lunes, 26 de enero de 2015

PEATONES MULTADOS

La Dirección General de Tráfico parece empeñada en acabar siendo una dependencia más de la Agencia Tributaria. Lo último ha sido —algunos ya nos lo temíamos— la ocurrencia de la señorita que la encabeza de multar a los peatones que circulen a velocidad excesiva por la vía pública. Hace algún tiempo que nos vigilan con helicópteros, amén de los ya tradicionales radares, fijos y móviles. Aún está fresca la reforma que nos prohibe utilizar los detectores —no inhibidores, lógicamente prohibidos desde siempre—, aunque lleváramos años con ellos en la guantera, y bien caros que nos costaron. El estreno más reciente quizás sean los tramos de velocidad controlada, ésos que leen tu matrícula a la entrada y a la salida para calcular tu velocidad y que te sancionan en segundos, vía León, donde Zapatero puso el centro nacional —aquí sí hay centralismo— automatizado para que todo fuera sobre ruedas y los presupuestos del Estado engordaran sin intervención humana alguna, como en la Guerra de las Galaxias.
Y ahora, a por los peatones. En un delirio atentatorio del idioma español, se habla en el proyecto de conducción temeraria del vehículo (sic) y otras lindezas propias de la sutileza con la que la DGT suele deslizarse. Cómo será la cosa, que el Consejo de Estado —donde Zapatero, Teresa de la Vega y otros prohombres y promujeres de la cosa pública perciben suculentos emolumentos— ha elaborado algo así como una invectiva entre lingüística y física que equivale a una refutación airada, como hacían antaño los curas con el exámenes descarados de los zoquetes.

En petit comité, hablábamos hace tiempo, al hilo del "progreso" consistente en perseguir al conductor —o al fumador— de que llegaría el día que nos cobrarían por respirar. Estamos en puertas, amigos. Mientras tanto, pongan mucho ojo al hacer footing —algo que a mí, como objetor, me revienta—, y supervisen bien el cacharrito del brazo, porque cualquier día le escriben desde León, con membrete DGT, dándole un tironcete de orejas (y de bolsillo) de nada. Para que aprenda, no vaya a ser que sea crea un peatón con derecho a usar libremente sus piernas vehiculares.

PERIÓDICOS MALESCRITOS

Existe un  gran revuelo en torno a los supuestos restos de Miguel de Cervantes en las Trinitarias de Madrid. Con Cervantes ocurre como con Shakespeare, y en general con todos los escritores que han sido buques insignia de las letras nacionales en cualquier país: que todo el mundo los cita y son de sobra desconocidos. Empezando, claro está, por el guardia que suscribe.
Leo la noticia necrológica sobre don Miguel en los diarios digitales, o mejor dicho en las ediciones digitales de los diarios, que es cosa distinta. Y me sorprende tanto culto al tópico, tanta veneración de los aspectos más espectaculares de los asuntos culturales en un medio que se caracteriza por su monumental desprecio al lenguaje. Será por deformación profesional, pero lo cierto es que cada día me duelen más los ojos de fijar la vista en las erratas de todo tipo —sí, también faltas de ortografía, pero sobre todo de sintaxis, es decir de semántica— que "adornan" las páginas web de los periódicos con creciente y alarmante frecuencia y gravedad.
El factor "continuidad" que constituye el gran rasgo diferenciador de la Prensa electrónica ha desprovisto al producto de estabilidad, y con ella de ese respeto reverencial que la letra impresa inspiró siempre. Cuando se imprime en papel, eso queda, para bien o para mal, en las hemerotecas, y durante veinticuatro horas es imposible enmendar algún error de bulto. En Internet, todo tiene el valor no ya de lo efímero sino de los instantáneo. No quedan huellas, a no ser que, como yo, el curioso lector tenga a mano una cámara para inmortalizar el hecho mediante el consabido "pantallazo". Voy acumulando, como los antiguos hacían con los recortes, una colección de memorables deslices que dicen mucho acerca de la falta de atención que ponen mis colegas en su trabajo. O tal vez de la ignorancia. O de ambas cosas de consuno, que suele ser lo más habitual.
Las primeras mil veces, lo pasas por alto, en consideración a las prisas, de las que yo he sido también rehén durante toda mi vida profesional. Después ya digo, empieza a zaherirte más allá del nervio óptico, en el reino de los pensamientos, y eso me parece cada vez más sagrado, siquiera sea porque se va quedando desierto y porque en él radica la libertad personal.

En suma, más cuidado, compañeros, que a este paso lo que le falta por recorrer al sector hacia su cadalso lo váis a resumir en pocas —y muy mal escritas— líneas.

martes, 13 de enero de 2015

LA FRUTA MADURA

"El primero de los derechos humanos es la libertad de no tener miedo. No tengáis miedo" (Rudolph Giuliani)

Lo cuenta Oriana Fallaci en su libro "La rabia y el orgullo", que recomiendo vivamente a todos en estos momentos críticos para Europa. El entonces alcalde de Nueva York lo dijo dirigiéndose a los equipos de rescate y reconstrucción de la zona cero donde yacían los restos de miles de víctimas del ataque a las torres gemelas. Era una reacción valerosa en tiempo real al gran desafío terrorista. Y los Estados Unidos resurgió de las cenizas, respondiendo al reto con ese ánimo que sólo la joven nación americana es capaz de imprimir a sus gestas. Porque la verdad—lo escribía obsesiva y tenazmente la periodista italiana en 2002—es que Europa está muerta. Mucho más hoy que entonces, más cautiva de sus propias automutilaciones en primer lugar y de la nueva invasión islámica después.
Algunos, pocos, llevamos mucho tiempo clamando por la natalidad en Europa. Y la primera forma de natalidad debería ser desechar el aborto. Pero nuestras prédicas caen, sistemáticamente, en saco roto. Así, no es extraño que los musulmanes, mucho más conscientes que nosotros de lo que procrear supone para la autodefensa, estén pasando a la ofensiva, porque nos ven débiles, y probablemente lo somos.
En primer lugar, como digo, demográficamente. Pero también en otros aspectos, en el famoso "desarme moral" al que los europeos vienen asistiendo desde hace décadas sin hacer nada por evitarlo. Partiendo de la complejidad de todo esto, que reconozco sin paliativos, existe un mal de fondo que da impulso a cualquier elemento extraño que venga a perturbar nuestra "paz social", y es el profundo anticristianismo de todas las tendencias ideológicas contemporáneas en Europa. ¿Por qué esta animadversión, un tanto patológica? Habría que bucear mucho y no es éste el espacio más apropiado para hacerlo, pero sí podemos aproximarnos al concepto de irreverencia como origen de no pocos problemas que ahora afloran con virulencia.
La revista masacrada en París gusta de esa transgresión, como tantas otras corrientes actuales. Da igual que se cebe con el Corán o con la Biblia, lo cierto es que desde el hagiografiado mil veces mayo del 68—el verdadero punto de lanzamiento de esta manía denigratoria de las religiones—la izquierda europea (que ya ocupa casi todo el espectro político parlamentario) disfruta hiriendo cuanto huela a trascendencia, al igual que le encanta humillar a todo lo anterior a sí misma.
Lo cual no significa, en absoluto, que nadie tenga derecho a tocarle un pelo a nadie. Lo único que afirmo es que todas las violencias no son físicas, y que a veces las morales resultan al menos tan dañinas como aquéllas. Criticar no es ofender. Satirizar, a veces, sí. ¿Se debe ser libre para escarnecer? Lo dudo. Pero en todo caso deberían haber sido las autoridades legales las que pusieran dique a las injurias, no—obviamente—una panda de criminales armados.
Por otra parte, a la presión de culturas extrañas se resiste con las culturas propias, nunca con la misma agresividad que practican los nuevos cruzados medievales de la Media Luna. Europa renunció—en contraste con USA—hace ya mucho a su identidad. También lo recordaba hasta la saciedad la Fallaci, atea militante, desde su exilio neoyorquino. Y el desastre, en mi opinión, tiene ahí su raíz, en la dejación irresponsable de los mismos que el domingo se manifestaban contra el terrorismo islámico. Ellos han conseguido, a base de nihilismo, dos cosas: abrir de nuevo la puertas de Occidente al imperialismo mahometano y degradar de tal forma la política democrática que sólo el extremismo rojo—de momento—parezca tener futuro.

Pero esto es materia de otro artículo.