En su irrefrenable despliegue universal de abanderado progresero (progre y grosero), el tal Sánchez, continuador sinigual de nuestra inveterada tradición felona, acaba de pontificar que Europa debe entregarse a la IA. Así dicho, parece uno más de los millares de organismos en los que el viejo continente ha caído, preso de una tela de araña liliputiense. Hoy, Europa no es más que una dependencia burocrática teledirigida —en plan teletrabajo— por unos cuantos funcionarios de la Casa Blanca y sus centros auxiliares. Léase, salvo excepciones, universidades, medios de intoxicación y cumbres económicas más o menos doctrinarias.
Ha dicho nuestro amado líder que
el futuro es de la Inteligencia Artificial, y como de costumbre anda el hombre
un poco despistado en cuanto a los tiempos históricos. Cualquiera que escudriñe
un poco en el papel de las tecnologías como inductoras del verdadero progreso
sabe que la IA no existe. Y ello por dos razones: la primera que no es
artificial, sino reflejo del talento y la investigación de la naturaleza
humana, toda vez que el hombre es la especie inteligente por antonomasia en la
Creación. Y la segunda, más inmediata, porque lo que nuestra lumbrera llama IA
no es sino la actualización terminológica del mundo informático, que arrancó,
como debería saber un presidente del Gobierno del Reino de España, desde antes
de que estallara la II (en realidad segunda parte de la Primera) Guerra
Mundial.
En uno de sus muchos viajes en su
“falcon” particular, este deshacedor de la unión de reinos (que tampoco sabrá
lo que es) podría darse una vuelta por el fascinante museo de Edimburgo. Allí
hay una galería entera dedicada a los avances tecnológicos de la Humanidad. Y
en una vitrina está nada menos que el maletín donde unos adolescentes de
Stanford instalaron el primer ordenador doméstico de la historia, el embrión de
los pecés. Uno, que ha leído, por ejemplo, la espléndida biografía de Steve
Jobs escrita por Walter Isaacson, no pudo evitar una pequeña corriente
eléctrica —sería más correcto decir electrónica— al contemplar aquel hallazgo
colosal que cambió el mundo.
Ahora, nuestro as de la
seudociencia particular ha decidido que la IA empieza con él, que ha
profetizado su hegemonía. Se lo habrá soplado alguno de los novecientos
asesores que le pagamos para seguir profundizando en la descomposición de
España como estado de derecho. En su afán por rebautizar las cosas, que es la
auténtica clave de todas las políticas de izquierdas, con sus adanismos a
cuestas, aquí tienen los socialistas de Sánchez un nuevo filón. Esta técnica,
bastante vulgar y antigua por otra parte, fue utilizada hasta la saciedad en
materia educativa, hasta sustituir la auténtica educación —con todos sus
defectos, claramente corregibles— por un edificio de nueva planta y
caracterizado por la deseducación, la deconstrucción y su sustitución por la nada
electoralista. Les funcionó, y mucho, hasta hoy, y la prueba está en que cuando
los “conservadores” han podido no la han cambiado. Cuando los socialistas y
comunistas pasan por la gobernación de un país ya nada se llama igual que
antes, como si las cosas hubieran cambiado realmente. Ahora, el muchachito de
Valladolid lo está intentando con la informática. Pero ya en su día llamaron a
todo esto “la sociedad de la información y la comunicación”. ¿Recuerdan? Los
centros (educativos) TIC, las aulas inteligentes y todo eso. Mientras tanto, la
Seguridad Social no puede atender, ni presencial ni telemáticamente, a los
contribuyentes porque no tienen medios “humanos” suficientes. O la atención
primaria en la sanidad andaluza opera peor que nunca. Pero tenemos día de la
bandera. Habráse visto mayor papanatez… Aunque ésta es otra historia.