disfrutarte y mirar hacia delante contemplando contigo el mismo horizonte de ilusiones.

Un beso.
Papá

lunes, 6 de junio de 2016

CUENTOS PARA OCULTAR CUENTAS

Ahora que arrecia el vendaval antidemocrático que diría Guerra sobre la Comunidad andaluza por un quítame allá esas pajas de mil y pico de milloncillos de nada que se llevaron por delante entre unos desheredados y otros mientras Chaves, Griñán y otros apóstoles de la igualdad firmaban y firmaban a ciegas como citas de amor en celuloide, es conveniente repasar algo de lo que está pasando con las cuentas públicas, ésas que en Andalucía han devorado eres y cursos de formación (no precisamente del espíritu nacional). Entre otras cosas, porque no se trata “sólo” de dinero, de muchísimo dinero, sino de poca vergüenza, que es una categoría moral y por lo tanto más elevada que el vil metal o mardito parné. Nos lo acaban de recordar los suizos. No la banca suiza, que es otra cosa, sino los ciudadanos libres de la Confederación Helvética, para la que habría sido tan fácil como un chasquido librar los fondos correspondientes a la implantación de una paga universal (“Renta Básica Incondicional”) de 2.260 euros mensuales por adulto y 570 por menor. Promovían sindicatos, socialistas y ecologistas. Sometido a referéndum (¿desde cuándo no tenemos uno en España?), los ciudadanos libres del país más odiado por los colectivistas de todo el mundo han decidido, democráticamente, no ceder a la demagogia. No tuvieron ni que hacer cuentas. Mucho menos, llevar a cabo interminables procesos judiciales para quedarse a medio camino por mor de fallecimientos y prescripciones. Sólo han tenido que echar mano de su sentido común y de su patriotismo, cualidades ambas que hace tiempo huyeron del alma hispana.
En realidad, se trataba de una medida “niveladora”, consistente en quitarle ese dinero a los que ganan más para dárselo a los que ganan menos, tomando siempre dicha cantidad como referencia común. Una sombra chinesca de lo que aquí pretenden poner en práctica los comunistas de distintas marcas electorales reunidas.
¿Se imaginan ese referéndum en nuestro país? Es más, ¿qué podría haber sucedido en Andalucía, por ejemplo? Los suizos han partido de una premisa que casi hacía innecesaria la consulta popular: ¿de dónde íbamos a sacar, no ahora, sino dentro de diez años, el dinero necesario para garantizarle a cada uno sus 2.500 francos al mes? ¿Qué sería de la célebre laboriosidad que ha hecho posible nuestro bienestar? Los mismos padres de la propuesta reconocían que en todo caso había un 12 por ciento para el que sería necesario buscar financiación. Un 12 por ciento anual acumulativo, claro. Y no creo que pensaran siquiera en pedírselo a los bancos. Hablaban de implantar un canon —léase nuevo impuesto— sobre los ordenadores. Es decir, lo de siempre desde que Leviatán descubrió el filón del bolsillo privado. Los suizos saben muy bien que, aunque el dinero sea papel, no lo aguanta todo. Y por lo tanto, han preferido, ¡por un 78 por ciento!, dejarse de fantasías sesteras y seguir apegados al suelo.
Aquí en España, la riqueza, cuando parece haberla, implica convertir ese mismo suelo, tan yermo, en minas áureas a golpe de boletines oficiales, por el procedimiento de la recalificación especulativa. Una burla con forma de burbuja llena de un gas llamado paro, que se expande en cuanto se libera. Por cierto, en Suiza el paro no existe (3,5 por ciento).
Las autonomías españolas —cada vez me acuerdo más de las “autonosuyas” de Vizcaíno Casas— han aumentado su déficit un 40 por ciento hasta el pasado mes de febrero desde el mismo mes del año anterior. Si ampliamos el dato a la Administración general del Estado —sin contar las corporaciones locales— ese aumento fue del 28 por ciento, hasta alcanzar la bonita cifra de 12.684 millones de euros. La deuda del Estado ha alcanzado nuevos récords, como es sabido (“o no”). La “hucha” de la Seguridad Social para pensiones acabó 2015 en menos de la mitad de lo que contenía en 2011, al pasar de 66.815 millones a 32.485.
Esto sí que es una “deuda histórica”, y no la que hasta no hace mucho (ya no dicen ni mú, evidentemente) llenaba la boca de la presidenta andaluza y de sus conmilitones. Para tapar lo que el espíritu socialista de revancha y engaño a las multitudes ha originado, se vuelcan en la “memoria histórica”, otro género de ajuste de cuentas fantasmagórico muy nuestro (“a moro muerto, gran lanzada”) que resulta muy útil en ese empeño de echar tierra sobre el despilfarro irresponsable mientras se desentierra el hacha de guerra populista.  A ello se ha sumado, con coraje de converso, el Partido Popular, que (lo mismo hizo con el PER, ¿recuerdan?, aunque le cambió el nombre para disimular), mientras ofrece para España un mensaje contrario a la “memoria histórica” (ahí está su voto contra la Ley), aquí en Andalucía lo trasmuta por unas propuestas de cosecha propia que pretenden la creación de “oficinas para atender a las víctimas del franquismo”. ¡Más oficinas, Santo Dios! ¡Como si no tuviéramos bastante con las ya creadas, sobre todo como fruto del pacto de comunistas y socialistas para la Junta de Andalucía! Sin ir más lejos, ayer me percaté de un cartel que anuncia una en un costado de la Consejería de la Plaza Nueva. “Transparencia y protección de datos”, creo que ponía. Y para llevarla adelante, ¿cuántos sueldos, cuánto material, cuánta propaganda?

La memoria histórica encubre la deuda histórica, que no es la que nos contaban sino la producida por la cantinela que nos contaban, la de treinta y tantos años de falsificaciones y manipulación de un pueblo que parece decidido a entregarse en brazos del verdugo —ése de capucha morada— con tal de acabar con las torturas de los guardianes de su ortodoxia política.
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miércoles, 1 de junio de 2016

BUENA NOTICIA PARA LOS ANALFABETOS

Si les digo que el matrimonio formado por José Velasco y Mari Cruz López forjó de la nada un emporio bibliográfico, ustedes apenas esbozarán un leve fruncimiento de comisura labial. Pero si les añado que ese negocio creció a lo largo de casi cuarenta años hasta el punto de convertirse en la única cadena de librerías andaluza, “Beta, Galería Sevillana del Libro” tal vez sientan el prurito de la curiosidad y hasta un algo de admiración. Llegó a tener once tiendas, repartidas por Sevilla, Córdoba, Algeciras, Huelva y Los Barrios. Su local de Viapol (más de 1.000 metros cuadrados) fue el de mayor extensión de España. Comenzó a vender libros a través de Internet en 2012. En 2008 —el primer año de la gran crisis— facturó cerca de ocho millones de euros, lo cual, hablando de libros vendidos, es una proeza en España. Mantuvieron el tipo, con medio millón de euros de beneficio, al tiempo que la facturación caía, como casi todo —menos el fútbol y las verbenas— en este país. Se enderezó en 2011 y saneó sus cuentas.
Y sin embargo, después… Beta fue cerrando en la avenida de La Constitución, La Gavidia, Sagasta, Imperial, San Pablo, y ahora funde en negro el “book café” en el que se refugió a unos metros del teatro-cine de la calle Sierpes. Le quedan aún cuatro tiendas en Sevilla y algunas más en otras poblaciones. Mantiene abiertas las dos emblemáticas de Los Remedios (Asunción, donde empezó la aventura en 1975, y República Argentina) más las de Nervión (Viapol y Hernando del Pulgar). ¿Hasta cuándo? La nueva empresa propietaria anuncia un “ajuste de plantilla” y reconoce que hace meses que no puede pagar a los proveedores.
Como periodista, no entiendo que las informaciones se monten a golpe de gabinetes de prensa y “voces autorizadas”. Así que me he fajado y he hablado con “las bases”, algunos empleados que, con lágrimas en los ojos —literalmente, ya que hablamos de escritura— y tras mucho insistirles, me han señalado los anaqueles medio vacíos, los escaparates y expositores sin novedades, y los pasillos desiertos: “Los clientes vienen pidiendo libros y tenemos que decirles que se nos han agotado. Pero lo peor es cuando te preguntan cuándo los recibiremos, y entonces tenemos que ponerles cara de póquer porque, de momento, no sabemos ni si vamos a volver a cobrar. Se sufre mucho. Son muchos años atendiendo lo mejor que sabemos a las personas, que eran muy fieles. Lo seguimos haciendo con educación y cortesía, pero se van a la librería más cercana.”
No me pregunten si el autor intelectual de este desaguisado es el libro electrónico —no creo, y me fundamento en el parecer de profesionales que trabajan a pie de obra— o son los movimientos de capital, que, como en tantos y tan cercanos casos han mutado con la propiedad el estilo de la casa, o la falta de hábito lector a la que han conducido las redes sociales. Ni siquiera sé si la gente no quiere o no puede gastarse su dinero en libros (esto tampoco me cuadra, a la vista del precio de las localidades, los viajes y las cuotas que genera el fútbol y sus inversiones millonarias en fichajes más o menos limpios fiscalmente). Lo único que sé es que conocí, por pura casualidad, a Mari Cruz —gran mujer y gran periodista— y a Josechu cuando Beta era un trasatlántico y ahora es una falúa a la deriva, curiosamente en manos de una productora muy vinculada a la televisión autonómica y sus programas estrella o lo que es lo mismo, con las familias del poder y la política.
Un pueblo que no lee, ya sabemos hacia dónde va: al matadero moral o al menos al cautiverio de un redil gregario en el que su voluntad es, exactamente, un cero a la izquierda, dicho sea sin ánimo de hacer juegos de palabras en un momento tan frágil para la sociedad española como el actual. Anulada la reflexión a la que obliga la lectura, se pierde no ya la costumbre sino el criterio, el órgano de pensar. Con él fenece nuestro libre albedrío, nuestra capacidad de observar, estudiar la realidad, respetar a los semejantes, tomar las mejores decisiones y asumir responsabilidades; es decir, de vivir. Damos un inmenso paso atrás en la Historia y en la evolución de las especies. Es, ni más ni menos, lo que está pasando, aunque, al igual que sucede con los animales, la mayoría no se esté dando cuenta de nada. Esta abdicación de nuestra más noble faceta, la de manejar ideas y con ellas sentimientos, es como si hubiéramos dado mil vueltas a la cerradura de la caja donde guardamos el saber y la soberanía, para arrojar seguidamente la llave por la borda. Nada vale nada ya si tiene más de veinte caracteres o cosa parecida. El dinero, al parecer, está para producir programas de televisión, a menudo tragados por la masa gracias al vacío que han dejado los libros.

En este contexto, lo de menos es que Andalucía pierda su única cadena de librerías. Lo auténticamente lamentable es que andaluces que antes buscaban un libro en ella para seguir siendo personas adultas y ciudadanos respetables, ahora vuelvan mohínos de la librería de siempre para refugiarse en las bibliotecas que formaron durante décadas en sus casas mientras contemplan cómo sus hijos retornan al imperio de los brujos.

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viernes, 27 de mayo de 2016

A OCHENTA PASOS DEL GOBIERNO

Algunos no logramos reponernos del impacto que nos causan hechos de los que son víctimas personas con las que es fácil identificarse porque su destino podría haber sido el nuestro o —peor— el de nuestros seres queridos. Acostumbrados al relumbrón televisivo, se nos olvida la suerte de otros como nosotros, tan abandonados por unos Poderes Públicos que cada día más parecen dedicados exclusivamente a devorar nuestro trabajo vía impuestos o multas. Si ustedes utilizan el medidor de distancias de Google, podrán comprobar que entre la Subdelegación del Gobierno en Andalucía, sita en la torre norte de la Plaza de España sevillana, y la glorieta de Bécquer hay, en línea recta, ochenta metros. Son los pasos que median entre la institución de la que depende la Policía Nacional y el lugar aproximado donde apareció violada salvajemente y asesinada una mujer de 31 años el pasado 24 de febrero. Estos son los hechos. Los detalles están pendientes de la investigación que en un principio parecía avanzar pero después se ha visto envuelta en cierta nebulosa.
Fue gracias a “Carmen la del Pincho” como la Policía Científica pudo localizar, mediante el ADN, al presunto culpable del crimen. Carmen es una empleada municipal que limpia de papeles el suelo del Parque de María Luisa y que la mañana del macabro hallazgo tuvo la habilidad de guardar aparte, en un contenedor y aislado en una bolsa de plástico, un pañuelo ensangrentado y unos calzoncillos. A ochenta metros de la Subdelegación del Gobierno y a doscientos cincuenta y siete de la Delegación del Gobierno en Andalucía, ubicada en la torre sur.
El espantoso delito ha puesto a la luz la degradación letal en la que se encuentra no sólo el más antiguo parque de Sevilla, donde tantas generaciones han jugado de niño y tantas parejas se han besado por primera vez, sino una parte de la sociedad en general, que se vale de Internet para convertir estos pulmones en lupanares donde todo vicio —especialmente los más nefandos— tiene su asiento. Hechos como éste, acontecido a ochenta metros de la sede donde radica la autoridad democrática, me recuerdan la última frase pública del ex ministro Ruiz Gallardón. Participaba el chivo expiatorio de los fracasos gubernamentales del PP —el mismo que gobierna en las torres de la Plaza de España— en una mesa redonda organizada por el CEU y alguien le preguntó si su cese era consecuencia de un calculado análisis electoralista promovido por el célebre gurú del partido. Su única respuesta fue pronunciar dos palabras: “¡Qué asco!”.

Había pagado el ministro con su cartera y su carrera política la tímida apuesta por la vida que pretendía mitigar la muerte diaria de trescientas personas a manos de otras en el vientre de sus madres y con todas las bendiciones legales. Las muertes violentas son todas iguales. Y cuando la indiferencia se adueña de las mentes, masivamente teledirigidas, los horrores más atroces pueden suceder a ochenta pasos del Poder.
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