miércoles, 25 de diciembre de 2019

HISTORIA DE UN SUPERVIVIENTE


Sucede algunas veces que el destino le regala a uno, cuando menos se lo espera, momentos imborrables. Tal me ha ocurrido, junto a un grupo no muy numeroso de sevillanos, durante el acto de presentación de un libro que me atrevo a calificar de histórico en su doble sentido: porque trata de una “biografía” que remonta sus orígenes hasta el siglo XIII para llegar a nuestros días, y porque uno salió de allí con la sensación de haber asistido a una cima irrepetible de la sabiduría verdadera. El lugar ayudaba, y mucho. Estábamos convocados en el salón del Almirante del Alcázar de Sevilla, uno de los monumentos más visitados, y con razón, de nuestra patria. Era un día tempestuoso. La lluvia había dejado en el aire trazas cernudianas. El palacio real habitado más antiguo de Europa ofrecía un aspecto inaudito, con “pocos” turistas, casi ningún lugareño y una impregnación de humedades tibias en los atauriques que desprendía cotidianeidad, como si Don Pedro I de Castilla fuese a aparecer en el Salón de Embajadores de un momento a otro.
Se presentaba un gran libro, fruto del trabajo paciente y bien acabado, excelente como debiera corresponder a cuanto hace la mediocre universidad de hoy en día, de alguien sencillo y afable que esconde los quilates de su cerebro tras el brillo moral de su modestia: Pablo Emilio Pérez-Mallaína, catedrático de Historia de América en las aulas que fundara Maese Rodrigo Fernández de Santaella en pleno Medievo. Medievales son también las Reales Atarazanas de Sevilla, el objeto del espléndido estudio al que Mallaína ha consagrado miles de horas de su labor investigadora.
No voy a replicar aquí —no soy tan fatuo— cuanto ese precioso acto académico dio de sí. Presidido por el alcalde y el rector, y tras la intervención del presentador, el catedrático de la misma rama del saber Ramón María Serrera (autor también de un plantel bibliográfico admirable), el profesor Pérez-Mallaína rindió un homenaje documentado y sentimental a un edificio que calificó de “superviviente”. Los astilleros de Sevilla fueron durante siglos la gran fábrica de galeras del Rey. De ahí su valor universal que, siguiendo la ruta de paradojas con las que las ciencias nos salpica cada dos por tres, sigue hoy siendo ignorado incluso por los más altos especialistas internacionales. Inútil remedar al autor de la monografía, que, para que nos hagamos una idea, cuenta con más de tres mil notas agrupadas al final de un volumen de gran formato y profusamente ilustrado, entre otras piezas por numerosas fotografías del propio redactor.
Conocí a Pablo Emilio Pérez-Mallaína, un ser humano entrañable volcado en el mundo de la navegación histórica, que sabe de lo que habla y escribe entre otras cosas por haber estado embarcado, al hacerle una de las 104 entrevistas que publiqué en ABC de Sevilla a doble página sin cuestionario previo y con un tema común: Sevilla. El recuerdo que me dejó aquella larga conversación, que conservo grabada, en su pequeño rincón de la antigua Fábrica de Tabacos de Indias fue un sabor de boca que todavía me dura: el de la grandeza de un hombre humilde que tendría motivos más que sobrados para ir por la vida mirando por encima del hombro, como hacen otros cátedros, compañeros suyos de grandilocuentes estancias situadas no muy lejos de donde él trabaja.
Pérez-Mallaína fue responsable de los contenidos del Pabellón de la Navegación en la Exposición Universal de 1992, uno de los pocos que visité y que me dejó gratísimamente impresionado. Por cierto, que las proyecciones marítimas que acompañan al visitante de la exposición “El viaje más largo”, montada en el Archivo de Indias vecino del Alcázar me han recordado mucho a las de la Expo. Mallaína es un experto en reproducir escenarios históricos perdidos en toda su crudeza natural para zambullir al lector o al espectador curioso en las circunstancias en las que vivieron nuestros antepasados. No hace mucho que le escuché una conferencia ilustrada en la que, sin sentarse, nos llevó a un pequeño grupo de privilegiados de la mano de su palabra para que repitiéramos, precisamente, la expedición de Magallanes y Elcano, el viaje más largo hasta dar por primera vez la vuelta al Globo.
En el acto del Real Alcázar, tan vinculado a las Atarazanas que un mismo alcaide dirigía ambos (revelación que nos expuso en el transcurso de la ceremonia), supimos de las edades y vicisitudes por las que ha atravesado este inmueble del que salieron, por ejemplo, las embarcaciones que se internaron en el Támesis incendiando localidades ribereñas o aquellas otras naves que tutelaban el Estrecho, entonces llamado de Sevilla, fundamental para poner en comunicación por mar a Italia con Flandes. No sería ajena a ello la presencia de banqueros genoveses en la entraña misma de Sevilla durante siglos, pues ellos financiaron proyectos expansivos. Las galeras se construían con maderas de la sierra de Segura (ahí sigue el almacén de maderas del Rey y la calle Segura que discurre ante él) que venían flotando por el Guadalquivir desde Cazorla. O con las de la sierra norte de Sevilla. Tal vez por eso abundaban oriundos de Cazalla o de Constantina entre los pobladores de las Atarazanas, que debió ser un hormiguero de trasiego fabril donde toda incomodidad, y aún penalidad, tenía su asiento. No en vano allí dieron sus vidas prisioneros moriscos y esclavos africanos, mientras en el inmediato Arenal se celebraban justas y torneos donde los nobles mataban su tiempo. Otras paradojas, más sangrantes, de la Historia.
Hoy, las Atarazanas concentradas más antiguas de Europa, que estuvieron en uso hasta que el Guadalquivir y su sedimentación obligó a llevar a Cádiz la Casa de Contratación, son un monumento… a la incuria. "Un superviviente". Así las definió Mallaína, que sabe mucho, también, de naufragios. Conservan su estructura de catedral, cuyo suelo se ha ido colmatando y subiendo de nivel. Pero las bóvedas y ojivas de sus arcos son perfectamente contemplables. Y elijo bien el término, porque hay algo de místico y mucho de artístico en las naves que nos han quedado tras centurias de mutilaciones. Por cierto, que cuando en 1945 (!) se derribaron los sectores que habían sido aduana para construir en su lugar la actual Delegación de Hacienda apareció en el subsuelo un “lago de mercurio”, el famoso “azogue” que se empleaba para la elaboración de la plata (muy cerca estaba la Casa de la Moneda). Y, al parecer algo debe de quedar porque, según el erudito, no han sido pocos los casos de cáncer en el personal de aquellas dependencias, como si el fenecido caserón quisiera vengarse de los humanos en cuerpos inocentes. Sevilla insólita, que diría Morales Padrón.
Si pueden, compren y lean este libro donde está buena parte de la Historia de Sevilla, que es como decir de la Historia del mundo.

SÓLO UNA FOTO, Y SIN EMBARGO...


Hay fotos que se hacen solas. Ellas reconocen que es un momento en estado de gracia, y el autor sólo tiene que encuadrar como respondiendo a una llamada. Ésta es una de ellas. Sevilla es una ciudad fotogénica, pero no siempre ni todas sus fotos tienen la misma intensidad. Ni mucho menos. Ésta es una Sevilla de lo más hermosa. La lluvia caída es siempre muy agradecida para la cámara. Aquí, la avenida de la Constitución desde la Puerta Jerez es como un espejo, una metáfora sacada de la mitología clásica, como esta ciudad antigua y legendaria, que aquí luce salpicada de viandantes a esa hora incierta —tres de la tarde— de un día nuboso pero iluminado por una luz cenital como de montera de casa patio. Es una foto alegre, de esa estirpe de la alegría tan sevillana, tamizada por la moderación y el arte; es decir, —otra vez— por la gracia. José María Izquierdo, poeta triste, la llamó “ciudad de la gracia”. Aquí hay gracia humana pero también divina. La humana es femenina, por supuesto. La otra es la de los ángeles. Por eso la envío en Navidad.
Sí, es un cuadro impresionista. Concretamente “Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia”, de Camille Pissaro. El original está en el museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Pero aquí la musa se me apareció mientras volvía a casa de un acto en el Alcázar, que también quise ver y fotografiar con luz nublada. Los fotógrafos de verdad saben que la luz solar revienta los “clichés”. Por eso la filtran. Así se evitan sombras malditas y se “cuida” el diafragma de la cámara, o mejor dicho la sensibilidad —palabra poética donde las haya— de la película (el ISO), que puede equilibrar los grados de luz para no traicionar ningún rincón de la exposición.
Pero tengo que reconocer que lo mejor de la foto es su espontánea composición. Esa fachada de la Catedral cortando el plano en dos tercios y uno, clavándose verticalísima con ayuda de la aguja gótica en el cielo blanco que es como un reflector de luz de led que cae y alumbra todo, que le da cuerpo a las cosas y a los seres animados. El gótico es aquí más ascético que nunca. Por cierto, si se profundiza en ese camino de la vida que fluye y se va por el sumidero del fondo, que es el morir, y de ahí hacia arriba, buscando la eternidad, se pasa ante la primera puerta de la catedral, situada en ángulo recto a nuestra marcha. Y ahí, precisamente ahí, está el tímpano que acoge la imagen del Nacimiento de Jesús, con un Niño regordete y sonriente igual que sus padres. Por ahí se sale al Camino de Santiago del Sur, que se funde con el que marcan los raíles del tranvía, surgido del lado diestro según nuestro punto de vista, o sea, de la calle San Fernando. Al otro lado, la torre de la Aurora, que en su día escandalizó por rivalizar con la Giralda, como en los nuestros la torre Pelli. Las figuras de los caminantes —nadie corre, no hay bicicletas, ni coches de caballos, ni músicos callejeros, es hora de andar, sólo andar— se reflejan entrecortadas en los charcos que ha dejado la lluvia, la gran aliada de la belleza si los figurantes se combinan para posar en un cuadro hecho en marcha, sin apenas detenerse, en uno de esos instantes mágicos que tiene Sevilla, sobre todo cuando el invierno se hace Navidad. Ah, y no esperen ficha técnica. La hice con el móvil.
Feliz Navidad.

martes, 17 de diciembre de 2019

GRAFENO


En vista de cuanto está sucediendo en mi patria he decidido escribir del grafeno. Aquella dolencia de la que dejé testimonio en este blog hace unos cuantos meses y que comprometió mi vista me despertó un interés especial por el grafeno. El comportamiento humano en general, al menos el que protagoniza los grandes resortes del poder, me resulta cada día más aborrecible, de modo que me siento más atraído por los llamados “nuevos materiales”. Si uno se fija, el progreso técnico de las sociedades modernas está basado en el uso y abuso de este universo inexplorado hasta nuestros días. La informática y todo lo que ella ha traído consigo —que es casi cuanto constituye el mundo en el que nos movemos, en los dos hemisferios tradicionales tecnológicamente hablando, el Occidente euroamericano de un lado y el Oriente asiático por otro—está basada en el silicio. Que en realidad es velocidad. Hemos caído en el error de confundir ambas cosas. Estar más adelantados encierra las dos acepciones de la palabra: haber avanzado más en descubrimientos e inventos y haber conseguido mayores marcas de rapidez a la hora de vivir.
El valle de Santa Clara, así como el cercano de San José, y la misma San Francisco, fueron bautizados por fray Junípero. Hoy, la diosa técnica los ha reconvertido al paganismo llamándole a la zona “Silicon Valley”, el valle de la Silicona o del silicio. Del cilicio al silicio. Y todo porque allí se enclava una base militar, que, como siempre, ha dado origen al desarrollo de programas de investigación que acaban inundando a todo el mundo en virtud de las leyes del comercio capitalista. Y si no, que se lo digan a los sucesores de Steve Jobs, gran gurú de la Bolsa merced a sus conocimientos de electrónica aplicada a los ordenadores vía universidad de cocheras y tiendas de componentes. Si quieren ampliar, les recomiendo el libro de Walter Isaacson.
Toda esta historia, que es la de nuestro tiempo y que no sabemos cómo terminará, porque las redes sociales pueden dar al traste con todo (véase sentencia del caso “Arandina”) se ha producido a lomos del silicio, que era un “nuevo material”, cuya novedad natural es cero, porque se hallaba a nuestro alrededor desde que las rocas dieron paso a la arena, proceso que toca las fibras del misterio vital acerca de lo que somos y no somos que ya abordé en su día en estas mismas “páginas”. El silicio, o el sílice, es la base y corazón de los procesadores, el ábaco en el que se mueven las operaciones matemáticas más pobres que se puedan imaginar, porque oscilan entre el uno y el cero, pero también los algoritmos más complejos existentes. Y todo, ¿a partir de qué? De la velocidad. En realidad, el mecanismo de la informática es desconcertantemente simple. Lo que la convierte en la clave para entender la civilización —o no— digital es la unidad de tiempo a la que permite encaramarse el silicio, que es el mineral en el que la electricidad se conduce más velozmente. O algo así, para que nadie me acuse de entrometerme en terrenos que no son los míos.
Pero al silicio puede destronarle el grafeno, que todavía tiene unas propiedades más ambiciosas. Como el silicio, es de una eficacia que sólo la ciencia ficción es capaz de comprender. Es decir, los superordenadores que controlan los superrobots. La inteligencia artificial, para resumir. De ella hablé recientemente, y es que, hoy por hoy y probablemente mañana por mañana, es lo que rige el Orbe. Al menos en primera instancia.
El grafeno se encuentra sobre todo en África, lo cual nos aboca a una paradoja histórica y colosal que me temo derive en los grandes conflictos del siglo XXI. Mientras nativos de aquellas tierras se juegan y a menudo pierden la vida para entrar en nuestras calles, nosotros vamos a necesitar su “nuevo material” de aquí a poco. Aludía antes a mis ojos en relación con el grafeno. Y es que, para que ustedes se hagan una idea, este material es el único con el que se están experimentando retinas artificiales y la construcción de otros tejidos humanos formados por neuronas, que, como se sabe, son las únicas células de nuestro cuerpo que la ciencia todavía no ha conseguido regenerar o clonar. De ahí la gravedad de las lesiones y mutaciones neurológicas. Pues bien, el grafeno parece que sí puede lograrlo. O mejor dicho, el talento humano empleado en manejar este fruto inerte del medio. Para que la ceguera pasase a ser algo menos que un mal recuerdo, faltaría aún que el grafeno, o cualquier pariente cercano de la Creación, permitiera recomponer el nervio óptico, o la parte cerebral donde realmente “vemos”. Éste es un campo más, bien que muy importante para todos —cierren los ojos y prueben a vivir cinco minutos sin ellos— de los que forman la cara oculta de la Luna… hasta ahora. Esperemos que los gobiernos dejen de acariciar sus pequeñeces más o menos inconfesables y encuentren tiempo y lugar para ayudar a que los astronautas de estos viajes a una vida mejor puedan dar sus pasos de gigante para la Humanidad.

¿DÓNDE ESTÁ ORTEGA LARA?


En el mitin de cierre de campaña de las elecciones andaluzas que ahora la ministra Montero, por encargo de otros, quiere neutralizar mediante la asfixia económica que ella originó, el partido Vox, entonces apenas floreciente tras el acto de Vistalegre, trajo a Sevilla, a orillas del Guadalquivir, literalmente hablando, a un hombre pequeño de estatura pero gigante como ser humano, que tuvo una intervención memorable. Aquel orador revestido de una modestia franciscana y portador de un bigotito pasado de moda dio una lección de alta política a un auditorio enardecido que acababa de escuchar el himno de la Legión y se encontraba con un ponente que hablaba en voz baja, discreto y tímido, de cuya garganta salieron ideas que algunos entendimos como la columna vertebral de la faena que nos aguardaba.
Habló, sobre todo, de educación, de juventud, de futuro. Se dirigió a las nuevas generaciones en tono de amigo, sin renunciar a los consejos sino administrando sabiduría rebozada de ternura. Ese hombre, que parecía seguir asustado pero que le echó a su discurso un valor y unos valores de los que casi nadie hablaba entonces y que siguen huérfanos hoy, había pasado 532 días de su vida privado de libertad, de luz, de oxígeno y del amor de los suyos, hasta que un guardia civil bajó del mundo al infierno para echarle un brazo sobre el hombro y convencerle de que la vida seguía allá arriba tal como él la había dejado.
José Antonio Ortega Lara fue socio fundador de Vox y su icono hasta que, nuevamente, parece habérselo tragado la tierra. Imagino que algo puede tener que ver aquella tarde en Granada, tras el desalojo del Psoe del Gobierno andaluz, en que fue recibido a las puertas del cine donde iba a intervenir en un acto del partido al grito de “¡Ortega Lara, al zulo otra vez!”. El odio en esta España que lo castiga legalmente si tiene como víctima a unos, campa por sus respetos cuando se ensaña con otros. Y Ortega Lara era el blanco perfecto para ese Caín que sigue recorriendo los páramos patrios buscando abeles.
Lamento que Vox parezca haber perdido a Ortega Lara, que pondría esa nota humanista y paternal que tan bien le vendría a la única fuerza política capaz de captar las necesidades vitales de los españoles, hoy por hoy. Y si es lo que presiento, me gustaría ser yo hoy aquel guardia civil y echarle de nuevo el brazo por el hombro, mientras le susurro al oído algo como “Tranquilo, José Antonio. Las alimañas huyen. Los héroes como tú son inmortales”.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

ENREDADOS E INCOMUNICADOS


Dejé aquí escrito antes de las últimas elecciones que nos encarábamos con un referéndum sobre la libertad de expresión. Pues bien, tal vez haya cometido un error de cálculo con los tiempos, porque en realidad sólo estábamos ante la primera fase de dicha consulta. Y para comprender lo que intento decir, hemos de pasar de la forma al fondo. Desde que VOX irrumpió, hace un año, en el panorama parlamentario nacional, valiéndose de Andalucía como puente, las cosas están cambiando aceleradamente. Cada paso que da hacia atrás el bloque de los 200 escaños (PSOE, Podemos, separatistas, etcétera) es, en realidad, un paso hacia delante de VOX, camino de liderar el bloque de los 150 (PP, VOX y Ciudadanos). Esto es un proceso, gradual como todos, no un asalto al poder. Lo viene diciendo Abascal, que impone silencio prudente en los mítines cuando se desata la euforia. ¿Y qué quiere esto decir?
Yendo al fondo de las cosas, se trata de rescatar la verdad del lodazal en el que la han ido hundiendo quienes sólo piensan en su conveniencia y sacrifican para lograrla convicciones y escrúpulos. No. Los votantes de VOX no son extrema derecha, ni fascistas ni exaltados. Son amantes de la verdad que conocen bien la diferencia entre equivocarse y mentir. VOX se equivoca, sin duda, en muchas cosas. Y eso seguirá siendo así mientras el ser humano sea feble, es decir, siempre. Pero cada vez que sale al ruedo es para rematar una faena noble, no una estafa. Por eso sube y sube sin cesar, no porque tengan soluciones para todo. Si algún día gobiernan, que gobernarán, lo tendrán tan difícil que será muy fácil reprocharle sus errores, y aun así es muy probable que sigan gobernando, porque irán corrigiéndolos poco a poco, sin ambiciones desmedidas, buscando la autenticidad allá donde se encuentre. Y eso, hoy, no lo da nadie más que ellos.
Vivimos en un mundo donde casi nada es de veras lo que parece. Este es el efecto 2000 que todo el mundo temía como un apocalipsis tecnológico hace dos décadas. El efecto 2000 no era un problema, bastante pueril por otra parte, con los guarismos de las fechas. El efecto 2000 es esa generación de “nativos” que ha inaugurado una especie humana maquinal, la que ve la vida a través de una pantallita digital e incluso se mueve sin apartar la mirada de ella por unas calles cada vez más pobladas por autómatas. El de unos bancos que sustituyen a las personas por otras pantallas mientras cierran oficinas, despiden empleados e intentan forzar a los clientes a operar on line, incluso negándoles el uso de ordenadores, sólo aplicaciones para móviles inteligentes. La mentira avanza que se las pela, y sin embargo, la gente quiere gente, no aparatos. El personal ansía, necesita mirar a la cara a sus “gestores”, no por vídeoconferencia, menos aun por uasap o por redes sociales.
Tiré del freno de mano precisamente cuando hicieron acto de presencia las redes. Decidí que ahí me quedaba, con mis correos electrónicos, que era lo más parecido a la correspondencia de siempre, aunque con indudables ventajas innovadoras. Hice bien. Recientemente, he vuelto a ver “2001, una Odisea del Espacio”. Hacía cuatro décadas mal contadas desde su estreno, cuando todo el mundo descartaba que aquello fuera posible. Al fin y al cabo, se trataba de ciencia ficción. Hoy, este género creativo se llama en la vida real “inteligencia artificial”, y anda buscando —agárrense— la “supremacía cuántica”. Según alguna marca global, la conquista es ya suya. Si recuperan la película, fíjense en el punto de inflexión, cuando el superordenador lee los labios de los astronáutas, los “duques” de la historia. Los grandes periódicos, que antes eran garantes de la verdad, aunque con las tendencias interpretativas legítimas de cada uno, ahora no consiguen remontar el vuelo. ¿Por qué, si ya han eliminado el 80 por ciento de sus costes de explotación y han entrado plenamente en Internet? Porque la publicidad no acaba de cuajar. ¿Y qué ha sucedido para que la publicidad que durante un siglo levantó un gran negocio de la información ahora no marche en la Red? Le he dado muchas vueltas, y mi conclusión es que el “lector”, si es que sigue existiendo, no se fía, instintivamente, de esta nueva galaxia. Los “fakes” (engaños) han proliferado tanto en un medio en el que mentir sale gratis que aquel mecanismo de antaño que derivaba la credibilidad de los textos informativos hacia los anuncios ya no vale, ni para unos ni para otros. Incluso la verdad se expone al plagio, con lo cual es casi imposible distinguir lo veraz de lo mendaz en esta selva que es la Red. Mucho más en la Red de redes, donde la confusión llega al paroxismo. La verdad queda al final como una isla a la que no llegamos nunca, es más, de la que cada vez estamos más lejos aunque nademos hacia ella. Estamos enredados, pero incomunicados, porque el único punto de encuentro en el que es posible comunicarnos es en la isla de la verdad, y la corriente nos arrastra lejos de ella.
¿Volverán, pues, lo periódicos de papel? Depende de si las empresas deciden que vende más darle al consumir un mensaje completo y limpio que seguir proporcionando esa turbidez de frutos tóxicos contaminados por las presiones del Poder político en la que cayeron durante décadas.
Todo esto, como suele ocurrir con las catarsis, es regenerador, y de ahí el éxito de VOX. Qué o quiénes quedarán en la cuneta es algo que sólo podemos prevenir rezando.
Por cierto, este artículo, por el que no cobro un maravedí, es de verdad.

viernes, 8 de noviembre de 2019

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN, A REFERÉNDUM

   (Publicado el viernes 8 de noviembre de 2019)

Bueno, la de expresión y muchas otras, pero ocurre, aunque ya lo tengamos demasiado olvidado, que todas empiezan por ésta. Se me dirá que hablo subjetivamente e influido por mi condición de periodista. Sí, claro, como todo el mundo lo hace desde la atalaya de su quehacer en la vida o, si queremos resultar más platónicos, desde su vocación. Pero observen el verbo que empleo: hablar. El domingo es día de “habla, pueblo, habla”. Aquella vez de la canción pegadiza encargada por la UCD para recorrer los pueblos y las tierras de España era la primera. ¿Será ésta la última? Porque hay muchas formas de hablar, pero si empezamos a introducir nóes en los referenda sobre libertad de expresión que son todos los comicios, el resultado es de Pero Grullo: “No hables, pueblo, no hables”.
El 10-N vamos en realidad a un referéndum de autodeterminación del pueblo español, colonizado hasta ahora por un pensamiento único dictado desde el complejo de La Moncloa y otros complejos con el respaldo prefabricado de mayorías manipuladas por las técnicas de ese mismo discurso oficial, cuyo troquel venía esculpido en talleres que, probablemente, nunca conoceremos… lo suficiente. El plebiscito de estas elecciones decide si queremos saber lo que pasa —y ojo, lo que ha pasado— o preferimos seguir pastando en las verdes praderas del paraíso socialista en el que comer del fruto prohibido —pensar y decir lo que se piensa— es el pecado original de una democracia entendida como “popular”.
¿Por qué expresarse incluso quemando fotos del Rey y banderas nacionales es libertad de expresión y ensalzar los logros evidentes del régimen franquista es delito? Ésta es, queridos juristas y políticos de todos los partidos salvo VOX, la pregunta del referéndum. Y por eso las encuestas de todos los medios han coincidido por primera vez en que Abascal ganó el debate televisivo, aunque pueda ser una manera de alertar al voto de las izquierdas como el 28-A.
Naturalmente, la pregunta del referéndum no va formulada así. Pero es como si lo fuera, porque en realidad todo consiste en dar a elegir entre el seguidismo pastueño de “la verdad y la razón están siempre en el lado de la izquierda” o “hay que dar una oportunidad a la recuperación de valores que la izquierda ha denigrado”. Hay dos casillas, aunque haya muchos partidos. Y de cuál se marque dependen dos cosas: que España siga existiendo como nación libre y unida por un lado y que no tengamos que esconder la máquina de escribir por otro.
Esto último no lo digo a humo de pajas. El 5 de noviembre de 2006 se estrenaba en España, precisamente en el Festival de Cine de Sevilla, “La vida de los otros”, excelente “recreación” del calvario sufrido por los intelectuales disidentes en la RDA (República Democrática Alemana, para amnésicos y víctimas de la Logse). Pero lo que relata esta cinta, internacionalmente galardonada (menos en España), no ocurrió en los años cuarenta ni cincuenta ni sesenta ni setenta. La película está ambientada en el Berlín comunista de 1984, cinco años antes de la caída del Muro. Y he citado lo de la máquina de escribir —no voy a destripar la obra porque espero que a quienes no la conocen les pique la curiosidad— ya que en aquel año y en aquel lugar, pleno corazón de Europa, ¡todas las máquinas de escribir tenían que estar inscritas en un registro del Estado! Y si la Stasi (Policía política) descubría que algo interpretado como subversivo había sido escrito en una de ellas, pobre del titular. Ya sé que los socialdemócratas de antes no estaban en aquella línea. Pero me pregunto, con Rafael Alberti y Aguaviva, ¿qué piensan muchos de los de ahora?
En los mítines de VOX, para caldear el ambiente, suena siempre la que tal vez sea la canción más tarareada de Nino Bravo: “Libre”. Cuando se estrenó y comenzó el camino de su triunfo, hasta llegar a ser un clásico, todo el mundo la asociaba a la dictadura de Franco. Pero sólo recientemente se ha divulgado que su protagonista era, precisamente, uno de esos jóvenes que, en la vida real, no en las películas, dejó su piel y su vida, literalmente, entre las alambradas de espino vigiladas por torres de militares fuertemente armados y pastores alemanes dignos de la Gestapo, en aquella adorable RDA. Escúchenla detenidamente e interprétenla a la “luz” de este dato fundamental. Y otro hecho: se lanzó al mercado… en 1972, sólo cuatro después del “mayo del 68” del que tanto se enorgullecen nuestros socialistas, comunistas y anarquistas. Si tienen estómago, busquen también imágenes de aquella “frontera” berlinesa de la libertad. Otro día les hablaré de otras dos películas todavía “frescas” que giran en torno a estos asuntos, aunque desde diferentes prismas: “Las invasiones bárbaras” y “Good by, Lenin!”.
Santiago Abascal daba a conocer la otra noche en uno de los últimos feudos irreductibles del PSOE (Dos Hermanas, Sevilla, donde también sonó “Libre”) un par de datos cuando menos elocuentes sobre el ya mencionado debate que para muchos españoles ha supuesto el descubrimiento de un líder que en nada se parece a los fascistas. Por un lado, reveló que en su atril sólo había un par de fotos, la del Kennedy sereno en su famoso duelo ante las cámaras con un Nixon sudoroso, que le llevó a la Casa Blanca; y la de una familia norteamericana de la época. Y dijo que cuando se sentía tentado de hablar sólo para los demás intervinientes, miraba las fotos para recordar que sus interlocutores eran los españoles.
Lo otro es más fuerte, y habla de los sutiles mecanismos televisivos para el mantenimiento del negocio, sea económico o sea político. Resulta que su famosa entrevista en “El hormiguero”, fue la única con los candidatos de las generales en la que no hubo aplausos. ¿Y saben por qué? No, ciertamente, porque el público se mostrase reticente, sino porque el regidor no levantó en ningún momento el celebérrimo “panel de órdenes”. Y sin embargo, ¿qué ocurrió? Que el pueblo “habló”. Lo hizo durante el tiempo de la publicidad. ¿Y saben lo que gritó el graderío espontáneamente, en cuanto pudo? “¡Presidente, Presidente, Presidente!”. Ahí queda eso, para quien, tras ver “La vida de los otros” no se sienta indiferente por la posible vuelta de todos los pasados.

miércoles, 30 de octubre de 2019

EL SEPARATISMO Y LA REVOLUCIÓN ESTÁN QUE SE SALEN


Y eso es lo peor. Lo mejor es que en buena medida han tocado techo, porque han agotado el último cartucho: el de la violencia. En la hoja de ruta que Pujol y sus compinches adoptaron hace ya muchos años, cuando establecieron en 2010 el de la independencia, la pieza clave era la no violencia. No porque sientan un fervor gandhiano irrefrenable, sino por puro maquillaje ante el exterior, que es, a la postre, el que decide estos procesos de autodeterminación. Pues bien, han consumido y consumado ese camino pacifista que, como cada vez sabe más gente, es falso. Si quieres la paz, no la dejes en manos de pacifistas, lo mismo que si quieres la protección de la Naturaleza no la dejes en manos de ecologistas. Ambos movimientos, en sus inicios tal vez puros y bienintencionados, precisamente por eso, una vez que seducen a las masas pasan a convertirse en negocios, hábilmente rentabilizados por otros distintos de los fundadores, sobre todo por los políticos.
A los separatistas catalanes, pues, se les ha acabado la munición. Esa losa arrancada de una terraza del octavo piso para ser arrojada sobre las cabezas de los policías nacionales, que ha puesto entre la vida y la muerte a un joven padre de dos hijos, ha sido como la primera piedra de la derrota ante el mundo. Los mansos y humildes soberanistas (¿han caído en que ya nadie usa este término eufemístico en los medios?), que perdieron un ojo el 1-O, han dado paso a los revolucionarios que ya habían preludiado el decorado de barricadas ardiendo aquel 20 de septiembre de patrulleros de la Benemérita destrozados y no incendiados por razones obvias, al estar rodeados por un ejército de “los suyos”. Ahora han debutado con fuego, y el “proces” ha mutado en revolución. Al menos en grado de tentativa gracias a que los policías se han jugado la vida por el mantenimiento del orden, a menudo sin conseguirlo.
No sé si la ciudadanía en general es consciente del “cambio” experimentado por el monstruo en su laberinto. Ni del auténtico riesgo de todo esto, consistente en la extensión del ¿movimiento? revolucionario al resto de España. Los disolventes, que los hay en todas partes, ya se han puesto de acuerdo y en marcha. Lo de menos, pensarán, es la independencia de Cataluña. El objetivo es levantar al pueblo contra el régimen y darle la vuelta al Estado. Y Barcelona es un diamante para lograrlo. Ya lo intentó uno que ustedes saben con la “alerta antifascista” contra las urnas, que arrasó el centro de Cádiz (tienda de Spagnolo y contenedores incluidos) y otros lugares de España donde hubo hasta un anciano atropellado. Pero aquello pinchó. Después de Barcelona, el mismo muñidor de la revolución lo tiene mucho más fácil: se ha demostrado que lo de menos es la terminología inofensiva del Derecho —“ensoñación”, “rebelión”, “sedición”. El hondón unamuniano del asunto está en la revolución. Rescaten si no esa grabación que circula por Internet —¡ay, las nuevas tecnologías, nuevas hemerotecas!— donde el mismo de la alerta antifascista alecciona a los universitarios que le escuchan (y que ahora, por cierto, secuestran edificios donde sus compañeros quieren entrar) sobre lo que nos espera si la revolución catalana consigue su propósito de “invadir” España. Basta con teclear en YouTube el nombre del sujeto en cuestión y “masculinidad cocteles molotov y caza de fachas”. La mirada y el oído de la memoria histórica verdadera, como el Jano bifronte, abarcan los 360 grados.

jueves, 10 de octubre de 2019

EL CASTIGO DE LA INOPERANCIA


¿Qué hay en el fondo de la tumba de Franco que tanto preocupa al Gobierno de Sánchez y su partido? Desde luego, no sólo los restos del que fuera Jefe del Estado así reconocido por la generalidad de países de diversos regímenes, incluidas —claro está— las democracias occidentales. En el fondo de esa cámara de pocos metros cúbicos situada en el presbiterio de la basílica del Valle de los Caídos, entre el coro de los benedictinos y la mesa de altar, lo que hay son los restos de un recuerdo. Pero no de un ayer inocuo, no. Sino de una memoria subterránea que posee toda la resistencia de un cimiento. Es, pues, la basa de la columna cuyo capitel resulta ser la España de hoy.
Esto es lo que quieren remover quienes ocupan las instituciones nacionales sometidas a procesos electorales cada vez más inquietantes. Saben que el tiempo apremia; que si no logran llevar la malhadada Ley de Memoria Histórica de Zapatero, principio del fin de la libertad de expresión tan trabajosamente ganada, hasta sus últimas consecuencias y hasta el fondo de esa tumba, los españoles podemos investigar y aún debatir sobre el franquismo sin prejuicios, sin censuras, abiertos a lo que el recuerdo nos traiga a colación, sea de la índole moral que sea.
Abierta la caja de los truenos, el PSOE, como ya ha advertido Santiago Abascal en el segundo Vistalegre, se puede encontrar ante un espejo que haga sobresaltarse a los mismos socialistas. Al menos a los más jóvenes. Y al mismo tiempo, si no consigue dar pleno cumplimiento a la Ley que, junto a la del odio, ha blindado el pensamiento único contra cualquier tipo de disidencia, es muy posible que la aparición en escena de las luces que todo periodo dilatado de la Historia (¡cuarenta años!) arrastra —incluso el soviético— ponga luz y taquígrafos no sólo sobre las vergüenzas históricas de una izquierda reiteradamente dantesca sino sobre el agotamiento absoluto de ofertas electorales que aqueja a los partidos de la moción de censura (¡qué bien le viene el nombre!).
Sánchez, en su inmarcesible ignorancia, no ha contado durante su carrera política con casi ningún elemento histórico de fuelle a la hora de tomar decisiones. Incapaz de formar un Gobierno salido de las urnas, su gran paso en falso, que es doble, está a punto de pasarle factura. Porque fue él quien dio alas a ese independentismo que ya ha entrado en las estribaciones del terrorismo y ojalá que no en las de la contienda civil. Y ahora, con media Cataluña en pie de guerra y otra media en silencio, no sabe qué hacer por ese flanco. Al mismo tiempo, la experiencia de haber ganado unas elecciones que no le han servido para ser investido está generando en el pueblo español una reacción, lenta pero segura, muy estudiada por los analistas serios: la frustración que da paso al castigo de la inoperancia. La responsabilidad de salir presidente de las urnas es siempre del que consigue más votos. Si no llega a coronar su esfuerzo electoral, el votante se siente impotente por delegación, y huye de repetir el intento. Esto está a punto de sucederle a este doctor bajo sospecha que se refugia en la tumba de Franco para ganar tiempo, aunque lo único que consigue es mover un ataúd, tal vez para hacerle sitio al suyo como político.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

LA PIEDAD EN EL BUS


Ocurrió inesperadamente, a modo de sorpresa desconcertante que perfora las murallas del distanciamiento convencional al que nos vemos abocados cuando subimos a un autobús urbano. Nos acaece en tal circunstancia que entramos en una especie de programación deshumanizada, como si fuéramos en realidad un apéndice de la tarjeta que acabamos de pasar por el lector interpuesto entre la persona que conduce y la usuaria del servicio.
Uno sube a esta nube andante, este caballo de Troya que traquetea entre frenazos y arrancadas y queda como suspenso buscando con la mirada el paisaje de fuera. Pero a veces, dentro suceden cosas más agitadoras que al otro lado de la ventanilla. Como por ejemplo ésta de que les hablo. El vehículo en el que viajábamos sufrió una avería que nos obligó a bajar de él para tomar otro estacionado detrás. Los pasajeros fuimos trasladándonos ordenadamente. La refrigeración interior invitaba a refugiarse dentro. Acomodados en nuestros asientos los que pudimos, cada cual volvió a sus rutinarias dispersiones interiores, confiados en que nuestro “pastor” nos llevaría por caminos seguros hasta nuestro destino, convenientemente anunciado por la grabación ambiental.
Todo parecía haber vuelto al orden establecido, cuando algo cambió mi percepción de las cosas y, según supe después, también la de otros. Fue la figura de una mujer joven y rellenita de carnes que sostenía en sus brazos el cuerpo de un niño como de dos años de edad. El acelerón del bus le hizo perder la estabilidad, aunque algo surgió en ella entonces que le afianzo contra todo pronóstico mientras una voz desacompasada gritó “¡espere!”, sin éxito. El movimiento visual y el sonido gutural atrajeron la atención de muchos. Fue en ese momento cuando pude ver el rostro de aquel niño cuyos ojos azules se posaban en la nada a la que le obligaba la falta de fuerzas que su cuerpo padecía. La cabeza, floja, le colgaba del cuello. Su madre se valía de cada fibra de su físico para evitar que ambos fueran al suelo. Y lo consiguió. Se clavó en el asiento amortiguando con sus brazos el cimbronazo en el inmóvil perfil del infante. Todo se asemejaba a una Piedad. Sólo que el respeto del pueblo cristiano nunca nos ha legado una representación de la Virgen con el Hijo yerto en sus brazos en la que besara su cabeza como lo hacía esta mujer del autobús. Sin parar, unos besos suaves, cuidadosos, acompañados de caricias con los labios, establecedores de un cordón umbilical invisible pero poderoso, que enseguida relajaron manifiestamente a aquella criatura cuyo campo visual, si lo tenía, seguía siendo el que marcaba la despótica ley de la gravedad.
Siguió besándole durante todo el trayecto, una vez que conectó un cable que debía ser la otra necesidad de comunicación a la que permanecía atado ese niño de forma continua. La primera —claro está— era el cariño de su madre, copiosamente administrado. Subió una pareja joven con una recién nacida en un cochecito. Pronto empezó a llorar estruendosamente. Parecía increíble que de aquel menudo cuerpo saliera tan caudaloso torrente. Sus inexpertos padres le atendieron azoradamente, con avidez. Observé que la “Piedad” había caído en la cuenta de mi insistente espionaje y llevé mis ojos de voyeur a la otra escena. Me apeé en mi parada y dejé “arriba” a ambas imágenes de la Vida, restallante la una, dolorosa la otra. Tan distintas, tan unidas por un mismo fenómeno, que mueve el mundo: el amor, con su dobladillo de inevitable pena, en este caso piadoso. Evoco la escena y resuenan en mí algunas meditaciones de Marco Aurelio, de indudable estirpe senequista, tan española y andaluza. Frente a tanta ignominia instalada en la alta y en la baja políticas, tanta soberbia, tan fatuo desprecio de la maternidad, aquella mujer iba por el mundo, a lomos de un autobús, soportando las sacudidas con una sonrisa imperturbable en su rostro, generador de ternura, por si la mirada de su hijo, errática y gobernada por las atroces circunstancias, se encontraba con la suya, que le había transmitido la existencia.
Y sí, creo que los defensores del aborto deberían subir cada día a ese autobús.

domingo, 18 de agosto de 2019

MEMORIA PARA OLVIDAR


Intuyo que cada vuelta de tuerca del Gobierno socialista en el avance de la irrupción regresiva sobre las conciencias que representa la mal llamada ley de memoria histórica —ahora también “democrática”— suscita con ahínco redoblado la pregunta interior inevitable en cada vez más españoles maduros e independientes: ¿Cuál es la verdadera motivación de todo esto? O lo que es lo mismo, creo que, como yo, serán muchos los convencidos de que, una vez más, nos mienten, presas de su parcialidad. Sostengo, con otros más autorizados que yo, que el discurso de las izquierdas lleva lustros agotado. De hecho, ha recurrido a las alcobas, último reducto de la vida personal, para levantar estandartes frente a sus enemigos. De ahí la batalla del género en sus múltiples y coloristas vertientes. En el solar patrio, las izquierdas, que marchan con el retraso histórico habitual, cuentan con el valioso refuerzo de las guerras de nuestros antepasados. De la legítima búsqueda de restos perdidos en fosas y cunetas para darles el honroso destino que les corresponde —a todos, fueran cuales fueren sus adscripciones— se ha pasado a un frentismo proactivo que convierte el pasado en futuro para evitar que el futuro se convierta rápidamente en pasado.
Esta espiral es, además, ilimitada, como lo es la del género, de modo que siempre será posible inventar nuevas leyendas urbanas para mantener en forma la batalla de la deformación de la historia, de las mentes y de la conciencia moral de las gentes. El cine y la comunicación en general son las autopistas de este proceso perverso. Y para ello se utiliza a nuestros padres. Sabedores de que recibimos en su día la educación que nos dieron aquellos hombres y mujeres que vitoreaban masivamente al Jefe del Estado y que nos alientan los valores que nos transmitieron, el gran desafío es enfrentarnos a ellos, que cada uno de los miembros de esta generación del “baby boom” que seremos mayoría hasta morir nos avergoncemos primero de nuestros progenitores y odiemos más tarde la herencia espiritual que recibimos de sus manos, los mensajes doctrinales con los que nos criamos y que siguen moviendo nuestros actos y opiniones. Sólo de esa forma se podrá disimular el sideral vacío que aqueja a la izquierda (y a gran parte de la derecha), ahuyentando así el inminente peligro de que la Historia lo evidencie.
Pero no es únicamente la sequía de oferta electoral lo que lleva a los gobernantes hasta los desvanes de un supuesto pasado en los que desempolvar juguetes rotos del ayer. Hay algo desoladoramente más urgente que tapar: el fracaso. Acabo de leer que uno de cada cuatro contratos de trabajo que se firman en España tienen menos de una semana de duración. Nuestros padres nos legaron un país en el que soñar no estaba reñido con esperar. Pero tras la pasada por el socialismo, hoy nuestros hijos pueden seguir soñando, sólo soñando.
Ése es el verdadero objetivo de todo este inmenso montaje tras el que palpitan agazapados oscuros intereses económicos de carácter multinacional para cuyo mantenimiento y fomento es indispensable lavar periódicamente el cerebro de las masas. Y no decaerá la guardia mientras siga ocurriendo lo que la generalidad de los medios nos ocultan: el progresivo desgaste numérico de la afiliación que viene padeciendo el Partido Socialista Obrero Español, promotor de esta campaña de opinión en España y de su correspondiente encaje legislativo. Un corto pero contundente despacho informativo del digital OK diario aportaba recientemente el dato, que diría José María García (por cierto, busquen en ABC la entrevista que le hizo Salvador Sostres y encontrarán sorpresas sin cuento, sumamente esclarecedoras del panorama informativo español). Y lo sustancial está en la bajada incesante y brutal de afiliaciones del PSOE desde Zapatero hasta 2017: De 600.000 a 175.000. O sea, un 70 por ciento menos de militantes de ZP a Sánchez. ¿Comprenden por qué han de echarnos a pelear con nuestros padres? De continuar la sangría —y el mismo portal advierte que de 2017 a hoy el partido ha perdido 12.000 miembros— en pocos años el PSOE resultaría ser un conjunto de siglas hueco de contenido, sin programa y sin apoyo social relevante. Y no olvidemos que Sánchez es secretario general gracias a una consulta entre las bases de la militancia.
Claro que todo esto es así si nos fiamos de lo que dicen los partidos. Según éstos, en España hay 1.300.000 afiliados. Pero Hacienda, que no se chupa el dedo como es sabido, ha detectado un notable agujero negro en estas cifras: los que pagan cuotas y desgravan por ello no pasan de 287.975. Así lo ha desvelado El Mundo en una información publicada el pasado 16 de agosto. Tales guarismos, correspondientes a finales de 2017, representan el 0,75 por ciento de la población mayor de 18 años.
Con esta realidad es muy comprensible que nos quieran hacer ver lo blanco negro, aunque para ello tengan que saltarse todas las normas de la ética universal, como por ejemplo la del VIII Mandamiento.

domingo, 28 de julio de 2019

NO-SE-PUEDE (POR AHORA)


Para escribir este artículo me he documentado antes en EL PAÍS, que tiene acceso directo hasta a los guasaps de Carmen Calvo. Lo primero que me vino a la cabeza viendo cómo Iglesias recogía los apuntes de clase y se marchaba, más cabizbajo de lo habitual, de su pupitre en las Cortes, acompañado por la más absoluta soledad —sólo se fue con él una diputada que desconozco pero que tenía toda la pinta de ser su jefa de gabinete o algo así— fue la misma situación pero al revés. La Historia es justiciera. En aquella ocasión, justo después de que Sánchez lograse, al fin, su anhelada Presidencia mediante la moción de censura que meses después se le volvería en contra (al tropezar con el muro de la autodeterminación para aprobar los presupuestos), los regocijados socios en potencia del PSOE coreaban, “espontáneamente”, desde sus escaños, puestos en pie y tras encallecerse las manos de aplaudir, aquello de “¡SÍ-SE-PUEDE!”, que debe ser algo así como el grito de guerra de las barricadas y del campamento levantado en la Puerta del Sol aquel inútil 15-M.
Ahora, los podemitas no cantaban victoria, sino que abandonaban el Congreso por la puerta de atrás, dicho sea retóricamente, porque quedaba claro que, al menos por ahora, no se puede. No se puede hacer la revolución, crear el neofrente popular, sacar a Franco a rastras de la Historia y del Valle, derribar su cruz con todo lo que ello significa; darle la vuelta, en fin, a la tuerka de la contrahistoria, del reaccionarismo hacia delante y de la subversión institucionalizada con nostalgia soviética y asignaturas pendientes que nos hagan eternos estudiantes malos.
No se puede, porque Sánchez ha tropezado con su segundo muro, su segundo fracaso antológico, por mucho pecho de pivot que saque. Si el primero fue la independencia real de Cataluña, el segundo ha sido la conversión de España al sovietismo anarquizante que arrasó la II República española. Nadie lo reconoce en el Parlamento, salvo Abascal, voz profética que hace de sus errores escuela de superación, no sima de autoafirmaciones vanas. Sánchez es víctima de sí mismo y de una pinza que, como siempre hasta hoy, aprovecha la debilidad de los amigos para arrebatarles el protagonismo: el comunismo y el separatismo. El doctor Sánchez no sabe qué hacer ni por dónde tirar, probablemente porque no puede hacerlo, porque “no se puede” conciliar socialdemocracia, o socialismo democrático si lo prefieren, con la raíz totalitaria que recorre toda la izquierda española, y desemboca en el drama eterno del PSOE: unir o separar a los españoles.
Me acordé también de Rajoy, el imperturbable. Le imaginé con una sonrisilla de satisfacción gallega, de hombre que sabe esperar y que tampoco sabe irse. ¿Se sentiría identificado con Sánchez? ¿Es hoy el español que mejor comprende al todavía presidente o viceversa, es el inquilino actual de La Moncloa el que empieza a darse cuenta de que el síndrome archicomentado consiste en sentir ese apego por los colchones que él empieza a ver peligrar? La posición objetiva de Sánchez es casi la misma que la imperante durante el segundo mandato de Rajoy, con una pequeña diferencia: el socialista va a agotar la legislatura que no dejó cerrar al primero, comido por el ansia de barrer a quien podía aún condenarle al ostracismo de no estrenar prebendas de investido. Lo dicho, la Historia siempre pasa factura.
Sé perfectamente que la política es lo más cambiante que existe. Y si no, que se lo digan a cierta formación que el primer día tras su presentación oficial propugnaba el aborto cero y el segundo mantener la Ley Aído. Todo puede dar la vuelta, como la tuerka y la crónica del diario progubernamental a la que me refería al principio y que les recomiendo, lo muestra a las claras. No obstante, algo me dice que en este fiasco (término también empleado por el mismo rotativo) hay mucho de irreversible, porque lo que ha aflorado en esta guerra abierta entre socialismo y comunismo coyunturalmente separatista es pura filosofía política, o sea, la región de la estrategia social más estable y hasta intemporal. Aparentemente, se hablaba sólo de economía, de Trabajo, y ha quedado claro que Sánchez ha salvado la gallina de los huevos de oro del PSOE, que es la UGT. Iglesias quería imponer, como es natural, la economía de Estado, y cargarse la negociación colectiva, los convenios, para entendernos, el tejido mediante el que los socialistas controlan la economía libre. Eso sería tanto como anular a la ya frágil UGT (la caída de subvenciones ha crucificado a los sindicatos, así como los distintos escándalos, a menudo judicializados). Si es el Estado el que implanta sus criterios en los convenios, ¿dónde quedan los sindicatos, especialmente los dos grandes? Sería tanto como cortar las alas sociales al PSOE, vaciarlo de contenido y destruir su futuro. En el fondo, lo chicos universitarios del “Sí se puede” siguen habitando en la nube de las aulas, los laboratorios y los departamentos que, gracias a la LRU socialista, gobiernan ellos. EL PSOE nunca caerá en trampa tan burda, como Lastra se encargó de dejar sentado en la tribuna cuando recordó al líder de extrema izquierda que las políticas activas de empleo que él reclamaba “in extremis” estaban transferidas a las comunidades autónomas. Lo cual tampoco es del todo cierto, pero —insisto— un Gobierno del PSOE jamás va a ceder nada que afecte a las negociaciones sindicatos-empresarios a unas siglas que aspiren a eliminarlas.
Con todo, ya digo que bajo esta capa superficial por contingente hay un cimiento fuerte, sobre el que se apoya, que es el concepto mismo de Estado. Y ahí, creo, se ha tocado techo. Porque ni siquiera un pacto programático dejando a Podemos fuera del Gobierno hubiera tenido recorrido, ya que los ejecutivos de Zapatero y de Sánchez, como sectarios y adolescentes que son, han agotado la oferta. Todas las zonas de decisión comunes las ocupó ZP para luchar contra la sensación de que era presidente por accidente. Y el resto, lo que le quedó por invadir al estallarle en las manos las consecuencias de la gran recesión, lo ha completado Sánchez, que ha cogido el Gobierno en el momento de un tímido despegue y a quien le ha cogido la crisis con sus socios cuando todo se le vuelve, como a su antecesor y correligionario, de punta. La economía, desde la mundial hasta la nacional pasando por la europea, está cansada de luchar contra los monstruos de 2008 sin resultados palpables. Y Sánchez parece igual de hacerlo con los españoles, esos actores de su drama empeñados en crear sus papeles de modo que no le dejan explayarse a sus anchas con el de protagonista que tan trabajosamente se afana en representar desde que debutó.
Recuerdo que Zapatero, ese bolivariano irredento, hijo, como Bolívar, de la metrópoli, dejó plantado en cierta ocasión al presidente de Polonia “porque se encontraba algo cansado”. Sánchez se va de vacaciones, y en su caso están justificadas porque jugar al ajedrez con un ruso sólo está al alcance de otro ruso. Y Sánchez es madrileño, aunque no olviden que escribió, o le escribieron, un “Manual de resistencia”. En septiembre se volverán a ver las caras o a enviarse guasaps. Confiemos en la filosofía de la Historia, que no siempre favorece a las izquierdas, aunque se empeñen los detentadores de la intelectualidad.

martes, 16 de julio de 2019

DESINFORMACIÓN CULPABLE


Mi amigo Fran es un joven actor alicantino que lleva años recorriéndose España en tren o en autobús con una misión tan poco práctica como es recitar la obra de los poetas y alguna composición propia en calles, plazas e institutos. Así se gana, pobremente, la vida, cargado no con alforjas sino con un altavoz autónomo en el que pone música de fondo y con los tres discos que ha grabado, por si alguien quiere llevarse los poemas y su hermosa y educada voz a casa.
Fran es paciente como un cartujo. Él declama sin parar durante horas, haya o no alguien delante, armado únicamente de su micrófono inalámbrico, sus cuerdas vocales y su pasión. Disfruta como un cachorro con una pelota de goma. Ha rescatado el viejo oficio de rapsoda, gesticula, modula la garganta con arte de juglar cortesano y sonríe siempre, aunque rasgue el viento con una herida sangrante en forma de palabras como por ejemplo la Nana de la Cebolla, de Miguel Hernández.
La otra noche, en un paseo marítimo de lujo atestado de veraneantes aburridos que sólo reaccionan ante un grupo de saltimbanquis —mejor si juegan con fuego—, Fran desgranaba incansable sus versos ante el vacío de la más completa indiferencia, o tal vez del susto de unos viandantes que parecían preguntarse qué sonidos interplanetarios despedía aquel chalado por la boca. Llegó por fin el artista al final, y se produjo un silencio roto solamente por mis aplausos de clac individual y solitaria.
“No sepas lo que pasa ni lo que ocurre.” Las sílabas del padre preso dedicadas a su hijo recién nacido al saber que mamaba leche de cebolla y presintiendo que ya nunca vería a su vástago en libertad resonaron frente al mar y la luna como lo que son: el más bello epitafio del amor paternal que sólo un grandísimo poeta, cabrero para más señas, podría haber esculpido.
Pero nadie atendía, y mucho menos depositaba moneda alguna en el cesto de Fran. Esos versos del inmenso escritor, casi paisano de Fran, han golpeado siempre, desde que me aprendiera la melodía de boca de Serrat, en mi conciencia de español doliente. Se cuenta que Miguel pasó en su huida por Sevilla, mi ciudad, y que coincidió con Franco en el Alcázar, donde lo tenía escondido el director y poeta, muy amigo de la gente del 27, Joaquín Romero Murube. Incluso hay quien detalla que el general pasó a muy pocos metros del cantor republicano, que se ocultaba tras un sofá.
Lo cierto es que la escena que cuento se produjo al lado mismo del Guadiana, el río de la muerte para Hernández, quien después de Sevilla marchó al país vecino con tan mala suerte que un guardia fronterizo que había estado destinado en Levante lo reconoció y fue detenido. Moriría en la cárcel, probablemente de tuberculosis. De Huelva llegaron también los sones de Jarcha cuyo estrambote final (“compañero —Miguel— volverás”) ha sido una constante en mi vida. Pero la otra noche se ve que nadie quería saber lo que pasa ni lo que ocurre.
Para un periodista con sentido de Patria lo que pasa y lo que ocurre en la España de nuestros días invita a no saber nada, seguramente con más intensidad que para cualquier otra persona de las que desfilaban como autómatas ante Fran. Las últimas agitaciones callejeras, sanfermines incluidos, con su bastardeo irrebajable, nos ponen frente al espejo de un país degradado hasta el extremo, donde el sentido de las virtudes cardinales —no digamos las teologales—, con la Justicia a la cabeza, no es que ande por los suelos, es que se ha colado por el desagüe.
Pero el común de la ciudadanía parece asistir boba a lo que pasa y lo que ocurre, como recomendaba Miguel Hernández a su bebé para dormirlo. Todo esto tiene un nombre: desinformación. Y no es inocente, como la de aquel niño. Es cierto que Internet permite autofabricarnos el periódico que buscamos y que, con tesón e inteligencia, podemos acercarnos mucho a la verdad de lo que está sucediendo. Pero esas pruebas de fuerza de la desinformación que son las manifestaciones a las que me he referido parecen estar demostrando que la sociedad desinformada con la que soñaron los totalitarios es ya un hecho.
¿Tiene vuelta atrás? Lo dudo, al menos en el plazo suficiente para que mi generación, que es la más culpable y la más dañada de este gran fumadero de opio, conozca la rectificación. No querer saber lo que pasaba ni lo que ocurría era algo que en las circunstancias de Miguel Hernández (con la Guerra Civil muy avanzada o recién “concluida”) era cuestión de vida o muerte. No quererlo hoy es una irresponsabilidad brutal, en la que incurre esa masa crítica, esa mayoría silenciosa que ciertos poderes fácticos o grupos de presión tan bien conocen y manipulan.
La única manera de mirar a la cara a nuestros hijos es si no les negamos la información. Vale que mientras necesiten nanas para dormir les garanticemos un aire limpio que les haga fuertes. No obstante, a la mayoría de edad deben llegar sabiendo muy bien lo que pasa y lo que ocurre, para que sólo se sientan orgullosos de sus cualidades y no de sus excesos, y para que festejen a un santo con sana alegría, no con una bacanal satírica. El exhibicionismo de la procacidad nunca fue ni será motivo de autoestima más que para degenerados.
Coda: Me llegan fotos ilustrativas de cuanto digo y un vídeo en el que una fiera con forma de mujer acosa a un alumnado sentado sumiso ante ella gritándoles imperativamente para que odien a los padres porque son maltratadores, y ordenándoles amenazadoramente pensar que la custodia compartida y cuantos la defienden deben quedar excluidos de nuestro entorno. Gran parte de sus alaridos no he conseguido descifrarlos, pero sí una muletilla obsesiva: “En la puta vida”. Con eso está dicho todo. Escenario, según el “tuit” del colega periodista que lo ha colgado: un centro “educativo” de la Junta de Andalucía.

lunes, 8 de julio de 2019

LA IMPORTANCIA DE GUARDAR LA COMPOSTURA


Una de las razones principales —no lo duden— por las que VOX ha irrumpido en el panorama político institucional español, desde su sorpresa andaluza del 2 de diciembre es su formalidad, su apego a los modales, su buena educación, en suma. Eso se ve, sobre todo, en las mesas informativas de las calles, donde la gente de a pie de las siglas verdes dan un ejemplo de cortesía, incluso ante miradas o comentarios torvos o la presencia de boicoteadores más o menos amenazantes. No olvidemos que muchos de sus integrantes proceden del Partido Popular. VOX sostiene ideas muy contundentes, si se quiere extremas (término siempre relativo a las circunstancias del momento) pero lo hace respetuosamente hacia el adversario y con gran aprecio de las maneras que tanto significado encierran siempre. Hay excepciones, claro está, tanto más inevitables cuanto que estamos ante un partido nuevo que se enfrenta con todo el espectro “admitido” hasta hoy. Pero la tónica es ésa de la moderación en el lenguaje, al menos sin traspasar las fronteras de la afrenta personal. Y lo es por dos motivos: porque es un partido conservador y porque su mensaje, a contracorriente, llega más y mejor si no se da la razón a quienes lo descalifican por agresivo.
De ahí que resulten tan chocantes los dos últimos episodios tocantes a la comunicación que han dejado fuera de combate a esta nueva formación de derechas. En Andalucía, nada menos, el otrora número uno Francisco Serrano ha protagonizado un culebrón, al parecer involuntario, que ha tenido como cauce ese campo de minas que son las redes sociales. En este caso, se trataba de cuentas personales del líder y juez en las que se plasmaron opiniones temerarias sobre la sentencia de “la manada” que el Tribunal Supremo acababa de emitir. Recordemos que dicho pronunciamiento judicial se extiende a lo largo de más de trescientas páginas y las frases de Serrano, como corresponde al medio en el que fueron difundidas, son sólo un ramillete. Lo cierto es que dieron la vuelta a España en las portadas de casi todos los periódicos, por no hablar de la “sangre” hecha en televisiones, radios y en las mismas redes sociales. El jefe del Grupo Parlamentario de Vox en el Parlamento de Andalucía elaboró y colgó en sus redes, horas después, un comunicado exhaustivo de un folio analizando dicha sentencia con rigor, mesura y conocimientos técnicos de enorme nivel. Pero este texto no llegó más que a quien quiso leerlo, que fuimos cuatro gatos. Después, Serrano se perdió en un laberinto de autorías de los exabruptos que desembocaron en algo tan inaudito como que alguien con acceso a su cuenta puso en ella aquella dinamita sin su consentimiento. Acto seguido, se retiró durante un mes de la vida pública, y en ello estamos.
Pero un diputado autonómico de VOX que se caracteriza por ese tacto y elegancia al que aludía al principio, Alejandro Hernández, portavoz parlamentario desde hace meses, apechó con la situación, criticó abiertamente a Serrano por su descuido y encarriló el accidente con suprema mano “izquierda” pero sin arriar bandera alguna.
No obstante, no acaba ahí la historia. Cuando parecía que las dichosas redes ya habían jugado todas las malas pasadas a VOX, una nota del partido en su cuenta oficial nacional y con logo y bandera incluidos lanza improperios groseros y hasta chabacanos a  destacados miembros de Ciudadanos. No voy a reproducir aquí lo expuesto por el autor de dichas increpaciones, como no lo he hecho con los otros mensajes, pero sí voy a reproducir las palabras de Alejandro Hernández cuando toda la izquierda y parte de la no izquierda andaluza se le echó encima en sesión parlamentaria: “No estamos orgullosos de esas comunicaciones. Le pido disculpas (a Ciudadanos) por lo que a mí respecta”. Obviamente, el portavoz tuvo que limitarse a hablar en su nombre (aunque en sede parlamentaria), pero ahí quedó la cosa.
Dos pinceladas para situar ambos deslices comunicativos en sus respectivos contextos temporales: Las acometidas de Serrano contra la sentencia del Supremo (que, al parecer no eran suyas) tenían lugar justamente cuando el alto Tribunal acababa de comenzar el estudio de otra sentencia, la del intento de secesión de Cataluña, en la que el único partido que se ha personado como acusación popular ha sido VOX, cuyo secretario general, Javier Ortega Smith, ha ejercido dicha función, como toda España ha podido constatar día a día.
Y el otro dato: El mensaje del perfil oficial de VOX desde la dirección nacional suscitó los ataques de la oposición andaluza durante el debate en el que se discutía una proposición no de ley presentada por dicha formación ante el asedio permanente y sistemático sufrido a lo largo de la joven legislatura. La propuesta se aprobó, pero descafeinada y sin citar al partido.
VOX, también por redes, quiso suavizar sus salidas de tono, aunque como en el caso de Serrano el remedio fuera peor que la enfermedad: “Nuestro CM de verano, aunque tenga razón, debe vigilar el lenguaje. No podemos garantizar que si Ciudadanos se empeña en dar los gobiernos al PSOE, esto no vuelva a suceder.”
Pues estamos listos con los gestores de las redes sociales. Hay que reconocer, y bien lamentable que es, que los partidos de siempre controlan mucho mejor las suyas. Y eso, en una oferta electoral nueva que acoge a cincuenta mil afiliados y tiene representación ya en las cámaras de la Nación, de las regiones y de los municipios de toda España, es imperdonable. Urge ponerse las pilas, amigos de VOX. Las redes sociales no pueden ser un salvoconducto para el insulto en un partido tan serio y necesario para la España de nuestros aciagos días.

domingo, 23 de junio de 2019

DE LOS "DOWN" A LOS MÓVILES INTELIGENTES


Los conocidos como tiempos modernos, que hace casi un siglo ya escarneciera Chaplin, nos han traído maravillas, sobre todo en el terreno técnico-médico, aunque a decir verdad muchos de los problemas que la ciencia ha resuelto o paliado los había creado ella misma. Hoy me voy a referir, de nuevo, al más escalofriante de todos: el aborto. Soy consciente de que cada día que pasa resulta más arriesgado hablar de ello desde un punto de vista digamos crítico. Ocurre siempre que se pone en solfa un dogma. Pero la fuerza de amigos que se mueren, la única verdad incuestionable, me arma de valor, sabiduría y humildad.
Tienen ustedes en El Confidencial un reportaje de esos que algún día alguien repescará para hacer un trabajo sobre la historia de la (des) Humanidad, como hoy desempolvamos archivos clasificados de un ayer tenebroso. También actualmente se tapan  cosas con paladas de silencio, el mejor impermeable para aislar el cuerpo de la vergüenza y el frío. Dicha pieza periodística revela cómo la sociedad española ya no oculta a los que de adolescentes llamábamos tontos en el armario más recóndito de nuestras casas... porque ya van quedando muy pocos. “Claro, es la buena alimentación, las vacunas, la vida sana, el deporte”, dirán ustedes. No, es el aborto, señoras y señores. En cuarenta años hemos pasado de tener 300.000 “downs” entre nosotros a 35.000, un 88 por ciento menos. Noventa y cinco de cada cien madres embarazadas en España a las que se detecta un hijo con esta trisomía en el cromosoma 21 deciden no tener a sus bebés. Mala suerte para ellos. De los 400.000 nacimientos anuales, sólo 150 se libran de la “ive” letal. A este paso, en 2050, por fin, España se librará de nuevos down: no nacerá ninguno.
La eliminación de barreras morales, de escrúpulos humanitarios y de cualquier factor reflexivo que suponga una traba para la selección artificial imitadora de la darwiniana caracteriza a la civilización de los derechos humanos menos el de la vida que se autodenomina “progresismo”. El desprestigio, cuidadosamente diseñado, de cualquier valor tradicional, ha permitido la asunción social de los datos estadísticos antedichos como lo más normal.
¿Hasta cuándo? Puede que sean los historiadores los mejor preparados para ayudarnos a interpretar el carácter cíclico de nuestra especie. Quienes hemos leído algo que no se nos haya impuesto —ya sé que somos excrecencia— tenemos la sensación de haber visto esta película no una sino muchas veces, como si se tratara de un Sísifo neurótico que sólo se siente real transportando la misma piedra sobre sus espaldas una y otra vez, incansable y angustiosamente.
Si pasean a menudo (yo lo hago, por motivos de salud) por nuestras ciudades, habrán comprobado que ya es muy difícil recorrer veinte metros a ciertas horas sin que estemos a punto de llevarnos, como en el rugby, un pechugazo de alguien, generalmente joven, que se comunica con el mundo circundante a través de su dispositivo móvil. Y es que en nuestro mundo moderno, los teléfonos inteligentes han sustituido a los down. ¿O son algunos usuarios de esmarfones los que ocupan su lugar? Ustedes recordarán la moda cinematográfica y apocalíptica que veía en los ordenadores una amenaza de tiranía capaz de esclavizar a los padres de las “criaturas”. No nos hemos dado cuenta, pero, como decía la niña de “Poltergeist”, “ya están aquiíiii”. Son los móviles, amos y señores de los “nativos” que los usan en un mundo donde ya apenas nacen deficientes porque todos vamos camino de sobrevivir en una isla de humanos robotizados y domesticados por unos pocos programadores adscritos al capital o a su enemigo. Piénsenlo y verán como no les miento.

jueves, 6 de junio de 2019

VALORES DE USAR Y TIRAR


La palabra “consenso” era de significado desconocido para el común de los españoles hasta que la Transición la puso de moda. Su implantación en la vida pública, incluso en parcelas de la social y hasta familiar, respondía a la alargada sombra de aquel conflicto apocalíptico que hizo confesar a Francisco Franco a su primo y secretario: “Una guerra civil es lo peor que le puede pasar a un pueblo”. Frente al garrotazo goyesco —sucedáneo gráfico para una población desarmada de los fusilamientos gabachos— se imponía la búsqueda, más o menos desesperada, de la paz futura, ya que la pasada seguía siendo fruto de armisticios sin cuartel.
Pero cada época histórica tiene su vocabulario, incluso su semántica. Lo que en el 76 quería decir la palabra “consenso” hoy tenemos que traducirlo por chalaneo. De hecho, las elecciones ya carecen del valor que antes tenían y que siempre habíamos conocido: unos ganaban, otros perdían; los primeros formaban gobierno, los otros iban a la oposición. Y si se conformaban mayorías innovadoras cualificadas y sólidas, el sistema iba mutando imperceptiblemente. Los primeros años de Felipe González fueron un ejemplo de libro de cuanto digo, con cuestiones de fondo que pasaron como si fueran puro trámite: independencia judicial, integración en la OTAN, aborto, intervención de Rumasa, reforma/revolución educativa y sobre todo un mapa autonómico cargado de transferencias que convirtió a España en irreconocible hasta llegar a la nación —o sea, a la soberanía nacional— como “concepto discutido y discutible”. Hay que admitir que en esto de camuflar subversiones profundas so capa de procesos progresistas de obligado seguimiento por depender del ritmo y el rumbo de la Historia los socialistas han sido siempre maestros indiscutibles. Y para demostrarlo, ahí está Rodríguez Zapatero, transformando España para, a continuación, acercarla al modelo chavista.
Agotado y rebasado incluso por la izquierda el programa socialista, los partidos con representación parlamentaria, todos menos uno, andan zarandeados por el destino aritmético en pos de los consensos, hoy llamados pactos. Y los grandes náufragos son los valores. En los setenta, hubo muchos valores, por parte de flancos diversos, que se quedaron en el camino, en aras del consenso pacificador. Se dejaron mucho más que pelo, tiras de piel, en la gatera. Pero lo que estamos viendo hoy es infinitamente más grave. Es la desconfiguración completa del sistema de fuerzas, de sus idearios, la feria de mercaderes en la que se pone en almoneda lo que haga falta con tal de alcanzar cuotas de poder. Las exigencias que se están disparando, especialmente desde sectores del PP y de Ciudadanos, teóricamente afines, sobre VOX para que ceda al ninguneo y apoye ciegamente a cualquier cosa que evite la horrenda palabra —“Carmena”— en las instituciones es mucho más que lamentable. Es descorazonador, por evitar epítetos que alguien pudiera “malinterpretar”.
La llamada “atomización”, que no es sino pasar de dos grandes partidos nacionales a cinco (algo sumamente saludable) obliga a pactar, desde luego. Pero para pactar hay que sentarse a hablar. Ahí, en torno a una mesa, mirándose a la cara, es donde cada cual debe hacer valer su respaldo popular. Lo de Ciudadanos no tiene nombre. Trata a los casi tres millones de votantes de VOX exactamente igual que si no existieran. Son tres millones de apestados, indignos siquiera de dirigirles la palabra. Es, sin duda, una política suicida —la Historia es larga y a menudo pasa factura—y encima les culpa de bloquear el cambio. ¿No será que Ciudadanos ha estado siempre más cerca del PSOE (no de Sánchez) que de cualquier otra cosa? ¿No será que lo que les pide el cuerpo a sus dirigentes es el continuismo con las viejas políticas felipistas y aún zapateristas de patrimonialización de la voluntad popular de modo que se identifique democracia con socialismo para perpetuarse —no importan las siglas— en el poder y seguir guiando la mentalidad política de las generaciones indefinidamente?
Y ojo, porque esta ideología relativista de valores de usar y tirar según sople el viento del mercadeo cortesano ha contaminado de lleno al Partido Popular, muchos de cuyos votantes son los que se han quedado en casa mientras los del eterno socialismo sanchopancista han escuchado la campana andaluza y se han apresurado a ponerse en cola. Todo parece depender de que el único de los cinco grandes partidos con el que no se quiere negociar, el menor, el más joven, renuncie a sus principios, es decir a todo lo que tiene, para que los que de él dependen pero no le hablan, ocupen el ansiado puente de mando. Lo que pasa es que VOX, al menos hasta hoy, no se vende y a día de hoy los primeros necesitan a los últimos para serlo.

jueves, 4 de abril de 2019

ESPABILAOS Y FRANCOS


No hace mucho escribía aquí de la división social, artificial como todas, entre “manteníos” y pagadores, sucedáneo de aquella otra, clásica, entre explotadores y explotados, que tan cara resultaba a nuestros queridos marxistas. Hoy me refiero a otra división que, creo, está aún más de actualidad, porque sustenta esa rebelión silenciosa que con toda probabilidad hará históricas las elecciones del próximo 28 de abril. Me ha abierto los ojos una amiga con un comentario al hilo de cierta injusticia consistente en poner un espacio público de gran talla a disposición de una obra menor, de carácter literario. Por mi trabajo, yo había asistido a grandes acontecimientos en dicho lugar, pero jamás habría osado, ni por asomo, pretender beneficiarme del privilegio que suponía usarlo para mi provecho. Y es que las instituciones públicas hace mucho tiempo que dejaron el sentido de la medida y la recompensa del mérito en el perchero.
A raíz de aquella reflexión, mi amiga me lanzó una gran verdad a la cara: “Es que tú no espabilas”. Ciertamente. No me hizo Dios para eso, qué se le va a hacer. Mi tendencia, que atribuyo también a influjo divino, a ser sincero casi siempre, sobre todo cuando hay algo importante para alguien en juego, me ha proporcionado un discreto pasar, ajeno a las glorias del mundo. Este aura mediocritas que me acompaña cuando friso los míticos sesenta cumpleaños se lo debo al desprecio de la mentira, junto a un indeclinable sentido del deber, que es el que me ha permitido no morir de hambre.
Si hace un tiempo, también aquí, qué remedio, me refería a mi encuentro con “la Andalucía de los estantes vacíos” (así se titulaba el artículo) que ponía en riesgo mi vista, ahora, y también con mis ojos como víctimas, vuelvo a padecer el dichoso “desabastecimiento de medicamentos”, con el aplazamiento “sine die” de la primera inyección intraocular que necesito para que el azúcar no me deje ciego. La anulación se produjo la víspera de la cita. Y la enfermedad avanza sin que, a la hora de redactar estas líneas, sepamos cuándo podré inyectarme. Pero esto, con ser desolador —llevo cotizando a la Seguridad Social desde los 20 años— no es lo peor. Lo grave, dramático, miserable, es que esto mismo suceda con personas aquejadas de cáncer, o con esos 800.000 andaluces en listas de espera para operarse que salen a la luz ahora y que eran las vergüenzas ocultas de la “joya de la corona” (Díaz dixit).
Son éstos sólo unos ejemplos, sanitarios, de hasta qué punto la vida nacional española ha quedado desdoblada en la de los espabilaos y la de los sinceros. Por simplificar para resultar didácticos. Porque los medicamentos no escasean por casualidad. Los espabilaos viven del sistema, aprovechando sus hemorragias múltiples, como la esclerosis burocrática que es el principal distintivo de la Administración española. Decía Iván Espinosa, vicesecretario de Vox, ante empresarios de Sevilla que abarrotaban el gran salón del Círculo de Labradores, que el estado español es el mejor del mundo en cuanto a funcionamiento de dos frentes con sus respectivos organismos: la Agencia Tributaria y la DGT. Ambos están unidos por su carácter recaudatorio. ¿Se traduce después esta eficacia en servicios públicos de calidad? Ustedes mismos.
Cincuenta años de modelado social al gusto de la izquierda entre socialdemócrata y comunista han configurado primero el estado y después la sociedad española. Quedan, como los últimos de Filipinas, los resistentes, que, hartos de ver cómo su lealtad a los valores heredados de sus antepasados es sepultada por los espabilaos de ganancia rápida y fácil, se mueven y remueven para sacudirse la costra ultraconservadora del estatu quo vigente, impreso como de plantilla desde los manuales del marxismo-leninismo. Naturalmente, la reacción de los ultraconservadores —léase los espabilaos del régimen socialista— es virulenta. Si pierden el dominio de las mentes, por ejemplo porque las familias se vean revitalizadas y el papel de la mujer como madre realzado, lo pierden todo, principalmente los fondos públicos con los que se alimentan sus asociaciones y que se detraen, entre otras cosas, de las medicinas.
Los espabilaos están nerviosos, porque los sinceros, que siempre han sido una amplia mayoría, aunque no sé si profundamente convencida de llevar razón, ya no aguantan más. Éstos han perdido muchas batallas. ¿También la guerra? El 28 de abril empezaremos a comprobarlo.

martes, 19 de marzo de 2019

DEL PUNTILLERO A LA METAMORFOSIS


De niño, cuando aparecía en aquel viejo Telefunken la imagen gris y negra del puntillero, no podía evitar apretar los dientes y arrugar el rostro. Mientras la plaza se caía en ovaciones y el diestro miraba a la presidencia, el puntillero cumplía con su obligación de verdugo o de oficial que descarga el tiro de gracia sobre la nuca de la bestia vencida. Hay suertes en la Fiesta Nacional que llenan de música el ambiente: un lote de capotazos valientes, un juego de muñecas con pericia a la muleta o un quite a tiempo justo de evitar la tragedia. Hay otros que anuncian al puntillero o mucho peor: al reguero de sangre en el callejón camino de la enfermería.
A España hay quien anda empeñado en darle la puntilla. O la estocada mortal de la suerte suprema. Hubo alguien que asistió hierático a la faena, desde la barrera, para a continuación salir sin ser notado antes de que el toro doblara. Y eso que era el empresario. A él también podríamos anotarle algo del oficio de puntillero. Aunque a decir verdad, quien mejor ha representado ese papel es el espontáneo que se ha echado a la arena sin estar en el cartel. Si por ambos fuera, España sería hoy cenizas.
Pero en esto del ruedo ibérico también se producen metamorfosis. Cuando la tarde parecía acabar en debacle, en frustración y desgarro, surgen oportunidades nuevas, y asoman cabezas que parecían no existir en el horizonte. En el preciso instante en que el puntillero se disponía a clavar en el morrillo bravo su aguijón frío, el animal moribundo, criado en libertades, se iza, ahuyenta a sus enemigos y vuelve a buscar el trapo, nostálgico de la dehesa.
Es la metamorfosis de una España pertinaz en ser ella misma desde Hispania hasta el noble futuro que nos aguarda, si lo merecemos. A un costado de la estación y las vías del ferrocarril cordobés se pueden contemplar, desde fuera y a través de una malla metálica, las ruinas del yacimiento de Cercadilla, sacrificado por el AVE. En un artículo anterior he hablado de este episodio tan poco memorable. Abandonado hoy, pese a estar señalizado y mostrar catas aquí y allá, es posible rastrear unos restos que arrancan de los tetrarcas imperiales romanos —fueron los palacios de Maximiano— para seguir los pasos de la decadencia y ser después la sede episcopal católica. En total, seis siglos de presencia allí de lo más selecto de la cultura occidental. ¿Y por qué allí? Porque a su lado pasa la vía augusta, que ponía en comunicación el lugar con Roma. Después, la invasión islámica relegaría aquel terreno a refugio de la población cristiana, finalmente dispersa. Aquello pasó a ser necrópolis primero y muladar  después, hasta que los túneles del AVE se dieron de bruces con el enterrado criptopórtico de un palacio imperial único en el mundo, atravesándolo por la mitad.
Pero allí están las piedras que dan fe de que el solar hispano ha estado siempre en el corazón de la cultura europea, porque siempre se negó a desaparecer. Tras la veladura de la extinción, España se autorregenera y encuentra, sistemáticamente, el camino de su metamorfosis.

domingo, 17 de febrero de 2019

Y AHORA, ¿QUÉ?


Una vez más, España parece haber conseguido lo más difícil, la hazaña consistente en hacer brillar en el último instante la luz justa y necesaria para que las vergüenzas queden iluminadas ante todo el mundo. Unas semanas más de Sánchez y su cohorte evacuando asuntos en consejos de ministros y el daño hubiera sido irremediable para toda una generación de españoles. Abierta la vía eslovena con la admisión a las conversaciones de un “relator” — figura prevista por las Naciones Unidas para mediar con carácter vinculante en conflictos armados o en riesgo de serlo— ya todo podía ocurrir, como de hecho han intentado los sedicentes, colando la autodeterminación no como cosa nueva sino como parte de lo ya pactado. Un relator no es, como la ministra del “dixi y pixi” ha querido hacer creer —jamás renunciar al engaño— alguien que hace un relato. Eso es un cuentista, un narrador, un cronista o un secretario de actas. A los efectos que nos ocupan, un relator es alguien que un ente externo a las negociaciones a emprender —nunca a otras en curso— elige y nombra, con la aquiescencia previa de las partes, para poner a estas en relación, que se miren a la cara, que se comprometan ante él a respetar acuerdos tras seguir unas pautas de trabajo ordenadas y equitativas. Pero lo primero que ha de haber para que actúe un relator es el reconocimiento mutuo de la igualdad de estatus; se tienen que reunir dos interlocutores iguales en todo. ¿Es el Gobierno autonómico de Cataluña igual en todo —equiparable y equiparado— al de España?
Hemos conjurado, pues, el mayor peligro en el que se ha visto nuestra Patria desde la Guerra Civil. Y todo por el apego enfermizo al poder de unos políticos que nadie ha elegido más allá de la militancia de un partido que cuenta, todavía, con 84 diputados de 350. Dar gracias a Dios, sobre todo los que tenemos hijos, se queda muy corto. Debemos conservar la memoria fresca de cuanto han supuesto estos ocho meses, al igual que la tenemos muy reciente de lo que significó el felipismo y su extremismo zapaterista antes de que el durmiente registrador aterrizara en la Presidencia para envidia de los insectos palos.
Los navegantes avezados saben que tras las tempestades nunca hay tiempo que perder. Tirarse al palo es un suicidio. Los tres partidos a los que cabe el honor de haber sido insultados, y quizás algo más, por la todavía ministra de Justicia se encuentran en un serio aprieto: O hacen algo más, mucho más que campaña electoral o el giro histórico que acabamos de conseguir gracias a su manifestación conjunta de Colón puede quedarse en el mayor fiasco de nuestro futuro. O espabilan preparando unos programas creíbles, razonables, ambiciosos y generosos, verdaderamente apolíticos en el mejor sentido del término, o todo habrá sido para nada.
Lo digo y lo escribo porque observo cierta dejadez, acompañada de reincidencia partidista, en las actitudes de sus líderes, que o bien miran más a la galería de los votos fáciles que al compromiso con los ciudadanos o bien tiran por elevación con riesgo de que los proyectiles les caigan en la cabeza. La unidad de acción, bien que coyuntural y pragmática, es, hoy por hoy, una prioridad para quienes en la Plaza de Colón, a la sombra de la bandera y el himno, han proclamado el fin de un abuso de poder gigantesco que ya había naufragado en Andalucía. Tienen una obligación moral con toda esa gente que lleva votándolos siempre o que no les ha votado nunca. Da igual, es gente noble, de cualquier posición social o cualquier punto de nuestra geografía. Es gente que merece una respuesta ágil, contundente, tan cohesionada como la del domingo que cambió el signo de nuestros días como empresa colectiva en camino hacia mejores horizontes que los ya hollados.
Por lealtad, respeto y consideración hacia esos corazones esperanzados que aguardan el 28-A con un nudo en la garganta mientras ven corretear a sus vástagos —muchos ya nietos— por las calles y plazas de una España que le quieren legar unida como la recibieron, los políticos del triunvirato —sí, señora ministra, del latín tres varones— revuelto contra la dictadura de la izquierda y los separatismos han de guardarse sus lugares comunes, los escudos con los que se hacen la guerra entre sí, los rancios cordones sanitarios mientras se toman un cafelito con los castristas, y volver la mirada, por una vez —no va a haber otra— hacia la vida común de los españoles, que son los que importan.

lunes, 4 de febrero de 2019

UN RAYO DE LUZ EN LOS GOYA

https://www.youtube.com/watch?v=gLwqrJEe270
Como cada edición, y van treinta y tres, la gala de los Premios Goya del cine español se han convertido en mirador desde el que vocear las fobias de la izquierda española. Algo que debería ser aséptica plataforma de encomio y estímulo para el séptimo arte nacional deriva siempre, porque así se concibe desde sus responsables, en caldera de altas temperaturas donde se cuece el alimento de lo políticamente correcto —es decir, del pensamiento único inspirado por el ataque a todo lo tradicional, sea bueno, malo o mediocre—. No merece la pena seguir criticando algo que no admite análisis sino aceptación incondicional o de lo contrario pagar el precio del desprecio más absoluto que implica la totalitaria condena al ostracismo, como ha ocurrido con Vox.
Es el momento de encumbrar una voz categóricamente positiva y que supone una vía de agua definitiva para el monopolio de la dictadura pseudointelectual que ha primado hasta hoy en los ambientes cinematográficos españoles, es decir en la estrategia comercial de una producción obligada a pasar por el aro de las subvenciones si quería sobrevivir. Y esa voz es la del mejor actor revelación, que sedujo con su autenticidad a todo aquel no empeñado en seguir los dictados del prejuicio imperante. Porque esta persona, que tan magistralmente encarnó a su personaje, dedicó su “discurso”, también colosal, a una gratitud desinteresada, al contrario que quienes han apoyado su “éxito” en cruzadas opíparamente regadas por los fondos del Poder. Las palabras de Jesús Vidal, que dejaron en suspenso la respiración de la España viva por unos instantes, para tomar aliento con ellas de cara al futuro, estuvieron dedicadas a sus compañeros de equipo creativo, pero sobre todo y hasta el final, grandioso final, a su familia. Fue ante todo y para siempre, un canto a la familia muy por encima de programas políticos y a años luz de compromisos de índole crematística, con olvido total de los lazos familiares, a los que otros “goyas” nos tienen acostumbrados.
Es de justicia agradecer, huyendo de cualquier tentación partidista, a este inmenso actor, que preparó el terreno para que “Campeones” se alzara con el gran premio de los Goya, el de mejor película (verdadero final feliz de la gran alfombra roja), su franqueza, transparencia, fidelidad y libertad a la hora de resumir el éxito de su vida en algo tan familiar como haber nacido hijo de sus padres, hermano de sus hermanos, primo de sus primos… Escuchemos muchas veces las palabras de Jesús, porque en ellas está la España que late con fuerza en hogares, trabajos, aulas y calles, Y retengamos para reiterarla cada día a los cuatro vientos de nuestra Nación, su última y rotunda frase: “Queridos padres, a mí sí me gustaría tener un hijo como yo, porque tengo unos padres como vosotros.”

https://youtu.be/qJ0a0ojYAcA

domingo, 27 de enero de 2019

400 FAMILIAS, 200.000 EUROS, 75 TONELADAS…


Son algunos, pocos, de los datos que la Hermandad sevillana de Pasión destina a la caridad, según figura, al alcance de todos, en la revista Iglesia en Sevilla, número 189, semana del 27 de enero al 2 de febrero de 2019; es decir, la última edición. Como sospecho que doña Rocío Ruiz, flamante consejera de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación, no frecuenta las iglesias, le facilito estos datos porque en la página web archisevilla.org puede consultarlos. La Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Pasión creó en el año 2008 una fundación asistencial para ampliar las labores de la Diputación de Caridad. Así reza en la página 10 de la antedicha publicación. Intentaban los hermanos de Pasión “dar respuesta al mayor número posible de problemas sociales de nuestro entorno. Para ello necesitábamos allegar nuevos recursos tanto de instituciones públicas como privadas”. La movilización de estos hombres y mujeres que cada Jueves Santo visten la túnica de la Merced por las calles de Sevilla, dando testimonio de su fe en acto penitencial ha permitido multiplicar por cinco en seis años la acción y el número de beneficiarios, en buena parte sobre la base de la búsqueda de subvenciones.
Así como lo leen. De un cesto de servicios y ayudas sociales de 40.000 euros en 2011 se han sacado 200.000 en 2017. Del mismo cesto, que contenía 15.000 kilos de alimentos hace seis años, han salido 75.000 kilos. Pasión ayuda con lo básico a personas sin recursos o en riesgo de exclusión social integradas en 400 familias, presta auxilio a “instituciones que atienden a colectivos especialmente vulnerables”, ofreciendo aportaciones económicas a “personas en situación de pobreza, exclusión y marginalidad”.
Pero más allá de los datos, en un mundo en el que tantas estadísticas son manipuladas, está la dedicación personal, el voluntariado, “desde la creencia de que es posible transformar la sociedad y hacerla más justa con el concurso de personas que pueden entregar su tiempo, sus capacidades, su voluntad y su compañía a quienes lo necesitan”. Y ahí le duele, señora consejera. No sólo catalizan los donativos y las subvenciones para acercarlos a quienes lo necesitan, lo cual ya requiere a un “personal” desinteresado que hace posible el milagro, sino que en esto hay gente dispuesta a entregar su vida, día a día, por los demás. ¿Le suena, señora consejera? ¿Y por qué lo hacen? Continuemos leyendo en la página 10 de “Iglesia en Sevilla” lo que nos cuenta el hermano mayor de Pasión: “Como cristianos, debemos poner en la acción social algo más que dar, que es relativamente fácil; lo difícil es darnos a nosotros mismos. Ahí es donde reside la auténtica caridad cristiana. Todos los hermanos de Pasión y las personas que compartimos la fe y esperamos ser mejores cristianos estamos llamados a esta misión.”
  Y como obras son amores, tome nota, por favor, señora consejera: Pasión ha puesto en marcha un hogar para chicos procedentes de familias desestructuradas, “donde reciben no sólo casa y comida, sino, sobre todo, cariño.” Y, por si fuera poco, ha montado un centro para discapacitados psíquicos “con el que, además de ayudar económicamente, se comparten vivencias como excursiones o fiesta de Reyes”.
Pero no acaba ahí la eficacia solidaria de Pasión. “Abogados de la Merced”, la “estrella” del año 2018, es la manera que tiene la Hermandad de celebrar VIII centenario de la Orden Mercedaria. Su finalidad es “visitar a los encarcelados”, en sentido amplio, o sea, prestar asistencia, orientación y asesoramiento jurídico a los internos de cara a su reinserción social. ¿Le suena esto también, señora consejera?
Pero nada más lejos de la realidad pensar que todo esto ha envanecido a los cofrades. Nada de eso. “Deberíamos trabajar aún más por extender la acción de caridad y por potenciar eficazmente la formación cristiana. No es lógico que a las actividades de formación acudan tan pocos hermanos. Si las hermandades deben sustentarse sobre tres grandes pilares —culto, caridad y formación—, estos deben ser iguales en tamaño y potencia para sostener una verdadera hermandad de cristianos, para que, desde una vida de auténtica hermandad, seamos capaces de evangelizar con nuestras acciones.”
Añado yo: Un cristiano ha de ser ante todo, aprendiz de la misericordia divina. Por tanto, hemos de dar un margen de confianza a la señora consejera para que, con sus hechos y sus palabras, demuestre que aquellas otras palabras de antaño, estampadas negro sobre blanco y gravemente ofensivas para los cofrades, han quedado superadas por el tiempo y la rectificación. El caso de Pasión, con ser meritorio, no es, ni mucho menos, único. Tampoco es extensible a todas las corporaciones nazarenas, desde luego. Pero está ahí, es un hecho incontestable. Es la verdad. Mucho más veraz que aquel artículo lamentable por el que cualquier persona pública, que representa y se debe a una comunidad de ocho millones de ciudadanos, debería pedir disculpas claras, contundentes y lacradas con el marchamo de su conducta.
Digo yo.