sábado, 18 de diciembre de 2021

¿ES GÓMEZ DE CELIS EL HOMBRE DE SÁNCHEZ PARA ANDALUCÍA?

De todos es sabido que Andalucía firmó una página histórica aquel 2 de diciembre de 2018, cuando nadie, empezando por el mismísimo Santiago Abascal, apostaba en público por un vuelco electoral en la región que casi cuarenta años antes había puesto fin a la carrera política de Adolfo Suárez, dinamitando a su partido con aquel “Andaluz, éste no es tu referéndum”. Puestos a hacer memoria, al tiempo que vuelvo a sugerir como en otras ocasiones la consulta a Internet donde podemos encontrar una impagable foto de Susana Díaz más semejante a Jannette que un anuncio de Coca Cola, demos otra gran zancada y plantémonos en aquella competición por liderar el PSOE que siguió a la defenestración, tan turbulenta como a la postre inútil, de Pedro Sánchez aquella noche de cuchillos largos en Ferraz.

Sánchez, fiel al título de “su” libro, no perdió un minuto a la hora de retomar el terreno perdido, empeño que finalmente le llevaría —por desgracia, pero eso es otra cuestión— a la Moncloa. ¿Y a quién encargó la operación de reconquista? Naturalmente, al más íntimo enemigo de su rival, Susana Díaz, que era un antiguo miembro como ella de las Juventudes Socialistas de Sevilla, concejal que a punto estuvo de ser alcalde si no hubiera intervenido “ella” para evitarlo, y alto cargo del Gobierno andaluz con José Antonio Griñán de presidente, que sin embargo la eligió a “ella” para sucederle. Me estoy refiriendo, como algunos habrán concluido, a Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, actual vicepresidente primero del Congreso de los Diputados, 51 años, sevillano de la calle Alhóndiga, aunque su despertar político tuvo lugar en el mítico Polígono de San Pablo y actualmente tenga su residencia hispalense en el no menos legendario barrio de Triana.

Gómez de Celis fue el artífice de la inversión copernicana que dio a Sánchez las llaves de la Secretaría General y, por ende, el acta de diputado que le permitiría expulsar a Rajoy de la Presidencia del Gobierno para ponerse él hasta llegar, vía dos comicios muy poco transparentes, a este cóctel de socialistas, comunistas, anarquistas y separatistas que rige los destinos de la Nación. Este animal político, que estuvo sólo cuatro años trabajando en el mundo de la iniciativa privada, desplegó sus dotes de fontanero y le dio la vuelta a la militancia, ciudad por ciudad, con paciencia cartujana y habilidad jesuítica, hasta conseguir que el “fracasado” sanchismo se hiciera con las primarias, es decir, con las riendas del partido primero y de España después. Hasta hoy.

El 1 de marzo de 2017, Pedro Sánchez hacía pública la designación de Gómez de Celis como coordinador de estrategia y comunicación en su campaña para vencer, como así fue, a Susana Díaz (véase en este blog el artículo sobre aquella noche fantasmagórica en la plaza de Santa Ana). ¡Cómo sería la confianza de Sánchez en Celis que aquella misma tarde colgó el siguiente “tweet”!: “Hace años que me une una gran amistad con Gómez de Celis. Le doy la bienvenida al equipo para coordinar estrategia y comunicación. Proseguimos!”. A lo que el recién nombrado contestó: “Gracias, amigo. Empezamos en junio de 2013, continuamos para hacer un PSOE mejor. Fraternal y unido.”

De líder estudiantil —se graduó en Derecho— a vicepresidente del Congreso, pasando por muchas cosas, entre ellas delegado del Gobierno en Sevilla en 2018. Siempre entregado al marcaje de Susana Díaz. Ésta ocupa ya un escaño en el Senado, que etimológicamente es la cámara de la senectud. Y un dato: la última vez que Gómez de Celis optó por la Alcaldía de Sevilla, adivinen ustedes quién amadrinó a Juan Espadas. Sí, “ella”. Ahora, Espadas, tras un chusco sainete sobre si iba o no iba a ser candidato a la Junta de Andalucía (en Moncloa debió escucharse alguna carcajada), pasa a compartir techo —institucional, se entiende— con su antigua mecenas. Sánchez va desbrozando el camino andaluz. En la Wikipedia no se menciona que el adversario de la tardonera fue director de la Agencia Pública de Puertos de Andalucía bajo su presidencia, aunque las malas lenguas decían que el único buen puerto que procuraba era el de su mentor en la distancia.

El pasado viernes, día 17, cuando en Andalucía los tambores de guerra electoral sonaban ya con inusitada intensidad, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis departía, muy concentradamente y más serio de lo habitual si cabe, con otros altos cargos del PSOE andaluz en una terraza de Sevilla, frente al Palacio de San Telmo. ¿Qué se cocía? Imaginen. Si el candidato socialista para Andalucía es quien estamos suponiendo que será, los partidos de la derecha deben tentarse la ropa. Como está archidemostrado, Sánchez no da puntada sin hilo. Y si la función de esta criatura amamantada a los pechos del clan de la tortilla (ya saben, la foto de los santones del PSOE sevillano en los pinares alcalareños de Oromana) es movilizar al electorado que se confió y no llegó a las urnas por dormir más siesta de la cuenta en las últimas elecciones… podemos tener a proa otros cuantos decenios de cortijo en Andalucía. Ergo en España.


miércoles, 10 de noviembre de 2021

RETORNO A LO ESENCIAL

Mucho se ha escrito —y lo que te rondaré, morena, con permiso de las Montero— acerca de las consecuencias virtuosas que la primera epidemia global puede tener para todos. Como desafortunadamente señaló el Caudillo días después del atentado que costó la vida al almirante Carrero Blanco, “no hay mal que por bien no venga”. Sus palabras seguían la senda de misterio que a menudo encerraban, pero lo cierto es que aquello sólo cabía atribuirlo al nombramiento del sucesor en la Presidencia del Gobierno, nada menos que quien había sido hasta ese momento ministro de la Gobernación, es decir responsable de la seguridad del presidente. Recuerdo bien a mi padre, franquista acendrado, comentando en voz alta que aquello resultaba incomprensible.

Lejos de mi intención revestir estas líneas de calculada ambivalencia. De sobra sé que el Coronavirus no admite interpretaciones que minusvaloren su maldad. Pero con todo y con eso, creo que al menos un efecto positivo sí cabe encontrarle, y es haber conducido a la Humanidad desarrollada, tan pagada de sí, al callejón sin salida de la vuelta a lo esencial. Puede que fuera de nuestras fronteras, que siguen existiendo, sea distinto, no lo sé. Pero lo que es en esta España malcriada que hace tiempo olvidó de dónde viene y en la que ahora algunos intentan borrar su memoria para que nunca lo recuerde, necesitaba un zamarreón de primera clase. Desgraciadamente, la enfermedad se ha llevado la vida y la salud de muchos españoles. Siempre demasiados. Ahora toca afrontar un panorama económico que nos va a afectar a todos si es que no nos sume en la desolación. Se alían los factores internacionales, globales otra vez, con los autóctonos, que nos sitúan ochenta y tantos años atrás, pues desde entonces no padecíamos un Gobierno social comunista con apoyo separatista. Es como si los hados estuvieran refocilándose con nuestro sufrimiento, y lo cierto es que los indicadores socioeconómicos dibujan un panorama que es cualquier cosa menos halagüeño, aunque los partidarios del optimismo mágico se empeñen en culparnos de todo a los agoreros entre los que me encuentro. Justo cuando Austria prepara a su población para un apagón general de larga duración, la pandemia renace haciendo temblar a los sanitarios que miran a Inglaterra y su variante “Delta Plus”, y el G-20 sólo se preocupa de recaudar más y contaminar menos, moviéndose, eso sí, en interminables caravanas de vehículos blindados y cientos de aviones jet, aquí en España, con la electricidad por la nubes y una guerra entre vecinos de los que nos viene el gas a la vuelta de la esquina, con la inflación desatada y las familias a los pies de los caballos, ¿qué le preocupa a nuestro Gobierno? Lo ha dicho en la tribuna del Congreso “la chiqui”: la ultraderecha, impedir que gobiernen en institución alguna de las muchas con las que los presupuestos riegan a la legión de militantes, simpatizantes y votantes que las ocupan o dependen de ellas.

Si recopilásemos en un catálogo la sarta de memeces en las que se va el dinero público, el chorreo de sueldos para cargos designados a dedo y las plantillas de enchufados en chiringuitos inútiles —sólo en Andalucía son 32.000, según ha reconocido recientemente la Junta, incapaz de acabar con la “paralela” heredada de sus antecesores— tendríamos ante nuestros ojos un inmenso disparate. Ahora, lamentablemente, la epidemia nos obliga a apretarnos el cinturón y ponernos las gafas de ver. Habituados a un bienestar sin base real, habremos de renunciar a muchas cosas, es cierto. Pero tarde o temprano —¿queda tiempo?— las autoridades, los partidos, los candidatos electorales tendrán que arrojar al cesto de los papeles su demagogia, tan cara, y centrarse de nuevo en lo básico, en los imprescindible, en el gran orillado de nuestra sociedad autocomplacida: el sentido común.

Guste o no, actualmente —no sé mañana, claro está— en España sólo queda una fuerza política con amplia representación parlamentaria dispuesta a acabar con este estado de cosas. Hasta hoy, los discursos no parecen haber convencido a la mayoría de que con los modelos de gasto público y las políticas de prioridades falaces con las que hemos llegado hasta aquí no hay nada que hacer. A la fuerza ahorcan, señala el acre apotegma popular. Si los gobernantes se niegan a volver a la austeridad, será el paisaje creado por el Covid el que la imponga, sin dañar a la libertad, pero recuperando un valor hasta hoy sepultado bajo toneladas de sentimentalismo: la lógica. No es casualidad que entre unos y otros quieran condenar a la Filosofía, como a la Lengua, al desván de los juguetes rotos, y así que nuestros escolares, universitarios y profesionales del mañana, sólo entiendan —y a medias— de Matemáticas aplicadas a la Informática. Como autómatas robotizados.

lunes, 27 de septiembre de 2021

LA PENÚLTIMA ALEGRÍA DE AQUILINO DUQUE

Referirse a la vida interior de un gran poeta es un pleonasmo, así que no seré yo quien ose glosar el inmenso mundo espiritual de Aquilino Duque, siempre sobrenadando en los procelosos mares que surcan las tres naves de nuestra Historia: La mismidad del ser (o sea, la búsqueda de la belleza), el dolor de España y el salto a la trascendencia. Éste último lo acaba de dar nuestro monacal intelectual desde el torreón biblioteca de su Viñamarina, bajo la luz prístina del Aljarafe sevillano hasta la otra Luz, divina, eterna y verdadera.

Hace muchos años ya que entrevisté para el ABC sevillano a un Aquilino Duque hospitalario, que gustaba de recibir en dicha biblioteca presidida por el Premio Nacional de Literatura (“El mono azul”, 1974) sobre el pedestal de una mesa camilla. Con su ternura huidiza de lo melifluo, don Aquilino me contó en aquella ocasión (primero y último de nuestros encuentros en vivo) que él soñaba con una Vida Eterna que fuera como ésta pero sin fin, y así se lo pedía a Dios. Tal era su experiencia vital de hombre feliz con su familia, sus amigos —Alberti entre los más cultivados— y sus principios, vertidos magistralmente en lo que Octavio Paz, otro de sus dilectos, tituló “el signo y el garabato”. Es decir, la palabra.

La última de esas naves, que es la primera, se ha llevado a Aquilino Duque, y yo quiero dejar aquí una huella suya que me parece tan conmovedora como la que más. El pasado mes de agosto, este diario me publicó mi primer artículo aquí: “Dos santas de la cruz”. En él hablaba de Teresa Benita de la Cruz (en el mundo, Edith Stein) y de Sor Ángela de la Cruz, ambas unidas por un mismo estilo que tenía mucho de carmelitano. Pues bien, en cuanto difundí el artículo en cuestión, recibí una respuesta de Aquilino Duque en la que con el sabor escueto y certero que caracterizaba su verbo, me decía lo siguiente: “Gracias. Perfecto. Espero con él dar una alegría a mis hijas monjas, a quienes se lo remito. Aquilino.” Era el 17 de agosto. Un mes justo más tarde, el gran Aquilino Duque entraba en una agonía de doce horas.

El pasado jueves, sus hijas monjas estaban cantando (como los ángeles, claro, aunque desde la noche de Belén no se sabe de nadie que haya escuchado a los ángeles cantar, pero sus voces deben de sonar de modo muy parecido) en la iglesia alfonsí y trianera de Santa Ana, ante el cofre que contenía las cenizas de Aquilino Duque. Éste es mi modesto tributo a un hombre que siempre me trató, sin interés alguno, con una exquisita delicadeza y que en todo caso defendió con la espada de su pluma unos valores que hoy, tras lo más espeso de la noche, parecen alborear gracias, entre otros, a su gran persona.

(Publicado en Sevilla Info)

lunes, 20 de septiembre de 2021

LLANTO POR AQUILINO DUQUE, DESDE EL PUERTO CAMARONERO

El próximo día de Reyes habrá un hueco de luto en una fachada sencilla del Puerto Camaronero, frente a la Torre del Oro. En la otra acera, una plancha de hierro recientemente desaparecida decía que allí tenía el tranvía su parada terminal. Guiños fatales de la vida, última pareja de la muerte delante del paso de Manuel que cruza el río lanzando al cielo perdido de Triana y Sevilla una eterna expiración, como un ayayay salido de lo hondo de la Cava. Ha muerto Aquilino Duque, con quien tanto quería, y es como si los versos de Bécquer al otro extremo del río, allá por la Barqueta de sus días iniciales se hubieran echado a las aguas a navegar hasta la casa natal de uno de sus más grandes epígonos, casita que sobrevive al poeta, como los poemas mismos. Por San Jerónimo quería Gustavo que le enterraran, donde habitara el olvido y el agua de Heráclito lamiera sus huesos. Tremenda coincidencia. Esas mismas aguas pasarían por delante de la casa donde se crio la madre de los Machado, doña Ana—“Antoñito, hijo, ¿falta mucho para Sevilla?”—, en la misma acera de la casa natal de Aquilino, al otro extremo de la calle Betis—entonces “Del Río”. Cuando paso por allí me gusta imaginar a aquella niña contemplando desde su balcón el flamante puente de Triana, inaugurado dos años antes de su nacimiento. Ahora soñaré también con un Aquilino de pantalón corto mirando la Torre del Oro, la Giralda y allá al fondo el mismo puente que aún recordaba doña Ana, aquel entonces en el tan lejano Madrid. Por si fuera poco, en este diálogo de orillas, estaba Rafael Montesinos en un balcón de Reyes Católicos o en los jardines que hoy llevan su nombre y donde saboreara el agridulce y perdurable fruto del amor germinal.

Hablé por última vez con el poeta recién fallecido hace cuatro días, literalmente. Teníamos apalabrado grabar en vídeo sus vivencias. Con noble esfuerzo, me habló de su futura operación, que nos obligaba a postponer nuestra cita. Ahora, la gran traicionera —“nadie es libre de morir su muerte”— aplaza su voz para siempre. Pero como Aquilino Duque era poeta de justicia, creo preciso dejar constancia de algo que empaña este adiós con la vileza de la condición humana de la que él fue señalada víctima. El Ayuntamiento de Sevilla aprobó en su día colocar un azulejo en su casa natal, y encargó la obra. Ejecutada ésta, se produjo uno de esos vuelcos volanderos de la política y la placa concilió el sueño de los justos en un almacén municipal. Porque Aquilino Duque cometió un inmenso error, que se sumaba al de haber nacido en la España de 1931: el de ser uno de los españoles más soberanamente independientes que haya habido, y como tal, polémico e insobornable. De modo que cuando, en fecha muy reciente, algún munícipe volvió a poner sobre la mesa la colocación del testimonio artesanal, la junta municipal del distrito de Triana lo discutió, lo sometió a votación, y se produjo un empate —imaginen entre quiénes—. Sólo el voto “de calidad” de la delegada —obviamente, socialista—resolvió que la placa continuara sine die sin poner. Entonces, Aquilino vivía entre nosotros en carne mortal. Hoy vive de una manera que ningún enredador encaramado en las demagogias podrá nunca encarnar. Aquilino no necesita ya placas, porque su mirada desde el Puerto Camaronero ha vencido al tiempo: “Reloj de arena, tu cuerpo./ Te estrecharé tu cintura/ para que no pase el tiempo”.

                                          (Publicado por ABC de Sevilla el 19-9-21)

domingo, 5 de septiembre de 2021

PROGRESISMO ÍNTIMO A LA LUZ DE LAS VELAS

Contaban los veteranos de Sevilla que allá por la incipiente posguerra hubo un carbonero en la muy trianera calle Castilla —paradojas del lugar— que surtía con el género que podía al vecindario al que aún quedaban cupones en la cartilla de racionamiento. En aquella época, el carbón era tan indispensable como el escaso alimento que se preparaba en las cocinas económicas o en los fogones de los hogares. Una mañana, cuando los clientes se encaminaron a la carbonería se la encontraron cerrada. Un aviso, escueto y elocuente, rezaba así: “Se acabó el carbón. Segundo Año Triunfal”.

Nuestro carbonero se la jugó sin duda, pero al igual que La Codorniz con su antológica portada (“En España reina un fresco general procedente de Galicia”), fue lo suficientemente inteligente como para redactar de forma que resultara intocable. La verdad nos hace libres, entonces como ahora, y en todo caso lo incuestionable del asunto es que aquel silogismo estaba formado por dos términos irrefutables: el carbón se había agotado y aquél era, oficialmente, el II Año Triunfal. Ignoro cómo se las apañarían los trianeros —sobre todo las trianeras— para dar de comer a su plebe aquel día. Posiblemente la dieta en aquel momento admitiría cualquier sucedáneo alternativo a una cocina caliente.

Salvando las distancias, que nuestros gobernantes se empeñan en acortar, todo parece indicar que volvemos a un ciclo de consumo energético obligadamente menguante, precisamente cuando alcanzan su clímax otras políticas de proclamas. Nos obligan a poner las lavadoras de madrugada, a privarnos de hacer con el coche los mismos kilómetros que antes de la pandemia, a rehacer las cuentas tachando gastos a los que la sociedad de consumo y el estado del bienestar nos tenían acostumbrados. Al mismo tiempo, se sacan de la manga derechos de colectivos que como tales no pueden ejercerlos, ya sean territoriales o libidinosos, se transforman la escuela y las universidades en centros de adoctrinamiento progresista y se riega de millones a oenegés cuya titularidad última y financiación se pierde en un entramado que casi siempre tiene su origen entre los nombres más poderosos de la economía mundial. Se busca machismo hasta en los dibujos animados de mayor arraigo entre los niños (y las niñas), se persigue a famosos ricos por acusaciones sin carga de prueba y sólo porque lo manda la agenda progre que ya encontró hace tiempo en la guerra de sexos un buen reemplazo para la extinta lucha de clases. Por supuesto, el medio ambiente y los animales gozan de más protección que el ser humano, al que se condena a muerte en el claustro materno sin que haya una sola organización pro derechos humanos que ose elevar la menor sombra de protesta. El mundo se ha vuelto muy progresista, pero los talibanes vuelven a ocupar sus puestos de antaño, ahora en las torretas de los blindados norteamericanos porque Occidente, tan progresista él, ha salido de allí por patas, con el comandante Biden a la cabeza.

Así las cosas, tal vez debamos ir pensando en desempolvar las velas. Lástima que la cerería del Salvador, que era tradicional abastecedora de cabos, ya no esté donde se mantuvo durante un siglo chispa más o menos. Las llamitas cedieron a los leds, que son más limpios, salvo en el mundo de las cofradías, pero como éstas han sido barridas por el virus chino…

A la luz íntima de las velas todo será más natural, más respetuoso del medio, hasta que a alguna voz ociosa de la extrema izquierda bien patrocinada le dé por defender a las abejas, pobres hembras ellas sometidas al heteropatriarcado de los abejorros. A lo mejor entonces tenemos que volver a las nucleares. Francia tiene sesenta a pleno rendimiento. No sé qué opinaría de ello la Conferencia de París.

(Publicado también en Sevilla Info)


martes, 17 de agosto de 2021

DOS SANTAS DE LA CRUZ

Cierta noche de verano de hace ahora un siglo, en una casa de campo alemana, alejada del ruido del mundo —aunque éste fuera entonces casi monacal comparado con el de hoy— una joven estudiante de Filosofía no podía dormir. Se encontraba alojada allí por un matrimonio amigo, que aquel fin de semana se había ausentado. En la soledad del lugar, la treintañera indagadora de ideas, acostumbrada a pensar sin descanso pero sistemáticamente, al modo fenomenológico, decidió combatir el insomnio de la manera más natural para una mente como la suya. Discípula aventajada de un autor de moda, feminista sin alardes, agnóstica angustiada como todos por el asedio de y a Dios, Edith —sí, Edith Stein, han supuesto bien— bajó a la biblioteca y tomó un libro al azar. Creía que la lectura le iba a proporcionar el anhelado sueño. Sin embargo, lo que encontró fue un estado de trasposición muy distinto. Tánto que no pudo dejar aquellas páginas hasta el colofón, ya amanecido el día. La obra que había elegido, o mejor la que escogió a aquella mujer, era de otra mujer única en la Historia de la Humanidad: Santa Teresa de Jesús y el libro de su vida. Al terminar aquellas líneas, dijo para sí, según escribiría años después: “Esto es la verdad”. Unos meses más tarde recibiría el bautismo, años después ingresaría (un día de la Virgen del Carmen recibió la ansiada respuesta positiva) en la Orden de Santa Teresa, y cambiaría su nombre por Teresa Benita de la Cruz. Sería superiora del convento de Colonia. Moriría, junto a una hermana suya de nacimiento, en la cámara de gas, por judía, un 9 de agosto de 1942. Juan Pablo II la canonizaría cuarenta y seis años después y la nombraría copatrona de Europa.

La detención de Santa Teresa Benedicta de la Cruz tuvo lugar el 2 de agosto de 1942, en el Carmelo de la ciudad holandesa de Echt, donde se había refugiado. Aquel día, las Hermanas de la Cruz celebraban el LXVII aniversario de la fundación del Instituto, otra mañana en que cuatro muchachas y un sacerdote con fama de santo hacían realidad en el monasterio sevillano de Santa Paula el sueño de una de ellas, santa también de estilo carmelita: Sor Ángela. De la Cruz una y de la Cruz la otra. Dos de agosto, día crucial para ambas, radiante para la santa sevillana, sórdido para la pensadora silesia que abrazara, como la primera, el Reino de Dios como el único verdadero. La andaluza, zapatera, casi analfabeta y a pesar de ello febril escritora de lo divino y lo humano juntos. Sólo su salud quebradiza le impidió hacer los votos y tomar los hábitos del escapulario. La prusiana, honda viajera de los caminos de la razón, pero desarmada por el testimonio de la castellana fundadora y andariega, igualmente profusa devota de la pluma en Gracia de Dios. Al fondo, una santa abulense que nunca encontró acomodo en Sevilla aunque dejó en ella, además de Las Moradas, la semilla de su Monte Carmelo, el jardín en el que Ángela y Edith atisbaron el Paraíso.

(Publicado por el diario digital independiente Sevillainfo el 16/8/21)

sábado, 24 de julio de 2021

MANUAL DE RESISTENCIA FRENTE A LA CENSURA ANTIFRANQUISTA

Lo primero es reforzar el ámbito privado como lo que es: el único verdadero. El estado deriva de él y por ende es algo así como una ficción. Sólo el individuo, la familia y la sociedad civil son realmente auténticos y autónomos. Viviendo según este principio, todo intento de injerencia de las autoridades deviene en autoritarismo vano. Si nos viene en gana denostar el franquismo, hagámoslo sin importarnos una higa que alguien con BOE y mando en plaza nos lo haya ordenado o no. Por la misma regla de tres, si nos cae bien la figura de Francisco Franco y nos parece egregio el personaje, por sus obras y/o sus mensajes, ancha es Castilla. Eso sí, guardémonos de utilizar medios que un fiscal ad hoc pueda considerar públicos, porque entonces nuestro bolsillo, más o menos alimentado con miles de horas de sacrificios laborales, corre el peligro de resultar esquilmado al igual que las arcas públicas por quienes no han entendido nunca que ser antifranquista no es ser estalinista, por lo cual ser franquista no es ser fascista.

Y aunque lo fuera, se trata de materias reservadas por el sentido común y ético a los historiadores, que de toda opinión y jaez los hay. Pero nos adentran en un terreno quienes hoy tienen la sartén por el mango en el que la diversidad de opiniones no existe, reemplazada por otras diversidades más aptas para la manipulación presupuestaria. Así que de sabios es adaptarse al medio y de cabales no renunciar a ninguna idea por ello. Divulguemos nuestros pareceres, franquistas o antifranquistas, pero siempre practicando el criptoderecho a la libertad de expresión en familia y entre amigos. Los curas, en general, ya aprendieron la lección hace tiempo y para encontrar una homilía comprometida con las grandes cuestiones de la disidencia en este país socialistizado hay que escarbar mucho. Sólo cuando se tocan los dineros saltan las sotanas invisibles y las cruces pectorales. Lo demás, si acaso, en algún twiter, que no hace daño (¿cuántos millones pululan cada día por nuestros móviles?).

Voy a escribir una obviedad: sigamos pensando y diciendo lo que nos plazca. Y ahora, una novedad: pero en las catacumbas de los nuevos confesionarios, a las que nos han acostumbrado los estados de alarma, preludio del estado de censura en el que entramos ahora. La libertad, queridos lectores, es un lujo que en la España de Sánchez y sus adláteres del otro lado del Telón de Acero se pagará caro, de modo que con franquismo o sin franquismo habrá que vigilar nuestra lengua según en qué ambiente nos movamos, y sobre todo si aspiramos a que algún medio de comunicación social —es decir lo que no es redes sociales— dé cobertura a nuestras opiniones. A algunos nos coge ya con demasiados años, kilos y canas, aunque con las mismas ganas de hablar y escribir que cuando la palabra adolescencia nos sonaba a acusación. Si me permiten un consejo de viejo periodista, que no de periodista viejo, no renuncien a una sola ráfaga de sus puntos de vista. Documéntense a fondo con la amplia bibliografía existente —si no la retiran— sobre el franquismo. Seleccionen bien, eso sí, guiándose por criterios de objetividad desapasionada. Ahí está gran parte de la verdad que nos quieren ocultar y hacer olvidar por decreto, so pena de multa.

Justamente antes de que los guardianes de la ortodoxia postmarxista desataran sus “progroms” ideológicos, hace ya unos cuantos años, me di cuenta de algo que hasta entonces nunca se me había revelado, y es que en los programas de Historia que me enseñaron en el colegio —años setenta— mi nación dejaba de existir tras el primer tercio del siglo XX. Es decir, faltaba el crisol donde se había fundido el troquel de mi propio contexto personal. La España de nuestros más recientes antepasados, la que había construido a mi generación, en la que habíamos crecido y que nos había modelado, la que nos había alimentado, educado, defendido, vacunado y proporcionado una esperanza en el porvenir, era para nosotros un gran espacio vacío, un paréntesis, nada. De pronto se convirtió para mí en un enigma y quise conocer cuanto antes qué había pasado en la España de mis padres, para así descubrir el secreto por el que tan celosamente se me había escondido su conocimiento. Aceleró mi búsqueda el empeño maldito de Zapatero y los suyos por resucitar la República y la Guerra Civil como arma arrojadiza para condenar a Franco. Pero claro, eso equivalía a rellenar ese vacío con un borrón que descalificaba a esa generación que me había sacado adelante. Mi experiencia con la información, también con la política que todo lo impregnaba, hizo lo demás: Comprendí que tenía poco tiempo, porque estaba ante el intento, muy bien armado, de ir hacia atrás en la Historia y romper todo aquello sobre lo que se había construido mi propia formación humana, mi propia identidad, el ayer inmediato y colectivo que me había hecho. ¿Para qué? Era, y es, elemental: por adanismo, para sembrar en la conciencia de los nuevos españoles la sensación de que ellos, y sólo ellos, los enemigos del franquismo, han forjado cuanto tenemos y cuanto somos. Para eso es fundamental no ya sólo subrayar lo malo del pasado próximo sino sobre todo y por encima de todo —en ello están— fulminar cuanto de bueno, positivo, favorable y altruista haya en esa herencia.

Así que lo dicho, a las catacumbas, donde podamos reflexionar con buenas lecturas acerca de qué oscuro instinto nos ha llevado hasta allí y cómo podemos salir de ellas a respirar de vez en cuando sin que nos corten la cabeza de pensar, que en realidad es lo que no soportan. Algún día, cuando echemos una de esas escapaditas, no habrá nadie para perseguirnos.

sábado, 26 de junio de 2021

A LOS OBISPOS DE ESPAÑA: NO HAY PAZ SIN UNIDAD

 Queridos obispos españoles:

Para un católico convencido, en general, resulta siempre difícil, incluso doloroso, escribir contra el parecer de los obispos. Pero como hasta Pedro traicionó a su Señor, creo que no sólo es lícito sino moralmente obligado levantar la voz cuando uno ve que algunos de sus sucesores están tropezando con la misma piedra. Llevan ustedes demasiado tiempo contemporizando con el poder, sea éste el nacido de una guerra civil o el contrario, a su debido tiempo. No voy a remontarme a las muchas razones que les asistían en el primer caso, tras el martirio de ocho mil religiosos, entre ellos muchos prelados, cuyos pormenores enumeró en su momento el añorado obispo Antonio Montero. Más problemático es opinar sobre el alineamiento con corrientes poco compatibles con la fe durante los años que siguieron al mayo del 68, aunque aquí también es posible la disculpa si nos atenemos a la restricción de libertades vigente. Hoy contrasta demasiado el giro producido con el Vaticano II cuando sólo unos años antes la Iglesia española ejercía, por cesión del Estado, la censura cinematográfica con más que dudosa coherencia y hasta puso al borde de la dimisión a un floreciente Félix Rodríguez de la Fuente en TVE, esto último cuando el Concilio llevaba ya muchos años clausurado.

Después llegaron los años de los curas separatistas y hasta filoterroristas, pasando por el uso de una mesa de altar como escondrijo de armamento y hasta llegar al triste episodio, nunca condenado por la jerarquía, del arcipreste de Irún, cómplice de la huida de los asesinos de varios policías nacionales en Santander cuando sus cadáveres aún no se habían enfriado. La tibieza y pusilanimidad de monseñor Setién, por ejemplo, siguen estando unidas al recuerdo de las víctimas del terrorismo etarra. Son cosas que un ser humano con sangre en las venas no puede evitar. Y un cristiano, menos.

Ahora, la tentación colaboracionista viene del primer intento serio de secesión que hemos sufrido los españoles en la etapa democrática: el empeño independentista catalán. En el 2017  sólo fueron los obispos de Cataluña, tras una carta de cuatrocientos curas y a través de una inexistente conferencia episcopal propia, quienes se pronunciaron a favor del referéndum ilegal y sus consecuencias. Pero entonces, al menos, la Conferencia Episcopal Española, que sí existe, digamos que estuvo en su sitio, que era en la defensa del valor cristiano que a lo largo de los siglos ha demostrado encarnar la unidad nacional. Una unidad que viene del reino visigodo, como refleja el mismo San Isidoro, que se interrumpe durante el dominio musulmán de Al Andalus, pero que renace con fuerza mediante la Reconquista, desde las Navas de Tolosa, batalla con un obispo al frente, hasta la toma de Granada y cierra España por unos reyes que pasaron a la Historia como católicos. Por algo sería.

Se me repondrá que de eso hace mucho tiempo, demasiado. ¿Y de Jesús de Nazaret cuánto hace? La consolidación de una entidad nacional no es sólo obra de las armas, que también. Éstas se encuentran casi siempre al principio; inmediatamente comienza un proceso de paz que no acaba nunca… a no ser que se destruya la nación misma, troceándola. Para constituir una Cataluña independiente, señores obispos, hay que destruir una España construida lenta y trabajosamente con muchas generaciones de hombres y mujeres que han dado sus vidas por ella. Gentes que han vertido su sangre, como esos policías de Santander, o que han madrugado desde niños hasta su último aliento para ganarse el pan y podérselo ofrecer a sus hijos. Pan imposible sin una palabra que se le parece mucho: paz.

Y aquí quería llegar, reverendos monseñores. Un reino de paz, es decir, evangélico, no se edifica sobre el diálogo, como dicen los obispos catalanes y secundan los demás españoles, salvo el de Oviedo, justo es reconocerlo. Cuando ya existe, desde tanto tiempo, una base sobre la que desarrollar el amor y la justicia que el Redentor predica ¿a qué desarmarla para dejar sin patria común e indivisible a sus hijos? ¿Qué sentido cristiano tiene fomentar la discordia que supone deconstruir una sociedad trabada porque dentro de ella hay quien sueña con otras más pequeñas, resultado inevitable de lo cual es la ruptura de lazos mayores y la tribalización bajo la sombra cainita del egoísmo de grupo de las comunidades humanas? Ustedes parecen olvidar que la paz es precisamente lo que el Parlamento de Cataluña dinamitó los días 6 y 7 de septiembre de 2017. Existía, mejor o peor, una paz que permitía la convivencia entre las dos cataluñas y en el resto de la Nación española. Ustedes vieron cómo un presidente del Gobierno de España decía aquello de que el concepto de nación era algo discutido y discutible. La española, claro, no la catalana. Y no abrieron la boca. Ustedes asistieron al derrumbamiento del edificio, ya muy cuarteado, de una unidad nacional que había permitido la paz hasta entonces porque, ilustres prelados, sin unidad nacional no hay paz. No puede haberla. La división introducida en Cataluña es una peligrosísima amenaza para la paz de España, y ustedes sólo hablan de diálogo con quienes día sí y otro también aseguran que volverán a hacerlo, que no se arrepienten de nada y que no cejarán hasta que Cataluña sea independiente mediante un referéndum de autodeterminación, que sólo han tenido las colonias reconocidas como tales por una potencia extranjera.

La paz hay que sembrarla. No basta con sentarse a negociar. Eso vale para pactar con el Gobierno la equis de la Renta o las exenciones fiscales. Pero con la unidad de una nación en la que ustedes han tenido siempre una intervención sobresaliente, no se puede trapichear, porque el precio es precisamente la paz, pero no de cuatro millones de personas solamente, sino de muchos más que asisten al toma y daca de un presidente por accidente rehén de aquellos que, al parecer, también han atrapado en sus celadas a los pastores del pueblo cristiano español.

miércoles, 9 de junio de 2021

PROGRESISMO Y LUCRO CESANTE

 Cada vez que el conglomerado progresista ve amenazado su tinglado de mentiras a cambio de poder y dinero, ataca. Es como una manada de lobos temerosos de morir de inanición ideológica. Agotaron ya sus reservas hace décadas, y en este momento, en todo el mundo pero con mayor frenesí en los países de tradición católica no ocupados hasta fecha reciente por dictaduras comunistas, muestran sus colmillos a quien ose acercarse a sus guaridas. Ya lo hicieron durante su anterior periodo en el poder nacional, consagrando como derecho el aborto, mucho antes de que un diputado socialista croata haya hecho lo propio con su propuesta ante el Parlamento europeo. Matic se llama el autor. Anótenlo, porque el proyecto Matic dará mucho que hablar. Supone otro paso adelante en el abismo, tras el de la eutanasia, porque no se conforma con  formular el aborto como derecho sino que lo blinda en muy diversos frentes, desde la supresión de la objeción de conciencia para los médicos hasta la introducción del tóxico moral en las escuelas. Pero lo peor es la consideración de violación de los derechos humanos, punible de oficio por tanto, que tendría cualquier actitud contraria al libre ejercicio de dicha potestad. Como en otras cuestiones esenciales, se pasa sin sentir del rechazo generalizado de una conducta a su imposición y la persecución del disidente, previa escala en el respeto debido a las minorías.

Para el progresismo rampante, el aborto ha sido siempre un  caballo de batalla con el que abrirse paso en las aulas, los periódicos y los parlamentos. Acabar con la vida de un no nacido que estorba era y es el no va más de la agenda progresista. La magia de las izquierdas, la pócima que hace caer desmayadas ante su hechizo a las poblaciones desprevenidas, es esa sicalíptica equivalencia entre progreso y cambio que permite a las mentes perezosas —legión— depositar su confianza en quien les anuncia “otra cosa” sin el enojoso esfuerzo de preguntarse por la categoría, mejor o peor, de lo nuevo. Ya Felipe González posaba para los carteles que le llevarían a la victoria bajo un lema que nos prometía “cambio”. Y lustros después, sería “la oposición” la que abrazara dicho sortilegio de nigromante como si se tratase de una scala coeli que podían robar a los socialistas aprovechando un descuido de sus detentadores. Lo mismo ocurriría con el concepto de “igualdad”, que también debe de sonarles a unos y a otros a varita mágica o piedra filosofal capaz de suscitar el embrujo de las masas.

Por eso, cada vez que las cosas se ponen de punta, el partido llamado por el destino a gobernarnos sin fin echa mano del cambio, digo del progresismo, que hace sonar en nuestros oídos una música como de lira neroniana. El país arde —precios en alza, sueldos menguantes, paro galopante, fracaso escolar y universitario desbocado, escarnio extranjero sobre nuestras fronteras, costas y calles, desafío separatista saliendo por los grifos de La Moncloa, censura en los medios vía presupuesto público, poder judicial aherrojado, deuda inflamable, espionaje de nuestras vidas digno de las peores pesadillas literarias, cultura clientelar cautiva, corrupción por todos los flancos…— pero no hay que inquietarse: gozamos de un Gobierno y un sistema establecido de progreso. ¿Y qué más progresismo que el aborto libre acorazado como derecho y con penas de cárcel a quien ofrezca una ambulancia con un ecógrafo a las mujeres que nunca han visto a sus hijos, justo antes de que entren en el lugar preparado para vender su muerte?

Recuerdo, porque sé que ha sido olvidado, que cuando una televisión nórdica grabó a escondidas al doctor Morin confesando sus fechorías y lo emitió, se encendieron todas las alarmas (antifascistas, por supuesto) en el Gobierno de Zapatero, que encomendó a Teresa Fernández de la Vega la reforma de la Ley para evitar que el mundo se echara encima de España por lo que aquí venía pasando desde que la despenalización abrió el coladero de los certificados médicos falsos. Tras Morin, vinieron las fotos de fetos deshechos en el cubo de la basura, en Madrid, así como otros escándalos que aconsejaron al presidente introducir algo hasta entonces ausente de su programa electoral. La cara amable la puso Bibiana Aído, con el apoyo de Leire Pajín, dos rostros adolescentes para suavizar las inocultables aristas de una Ley que el Partido Popular recurrió ante el Tribunal Constitucional ¡hace once años! ¿Oyen, señores magistrados? Once años sin que hayan encontrado un fallo en justicia. Sí, señora, bochornoso.

En aquella época, el doctor Poveda se la jugaba, y la perdía (la libertad), sentándose en la acera delante de los abortorios para protestar por el crimen abominable (Concilio Vaticano II dixit) que se cometía allí dentro. Acababa sistemáticamente en Comisaría, donde los policías le invitaban a café y bromeaban con él, para hacerle más llevadera la tarde. Los patronos del negocio llamaban a la Fuerza Pública advirtiéndoles que si no intervenían les denunciarían a ellos por permitir unos actos que les producían “lucro cesante”. Y aquí está el secreto del “progresismo”. Desde ahora, y dado que con las ecografías la “ambulancia por la vida” ha salvado ya mil de ellas, las alarmas han vuelto a sonar en esos circuitos que unen a los partidos “progresistas” —todos menos uno de los grandes— con las empresas del sector. Éstas han vuelto a invocar el “lucro cesante” y los políticos progresistas se han puesto de inmediato manos a la obra de legislar para proteger, dicen, el derecho al aborto y de paso el de sacar rendimiento económico a la inversión a él ligada. Naturalmente, el pretexto es el de siempre: la mujer, como si entre los órganos que van con los desperdicios de las “ives” al quemadero no se encontraran los femeninos.

viernes, 21 de mayo de 2021

PERDER EL SUR

Los hechos históricos ejercen a menudo de docentes. Todo lo que los políticos suelen ocultarnos, esas combinaciones de piezas que impulsan la política grande —la gran política es otra cosa— acaba siendo debelado por el devenir del tiempo, si se intenta interpretar lo sucedido con ecuanimidad y distancia. Esto último no es casi nunca posible sin un esfuerzo a veces titánico, pero vamos a intentarlo.

Imperceptiblemente —en parte porque las circunstancias mandan y en parte porque así está diseñado desde el poder— la situación de España en el mundo ha experimentado una metamorfosis en pocos años. José María Aznar fue el último presidente atlantista que tuvimos. Con todos sus errores y no pocas villanías, lo cierto es que entendió muy bien cuanto para nuestra Patria había significado el giro geoestratégico emprendido por el mayor líder anticomunista del mundo occidental, Francisco Franco, en cuanto atisbó, como buen estratega, la derrota del Eje y la mudanza que ello iba a suponer para el cuadro de alianzas del país que gobernaba. Efectivamente, la España que hemos disfrutado la generación del Baby Boom ha sido una combinación casi mágica de paz y prosperidad gracias a la construcción de una clase media que supo subirse, pese a todas las ridiculizaciones que Mr. Marshall ha inspirado, al tren del desarrollo en todos los campos, empezando por el educativo e intelectual, fruto de lo cual fue la sucesión de regímenes de los años setenta. Los acuerdos con Estados Unidos reorientaron la vida de los españoles hasta hoy, permitiéndoles atender al “primum vivere” y salir de una miseria de siglos. Era aquél un escenario internacional de guerra fría, bajo la continua amenaza de una contienda nuclear en la que la situación de la Península Ibérica constituía ni más ni menos que la clave de bóveda del precario, pero a la postre bendito, equilibrio entre los dos mundos en liza. Franco supo aprovecharlo magistralmente, valiéndose de los consejos de su mano derecha, el almirante Carrero Blanco. Y Aznar, que había visto caer el muro de Berlín y el bloque soviético, se dio cuenta de que las tensiones habían bajado de latitud. Por eso se entregó, desaforadamente, en brazos de Bush después del hecho histórico más decisivo tras la Guerra Mundial: el 11-S. Zaragoza y Torrejón habían dejado de jugar un papel crucial a partir de ese desplazamiento hacia el Sur, pero Rota y Morón eran si cabe más valiosas que antes. Y los dólares que entraban por ellas seguían alimentando el progreso nacional. Todo se fue al traste en otra operación logística: el 11-M. Claro que Aznar había pecado de ingenuo al pensar que todo estaba atado y bien atado cuando renunció a un tercer mandato. González había sido más listo.

Y entonces comenzó la debacle. Marruecos ya lo había intentado tomando militarmente —aunque fuera una fuerza de opereta, el gesto simbólico era fundamental— el islote de Perejil. Con la inversión de la intención de voto en 48 horas, Zapatero consiguió el poder y con él cambió la actitud de España frente a Marruecos. Pero lo más grave es que ese 14 de marzo de 2004 empezó el desmantelamiento del edificio comenzado en 1956, el alineamiento de España con Estados Unidos y sus consecuencias socioeconómicas. La hostilidad de la Unión Europea hacia Donald Trump, influida por la gigantesca deuda pública con China, ha hecho lo demás. Zapatero se ha convertido en consejero áulico del régimen de Maduro, gran enemigo de USA. En el Gobierno de España se sientan varios ministros y un vicepresidente —ahora una— que han echado los dientes entre la Venezuela socialista y el Irán de los ayatolás. Los partidos españoles con representación parlamentaria, excepto VOX —¡qué decir de la alianza gubernamental!— no han desaprovechado oportunidad de vilipendiar al presidente de los Estados Unidos, un personaje que, guste o no, encabeza a una mitad de norteamericanos y ocupa el lugar 45 en la lista de los primeros mandatarios de la superpotencia hegemónica en el mundo libre. Y que además ha sido el primero de muchos en acabar su mandato sin haber iniciado una sola guerra y habiendo conseguido acuerdos de paz entre palestinos e israelíes así como uno histórico ¡con Corea del Norte! Todo lo cual peligra, si no ha hecho ya aguas, cada día más con su sucesor. El ademán de Trump el día aquel en que señaló a Sánchez su asiento cuando éste acudió a cumplimentarle era ya harto elocuente.

La verdad es a veces cruel: A Estados Unidos le hace hoy mucha menos falta la colaboración española —incluso la europea— que hace sólo unos años. Esta realidad resulta fatal si tenemos en cuenta los desprecios de que ha sido objeto nuestro aliado tras la Guerra de Irak. Lo primero que hizo Zapatero fue ordenar la retirada de la base, hasta entonces heroica y decisiva para la población civil, en Diwaniya. Los iraquíes que antes admiraban a unos españoles que se habían batido durante horas, hasta perder la vida, en la carretera de Bagdad, les despedían cacareando. En Inglaterra, las elecciones las ganó el mismo partido que gobernaba cuando estallaron las bombas en el metro de Londres. El león británico es así, y así eran los leones españoles de las Cortes, fundidos en Sevilla con bronce de los cañones arrebatados al enemigo africano, hasta que la vida muelle del aburguesamiento conseguido merced a la leche en polvo americana —interesada, claro está— nos hizo distintos. Los estadounidenses, en general, y por encima de querellas internas, espontáneas o facturadas, suelen ser una piña en política exterior, sobre todo cuando están en juego las vidas de sus jóvenes. A veces esta unidad les cuesta cara, como en Vietnam. Pero el cementerio de Arlington lo tienen junto a la Casa Blanca. Ahora, lo que les preocupa es el avance islamista en el Magreb, por eso han firmado unos convenios con Marruecos que les permitirán construir allí la macro base que absorberá el potencial de Rota, y a cambio venden a buen precio armamento de última generación al reino alahuita. Y por eso, uno de los últimos anuncios de Trump —antes del “hasta luego”, no se olvide— fue reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara. Y por eso también, Marruecos ha reconocido por primera vez a Israel, porque EEUU le otorga estatus privilegiado incluso en la marcha de Oriente Medio y sus conflictos.

Pero de esto no se entera el soberano pueblo español, porque apenas si se hacen eco los medios, muy ocupados en Rociítos y otras yerbas. Lo peor es que tampoco parecen darse cuenta unas autoridades ancladas en el Che Guevara de aquel Polisario sovietizado y sovietizante.

El corolario de todo esto y mucho más que se queda en el tintero ya lo han visto ustedes, aunque me temo que será sólo una muestra de lo que está pasando y lo que puede ocurrir en un suelo africano español en torno al cual el tiempo, desde el 711, no ha pasado y donde, al igual que la Marcha Verde del Sáhara, las huestes del Corán avanzan en masa. Con una diferencia: Ni en 1975 ni hoy necesitan vanguardia guerrera, porque saben que ningún ejército civilizado va a abrir fuego contra una multitud desarmada. Desventajas de vivir en un mundo mejor. Claro que tengo mis dudas sobre si a este lado las cosas son muy diferentes a las de la época de Don Rodrigo y el Conde Don Julián.

jueves, 29 de abril de 2021

LA SUERTE SUPREMA

Lo saben. A decir verdad, cualquiera mínimamente avisado —lo cual en España es hoy mucho pedir— se da cuenta del altísimo valor del momento presente, de estos días que pueden cambiar nuestras vidas. Se habla mucho, y con razón, del poder transformador que la pandemia —la primera de la Historia universal— ha ejercido sobre el día a día de la Humanidad. La tensión entre libertad y omnipotencia gubernamental ha estado latente durante estos trece meses y medio de las biografías de cada cual, por ceñirnos a nuestro país. Pero amén de esta metamorfosis profunda, causada no se sabe si por un imponderable o por un agente externo con personalidad propia, asistimos hoy a otra encrucijada que, a nivel nacional, se traduce en un toma y daca para siempre.

Sí, así como suena, la llamada segunda “batalla de Madrid”, en la que como tantos otros fantasmas de nuestro peor pasado reaparecen lemas de guerra tal el “No pasarán”, es muchísimo más que una elección autonómica. Lo saben muy bien Pablo Iglesias y los suyos. Lo saben Isabel Natividad Díaz Ayuso y Rocío Monasterio San Martín. ¿Lo sabe Pablo Casado? ¿Lo sabe el común de los españoles, empezando, obviamente, por los madrileños con derecho a voto? Deben de saberlo ese 42 por ciento de votantes por correo que han incrementado el número de los que han enviado sus papeletas con respecto a los que lo hicieron con la misma antelación hace dos años. Y desde luego, lo sabe el director general del servicio estatal, íntimo de Sánchez y uno de los cargos mejor pagados del Estado.

Lo sabe, con toda seguridad, ya que en buena medida él ha instigado esta situación de tensión que tanto les conviene (Zapatero dixit a Ignacio Gabilondo) el asesor áulico Iván, gran artífice gurú de los “triunfos” (no electorales pero sí negociadores) del as del embuste. El artificiero de la artillería socialista —antes de la pepera y de otras— no siente nada, como su cliente inversor. Él es un contratista, cumple las cláusulas de su compromiso y cobra. Por ese camino del maquiavelismo digital ha llevado a PS (no confundir con Partido Socialista) hasta la Moncloa y de allí al abrazo del “sísepuede” con balcón abierto, supongo que para que saliera el hedor de la traición a los votantes (ya saben, el insomnio y todas esas píldoras para engañar a la máquina de la verdad del electorado).

Iglesias es otra cosa. Éste sí que siente. Demasiado tal vez. Y no precisamente amor a la Patria y a sus hijos. Por eso saltó como un resorte desde su escaño azul, tan acariciado, en el que nunca permanecía erecto porque se arrellanaba como perdido entre tanta abundancia de responsabilidad pública, y en un santiamén (nunca peor dicho) se plantó en la Puerta del Sol con intención de impedir que la franqueara “la ultraderecha”.

En aquella plaza señera de la Historia de España empezó todo, con aquellas tiendas de campaña, de resonancias bélicas, y aquel 15-M de indignados nadie supo nunca bien por qué. Cuentan los entendidos que cuando Bécquer arribó a Madrid, embelesado por los cantos de sirena que sobre la Villa y Corte llegaban a su Sevilla natal y de crianza, se vio metafísicamente decepcionado por una Puerta del Sol que todavía era la resultante de los derribos liberales que acabaron con las murallas de España. Pronto, aquella huella del terruño absolutista sería sustituida por el flamante (entonces mucho más que hoy) salón del kilómetro cero, presidido por el edificio donde desaparecieron las rimas del poeta, víctimas del asalto revolucionario de aquellos días de la paradójicamente conocida como “Gloriosa”, y que acabaron en la primera y triste, como la que le siguió, República Española. Los versos de Gustavo Bécquer se encontraban en un cajón del despacho de González Bravo, ministro de Isabel II y hombre sensible inclinado a ayudar a los artistas merecedores de aprecio. La turba destruyó el gabinete y con él aquel manuscrito, que el padre de la poesía contemporánea en español reconstruyó de memoria durante su exilio toledano. El último viaje de Bécquer también partiría de aquella plaza, en la cubierta de un tranvía de mulas un gélido día de invierno, años más tarde. El Libro de los Gorriones habría de esperar a que sus amigos lo dieran a la imprenta con carácter póstumo. Lamentable sino de España, cosido a esta Puerta del Sol. Tal vez las rimas originales fenecieran entre las mismas paredes donde Isabel Díaz Ayuso espera que el kilómetro cero del devenir español lleve su nombre y el de Rocío Monasterio. También los otros, los herederos de los revolucionarios que se llevaron por delante la obra del romántico inmigrante que había estudiado como huérfano en el palacio de San Telmo de Sevilla, sueñan con dar el golpe de mano que les lleve a esos mismos despachos. La Historia es cualquier cosa menos antojadiza: San Telmo, Puerta del Sol, kilómetro cero… España.

jueves, 8 de abril de 2021

LA LIBERTAD ATENAZADA

La experiencia, madre como es sabido de todas las ciencias, va convirtiéndose, enmedio de esta selva informativa en la que nos hemos ido adentrando, en la única fuente fiable para aproximarnos a lo que pasa. ¿Cuál ha sido la consecuencia final de esta aterradora avalancha de muertos y dolor? Básicamente, dos, que cambian el panorama de nuestro mundo, haciéndolo mucho más irrespirable para los amantes del aire libre. Por un lado, la economía occidental, basada de un modo u otro en el liberalismo, va colapsando poco a poco. Por otro, las nuevas tecnologías han destruido la vida privada de los individuos y los grupos, como acaba de subrayar el premier británico en el legendario salón de las asambleas plenarias de la ONU. Mientras, China, donde empezó todo esto, navega a velocidad de crucero ganando posiciones en la clasificación mundial de las economías más boyantes y padece una media oficial de doce casos diarios de coronavirus en una población de mil cuatrocientos millones de habitantes.

No olvidemos lo que ha sucedido en Estados Unidos, meca de la libertad de empresa, donde ha caído el primer presidente en agotar su mandato sin haber iniciado ni una sola guerra y habiendo firmado o auspiciado acuerdos de paz que han transformado el tablero geoestratégico del planeta, como el que ha aplacado a Corea del Norte o el suscrito por Emiratos Árabes Unidos con Israel —del que va a depender en buena medida el futuro de España. Hasta su caída, Donald Trump mantuvo un pulso feroz con China. Verde y con asas.

Alguien —estas cosas se hacen anónimas en Internet como antes las letras del cante jondo— escribió a los pocos días de la irrupción del Covid 19 en todos los confines de la Tierra que China había ganado la III Guerra Mundial sin disparar un tiro y en una semana. Guardo en la memoria ese mensaje porque a la vista de los resultados era obra de un profeta o de un sabio conocedor de lo que estaba comenzando a ocurrir.

China ha ido engañando al mundo libre a lo largo de varias décadas. Como lo que es, la heredera del comunismo soviético —ahí está Cuba para probarlo— conoce mejor que nadie las debilidades del capitalismo. Entre ellas viene estando la de endeudarse hasta mucho más allá de lo razonable si con ello se ganan elecciones. Es lo que ha hecho la socialdemocracia europea —y también la americana— a lo largo del tiempo transcurrido entre la desaparición del espíritu victorioso aliado tras la Guerra Mundial y la implantación generalizada de las ideologías de la sospecha, intensamente favorecida por la URSS. La mentalidad del buen padre de familia —no gastar más de lo que se ingresa y ahorrar parte de lo sobrante, si lo hay— dio paso a la del nuevo rico. El despilfarro sustituyó a la mesura, que a su vez había sucedido a la autarquía. Y China comprendió enseguida que ahí había un filón, el mejor plan quinquenal: la deuda pública por un lado y la manufactura barata para el Occidente rico por otro. Nuestras empresas descubrieron a su vez una válvula de escape para pagar sueldos bajos, lo cual significaría a la postre el hundimiento de la clase media que pasaría a ser mileurista después de que China mostrara el camino. Porque amén de ser la nación más superpoblada, pese a la política del hijo único, China posee, por eso mismo, la más gigantesca plantilla de paniaguados que ha conocido la Historia. Éste es el único secreto a voces de que el montaje de productos diseñados en Occidente tenga lugar allí. ¿Dónde están los convenios colectivos, los sindicatos, las huelgas en ese inmenso país que ha ido hipotecando nuestros estados?

Nuestros gobernantes intentan tranquilizarnos asegurándonos la existencia de astronómicos fondos de ayuda comunitarios para reconstruir nuestra economía tras el Covid. Pero no se nos informa sobre la procedencia de ese dinero. Una Europa ya endeudada para decenios —¡qué decir de los países meridionales, lastrados por hábitos inhibidores de la iniciativa!— ¿va a sacar de la chistera semejante cantidad de reservas de contingencia? Otro cuento chino. Será el régimen de Pekín el que vuelva a actuar de paracaídas a cambio de expandir ingredientes de su sistema en Occidente, como está haciendo en España con la “agenda 2030”, encomendada al secretario general del Partido Comunista de España con rango de Secretaría de Estado. La sabiduría milenaria china, combinada con la herencia maoísta, no comete errores. Tiene, además, el apoyo táctico de su íntima enemiga, Rusia, unidos ambos estados por el enemigo común. El intervencionismo del Kremlin en USA y en Reino Unido es proverbial.

El otro garfio que atenaza la libertad viene de dentro. Como Boris Johnson ha afirmado en la tribuna de Naciones Unidas, se trata de introducir el otro virus, el que viene de la retaguardia. “Diseñado en California, fabricado en China”, rezan las cajas de una celebérrima tableta. Es la otra pandemia, la de los algoritmos. Ambas desembocan en lo mismo: está más que justificada la enajenación del individuo, absorbido por una necesidad, se llame evitar el contagio o se llame estar globalmente comunicado.

jueves, 11 de marzo de 2021

LA FUERZA OCULTA DE LOS "DEBATES CERRADOS"

La vida —la política también— es así: cuando todo parecía obedecer a una hoja de ruta inexorable, salta lo inesperado y da lugar a ese movimiento ruidoso y caótico que se produce cuando alguien remueve las fichas de dominó para iniciar una nueva mano. Lo contrario, la sempiterna búsqueda de un centro neutro y aséptico, es muy aburrido. Esta vez, por fin, una profesional de la política —y del periodismo—con sangre en las venas, harta de trampas y emboscadas por parte de sus “aliados” ha actuado con unos reflejos dignos de mayor empresa (me refiero a la Moncloa) y ha evitado en el último minuto que se consumara, al menos por ahora, la toma del poder por la izquierda merced a la llave llamada Ciudadanos. Resulta sobremanera gratificante, una bocanada de aire puro, asistir al renacer de la vida cuando todo parecía ya encarrilado a la fase final del castrismo a la española. Quienes no dejamos de estudiar la verdad que aflora cada día sobre la II República y la Guerra Civil reconocemos los métodos seguidos por los remeros del acoso y derribo a toda derecha que pretenda gobernar como tal más allá de dos legislaturas. Y Ayuso ha sacado la artillería de las cosas claras —aprende, Casado.

Pero más allá de los acontecimientos inmediatos, es el momento de calar el melón. O el jamón, ya que hablamos de actitudes pata negra. Veamos. ¿Qué ha provocado toda esta catarata de terremotos, algo de lo que tanto saben mis queridos granadinos? Algo que llaman “el pin parental” y que casi nadie fuera de círculos educativos sabe bien lo que es. En la superficie, tal expresión se refiere a la posibilidad de vetar determinadas actividades no regladas en los centros docentes si los padres estiman que pueden lesionar la formación que desean para sus hijos. Aunque el término sea nuevo, la cuestión es tan antigua como la LODE. ¿Recuerdan? La Ley Orgánica del Derecho a la Educación o “Ley Maravall”, para entendernos. En aquellos primeros tiempos del cuplé socialista se inició la construcción del sistema educativo de nueva planta, que barría al heredado del franquismo. Para resumir, el Estado se adueñaba del desarrollo intelectual, moral y social de las nuevas generaciones. La Concapa (Confederación Católica de Padres de Alumnos) dio la batalla y la perdió. Pero quedó en los ambientes propicios la imagen latente de Carmen de Alvear movilizando a las masas en demanda de libertad, la misma palabra por cierto que corearon los diputados de la oposición —ignoro si los ciudadanitas también— tras la aprobación de la “Ley Celaá”, el último gran bastión del asalto izquierdista al porvenir de nuestros más jóvenes compatriotas.

Tengo escrito aquí que si calculamos la cronología de los políticos más destacados de Podemos, nos encontramos con que es la primera generación que ha cursado, completo, el sistema educativo socialista. Claro.

Durante todo este tiempo —casi cuarenta años ya— el espíritu de la LODE se ha ido apoderando de todo, hasta llegar al puerto que sus promotores deseaban: una mentalidad general que dé por supuesto “lo natural” de esta concepción política.

Pero por debajo del río que vemos, la Historia tiene una vida oculta muy potente, que, como Ayuso, asoma cuando menos se espera. El debate sobre el derecho de los padres —constitucional pero previo a la Constitución— a formar a sus hijos moralmente como tengan por conveniente no ha desaparecido. Ellos, los de la LODE, después LOGSE y ahora Ley Celaá, han practicado una técnica que siempre les ha dado un espléndido resultado y que es aplicación de lo antedicho: dar por cerrados los debates que les incomodan. El principal de todos siempre ha sido el del aborto, en el que ahora no me voy a detener porque además es obvio y nos lo recuerdan siempre que pueden: “Eso está superado. Es un debate cerrado.” El del derecho de los padres a decidir el tipo de educación moral que quieren para sus hijos ha estado soterrado en un segundo plano. Pero ahí sigue. Y ha sido este asunto, vital para las familias y crucial para la Patria, el que ha desatado la moción de censura de Murcia y tras ella, el efecto dominó —nuevamente el juego hispano por antonomasia— que puede cambiar nuestra Historia. Recurriendo al freudismo, tan querido por los “progresistas”, cuanto más se ha querido reprimir el debate, con mayor fuerza lo catapulta la subconsciencia. Y es que, como ocurre con la cultura, no está escrito que la facultad de cerrar (en falso) o no un tema controvertido sea monopolio de la casta de los progres.

La fuerza de los “debates (interesadamente) cerrados” está ahí, indeclinable, acechante, vigorosa y dispuesta a transformar los estados de cosas humanos, siempre mejorables aunque ello perjudique los intereses de quienes identifican justicia con falta de libertad.

Por cierto, el próximo “debate cerrado” que alguien debería reabrir mediante el ejercicio del poder democrático podría ser el derecho a la vida del no nacido, junto con su hermana gemela la natalidad, y del atribulado por pérdida de salud. Ambos son los dos ejes de nuestro futuro como nación.

martes, 9 de febrero de 2021

LA DEMOCRACIA MAQUINAL

He tenido la curiosidad de leerme entero, de pe a pa, el reportaje de TIME sobre el complot global impulsado por la izquierda estadounidense para expulsar de la Casa Blanca a Donald Trump y entronizar a Joe Biden. Me encanta ir a las fuentes, y ésta es la más valiosa hoy por hoy para saber lo que ha pasado allí durante los últimos dos años, entrebastidores, que es donde se cuecen estas cosas. Y es la mejor fuente porque se trata de un medio afín a los conspiradores y porque ha desplegado un arsenal de armas investigadoras como sólo el periodismo interesado e interesante de los Estados Unidos es capaz de hacer.

Tras deglutir el aluvión de datos que desgrana la revista —en cuya portada, por cierto, apareció en su día un tal Francisco Franco— la conclusión de bulto es, como suele suceder, descorazonadora. Y es que en aquella democracia, como en todas, los resultados de las elecciones se diseñan cuidadosamente desde los cuarteles demoscópicos de los lobis. Y no digo ya de los partidos, porque éstos son a estas alturas de la Historia títeres de otras organizaciones cuyo denominador común, lejos de ser las ideologías del siglo XX, hay que buscarlo en algo tan primigenio como el binomio poder-dinero.

Siguiendo el hilo de la exhaustiva información en la que me baso, todo parece girar en torno a la exclusión de la libertad individual como obstáculo para la manipulación de la Humanidad. Obviamente, tras ello se encuentra el poderoso caballero, pero éste no se sirve a sí mismo, como antes, sino al dominio global que hoy ejercen las fuerzas tecnológicas en muy pocas manos. Incluso el concepto de izquierda política es manejado a su antojo por esos vectores que han dejado atrás la competencia al descubrir las ventajas neoimperialistas del trust.

Nada de esto sería posible sin el cumplimiento de las peores profecías literarias y cinematográficas que supone haber traspasado la línea roja tras la cual son las máquinas las que deciden el destino del hombre. En “2001, una odisea del espacio”, Stanley Kubrick, siguiendo al novelista Arthur C. Clarke, define perfectamente esa frontera, cuando presenta al ojo que todo lo ve leyendo los labios de los cosmonautas. Ése es el preciso momento en que el bólido tecnológico, la criatura dotada de inteligencia artificial, adelanta de un acelerón al creador. Algo parecido está pasando en el gobierno de los pueblos.

Los primeros pasos, en el caso estadounidense que nos ocupa, los dio alguien preocupado por la “deriva personalista” de Trump. Lo hizo desde la cocina de su casa valiéndose de un ordenador y una red social. De ahí se pasó a las reuniones telemáticas, escogiendo cuidadosamente a los participantes. Al mismo tiempo, una insólita alianza sin precedentes entre el capital —Cámara de Comercio—y los sindicatos puso en marcha el repostaje necesario para dotar de carburante el procedimiento. El ensayo prerrevolucionario lo constituyó el Black Lives Matter, que demostró hasta qué punto estaba engrasada la maquinaria de respuesta a una muy posible reelección presidencial. Esto fue lo que asustó al capital, que era lo que se buscaba. Hay muchos otros eslabones, como la complicidad de los medios, sobre todo la televisión, moviendo hábilmente los hilos de arriba. Recomiendo la lectura del reportaje en su edición en español, cuyo enlace pongo al final.

Lo cierto es que todo esto ha respondido a una combinación de algoritmos traducida en las instrucciones seguidas para tener garantizado el estado de cosas en el que nos encontramos. Al fondo hay una serie de programas que configuran el “software” de los futuros procesos electorales. Y este “big data” goza ya de autonomía. En otras palabras, y suponiendo que aún se pueda introducir la meta a la que se quiere llegar, los medios para obtenerla vienen dados por unos ingenieros cuyas neuronas son bits interrelacionados capaces de gobernar el mundo si se lo proponen. Esto es ya una realidad, que ha cambiado al inquilino de la Casa Blanca y amenaza con hacer de él un polichinela de intereses que sólo algunos titulares de las mayores compañías Nasdaq conocen.

Hasta aquí lo acontecido en USA, según TIME. Mi pregunta es ¿no estaremos sin saberlo inmersos en la misma “nube” nosotros, los españoles que acabamos de ser desplazados por Marruecos como aliados estratégicos de primera línea de la todavía gran superpotencia, con permiso de la República Popular China y de Israel? Ustedes mismos.

https://time.com/5936036/secret-2020-election-campaign/?amp=true&__twitter_impression=true

viernes, 22 de enero de 2021

DE CRUCES, HÉROES Y DEMONIOS

Confieso que, pese a que muy pocas cosas me causan ya sobrecogimientos, ver cómo un martillo hidráulico, una radial y una grúa aserraban y vertían en un volquete una gran cruz para retirarla de la vía pública ha sido una escena capaz de revolverme las entrañas. Aunque no tanto como ver esa misma cruz arrojada a un vertedero de escombros y materiales de desecho. Los demonios ibéricos andan de nuevo sueltos. Ese recóndito cajón de sastre en el que todo acaba encontrándose mediante asociaciones de ideas profundas que nos persiguen incansablemente desempolva imágenes de iglesias calcinadas y momias de monjas desenterradas y expuestas a la contemplación de admiradores de las gestas revolucionarias.

¿Qué estorbaba la cruz de Aguilar? Nada. Estaba allí, ante las Descalzas, despojada ya de simbología y resonancias conflictivas. No molestaba, sino que rebelaba. Para saber a quiénes y por qué basta con repescar alguna película de terror. La cruz siempre mueve al amor, de lo que se infiere que su enemigo es el odio. Incluso si concedemos que sólo un sector de la población comulga con cuanto significa, se podía haber depositado en un almacén, “dignamente”. Pero está claro lo que se ha querido hacer: exhibir la afrenta, en una demostración de fuerza que convierte la grandeza de la democracia en vileza de revancha sectaria. No ha sido el pueblo de Aguilar el que ha infligido ese trato denigratorio a la Cruz de Cristo, sino el utilizado como coartada para cometer el agravio. Es algo más que un intento —sólo eso— de ofender a los católicos. Es sobre todo un acto de lesa paz social, encaminado calculadamente al aplastamiento de cualquier asomo de oposición por parte de los gobernados.

¿Conseguirán su propósito? Ha llegado la hora de utilizar sus viejos argumentos de siempre. Lo que han destruido no es una Cruz —pobres diablos; son dos largueros de hormigón armado como los que estamos acostumbrados a ver en los esqueletos de casas bombardeadas. Es pura materia. Ellos, ilusos, creen que así derrotan a la fe, que ésta es algo también material que desaparece por el hecho de que un martillo hidráulico y una radial acaben con un arraigado emblema callejero. Acaso pretenden levantar en nosotros esa ira que les sirve para justificarse. No lo conseguirán. Como la sangre de los mártires, los restos de esa cruz serán —lo son ya— semilla de nuevos creyentes, no sólo en Dios, que murió en ella por la Humanidad —también por sus verdugos, por ellos quizás más— sino en la pura y simple libertad; es decir, en la Verdad.

El contraste con actitud tan nauseabunda me lo ha servido un vídeo espontáneo. La nueva Prensa audiovisual está diseminada en los móviles “inteligentes” que todos llevamos en el bolsillo. Un reportero improvisado pasaba cerca del edificio destruido por el gas justo cuando acababa de tener lugar la explosión de la calle de Toledo, que rezaría una crónica antigua. Tomó unas imágenes impagables mientras relataba sus impresiones, temblorosamente. Andaba entre cascotes avanzando hacia un inmueble que podía venirse abajo en cualquier momento, impelido por la necesidad de capturar un testimonio que era mucho más que una noticia. Tan temprana era la grabación que todavía no había llegado socorro alguno. Ni luces de emergencia, ni sirenas ni bomberos. Nada. Sólo algunos viandantes fantasmales que vagaban entre ruinas. El piso de la calle y las chapas de los coches estaban completamente cubiertos de piedras, ladrillos y trozos de construcción. Al fondo se veía la casa siniestrada o lo que quedaba de ella, con los muros reventados, un penacho de fuego en los bajos y una columna de humo que se elevaba, engrosándose, hacia el cielo nublado de Madrid. Eran segundos eternos, al cabo de los cuales se comenzó sentir, muy lejano, el sonido de un vehículo de seguridad. En ese momento, sin convocatoria alguna, obedeciendo al sentido de responsabilidad para con los demás que anima a la mayoría, esos pocos hombres que deambulaban por entre los restos de la catástrofe, comenzaron, al unísono, a levantar las piedras de mayor tamaño, lanzándolas a un lado para abrir paso a las urgencias. En un mundo donde la mentira y sus trampas cada vez arramblan más, ver a aquellas personas jóvenes poner en riesgo sus vidas para salvar las de otros me sirvió para sacarme muchas espinas. Gracias, compatriotas que demostrasteis en una situación límite la madera de que están hechos los verdaderos ciudadanos solidarios, los que no lo dudan y sin perder un instante lo entregan todo por gente a la que no conocerán nunca.

Enfrente, sobre la puerta del edificio destrozado, el rostro de la Virgen lo contemplaba todo. Era una casa de la Iglesia. Como en las de muñecas, la explosión había dejado al descubierto las albas y las casullas de los sacerdotes, colgadas en los armarios. Junto al retrato de María, se anunciaba que aquél era un hogar de acogida. No tenían agua caliente (probablemente el temporal había hecho también allí de las suyas). Cuatro personas han perdido la vida y otras padecen lesiones graves. Pero aquello sirvió también para devolverme la confianza en que por muchas cruces que derriben unos, hay otros dispuestos a lo que sea para ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Sólo la paz del alma, que no es flaco premio.