jueves, 4 de abril de 2019

ESPABILAOS Y FRANCOS


No hace mucho escribía aquí de la división social, artificial como todas, entre “manteníos” y pagadores, sucedáneo de aquella otra, clásica, entre explotadores y explotados, que tan cara resultaba a nuestros queridos marxistas. Hoy me refiero a otra división que, creo, está aún más de actualidad, porque sustenta esa rebelión silenciosa que con toda probabilidad hará históricas las elecciones del próximo 28 de abril. Me ha abierto los ojos una amiga con un comentario al hilo de cierta injusticia consistente en poner un espacio público de gran talla a disposición de una obra menor, de carácter literario. Por mi trabajo, yo había asistido a grandes acontecimientos en dicho lugar, pero jamás habría osado, ni por asomo, pretender beneficiarme del privilegio que suponía usarlo para mi provecho. Y es que las instituciones públicas hace mucho tiempo que dejaron el sentido de la medida y la recompensa del mérito en el perchero.
A raíz de aquella reflexión, mi amiga me lanzó una gran verdad a la cara: “Es que tú no espabilas”. Ciertamente. No me hizo Dios para eso, qué se le va a hacer. Mi tendencia, que atribuyo también a influjo divino, a ser sincero casi siempre, sobre todo cuando hay algo importante para alguien en juego, me ha proporcionado un discreto pasar, ajeno a las glorias del mundo. Este aura mediocritas que me acompaña cuando friso los míticos sesenta cumpleaños se lo debo al desprecio de la mentira, junto a un indeclinable sentido del deber, que es el que me ha permitido no morir de hambre.
Si hace un tiempo, también aquí, qué remedio, me refería a mi encuentro con “la Andalucía de los estantes vacíos” (así se titulaba el artículo) que ponía en riesgo mi vista, ahora, y también con mis ojos como víctimas, vuelvo a padecer el dichoso “desabastecimiento de medicamentos”, con el aplazamiento “sine die” de la primera inyección intraocular que necesito para que el azúcar no me deje ciego. La anulación se produjo la víspera de la cita. Y la enfermedad avanza sin que, a la hora de redactar estas líneas, sepamos cuándo podré inyectarme. Pero esto, con ser desolador —llevo cotizando a la Seguridad Social desde los 20 años— no es lo peor. Lo grave, dramático, miserable, es que esto mismo suceda con personas aquejadas de cáncer, o con esos 800.000 andaluces en listas de espera para operarse que salen a la luz ahora y que eran las vergüenzas ocultas de la “joya de la corona” (Díaz dixit).
Son éstos sólo unos ejemplos, sanitarios, de hasta qué punto la vida nacional española ha quedado desdoblada en la de los espabilaos y la de los sinceros. Por simplificar para resultar didácticos. Porque los medicamentos no escasean por casualidad. Los espabilaos viven del sistema, aprovechando sus hemorragias múltiples, como la esclerosis burocrática que es el principal distintivo de la Administración española. Decía Iván Espinosa, vicesecretario de Vox, ante empresarios de Sevilla que abarrotaban el gran salón del Círculo de Labradores, que el estado español es el mejor del mundo en cuanto a funcionamiento de dos frentes con sus respectivos organismos: la Agencia Tributaria y la DGT. Ambos están unidos por su carácter recaudatorio. ¿Se traduce después esta eficacia en servicios públicos de calidad? Ustedes mismos.
Cincuenta años de modelado social al gusto de la izquierda entre socialdemócrata y comunista han configurado primero el estado y después la sociedad española. Quedan, como los últimos de Filipinas, los resistentes, que, hartos de ver cómo su lealtad a los valores heredados de sus antepasados es sepultada por los espabilaos de ganancia rápida y fácil, se mueven y remueven para sacudirse la costra ultraconservadora del estatu quo vigente, impreso como de plantilla desde los manuales del marxismo-leninismo. Naturalmente, la reacción de los ultraconservadores —léase los espabilaos del régimen socialista— es virulenta. Si pierden el dominio de las mentes, por ejemplo porque las familias se vean revitalizadas y el papel de la mujer como madre realzado, lo pierden todo, principalmente los fondos públicos con los que se alimentan sus asociaciones y que se detraen, entre otras cosas, de las medicinas.
Los espabilaos están nerviosos, porque los sinceros, que siempre han sido una amplia mayoría, aunque no sé si profundamente convencida de llevar razón, ya no aguantan más. Éstos han perdido muchas batallas. ¿También la guerra? El 28 de abril empezaremos a comprobarlo.