miércoles, 18 de octubre de 2017

EL DÍA QUE MAYOR OREJA DESARROLLÓ EL 155

Como ya se ha afirmado reiteradamente, si en algo parecen coincidir las dos mitades de la gran mayoría que ha gobernado España desde las elecciones de 1977 es en no tener la más mínima idea de cómo encarar la situación actual. Hoy por hoy, el único partido con representación parlamentaria que parece saber lo que conviene al país es el de Albert Rivera e Inés Arrimadas, los dos arietes dialécticos de la Nación española ante el secesionismo, si salvamos, claro está, a un gran Rey que ha marcado con pie firme el camino de la libertad para los españoles.
En el momento en que escribo estas líneas nadie sabe a ciencia cierta qué sea o deje de ser el artículo 155 de nuestra Constitución. Y no sólo porque la ciudadanía, en general, no se lo haya leído, sino porque es uno más de los cabos sueltos que en cuarenta años la llamada clase política no ha sido capaz de concretar. La pereza medrosa de los legisladores a lo largo de todo el reinado de Juan Carlos I y parte del actual es proverbial en lo que atañe a determinados puntos potencialmente conflictivos. Hemos pagado a miles de diputados y senadores para que dejen inconclusa una Constitución que a menudo entra en contradicción consigo misma. Ocurrió, y sigue ocurriendo, con la regulación del derecho a la huelga, que es como decir al trabajo. Los que realmente han aplicado este precepto constitucional han sido los “piquetes informativos”, mientras los políticos miraban para otra parte. La crisis ha puesto las cosas en su sitio, lamentablemente, y ya estos agentes de la coacción están en retirada, salvo en Cataluña.
El artículo 155 es otro monumento a la desidia de los partidos con mando en plaza. De un momento a otro, alguien sacará la chistera y empezará a desgranar medidas (o no) que no están en ninguna ley porque nadie se atrevió nunca a desarrollar la norma fundamental. Pero sí hubo una persona que en un ya lejano día hizo los deberes. Tras su mesa del Ministerio del Interior había una galería fotográfica muy amplia. Eran los compañeros de UCD en el País Vasco que ETA había ido eliminando uno a uno hasta sólo quedar él con vida. Jaime Mayor Oreja, hoy luchador perseverante por el derecho a la vida de los no nacidos, conocía como pocos el percal de las Vascongadas. Sabía qué era eso de “Euskalerría”, cómo se había formado el nacionalismo vasco que Jon Juaristi describió tan bien en “El bucle melancólico”. Había nacido, crecido y sobrevivido en aquellos valles, entre muros de hormigón pintarrajeados con serpientes y hachas. Y era consciente de que el Estado español no se podía conformar con poner los muertos. Había que reaccionar. Y hacerlo legalmente, con la previsión constitucional en la mano. Harto de sangre, crimen y reivindicaciones de sacristía, él, humanista cristiano y centrista de pura cepa, comprendió que la Constitución sería papel mojado mientras no se pusiese por obra su plasmación en articulados orgánicos que hiciesen inútil el esfuerzo del nacional-terrorismo.
Cuanto relato no tiene certificación documental. Pero quien me lo cuenta, presente en el testimonio oral salido de la misma boca del personaje público, me inspira confianza y sobre todo las piezas encajan sin forzarlas. En cierta ocasión, el ministro quiso dejar hecho antes de marchar de vacaciones a Zahara de los Atunes, un borrador de ley que sirviera para hacer frente a cualquier contingencia que obligara a la aplicación de dicho artículo. Sabía que la improvisación está reñida con la eficacia, y en el caso que nos ocupa, con la paz. Quiso dejar el proyecto en manos de algunos miembros destacados del PP. En palabras de su promotor, “casi me echan del partido”. Nadie en él quería ni oír hablar siquiera de la “bicha”, que no era el símbolo de ETA sino el hacha jurídica y política que podría haber servido para descabezarla.
Este complejo —uno más— que aqueja a los dos partidos impulsores y beneficiarios de la transición, que es de la misma estirpe que la alergia a la bandera y al himno o a cualquier signo que nos identifique como españoles (ahí está el recurso descalificador al “patrioterismo”), y que, obviamente, hunde sus raíces en el freudiano “síndrome del posfranquismo”, nos ha conducido a la encrucijada presente, que nos sitúa entre la espada de un Gobierno con poderes absolutos y la pared de un separatismo irreductible. Todo por no haber tenido el valor y la inteligencia de contribuir a que la Constitución fuera tan respetable como respetada —al igual que la Nación— sin que nadie pudiera llamarse a engaño o dilatar el cumplimiento del deber hasta el vertiginoso infinito en el que nos encontramos.

jueves, 12 de octubre de 2017

¡HAY ESPAÑA!

Hay naciones en la Historia que se empecinan en vivir. Otras duran poco, fagocitadas generalmente por las primeras, no siempre con el auxilio de los cañones, sino de la fortaleza vital, de las ciudadelas del espíritu. Son naciones que renacen, unas veces en el campo de batalla pero casi siempre en guerras silenciosas, serenas, como gestaciones lentas y esperanzadas. Durante el tiempo de silencio que supone su retención en los hogares, una especie de retiro forzoso bajo el peso de las circunstancias adversas o para proteger a la criatura que se forma, parece que la nación no está. Hasta que llegan los dolores de parto, y la amenaza de una represión demasiado larga, que dé al traste con el nasciturus por falta de oxígeno, abre para él los caminos de la manifestación pública a la vida exterior. “Ve la luz”, decimos los que, aparentemente, habitamos en ella. Pero en realidad, es él, merced a su madre, quien nos hace ver la luz.
España ha salido varias veces a las calles, a los aires, a los mares, en estos últimos días. Una España desconocida, hasta el presente misteriosa, como apocada y triste, mohína y pacata, moribunda, catatónica, ha renacido. Ha rebuscado en cajones y tiendas el rojo y el gualda de su alma adormecida y ha vuelto, como alguien dijo en Barcelona, para quedarse. Sí, es la Constitución, es la democracia y es la libertad. Pero antes y por encima de todo eso, es mucho más: es un despertar inofensivo para todo aquél que no pretenda dañar los sueños de los españoles. Es la mil veces renacida ilusión con los pies en la tierra íntegra que nos legaron nuestros padres. Es el fruto de un esfuerzo regado con la sangre de mil héroes como el que hace unas horas ha dado su vida, delante de su mujer y su hijo pequeño, en los campos sembrados de su patria tras surcar el cielo de la capital donde se resumen los pueblos de la geografía nacional.
Que nadie me tilde de retórico. Si lo hace, no llevará razón, a no ser que la retórica sea aquélla de los clásicos que estudiaban nuestros mayores en los libros donde Cataluña era una parte entrañable de España. Porque aquí, queridos lectores, está la piedra angular del edificio del futuro. No en reformar la Constitución, que tal vez también, sino en cumplirla sin traicionar a su fuente primordial: el derecho de los españoles a seguir teniendo una Nación. Pero eso hay que mamarlo desde colegial, y aún antes, como se aprende a hablar en la lengua materna en la que escribo y se me lee. Sin una educación unitaria, reunificada, nacional, que huya de los complejos igual que de la ampulosidad, España, amigos míos, no tiene remedio. El 155, que debió haberse empezado a aplicar, gradualmente, la primera vez que las autoridades catalanas pronunciaron la palabra “soberanía”, es sólo un parche. ¿Reformar la Constitución? ¿Para que donde pone “La Nación española se constituye en un Estado…” ponga “El Estado español está constituido por” no sé cuantas naciones? Vamos, Pedro, vamos Mariano, que estáis desbordados y se nota demasiado.
Educación, mucha educación, y ya. Todo esto se empezó a venir abajo cuando se desmoronó la educación moral de los españoles. No es casualidad que uno de los parlamentarios catalanes que defendían ya el 6 de septiembre el “sí pero no así” citase como ejemplo prototípico de derechos previos a cualquier otra emancipación el de la mujer a abortar. Era como presentar la destrucción de la vida cimentando cualquier otro derecho. Y eso no es de 1983, sino de hace poco más de un mes, cuando el cohete amenazador de nuestra convivencia despegaba de Cabo Parlament.

Pero para corregir cuarenta años de odio a España predicado e inoculado desde las guarderías hasta las facultades catalanas hacen falta varias generaciones. ¿Será el 155 el instrumento adecuado? ¿Lo será la reforma constitucional sanchesca? En cualquier caso, lo que hemos visto estos días en balcones, ventanas, pulseras, coches, plazas y sobre todo vías barcelonesas y madrileñas, así como de cualquier rincón de nuestro país nos dice muy a las claras que estamos pasando del vientre al mundo, del “¡Ay de España!” al “¡Hay España!”

sábado, 7 de octubre de 2017

MOSSOS, MOZAS Y MASAS

De aquí al final de esta epopeya hispanocatalana —porque habrá un final, como siempre— habremos asistido a una guerra sin tiros (espero) pero con muchos empujones. Sé que circula un vídeo de uno de los innumerables acosos prebélicos sufridos por la Policía Nacional y la Guardia Civil en el que agentes de este cuerpo se ven obligados a desenfundar sus armas y apuntar a los linchadores. Incluso aparece un arma larga portada por un guardia de pie en el estribo del todoterreno en marcha y con la puerta abierta, para salvar a su compañero que corre perseguido por la turba incontrolada (o demasiado controlada). Pero lo que nos enseñaron el domingo fueron más bien empellones. Me alegro no saben cuánto de que el (mal) ciudadano que podía perder un ojo y quedar como el otro que dijimos lo haya salvado también. La sangre era salsa de tomate, aunque podría haber sido real. No obstante, cualquier país moderno y democrático ha de echar mano de sus antidisturbios de vez en cuando, a veces con resultados inmensamente más severos.
Esta guerra de insultos, amenazas, acosos y mudanzas forzosas no es más que un tumulto psicológico. Afortunadamente, los profesionales de nuestra seguridad han actuado con un aplomo que les sitúa muy por encima de las circunstancias. Lo peor, sin duda, es la vida cotidiana de esas familias sojuzgadas por un profesorado sectario que debería perder su condición de funcionario en cuanto se aplique el 155. Pero las escenas de presión callejera están diseñadas por unos revolucionarios de opereta que sólo saben provocar e insultar. Otra cosa son los cabecillas anarcorrevolucionarios. Confío en que acaben mordiéndose entre ellos, como en el 38 en la misma ciudad de Barcelona, aunque sin llegar a las sacas de entonces. La masa, ésa que sigue las consignas que les agitan los alborotadores expertos, sólo sabe vituperar, gritar y como mucho sentarse en el suelo a esperar que los crasos del europarlamento tapen el Brexit y Gibraltar con sus lloriqueos de college. Ésta es, de momento, una guerra desarmada. Los salvajes de la CUP están atrapados entre la imagen —ni un solo cóctel molotov en las manifestaciones, aunque sí barricadas de neumáticos ardiendo, más inofensivos pero más contaminantes— y el manual revolucionario soviético o cubano, que tanto monta. Y la gran masa da rienda suelta a sus pulsiones frustradas confundiendo el jaleo con el poder. En medio están los mossos, protegiendo la buena imagen de la masa y a ésta de unos antidisturbios a los que otra masa intenta acorralar. Hasta que no acaben los dirigentes en la cárcel, la masa no se viene abajo y los mossos no empezarán a comprender que no son el servicio de seguridad de la independencia sino un cuerpo policial del Reino de España.
Lo de Putin es otra historia. Que haya sido El País el que haya informado de que el Kremlin está detrás de las campañas pro-independencia internacionales le da cierta verosimilitud a la tesis. Pero si quieren comprender más a fondo la cuestión, les doy una pista: hay colgado en la red un largo y tedioso documental, técnicamente impecable, de los servicios de propaganda correspondientes en el que se recoge la visita que hizo en su día Putin a Corea del Norte. Les ahorro los detalles. Lo tienen ustedes en cualquier buscador. Y por si desean ampliar su cultura acerca de las técnicas revolucionarias empleadas en Cataluña, ahí va un enlace que no tiene desperdicio.

Ah, lo de las mozas es por aquello tan castizo y español de “no hay derecho que no dejen a las mozas llevar flores en los pechos”. Lo digo por las flores con las que las adolescentes catalanas separatistas quieren convertir aquello en una reedición de la revolución de los claveles.

domingo, 1 de octubre de 2017

EL REFERÉNDUM FUE AYER (30 de septiembre)

No. No se dejen engañar. El verdadero referéndum fue ayer, porque en España no hay ni puede haber más referéndum que el de los españoles, y éstos salieron ayer a las calles —sus calles—, incluyendo las de Barcelona, portando su bandera para sacar de dudas a los muchos tibios y neutrales para quienes España ha dejado de existir. Ocurre que sin España, indivisible, ni los pusilánimes ni los independentistas ni usted ni yo seríamos ciudadanos, ni tendríamos derechos y deberes ni patria a la que encomendarnos. Ayer fue cuando España se repobló de españoles, hartos de quedarse en casa civilizada, educada y cortésmente. Ayer hubo un referéndum en España. Lo de hoy no es más que una algarada de gente sin nación y sin idea de quiénes son y dónde están de pie. Triste, sí, muy triste está siendo este día para todos. Y tal vez nos esperen otros más tristes. Pero el de ayer fue un día de esperanza, y ésta es lo último que se pierde, si se pierde. Porque ayer mi impresión era de que no la perderemos. Más bien, tras el rubicón, podría venir un tiempo de sentido común y unidad nacional que recupere los ideales que nos hacen hombres libres.

Coda: Para las personas de fe y para quienes valoren las mejores tradiciones que identifican nuestra personalidad de españoles, ahí van dos enlaces de enorme interés en las presentes circunstancias: