lunes, 27 de julio de 2015

CINCO HOMBRES (Y MUJERES) CON PIEDAD

La penúltima finta electoralista del Partido Popular se acaba de consumar con el paso por el Congreso de la "reforma" de la Ley Aído que consagra en la ex católica España el derecho universal al aborto (nuevo "derecho humano progresista". A última hora, ha conseguido frenar la oposición de Unión del Pueblo Navarro, la sedicente marca del PP en la tierra otrora carlista y hogaño regida por los euskalerrietas. UPN había mantenido hasta ahora una postura inequívocamente pro vida que le había llevado a desmarcarse del rajoysmo dominante en esta grotesca maniobra de maquillaje ante la galería social demócrata del supuesto partido conservador. De haber perseverado hasta el final, los navarros hubieran sumado sus siete diputados a los cinco que se han mantenido fieles a la doctrina original del PP en materia de aborto, y todos habrían supuesto la mayor fuga de disidentes que hubiera cosechado la "derecha" parlamentaria española. Pero a última hora, han canjeado su coherencia por unas leyes de apoyo a la maternidad que de momento sólo existen en el pantanoso terreno de las promesas gubernamentales.
Tanto UPN como los cinco hombres y mujeres que dan título a este artículo habían basado su actitud discordante en algo tan de perogrullo como que limitarse a modificar el punto relativo al aborto de menores sin permiso paterno era tanto como sancionar de facto la Ley Aído y sus postulados ideológicos de género. Y así es, obviamente: seguirán siendo masacrados trescientos niños cada día con plena cobertura legal gracias al bloque monolítico abortista en el que se han convertido las instituciones legislativas españolas.
Bueno, monolítico no, porque siempre nos quedarán esas cinco personas que han antepuesto sus principios y los del partido por el que se presentaron a las elecciones generales, qué duda cabe que cercenando sus carreras políticas y quizás algo más. Son —los nombres son esenciales en estos casos— Eva Durán, José Eugenio Aspíroz, Antonio Gutiérrez, Lourdes Méndez, y Javier Puente. Tres hombres y dos mujeres con piedad que han abierto una puerta histórica de honestidad por encima de todo, algo que le hace mucha falta a nuestro país. Cinco nombres que deberían estar ensalzando en sus páginas web con letras de muchos puntos diderot de tipómetro (guiño para los periodistas cincuentones como yo) cuantas organizaciones anti abortistas hay en España, que son muchas más de las que parece aunque sigan tan fragmentadas como siempre.
Por primera vez en la Historia de España, cinco diputados del partido que "gobierna" con mayoría absoluta han dejado en el diario de sesiones de la Cámara de Representantes testimonio de libertad acorde con la línea que dicho partido ha mantenido, aunque bien es cierto que de forma timorata y retardataria, hasta hace menos de un año. Línea que, por cierto, sigue pendiente de sustanciación en el Tribunal (parlamentario) Constitucional desde que va ya para cinco años el mismo partido recurriera la Ley Aído. La misma que ahora el mismo partido consagra con una reforma que afecta a 500 niñas de un total de 120.000 abortos anuales.

Y ojo al dato jurídico, que es mucho más que un matiz. Muchos se preguntarán por qué el Gobierno de Mariano Rajoy no retira dicho recurso —que en realidad son dos, presentados por PP y UPN—. Pues bien, no lo hace por la sencilla razón de que no puede, no porque no quiera. Los firmantes de aquellos recursos no coinciden en su totalidad con quienes actualmente tendrían que retirarlos (los "poderdantes", ¡qué espléndida fuerza expresiva la de nuestra lengua!), y ello comporta la incapacidad para ejercer dicha medida. Ya existe un precedente, con una ley catalana de uso de datos recurrida por el PP en 1993. Es decir, que no subsiste motivación fundada en las convicciones, sino mera inviabilidad de procedimiento. Que se sepa, lo mismo que se sabe que el TC (hoy de mayoría "popular") está pendiente de la reforma legal para emitir sentencia siendo así que el Gobierno estaba pendiente del TC para reformar la ley. O sea, el círculo vicioso perfecto para no hacer nada, rasgo distintivo de la política española… hasta que llegó Podemos.

miércoles, 22 de julio de 2015

EL "OVILLO PENAL" DE LA LOCURA

Fueron los socialistas, con la habitual ayuda de los comunistas, los que llevaron a cabo la que llamaron "reforma psiquiátrica", que en realidad no era sino un eslabón más en la cadena demoledora que programaron para hacer creer que ellos, cual nuevos adanes, traían la utopía. Lo único que trajeron fue el "salto a la tapia", construyendo todo un imaginario colectivo que asociaba en el subconsciente social la idea de manicomio con la idea de franquismo. A nadie se le oculta que la situación de los hospitales psiquiátricos en 1979 en España dejaba mucho que desear. Se amontonaban enfermos con las más diversas y distantes patologías, sin una atención digna, bien fuera por falta de medios o de ganas de hacerles la vida más llevadera. ¿La solución? Como en la "mili", no consistía en borrar del mapa lo que funcionaba mal. Pero arreglar las cosas era complicado, caro y perfectamente inútil para el fin que se perseguía, que no era otro sino convencer al pueblo de que todo eso eran lastres del pasado y que ellos —la "alternativa de gobierno", ¿recuerdan?— eran los inventores de un mundo insuperable.
Se cerraron los psiquiátricos. Pero los enfermos mentales seguían ahí, muchos en la calle, los más en las casas… ¿de quién? ¿De los promotores de la "reforma" —más bien ruptura, o si se quiere interrupción voluntaria? No, claro. En casa de sus familias. Muchos apenas tenían familiares, lo que significa que el peso insoportable de la enfermedad caía sobre muy pocos hombros —generalmente, sobre dos. Los modelos patriarcales de grandes familias en las que se repartían los esfuerzos habían ido pasando a la historia, entre las fauces de la modernidad. Hijos —muchos únicos— sobrinos, hermanos, padres (incapaces de domeñar la fuerza física de los hijos que iba creciendo a medida que la suya iba menguando y asaeteados por el dolor de verlos enloquecer sin un control médico apropiado) fueron heredando los frutos amargos de las vanguardias intelectuales y políticas que nos llegaban de "los países del entorno", aunque en realidad venían, junto a otras importaciones perversas y ya fracasadas, de las grandes urbes useñas.
Así hemos estado más de treinta años, toda una generación de gentes que han ido calándose hasta los huesos de la humedad demencial. Gentes que podían haber sido felices si la Administración social-comunista no hubiera echado sobre sus espaldas la piedra de Sísifo de la locura que iba minando la vida de sus seres queridos y las suyas propias. Todo empezó en las primera elecciones municipales de la democracia, porque los psiquiátricos dependían de las diputaciones. Allí comenzó su carrera política el alcalde de las setas, como diputado de Sanidad, vaciando Miraflores y endosándoles a personas que a duras penas salían adelante (aquellos duros años setenta) la inmerecida pena de cautiverio al tener a un pariente enloquecido o enloqueciendo en casa.
Encima, les hicieron responsables. Era el sumum de la desfachatez y del abuso de poder. Esos cientos de familiares no sólo fueron escogidos por el destino con el peor de los infortunios —porque arruina sus vidas y tortura sus sentimientos— sino que se les buscó como culpables de los desaguisados que cometieran los "internos". El reciente incidente de la residencia zaragozana en la que una orate ha matado a ocho ancianos al prender fuego a su colchón ha puesto sobre la mesa lo que ya se llama "ovillo penal". Se busca responsable: ¿la residencia?, ¿el hijo?, ¿la Administración? Ah, no. La Administración no. Cualquiera menos las autoridades.
El vacío jurídico es tal que, en palabras de un juez amigo, "el trastorno mental y sus consecuencias no tienen encaje en el Derecho Penal español. Sólo permite actuar cuando existe un delito de sangre". Es decir, cuando ya es tarde y a las víctimas incruentas del día a día hay que añadir un cadáver. Sólo la comisión de un crimen manifiesto mueve los resortes. Ésa es la ley que hicieron los amos del pensamiento único y cuya modificación ningún candidato, ni antiguo ni nuevo, promete acometer.
Y como todo marco legal animado por la demagogia (en verdad, por el "quítate tú para que me ponga yo"), es de quimérico cumplimiento. El caos al que se ha llegado se traduce en un río de sufrimiento cuyo caudal crece sobre todo en días de calor sofocante. Las víctimas son, como siempre, anónimas hasta que hay sangre. Porque la tragedia no es flor de un día. Se ha ido cultivando lenta y calladamente en los hogares, creando un océano desconocido que debemos al afán de dominio de unos pocos y al engaño de muchos. Como en el aborto, como en las víctimas del terrorismo, como en el abandono de los ancianos… ojos (léase telediarios) que no ven, ignorancia total y condena de silencio democrático.

Esta es la verdad sobre el caso "reforma psiquiátrica". El Estado, a través de sus resortes locales y con el aval de su poder legislador, ha desmontado un mal sistema para sustituirlo por nada, por la anarquía que se ceba con los inocentes. La coartada es el seguimiento médico. Aunque quisiera —no lo sé— el Leviatán es tan torpe y fósil en sus movimientos que se revela absolutamente incapaz de compensar los efectos perniciosos que ha creado con sus ínfulas innovadoras y aún revolucionarias. No controla a los enfermos mentales que han mostrado indicios de peligrosidad social; mucho menos socorre adecuadamente a los familiares impotentes ante un problema que les devora. No sé por qué todavía no ha habido reclamaciones y asociaciones de familiares que utilicen los cauces judiciales para exigir dinero a la Administración, única vía efectiva para la defensa de los derechos que nos van quedando. Tal vez cuando les llovieran las sentencias indemnizatorias, los dogmas del progreso y sus flagrantes injusticias empezaran a flaquear.

OBJETIVOS: CALLES Y ESCUDOS

Si yo hubiera sido un niño de la guerra, si supiera cómo suenan a muy corta distancia de los tímpanos el silbido de las bombas antes de estallar, si me hubiera visto obligado a gritar "¡Franco, Franco, Franco!" sin saber ni importarme quién fuera ese señor, a buen seguro habría crecido con una deuda pendiente en los tendones de los puños. La represión engendra rebeldía, y la adhesión inquebrantable una rabia indomable.
Pero no fui un niño de la guerra, ni tuve que buscar otra pared para chutar porque en la mejor habían puesto una silueta a plantilla del Caudillo. Nadie me obligó a nada, por la sencilla razón de que las bombas hacía muchos años que no silbaban a nuestro lado. A cambio, se elevaban bloques de pisos sociales que después serían ridiculizados por quienes nunca hicieron sacrificio alguno por los demás. Las pocas veces que canté el Cara al Sol —ante la misma Casa Consistorial donde acabo de ver alzada la bandera asexuada— fue libremente, sin que nadie me lo impusiera. Me salvó la vida de una hernia quebrada a las pocas semanas de nacido una cirujana que decidió operar sobre la marcha un domingo en el mismo hospital donde yacieran tres siglos antes los sentenciados por la peste. Y aquí estoy, dando guerra, como manda mi apellido materno.
No fui un niño de la guerra ni de la posguerra. Ni de las cartillas de racionamiento. Ni de los corrales de vecinos. Ni de la tuberculosis. Ni de los perros rabiosos. Ni de las algarrobas de los caballos. Fui un niño del "baby boom", de los premios a la natalidad, de la televisión, de los maravillosos festivales de Eurovisión sin mujeres barbudas. Fui un niño del Bachillerato de seis cursos con dos reválidas y COU. Hice la carrera en el Talgo. Me alojé en pensiones de mala muerte para examinarme en la capital de España a 40 grados con apuntes y libros ininteligibles.Y no me morí, sino que me licencié. Pero es que entonces en Andalucía sólo había tres universidades, no diez como ahora.
Y sobre todo, amigos, no guardo rencor. Ahora, gente de mi edad, algunos mucho más jóvenes, andan desenterrando hachas de guerra para emplearlas en cortarles la cabellera a personas que levantaron este país de las ruinas en las que les habían dejado quienes para ellos son modelos morales. Unos años más de Fermín Salvochea y Cádiz sería ahora una aldehuela de mariscadores faenando para la Nomenklatura. Un mes más de Frente Popular y las purgas hubieran durado hasta la caída del muro, o tal vez hasta hoy, como en Cuba.
Nadie ha conseguido nunca imponerme nada, de tejas para abajo. Si quieres que piense algo ordéname que piense lo contrario. Si esperas de mí el aplauso a la consigna tendrás ante tí un pasmarote congelado. Si le quitas una calle a alguien despertarás en mí la admiración hacia ese tipo al tiempo que una curiosidad imparable por conocerle más a fondo.
Es lo que están haciendo en Madrid con 256 calles, nada menos. Tengo tarea. A partir de hoy, ése será el índice de los personajes que más me interesarán, y no cejaré hasta conocerlos en profundidad, con sus luces y sus sombras. Si yo fuera un niño de la guerra y los vencedores me hubieran prohibido leer —pongamos por caso— a Rafael Alberti, yo me hubiera bebido sus obras completas y clandestinas, no tanto para disfrutarlas como para defenderlas.
Así que esa panda de indocumentados y algo más que pretende borrar los cuarenta años más constructivos de la Historia de España lo tiene claro conmigo. Acaban de ampliar mi lista de lecturas obligadas con 256 nombres. Y al rector que echó a la basura un montón de dinero público con la biblioteca del Prado, y que hoy es consejero de la Junta de Andalucía, le digo: podrá picar el escudo pétreo con el águila de San Juan bajo el que estudiaron generaciones de universitarios (entre ellos, probablemente usted, porque era la puerta de Ciencias), pero no podrá borrar lo que ese escudo significa desde que lo acuñaran los Reyes Católicos. Y me dan ganas de añadir algo sobre la cultura de los picapedreros, pero eso sería perder el tiempo.

ELECTORADO BUSCA PARTIDO Carta abierta a VOX y AES

Ahora España. Ha sonado el timbre y es preciso prepararse para hacerse presente en esta nación rota. Hay que acudir a las instituciones con toda la artillería de la democracia. Sé que no es mucho, pero en algún momento debía llegar la gran ocasión de recoger no ya los despojos —eso es muy triste y miserable— sino el electorado entero de partido que hasta ahora servía de refugio a los españoles con sentido del patriotismo y buena voluntad de entendimiento. Por eso os dirijo esta carta abierta, porque vosotros habéis demostrado vuestro inequívoco espíritu de servicio a la Patria sin concesiones al pasteleo. Porque sois dos formaciones que luchan sin desmayo en la defensa de unos valores que (casi) todos los demás han abandonado y que algunos ni siquiera conocen: la vida del ser humano desde la concepción hasta la muerte natural, la unidad de España consagrada por la soberanía nacional, la familia conformada como un matrimonio verdadero y los hijos que son un don de Dios, la religión (entre nosotros la cristiana por antonomasia, con su corolario de justicia social) que encarna la dimensión suprema y más noble del hombre, el estímulo de la superación enemiga de la igualdad impuesta, el afán de construir, la concordia basada en el amor al prójimo, la igualdad de oportunidades, el celo por la obra bien hecha, la generosidad y el sacrificio como modos de vida, la cultura humanista más allá de la simple instrucción tecnológica, la honradez a carta cabal y la verdad, que es lo único que nos hará libres.
Sois respetuosos, sinceros, pacientes, serenos, firmes, entregados, fiables, amantes de la libertad y convencidos partidarios de la responsabilidad individual. Creéis, cada uno a vuestra manera, en la fuerza del espíritu para remover todos los obstáculos y cambiar, mejorándolo, el mundo. Anheláis la promoción de —se le llame como se le llame— las virtudes que hacen del ser humano una especie superior en el Universo: fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, templanza, fortaleza... Os une mucho más que los que os separa.  También hay otros que apuestan por lo mismo o por principios parecidos, pero arrastran —¡qué se le va a hacer!— una herencia histórica, más por concomitancias y asociaciones en las mentalidades sociales que por auténtico parentesco, que hacen prácticamente inviable su acceso democrático al poder, aunque tal vez lo merezcan.
Vosotros sois, hoy por hoy, el último cartucho de la vida política española. Lo digo así y me importa un pito (del Camp Nou) lo que cada uno piense de mi opinión. Sólo me preocupan los españoles que siguen votando por el bien de sus compatriotas y también los que se quedan en casa.
VOX ha conseguido 22 concejales y un alcalde en las recientes elecciones municipales. Eso vale más que lo que no ha ganado. Pero a las fuerzas mediáticas de la partitocracia no le interesa este dato. El stablishmen ha atrapado a VOX y AES y a otros en campanas de cristal para que parezca que no existen, que nadie les respalda, que carecen de futuro y de presente, que el bipartidismo y sus saltimbanquis separatistas y comunistas siguen representándolo todo en este país desértico donde nuestros hijos tienen que malemigrar porque el stablismen ha malversado sus vidas.
Con esos 22 concejales y un alcalde se puede empezar perfectamente. Como habéis recalcado gráficamente, son más que los conseguidos por Ciudadanos en 2007 y en 2011, cuando despegaron.
Tenéis que vencer el miedo, no el vuestro, que no os atenaza, sino el del electorado del PP que no se atreve a votaros porque los otros le han metido en el alma la sombra de los totalitarismos. Pero, si me lo permitís, haced una concesión, sólo una, al marketing electoral. Comprometéos hasta la saciedad, ante notario y con altavoces si es preciso, a no caer en la tentación totalitaria. Haced que ese mensaje cale hasta lo más hondo en la sociedad española. Dedicad todos vuestros desvelos a manifestar que aquellas convicciones inamovibles no tienen nada que ver con acabar con las elecciones cada cuatro años o con viciar de tal manera el sistema que acabéis siendo un Chavez-Maduro de la derecha. Se me responderá que “excusatio nom petita…”, pero aún así, no tenéis más remedio que dar vuestra palabra de forma muy visible. Las cosas están así.
Si conseguís hacer eso —combinar intensamente un decidido y desacomplejado ideario plasmado en una oferta y un programa muy claros, junto a un permanente y fervoroso acatamiento a la voluntad popular y a la revisión libre y periódica del gobierno— vuestro éxito lo tenemos en las punta de las manos.
El PP es un partido en vías de disolución. Ha abandonado a su electorado más fiel. Ha intentado una y otra vez el suicida giro a la izquierda, con el resultado que todos intentamos digerir. De aquí a las generales, puede pasarle de todo, y nada bueno. Tenéis que reaccionar con reflejos. Tenéis la obligación moral de dar un paso al frente en la conquista de la ilusión defraudada por los profesionales de la gaviota. Es muy duro, pero ineludible. Ahora o nunca, queridos profetas solitarios —hasta ahora. Os vengo siguiendo desde hace mucho. Sé que no os rendís. Pero ahora ya no basta con eso. La ofensiva electoral debe ser rápida porque la necesidad es urgente. La seguridad de nuestras calles y nuestras moradas, el derecho a una educación conforme a los criterios paternos, la vida de trescientos niños asesinados cada día, el trabajo de cinco millones de personas y sus familias, el destino de enfermos, minusválidos y ancianos desamparados, la bandera de la unidad, de la coherencia y de la paz bien protegida es un excelente horizonte que necesita líderes y siglas para hacerse realidad.
Modestamente, os invito a perseverar y a recoger esa pobre bandera, hoy en el suelo y hecha jirones, para izarla con sano orgullo y pedir al pueblo español que confíe en vosotros. Y por supuesto, si dentro de cuatro años y medio no habéis sido capaces de emplear esa confianza con honor, os vais a casa (espero que nadie tenga que ir a la cárcel, como les ha ocurrido a tantos otros que también prometían el oro y el moro).
En otras palabras, regeneración, pero de verdad.

Y esto lo firma un periodista que por mantener contra viento y marea su independencia y no haberse doblegado jamás a partido alguno, se encuentra a sus 55 años y tras 34 de ejercicio profesional en su tiempo de silencio del que ahora le redime XYZ.