viernes, 27 de marzo de 2015

NUEVAS VIVENCIAS EN TORNO A "EN EL ÚLTIMO MINUTO"

"En el último minuto", mi primera película con "proyección" pública, anda con vida propia. No en vano, su tema es ése, la Vida. Se concibió como un canto a la Vida. Se ha gestado como una aventura de vivir. Vio la luz (del proyector) hecha Vida. Y ahora, mediante un curioso mecanismo que para mí ha sido otra sorpresa grata (y van…), sigue dando pasitos y poniéndose trabajosamente en pie.
El sistema es relativamente sencillo, como la historia misma que se cuenta en esos 37 minutos de audiovisual entre dramático y documental. A través del correo de la página web (enelultimominuto.com) o bien mediante el viejo y eterno medio de la comunicación boca-oído, alguien que ha conocido la película se pone en contacto conmigo y me pide una proyección pública. Las últimas, de Año Nuevo para acá, han sido en la hermandad de Montserrat, en la parroquia de San Juan XXIII (hermandad de La Anunciación), que por cierto cumple 50 años; en la céntrica y culta tertulia "La Revuelta" y en el colegio Altair, todo ello en Sevilla. Altair es un centro masculino que imparte desde 1967 enseñanza desde las primeras fases hasta Bachillerato en una de las zonas más deprimidas de Sevilla, entendiendo por deprimida no marginal sino esforzada por trabajadora. Tal vez por eso, la socialista Junta de Andalucía le acosa sin tregua y le ha retirado la subvención hasta que no dé su brazo a torcer y se haga mixto. Pero Altair es una entidad integrada en el Opus Dei, y tal vez sea esto y no otra cosa lo que esté detrás de la presión incesante que le hacía a un alto directivo del colegio pedirme, tras una proyección, que rezara "porque si esto sigue igual, las familias de este barrio se quedan sin colegio. O viene un magnate y lo compra."
Y precisamente al término de esa proyección tuvo lugar una vivencia de las que guardo en mi corazón porque está claro que no son cosa meramente humana. Una mujer joven se me acercó y me dio las gracias al tiempo que me felicitaba. Pero lo más importante es la impresión que dejó en mis brazos con una sinceridad transparente y una sonrisa franca: "Es una película que te mete dentro de la historia y te emociona de principio a fin". Había una punta de humedad en sus ojos. Cuando se marchaba, el representante del centro le despidió por su nombre: "Adiós, Sonia". Me llené de alegría, porque yo hubiera querido saber algo sobre esa mujer y tener alguna referencia de cara al futuro. Como le pregunté con un gesto, él me respondió: "Es una madre del colegio, y ahí donde la ves, tiene cinco hijos". Insisto en que Altair está en un barrio muy modesto de Sevilla, en la periferia, casi en el extrarradio.
Si ese día les pasé la película a los padres de Primaria que a continuación iban a recoger las notas de sus hijos, una semana después volví al colegio para proyectar ante los padres de Secundaria. El ambiente era distinto, más serio y quizás más tenso. Ya se sabe que las calificaciones de esta etapa suelen ser más problemáticas. De hecho, no pudo haber coloquio porque "están nerviosos y ansían conocer las notas". Ese día, la vivencia-regalo de lo alto que recibí fue aún más intensa. Me presentó un profesor del centro, también de edad mediana, coordinador de Secundaria, a quien desde el principio noté algo inquieto. Estuvo a mi lado durante la proyección. Al término de la misma, los padres salieron "en tropel". Pero él se quedó conmigo y "desembuchó" enseguida. Esta vez no era un asomo de lágrimas lo que había en sus ojos, sino un paño que se interponía entre su mirada y la mía. No sabía cómo contármelo. Titubeaba. Iba muy deprisa. Yo andaba recogiendo los cables, pero veía que aquello requería atención. Más o menos, éstas fueron sus palabras: "Es que yo me he identificado completamente con esa historia, porque tengo una hija pequeña que cuando estaba en el vientre de su madre presentó síntomas de acondroplasia (enanismo). Nosotros estábamos locos con la niña. Aquello fue un palo, lo confieso. ¿Y sabes lo que nos dijeron? Pues qué lástima que no hubieran venido ustedes un mes antes, porque podrían haber… abortado. Mi niña es una maravilla. Y ahora la queremos mucho más que si no tuviera ese problema. Por eso, cuando he visto la película… se me ha removido todo."
Le dije que lamentaba haberle traído tan malos recuerdos. Al pronunciar el nombre de la enfermedad, sólo una vez dijo el vulgar, y como metiéndolo entre dos paréntesis muy apretados. Se detuvo cuando tenía que decir "abortar". Yo dije lo que él no era capaz de decir: "matar". No sé si hice bien o no. Pero la vida —¡la Vida!— se te presenta como quiere y tú respondes como puedes.
Ambas experiencias van escoltadas por otras menores (coincidencia con un joven camarógrafo que casualmente es el novio de una actriz de la película, y que fue llevado hasta la conciencia pro-vida por ella, jóvenes universitarias que se prestan voluntariamente a trabajar como actrices en proyectos futuros, la dependienta de una tienda de juguetes y de muebles que me reconoce y felicita, una colaboradora pro-vida que lee espontáneamente en una proyección la carta de una chica que decidió ser madre "en el último minuto"…).
A medida que "evoluciona adecuadamente" el recorrido de nuestra película, voy coleccionando azares que no lo son y de los que repongo energías cuando me faltan. Ellos me animan a pensar que esta película no morirá nunca y renuevan mi esperanza en esos 180 DVDs que están repartidos en lugares que no sospechamos y que tal vez puedan, directamente o por carambolas, salvar vidas.

Por cierto, felicidades a las Lolas.

jueves, 19 de marzo de 2015

SAN JOSÉ, ESE PADRE QUE CRECE

La de San José es una de esas figuras evangélicas que se agigantan en tu vida sin tú buscarlo. En mi caso, tengo varios antepasados y familiares vivos llamados Pepe. No obstante, sospecho que esta corriente de simpatía y devoción viene por otros caminos. Es la paternidad lo que me subyuga de este titán de la fe, el primer mortal nacido con mancha de pecado original que creyó lo que ninguno de nosotros —y hoy menos que nunca— aceptaría. Tras Abraham, él fue el patriarca más entregado a la fe, y también la primera cuna (o la primera cruz, según se mire) para el Salvador, ese hijo de su alma ya que no de su cuerpo.
En Sevilla tenemos una iglesia, comprada por Mateo Alemán —el autor del Guzmán de Alfarache— cuando era hermano mayor de la cofradía del Silencio, en la que hace muy pocas fechas se celebraba el aniversario de un voto concepcionista que está en el origen de la corporación. La fiesta consistía en un concierto de música sacra barroca. Mientras sonaban Bach, Haendel o Haydn, mis ojos, que no podían atisbar al coro intérprete, se desviaban una y otra vez hacia un altarcito situado a mi lado. Allí estaba San José en la tradicional postura de llevar al Niño Jesús de su mano. Su mano… el punto de atraque de aquel infante divino que siempre se representa vuelto hacia su padre y como preguntando insistentemente, que es el oficio de los niños. Conservo una fotografía del día en que hice mi Primera Comunión, que siempre me recuerda a San José y el Niño. Vamos ambos por la acera, a pocos metros de la iglesia donde sigo yendo a misa. Ando yo enfrascado en una conversación muy animada, vestido de fraile y cogido de la mano de mi padre. Aquella mano… anclaje de mi escaso puñado de certezas.
Sí, San José es nuestro padre, el confidente, el orientador, el puerto de abrigo frente a los vientos cambiantes de una vida a menudo amenazada. Santa Teresa fundaba siempre bajo su patronazgo, empezando por aquel convento en miniatura donde empezó su revolución en Ávila. Loado sea este personaje que dio nombre a mi colegio y que nos lleva de la mano como hizo con Aquel a quien a buen seguro tomaría en sus brazos nada más nacer.