viernes, 25 de diciembre de 2015

LA PARTÍCULA DIVINA HA NACIDO EN BELÉN

Sin necesidad de acelerar nada, con el ritmo y compás del Universo por ella creado, la Partícula Divina ha bajado del Cielo, concebida en el seno de una adolescente nazarena y he aquí que los astros apuntan a ella como el centro del Cosmos. Es un acontecimiento acosado por la increencia. Muchos querrían anularla, reducirla a fantasía inanimada, producto de fingimientos históricos y mentiras en suma que sólo pretenderían disfrazar el sufrimiento humano para sublimarlo. Bueno, dejemos que los acosadores se estrellen solos ante sus propios espejismos. Nosotros, los que hemos creído y por eso nos sentimos dichosos como los pastores distinguidos por el ángel con la primicia informativa en torno a la que gira desde entonces la actualidad del mundo (aunque éste no lo sepa) nos inclinamos jubilosos ante el Misterio. Sólo el Misterio de recomenzar el cultivo anual de la fe en una simple partícula sobre la que se ha posado la Gracia de Dios.
Andan los investigadores buscando el camino de la partícula divina, el “bosón de Higgs” que demuestre, al fin, cómo cuanto es se autogeneró en una explosión espontánea desde la nada más absoluta. Interesante, pero mucho más lo es descubrir esa ruta en las mismas raíces de la vida. Cuanto más avanza la ciencia más campo se abre a la fe. Lo inmensamente grande se revela en lo diminuto. Dios mismo eligió ser un cigoto, apenas dos células, para incardinarse de lleno en la Humanidad y compartir con ella sus expectativas. También la de la partícula divina. Debe, no obstante, de sonreír como un padre ante la penúltima travesura de sus chiquillos, cuando contempla a sus criaturas jugar con lo infinito mediante fórmulas cuánticas. Jugar no es malo, aunque otros científicos hayan puesto ya en guardia acerca de los riesgos que comporta crear agujeros en las leyes físicas.
Quienes nos hemos acercado al portal de Belén para adorar al Niño Dios nos alegramos porque el hombre siga buscando la partícula divina. Es lo que hemos hecho nosotros, los pastores y los sabios/magos de Oriente. Todos ansiamos encontrarla, pero hemos de contentarnos con hallar la senda y postrarnos ante un Niño, apenas una partícula, en la confianza de que Él es el Mesías. Sólo tenemos las palabras de un ángel y una estrella sobre nuestras cabezas. La luz y el Verbo que hoy, festividad de la Natividad del Señor, hemos oído abrir el Evangelio de San Juan con resonancias del big bang —“En el principio…”. La partícula divina, ésa que resumió todo en el vientre cálido de una mujer a quien todas las generaciones llaman desde entonces bienaventurada, está con nosotros. Aleluya.

Día de Navidad de 2015

sábado, 12 de diciembre de 2015

MÁS MUERTOS QUE VIVOS

Este último mes del 2015 pasará a la historia por algo más serio que unas elecciones, que al fin y a la postre sólo condicionarán, aunque puede que con unas consecuencias imprevisibles, los próximos cuatro años de vida nacional. Cuenta el INE —uno de los pocos institutos nacionales que nos van quedando— que por primera vez desde la Guerra Civil las defunciones superan a los nacimientos en nuestra Patria. Ahora que nos disponemos a celebrar la Navidad, resulta que España se va pareciendo más a un cementerio que a una Maternidad (que hoy se llama “Centro de la Mujer” o algo parecido). Hemos llegado ya, no es que vayamos camino del despeñadero sino que estamos ya en el fondo del barranco.
Hay pocas cosas en esta vida que no tengan vuelta de hoja. Una de ellas es la pirámide de edad. Podría invertirse en cincuenta años, pero eso para quienes hemos rebasado la barrera de esos dígitos es como hablarnos de los Reyes Magos, ahora que se avecina la Epifanía. Sí, podría ser un bello cuento de Navidad, eso de soñar que lo de los difuntos ganándole la partida a los neonatos no ha sido más que una pesadilla tras una cena copiosa. Pero no. Es un hecho —repito, irreversible— que nos perseguirá ya hasta que nos alistemos en el bando vencedor.
Y sin embargo, nadie quiere hablar de la mayor tragedia que puede afligir a un pueblo: haber elegido el camino de su extinción. Como yo no tengo que presentarme a ninguna elección, sí puedo hablar alto y claro: los españoles de la última hora, y sobre todo de la penúltima, han tomado la senda del envejecimiento sin entregar el testigo a la generación entrante, por la sencilla razón de que no se ha reproducido. Es así de claro y de patético. El invierno demográfico es ya un hecho en toda Europa, pero en esto, como en el paro, somos campeones continentales. Y parece que no pasa nada. Todo es corrupción —¿es todo corrupción?— acusaciones cruzadas, promesas idílicas con un denominador común: llenar la barriga. Hay temas, sin embargo, de los que ningún candidato habla y que tampoco son planteados por los moderadores: la seguridad ciudadana, los desequilibrios psiquiátricos sin atender, la burocracia consuetudinaria que va de la mano de un Estado pantagruélico, la pérdida de los buenos modales, la urbanidad y, en suma, eso que antes se llamaba educación y que no depende del mardito parné sino de los valores compartidos e irrenunciables. Y el primer hecho de todos: el de procrear y dejar nacer. Lo que no consiguió nuestra Guerra lo ha llevado a término una mentalidad materialista y presidida por el ego que sitúa al placer a corto plazo en el centro de todas las aspiraciones vitales. Así no es extraño que la cocaína corra como lo hace en manos de unos consumidores que acaban asesinando alevosamente a sus mujeres, arrojándolas tras apuñalarlas por el balcón y pisándolas con el coche sobre la acera.

No, no es extraño que mientras la sociedad española acaba cada día con la vida de trescientos inocentes en el vientre de sus madres, los muertos ganen la partida a los vivos, la pirámide de edad haya volcado en una cuneta de la historia y los machos ibéricos se armen de valor a base de rayas para destrozar la existencia de familias enteras. Lo que no pudo la Guerra…