jueves, 16 de octubre de 2025

EL DATO

Ocurrió durante la entrevista que Pablo Motos hizo a Susanna Griso en su programa, líder de audiencia, “El hormiguero”, de Antena 3 Televisión, el pasado martes día 14. Las sociedades de masas, a veces, registran hechos sorpresivos que son como grietas en la costra de mentiras en la que se ha convertido la llamada Opinión Pública al pasar a ser opinión publicada. Por ellas se escapan datos que revierten lugares comunes unánimemente aceptados; es decir, acatados. La Griso entró en la más candente actualidad, que ese día pasaba por el aborto, la bandera que la izquierda agita cada vez que se siente agotada y acosada por la corrupción. Se refirió, efectivamente, al uso que el Partido Socialista, hoy reducido al Gobierno de la Nación, estaba haciendo del “asunto” como lo que la verdad oficial aceptada por todo el mundo proclama: una tapadera de la corrupción. Pero el aborto es mucho más que eso. Y lo es antes que eso. La misma periodista dejó pronto de mencionar el aborto para asirse a la denominación legal, institucional y eufemística, la siniestra e hipócrita “interrupción voluntaria del embarazo”. Pero su instinto informativo superó, al menos por esa vez, a lo “políticamente correcto” y entró en el dato (ojo, que diría García): algún político le había confiado que de casi cinco mil médicos capacitados por llevar a cabo abortos en la sanidad pública, sólo estaban dispuestos a acabar con las vidas de los nasciturus ciento cincuenta. Hagamos cuentas, el 97 por ciento de los médicos españoles que podrían provocar abortos se niega a hacerlo. Y es que una cosa es defender tal operación y que la hagan otros y otra muy distinta aplicar las propias manos a la muerte de un semejante en crecimiento.

Naturalmente, el rábano se cogía por las hojas, y es que lo que importaba eran las listas de objetores, que es lo que había puesto sobre la mesa el Gobierno en una “rueda de prensa” (sin preguntas) monográfica celebrada por la mañana, tras el consejo de ministros. Listas sí, listas no. Esto era lo importante. Nadie se preguntaba por qué se hacían las listas y para qué. Ni siquiera se lo preguntó Susanna Griso, ni Motos a ella. Pero “el dato” quedó ahí, en el aire, y tras él, un silencio que en televisión resulta interminable siempre, pero que ante el calibre de lo dicho era como un cañonazo. Otro dato: tras la revelación, no hubo aplausos. Susanna Griso se mostró asombrada una y otra vez, llegando a la conclusión obvia: si sólo el 3 por ciento de los médicos estaba dispuesto a cometer abortos, ¿por qué se insistía desde las filas socialistas en obtener las listas de los objetores? ¿No sería más lógico que se facilitaran las de los voluntarios?

No. No hubo aplausos, y todo el mundo sabe, o debería saber, que en televisión los aplausos también son “programados” desde el control de realización. Si se fijan, este programa es, en realidad, una sucesión de ovaciones, que van actuando de cucharas para que la ración de estrellato entre con más fluidez y crée mayor satisfacción en el público que sigue las declaraciones. Es un modelo muy viejo pero muy útil, y lo será siempre porque se basa en la pura antropología. Pues bien, tras el bombazo del dato sobre el aborto, no hubo palmas. El mismo director se mostraba estupefacto y se le notaba indignado por haber sido, él también, engañado desde el poder. Y es que los médicos no quieren matar a los no nacidos. Se niegan, vaya, en una relación de noventa y siete a tres.

Las organizaciones pro vida harían bien en tomar buena nota del dato y de la sorpresa que crea en los profesionales de la información de máxima repercusión social. Esto sería insólito en la televisión que pagamos todos. En realidad, se escapó, como digo. Pero la verdad no sólo nos hace libres sino que se libera a sí misma de corsés y mordazas. El silencio volvió, es cierto. Pero el éter llevará ya siempre ese momento culminante, que ustedes pueden revisar tecleando “atresplayer”. Es muy reconfortante observar cómo, entre tanta tiniebla, la luz aprovecha cualquier resquicio para abrirse camino.

martes, 12 de agosto de 2025

EL ROBOT QUE LEÍA LOS LABIOS

Me confieso permanentemente impresionado por la escena de “2001, una odisea del espacio” en la que un robot malintencionado lee los labios de los dos astronautas refugiados en una cápsula supuestamente segura de una nave espacial futurista. Los tripulantes traman un plan para eludir la opresión a la que está sometiéndoles el autómata, cuya inteligencia artificial ha superado a la de sus autores humanos. Pero olvidan que ese cubículo tiene una puerta provista de un “ojo de buey” de vidrio por el que se pueden ver sus rostros, es decir sus bocas. El robot aborta así las argucias que proyectan sus víctimas.

En Estados Unidos —todavía metrópoli del imperio tecnológico mundial, aunque cada vez más menoscabada por los chinos— acaban de aflorar unas estadísticas, eclipsadas por las referidas a la inseguridad padecida por la capital federal (igualmente dignas de un serial apocalíptico), que señalan cómo los jóvenes yanquis mejor formados padecen ya un índice de paro superior al general. Se trata de un hecho histórico sin precedentes en condiciones ordinarias. Particularmente llamativo es el desempleo que amenaza a los titulados en tecnologías, y sobre todo los informáticos. La era de los programadores como campeones del mercado de trabajo se tambalea. Claro que aún son los estudios de Antropología los que registran más infratrabajos. Pero el cambio de tendencia está ya ahí. ¿Culpables? Varios, como siempre, pero todo apunta a que es la Inteligencia Artificial “Generativa” (reconozco mi ignorancia al respecto) la que está detrás del fenómeno. La tecnología diseña ya tecnología hasta el punto de que no nos necesita. El género humano sobra en el mundo de los microchips. Y sobra ya. Son datos de la Reserva Federal de Nueva York, muy fresquitos (primeros de mes). En España los ha publicado elEconomista. Me lo pasa mi hijo, graduado en Administración y Dirección de Empresas, que por edad anda inmerso más de lleno que yo en la “polemática”.

Las cifras nos pueden llevar por mil caminos, ninguno especialmente venturoso. Yo ando anclado en la película de Kubrick, que ya tiene sus buenos 57 años, igual que la novela homónima de Clarke, aunque los orígenes se remontan nada menos que a 1948, cuando aparece el cuento inicial de la saga. Es, pues, un tema más histórico y filosófico que estrictamente tecnológico. Y es que el trasfondo de todo esto no es otro que la libertad del hombre. Ello es lo que anda en entredicho con la IA y otras zarandajas.

No obstante, la noticia de los jóvenes useños y su drama profesional-laboral nos sitúa en un punto de inflexión: el de reflexionar sobre si ha llegado el momento (algunos lo hemos asumido ya) de relegar la tecnología para que la tecnología no nos devore del todo. No pretendo esbozar un ensayo de calado que me sobrepasa. Pero creo que todos y cada uno estamos ante el reto, vital, de poner coto al consumo desaforado de una tecnología que, salvo casos de vida o muerte, no necesitamos y que resulta ya demasiado inhumana. Todo esto en la esfera de las decisiones personales. En el ámbito social, los políticos sabrán si quieren seguir suicidando a la Humanidad o coger por los cuernos el toro de una evidencia: que nuestras vidas han perdido calidad a raudales desde que para todo necesitamos un mediador tecnológico. Si los humanos no somos necesarios, mandarán sin duda las máquinas. Leyéndonos los labios que hoy son nuestros mensajes de wasap.

sábado, 19 de julio de 2025

IMPLOSIÓN TURÍSTICA

Ando enfrascado en la lectura de un libro en apariencia árido pero fascinante en cuanto te sumerges en sus aguas: Keynes versus Hayek. Como bien saben los economistas y cualquier aficionado al ramo, junto a otros padres fundadores a partir de Adam Smith, ambos pensadores abanderaron las dos grandes tendencias dentro de las economías libres: la intervencionista y la liberal, respectivamente. El libro en cuestión, previo al cual leí “Camino de servidumbre” —voz de alarma que en nuestro país no puede estar más de actualidad— ofrece la amenidad típica de un autor que es periodista de la vieja escuela, dinámica y rigurosa a un tiempo; un hombre de información norteamericano además, Nicholas Wapshott.

La teoría, que es mucho más que eso una constatación histórica, de los ciclos del capitalismo, estuvo muy presente en la obra de Keynes y de Hayek, como en la de cuantos han investigado con mirada limpia de prejuicios ideológicos en los laberintos de las economías modernas. A una oleada de éxitos, coronada por un “boom” sucede una depresión, y vuelta a empezar. Los periodos de decadencia siempre aparecen como apocalípticos, al menos mientras se convive con ellos. Normalmente no llega la sangre al río, salvo que se desencadene una guerra.

Bajando de escala y descendiendo a la realidad cotidiana, todo esto me lleva a un fenómeno al que observo que muchos entregan incluso la salvación de nuestra economía: el turismo. Más exactamente, cabe hablar del “boom” turístico. Igual que existió la fiebre del oro o tantas otras que desembocaron, indefectiblemente, en lo que el refranero español recuerda que nos trae la avaricia, me temo que el saco esté a punto de romperse en este campo tan inestable como cualquier otro, si no más. Desde hace un lustro o así, la saturación turística en España es un hecho visible y en momentos insoportable. Ciertos lugares y en determinados tiempos, la congestión provocada por el poder de convocatoria de Internet y por la oferta de plazas disparada hace intransitables calles y plazas de entornos monumentales o típicos de ciudades ya tópicas para este fenómeno de masas. No es preciso recordar que Venecia o Florencia ya hace mucho que adoptaron medidas drásticas. Yo hablo de lo que conozco de cerca, de Sevilla, cuyo “cahiz” de tierra privilegiado, los alrededores del Alcázar, la Catedral y el barrio de Santa Cruz, han quedado desbordados por una masa humana que, sencillamente, bloquea la libertad de movimientos de propios y extraños.

Renuncié hace años a viajar a enclaves que para mí resultaban entrañables desde que los visité siendo joven, así como a otros que aún desconozco y me atraen pero sé que me frustrarán porque han sido ocupados también por esta manía global de moverse sin parar. En el caso de mi ciudad, sólo paseo por vías secundarias de las zonas más hermosas, donde sé que la red de redes no convoca a la multitud y donde la hostelería no lo ha invadido todo.

¿Es esta tendencia eterna? Ninguna lo es y ésta tampoco lo será. Por primera vez, y tras cifras que se superaban a sí mismas año tras año, éste las visitas a la Catedral se han estancado. Y el Colegio de Economistas de Sevilla y su provincia advierte que el turismo ha tocado techo, que ya no se puede hablar de cifras record y que el sector ha entrado en una meseta de manera que no vamos a seguir creciendo igual. No obstante, Sevilla contará con 53 nuevos hoteles hasta 2028, lo cual avala otra vieja idea de los economistas: el desfase entre inversión y demanda. Pero éste es otro cantar, igualmente revelador de la necedad humana.

Todos los meses, la Comisión del Patrimonio de Sevilla debe informar sobre peticiones de reformas en el casco antiguo de la ciudad para adaptar inmuebles a apartamentos turísticos. En el orden del día apenas hay otra cosa.

Pero parece ser que las estadísticas apuntan, por fin, hacia la moderación. La ciudad genuina, la histórica y artística, que es lo que los turistas vienen a ver, no la futurista e imitadora de tantas otras, posee las dimensiones que tiene, no más. De modo que, al igual que en los años setenta se puso de relieve el bárbaro despropósito que era convertir un tejido urbano concebido a la medida del viandante en un inmenso garaje, ahora el desafío es controlar la desbordada explosión demográfica del turismo para que no implosione. Aunque parece que de eso se está encargando la vida misma.

 

martes, 1 de julio de 2025

ESCÁNDALO EN LA MACARENA

Tengo frente a mí mientras escribo una foto en blanco y negro de la Virgen de la Esperanza Macarena ataviada con un velo blanco a modo de mantilla. Me acompaña desde hace muchos años en mi estudio. La tengo en tanta estima, por su belleza, su sobriedad, su carga religiosa y poética —dos realidades que se aproximan hasta fundirse— que a veces me parece tener presente al mismo original. En apariencia nada tienen que ver. La “mía” es como digo una madre desbordante de hermosura transida de dolor que, tal como dijo el cantor, llora y ríe su pena y su esperanza alternativamente. El pellizco del entrecejo lo dice todo. La otra mañana, en la inmensa cola que enlazaba las murallas almohades y romanas con la talla expuesta en veneración contemplativa para que se pudiera ver de cerca el “nuevo” rostro de la Dolorosa, tenía tras de mí a dos jóvenes que aprovechaban el tiempo para departir, al modo senequista, sobre los últimos acontecimientos. Y decían: “¿Cómo no va tener mirada de loca; la que tendría cualquier madre a la que han matado a su hijo?"

A la Macarena le han quitado “la cara de loca” de amor por un hijo muerto que es, mire usted por dónde, el Hijo de Dios vivo, como acaba de proclamar San Pedro y nosotros con él. Le han puesto una cara vulgar, de color aplanado y mustio, le han robado el esplendor que tiene esa mujer del barrio de la Feria que tengo frente a mí, salpicada de lágrimas, pensativa, con dos matas de pelo que escoltan su frente, sin corona, sin alhajas, sin mariquillas toreras, como Dios la trajo al mundo, desnuda de oropeles, llena de gracia —con mayúsculas y con minúsculas— porque a la Esperanza nunca se sabe si los adornos realzan su semblante o es al revés, los golpes de gubia y la pátina del tiempo hacen de su encarnadura el foco de luz que todo lo ilumina.

Ahora, todo eso hay que ponerlo en pasado. O al menos entre paréntesis temporal. Tengo una confianza plena en el hombre, humilde y callado como los buenos, que, in extremis, ha buscado la Hermandad para llevar a cabo el milagro. Devolver a la talla de la Macarena su imagen perdida es prácticamente eso, una misión imposible. Pero Pedro Manzano, sin ser profesor ni dirigir ningún grupo de investigación universitario, ha trabajado, a pie de obra, en media imaginería sevillana. Siempre sin querer dejar su huella, como buen “conservador” que es. Tengo de él un recuerdo entrañable cuando le visité, junto al entonces hermano mayor de mi hermandad de La Carretería, José María Sainz, en su estudio trianero mientras restauraba la cabeza de Nuestra Señora del Mayor Dolor. Destilaba sabiduría, y —lo que es tan importante— no lo parecía. Rezo porque sus manos, y sobre todo sus ojos y su mente, encuentren el único camino entre mil para hacernos salir de esta pesadilla. Y no pierdo la Esperanza.

No puedo poner fin a este artículo sin afrontar el lado oscuro de todo esto. Cualquiera se puede equivocar. Pero con la decisión de tocar la cara de la Macarena no se juega. ¿Es preciso encarecer lo que este “icono” significa para la intimidad más honda de millones —sí— de personas y de generaciones enteras? Lo primero que pensé cuando supe que Arquillo se había hecho cargo de “labores de limpieza” en la más universal imagen de Sevilla fue en la edad de este hombre. Después, la Hermandad ha recordado —a guisa de justificación— que este especialista se ocupó de la primera restauración… ¡allá por 1978! Una intervención que, según nos han recordado las hemerotecas, no estuvo tampoco exenta de polémica, aunque al menos entonces la discusión se centró sólo en el “aclarado” de la escultura, no en su desconfiguración. Recuerdo que le mostré mi perplejidad a mi esposa. ¿No había algún experto más joven capaz de actuar? Por otra parte, ¿cómo se retiraba para su remozamiento una Titular cofradiera, y de ese porte, sin consultar a los hermanos?

Después hemos ido sabiendo cosas —dimisión nada menos que del mayordomo y el prioste, las dos piezas sin las cuales una cofradía simplemente no existe; firma de un contrato con la Universidad para que fuera el hijo de Arquillo quien se encargara de los trabajos; convocatoria de elecciones en noviembre sin que pueda volverse a presentar el actual hermano mayor, aunque ya se sabe que existe la socorrida figura del “tapado”, y en este caso hay tres candidaturas; y, en fin, esas bochornosa sucesión de remiendos sobre la marcha que haría enrojecer de vergüenza y de ira a cualquier cofrade de la aldea más perdida.

Todo es un escándalo de juzgado de guardia, y todo es política. El hermano mayor actual se ha caracterizado por dar paso a la política —socialista, naturalmente— en la mayor hermandad de Sevilla. La Macarena, con su contexto histórico de ocultamiento en un cajón para evitar, como así sucedió, que las hordas criminales acabaran con ella quemando San Gil, donde residía, y posteriormente el corolario de Queipo de Llano promoviendo la edificación de su actual basílica, era pasto apetecido para el socialismo de la memoria. El hermano mayor dio facilidades, apresurándose a expulsar de su capilla de San José a los restos de Queipo y de su mujer, Genoveva. ¿Qué le ha llevado ahora a este desaguisado temerario, como si hubiera querido dejar su huella para la posteridad en la mismísima mascarilla de la Esperanza? Ustedes mismos.

jueves, 29 de mayo de 2025

"ESTO SE ACABA CUANDO SE MUERA FRANCO"

No es preciso aclarar que “esto” era todo lo malo. Y para los asaltantes del poder lo sigue siendo. En mi opinión, esta aparatosa caída de máscaras a la que, tristemente, estamos asistiendo confirma que Franco es para ellos, los detentadores de las riendas, una maniobra preventiva de distracción. Durante los últimos años, del caso Begoña para acá, han descubierto su error: no son impunes. Y si lo han sido, se trata de una condición pasajera. Todo, absolutamente todo lo que vienen haciendo en cascada, obedece a una única finalidad: intentar, a la desesperada, cubrirse las espaldas transformado el estado de derecho en un búnker para el blindaje de su suerte. Esa extraña mutación entre moral y psicológica que les hacía sentirse por encima de todo (de la Ley, de la Justicia, y por supuesto de los diques éticos) ha quedado fuera de la Historia. El sentido común, implacable, ha invadido la farsa y la humana comedia ha pasado a divina tragedia para los cómicos.

Al modo de las cortinillas cinematográficas, esta debelación de la pantomima bucanera traerá consigo otra mutación, la social, que nos hará respirar merced al oxígeno del gran logro que nos acarreó el progreso: la información. Sí, porque lo que se abre paso en un campo de batalla devastado por los enemigos de la libertad es la bandera de la transparencia, del conocimiento, llave de la soberanía humana. El homo sapiens es una criatura frágil y poderosa a un tiempo. La inteligencia, que como los antropólogos y los filósofos saben bien es un arma de doble filo, ata y desata. Nos ha tenido atados durante décadas porque nos negábamos a caer en las dos grandes perdiciones del homo erectus: la violencia y el odio. Ni siquiera ahora, que las últimas revelaciones auditivas nos muestran a las claras cómo vivimos colectivamente en el alambre, nos sale del alma quemar contenedores. Eso es oficio de otros, que han estado gobernando hasta hoy. (Ilustración para olvidadizos: el anciano atropellado por uno de esos contenedores que empujaban salvajemente los bárbaros en las calles de Cádiz.) No. La paciencia es el don de la gente de fe, en todos los terrenos. Y en España, pese al exhibicionismo de la locura que nos ataca un día sí y otro también, hay una inmensa masa social de sensatez y respeto hacia la dignidad humana, propia y ajena. Que arriba, salvo el Rey, no les suene eso de nada sólo quiere decir que no son tan listos como se creían y nos ha podido parecer. Son un atajo de desalmados, que durante demasiado tiempo han controlado nuestras mentes y nuestros corazones, o al menos lo han intentado incansablemente. Hasta que han topado con la Benemérita, así llamada no por casualidad. Un puñado de hombres buenos, tanto espiritual como técnicamente, que sólo se deben, por este orden, a la Patria, a la Ley y a la Justicia que la administra, han hecho saltar por los aires la gran pantomima. Los que siguen atribuyendo a Franco todos los males que aquejan a España lo hacen porque nadie mejor que ellos saben que los mayores culpables de esas lacras son ellos mismos y su falta patológica de escrúpulos. Una vez más, luz y taquígrafos es lo único que puede salvar nuestro futuro. Y que cada palo aguante su vela.

jueves, 15 de mayo de 2025

ALEMANIA, POR EJEMPLO

Hablemos de un acontecimiento reciente y significativo: la doble sesión de investidura del canciller alemán. Se habla mucho de las excentricidades, más o menos agresivas, del presidente Trump. La cultura dominante silencia, por el contrario, las salidas de pata de banco de otros líderes siempre que el mutismo beneficie a dicho estatus, el de la izquierda, claro. Lo sucedido en el Parlamento que sus enemigos incendiaron hace ya tanto, aunque no lo suficiente para que aquellos demonios dejen de danzar al igual que las llamas en la mentalidad colectiva de Occidente, es de opereta a primera vista, pero mucho más dramático en potencia. Que la solución a la traición ––una más pero más grave que las otras–– de los socialistas a la derecha moderada que ya no modera nada más que la persecución de la derecha efectiva sea volverse a reunir sobre la marcha para dejar que sean los pasillos los que resuelvan la crisis cuantas veces sea necesario con tal de evitar que la segunda ––tal vez ya primera--­­ fuerza llegue a gobernar recuerda mucho a aquellas asambleas estudiantiles dirigidas por la nomenklatura prosoviética en las que si las propuestas del politburó no salían a la primera se volvía a votar hasta que los equivocados enmendaran su actitud.

Claro que lo acaecido la primera vez en el Bundestag ha sido posible porque el voto era secreto ––¿lo fue también en la segunda vuelta no contemplada en la normativa y no esperada por nadie?––. Los servicios de información internos hicieron un trabajo perfecto, en la línea del germanismo más clásico, para detectar a los rebeldes y convencerles de su error o para captar, a cambio de lo que pidieran, el respaldo de la extrema izquierda. Y todo en horas. Alemania ahonda así en la política conspiratoria puesta en marcha por la UE a instancias del Gran Oriente francés: impedir a toda costa que la única opción denunciadora y demoledora de la estructura de castas que se ha apoderado de las democracias occidentales avance.

Seré agorero ––no lo niego–– pero a mí, que modestamente puedo preciarme de conservar un olfato social e histórico ligeramente por encima de la media, todo esto me huele a crisis continental y tal vez planetaria. La política está desnuda y la única voz que lo señala, en distintos idiomas, se ha convertido en blanco de miradas que acribillan y de insultos que piden a voces su reducción a las mazmorras. Ha ocurrido en Francia, en Rumanía y en Alemania. No hace falta subrayar el peligro que subyace bajo todo esto. Las exclusiones y linchamientos, tratándose además de reprimir a grandes masas, suelen acabar bajo el fragor de los cañones. Hoy sería más correcto decir en manos del bisturí electrónico que facilita la inteligencia artificial. Todo muy "limpio y renovable". El "aborto seguro" de la libertad.

miércoles, 26 de marzo de 2025

A SOLAS CON MURILLO

Nada podía hacer presagiar la tragedia que iba a desatarse días después en la casa que habitó el “sevillanista” Santiago Montoto, justo en las lindes de la Judería hispalense, una muerte entre tinieblas de quien más y mejor nos había descubierto y glosado el uso de la luz sobre el rostro de las personas y del claroscuro en la meditación mañariana sobre la muerte (los pinceles también piensan, que se lo pregunten a Valdés Leal). Algo de esa claridad esperanzada buscaba yo, en compañía de mi mujer, entre los cuadros del Museo, en el testero de un brazo del crucero en el que los frailes mercedarios elevaban sus oraciones por los cautivos. Y allí estaba, fiel y luminoso, ajeno al dolor de lo irremediable, ese rostro infantil que siempre me devuelve a los años dorados en que todo era futuro. Es —mis amigos cultos lo saben bien, y mi mujer, que iba conmigo, también— un niño mendigo. El santo fray Tomás de Villanueva acaba de depositar en el cuenco mugriento de su mano inocente y temblorosa unas monedillas. Y el chaval, de rasgos inequívocamente meridionales, ha corrido al regazo de su madre, que pide limosna sentada en el suelo y apoyada en un quicio, a mostrarle, ufano, el tesoro hallado en la caridad de la para él colosal figura talar. Sólo le falta hablar. Lo peor es que a su madre tampoco hace falta preguntarle qué siente, porque presiente el hambre inminente que acude con puntualidad animal al estómago (aquellas entrañas dobladas de huecas que hoy apenas podemos imaginar). Esas monedillas durarán poco, piensa con el gesto cuyas facciones tanto se asemejan a las de la Macarena, por entreveradas de dolor y alegría (las de la Esperanza), de alegría y dolor las que pintó Murillo para los hermanos del fraile donante.

Ese crío, con su carita resplandeciente, tan distinta de la sombría que le escucha con la mirada ausente, me convence de que no está todo perdido. La madre, de que vivimos en el alambre del equilibrio entre la ilusión y la ruina. Aquella tarde, en el Museo, mi esposa y yo vivimos un prodigio. No había nadie más allí, ni turistas ni curiosos ni amantes de la creación humana. Bueno, estaban la Inmaculada, San Francisco, la Virgen de la Servilleta, Santa Catalina de Alejandría… muchos testigos del reencuentro con el misterio supremo del arte y de la teología. Pero ningún mortal más que nosotros dos, un matrimonio en torno a la belleza. Me acordé de lo que nos contó Enrique Valdivieso sobre el poder redentor de la pintura murillesca ante los estragos de la peste de 1649, de la victoria de la estética sobre la muerte. Aquello parecía un sueño feliz sin tiempo, sin sucesos, sin mancha.

Ay…, faltaban semanas para que Enrique, seguramente el mayor conocedor de cuanto nos rodeaba, y su esposa durmieran el sueño eterno entre tinieblas de humos asesinos. La fortuna, y su envés el infortunio, rondan siempre al destino humano, arbitrarios, veleidosos, presa de melindres que nunca comprenderemos. ¿Por qué dos vidas que se amaban, tanto como los de Verona, tenían que acabar en una noche interminable respirando un aire imposible? Estuve con Enrique Valdivieso, hace cosa de un año, echando una mañana en repasar su vida ante una cámara de vídeo. Él solo, en primera persona.

(Ando coleccionando un archivo audiovisual de memorias sin límite ni valladar, que cada cual diga lo que quiera, como quiera y durante el tiempo que quiera. La finalidad es guardar el material sin intención alguna. Tan absurdo como la muerte, pero lidiando con ella, procurando burlarla con un quiebro de la técnica. Hoy podemos hacerlo. Ayer no. Pues aprovechémoslo. Llevo grabados unos quince. Son personajes que conocí en tiempos de periodismo activo y que me consta que tienen muchas cosas que contar, aunque sólo sea por sus años y porque desempeñaron papeles relevantes en diversos ámbitos, generalmente culturales, de la ciudad. Saben hacerlo. Son buenos narradores. Y la libertad de que gozan ante algo que no se va a publicar, al menos a corto plazo, les hace revelarse desinhibidos y pletóricos de vitalidad. Las ideas se les agolpan en la garganta. Seleccionan lo que les place contar, con los giros, modulaciones y gestos que les da la gana. Para mí es una gozada, pero creo que para ellos lo es todavía más. Hablan de su infancia, de su lejana familia de procedencia, de su lugar de nacimiento y crianza, de sus estudios, de personas que les marcaron y de las que guardan un recuerdo tan fiel como si acabaran de estar con ellos. Hablan de una Sevilla desaparecida, que ya sólo existe en su interior, y que resplandece con perfiles inéditos para la gente de hoy. Hasta que se cansan, me lo hacen notar, y pronuncio el simbólico “corten”.)

Cuando me despedí de Enrique Valdivieso, entre un desnudo femenino esculpido a tamaño real y vestigios de su época de hombre de teatro, la voz siempre potente del profesor que fue hasta el final me regaló un cuadro suyo, con la condición de que le enviara una foto del lugar donde lo colgara. Nunca lo hice. Después he sabido que era una costumbre suya. Las últimas palabras, en el umbral de su casa de la Borceguinería, fueron las del zagalón entusiasta que vibraba con los cromos de futbolistas: “Bueno, tenemos que hacer la segunda parte”. Tampoco hubo segunda parte. Al día siguiente de que encontrasen su cuerpo y el de Carmen sin vida en el lecho conyugal fui solo hasta allí con mi cámara y fotografié su balcón lleno de flores huérfanas y la ventana cerrada con tapaluces del despacho donde había relatado su vida, ante la misma mesa que empleara Montoto. Me invadió la misma amargura que cuando vi al pintor Amalio de cuerpo presente. Los artistas, por lo menos ellos, no deberían morirse nunca. Tengo que ir a contarle estas cosas al niño mendigo de Murillo y a su madre. Ellos comprenden esta ambivalencia que me roe. Quizás vuelva a entrar en el mismo sueño de cuando Enrique contemplaba aún la belleza y nos la explicaba magistralmente.

viernes, 28 de febrero de 2025

CAMBIO DE PARADIGMA

Escojo a propósito una palabra muy de moda hace pocos años en ámbitos autodenominados “progresistas”, aunque hoy esos mismos círculos preferirán emplear el adjetivo “reaccionario” para describir lo mismo. Serviría también aquello de “políticamente correcto” si consideramos tal cosa lo que nos impuso la dictadura del neomarxismo y sus derivados, ahora en trance de darse la vuelta como un calcetín. Pongo un ejemplo harto ilustrativo: el diario más “avanzado” y por ende proabortista del mundo, el New York Times, acaba de publicar un reportaje en el que denuncia prácticas corruptas por parte de la mayor red de negocio de “ives” conocida: Planned Parenthood. Ello implica un giro de 180 grados en la tendencia de esta trinchera por el derecho de las mujeres a acabar con la vida de sus hijos. Sigue, pues, la racha iniciada por Meta (Facebook e Instagram), tras X (Twitter) y luego nada menos que Disney, a la espera de lo que haga pronto Apple e incluso la muy vanguardista Microsoft. Todo esto, limitándonos al foco de esta reversión de inclinaciones, que está en los Estados Unidos.

Por supuesto, los cambios de orientación cultural de firmas punteras en tecnología e industria no son más que indicadores de algo mucho más profundo, de índole cultural, que es el paradigma. O el modelo, para entendernos en román paladino. La libertad como medio ambiente de cualquier clima políticamente respirable ha ganado la batalla a las corrientes “woke”, ésas que buscan ser continuación de las viejas luchas venidas del Este en tiempos de guerra fría y soterrada expansión comunista. Un pequeño esfuerzo de elevación sobre la pseudodialéctica de la España actual —que es en realidad una momia de Lenin— nos puede permitir divisar un futuro distinto, más abierto y luminoso en el que incluso sea admisible soportar sin rasgarnos las vestiduras los ridículos de un presidente. Ello sólo es posible si perforamos la costra de miopía a la que nos han acostumbrado los que viven del sistema establecido (no hablo de leyes sino de intenciones) y profundizamos un poco. ¿Tanto cuesta reconocer que el histriónico míster Trump fue el primer líder de la Casa Blanca en muchos años que no inició guerra alguna, que fue capaz de cruzar a pie la tierra de nadie coreana para encontrarse cara a cara con la encarnación de la amenaza nuclear del norte y que ha hecho posible la tregua y el canje de prisioneros y rehenes en Oriente Próximo, antes incluso de tomar posesión?

Por supuesto, los dirigentes del socialismo institucionalizado que padecemos en España y en buena parte de Europa están desplegando la artillería pesada para que sigamos sin enterarnos de eso y de otras muchas cosas, como que Rusia también tenía sus razones, todo lo criticables que se quiera, para intentar reanexionarse una parte de Ucrania. Criticables, pero no censurables. Y lo cierto es que hubo una rueda de prensa multitudinaria, bien vendida por los sucesores del KGB (del coronel Putin) de la que circuló un vídeo que —¡oh, misterio!— desapareció de la red, y en la que el poco democrático premier ruso anunció sus planes basándose en el incumplimiento de los acuerdos de Minsk. Como se esfumó otro, ligeramente anterior, en el que arengaba a sus tropas recordando lo que tan bien sabía: cómo los servicios secretos de la URSS habían minado durante décadas los principios morales de Occidente, que estaba ya en sazón para ser atacada. La USA de Biden no hizo sino favorecer la guerra proporcionando armamento y adiestramiento a una Ucrania en la que no hay elecciones libres ¿desde cuándo? Busquen, por favor, el discurso de despedida del presidente Eisenhower —uno de los generales más activos contra el III Reich— en el que pone claramente en guardia contra el “estado profundo” (deep state), alimentado por una tan tenebrosa como potente alianza entre el capital de la industria militar y ciertos burócratas de la Administración. Ahí puede estar una de las claves de la guerra de Ucrania, que tanto sufrimiento ha generado.

Los escuadrones de la dictadura inmaterial se han puesto en marcha con métodos tan viejos que datan del siglo XVIII. Bajo el manto de las garantías frente a los bulos y la “desinformación”, han desempolvado todos los mecanismos de persecución de la libertad de expresión, cercenándola desde arriba: desde la titularidad de los medios de comunicación. Han comprobado que los procedimientos solapados ya no funcionan como antes, cuando lo “políticamente correcto” lo dominaba todo. Y están pisando el acelerador, porque saben que se lo juegan todo, es decir el éxito histórico de un imperio cultural que colonizaba las conciencias desde preescolar hasta la eutanasia.

domingo, 2 de febrero de 2025

EL LADO LUMINOSO DEL XVII SEVILLANO (homenaje a don Enrique Valdivieso y su esposa)

 El profesor Enrique Valdivieso, seguramente el mayor experto vivo sobre Murillo, dio hace algunos meses, cuando los fastos apenas se esbozaban, una lección magistral de carácter casi íntimo a un grupo de gente inquieta de la ciudad en la que el pintor vino a nacer que perdura en la memoria de quienes a ella asistimos. Aquella tarde, en plena sobremesa y ante un auditorio encandilado que parecía escuchar sus palabras como si de la estantigua de San Telmo se tratase (trocada la dureza pétrea en sensibilidad a flor de piel), este talento sevillano de Valladolid pronunció un discurso a los postres, salteado de preguntas emocionadas. El maestro nos tomó de la mano e hizo que nos sintiéramos espías de Murillo. Dejó a un lado las latas de membrillo y el aburrido lenguaje de las tesis. Pero no la imaginación. Nos situó en una puerta de la Sevilla alucinada, torturada, lacerada por la epidemia de 1649. Y desde allí, fuimos siguiendo al artista por los suburbios dolientes de una población diezmada.

Valdivieso logró transportarnos, meta sempiterna de todos los contadores de historias. Se reveló como un excelente prosista improvisado, como un bardo ciego —¡él, con su mirada de vista rápida!— que concentrara mil iconos en una palabra para derrochar el verbo del arte sin clasificar. Y nos explicó el por qué de Murillo. En otras palabras sin duda, vino a decirnos: “Los sevillanos necesitaban, en ese momento histórico, alguien que los sacara de la peor pesadilla que vieron los siglos. Y encontraron a Murillo deambulando por sus calles, en busca de niños harapientos, roñosos y muertos de hambre, pero bellos como sus Inmaculadas. La pintura profana de Murillo, y también la religiosa a su manera, fueron como una operación humanitaria de rescate estético y ético. Un respiro. Él vio en aquellos hijos de Dios ávidos de misericordia, huérfanos, perdidos, andrajosos y sin más futuro que un hilo de esperanza biológica, el lado luminoso de la vida, la luz, y decidió llevarlos a los lienzos como un consuelo para tanto sufrimiento humano que le salía al encuentro. La ciudad estaba laminada, psicológicamente triturada, llorando a sus muertos noche y día. Sólo le quedaba el pincel de Murillo. Y lo aprovechó. Vaya si lo aprovechó.”
Nos quedamos boquiabiertos. Murillo, apóstol de la vida en una Sevilla atribulada, donde el olor a cadáver se mezclaba con el eco de las rogativas. Quienes llevamos media vida buceando en la historia fidedigna de la “muy noble” sabemos bien que el significado de aquella alocución breve y acerada, como una punzada de los millones que se embalsaron en la Sevilla de aquellos años, respondía sin la menor traición a lo sucedido entonces. Traigo a colación una “anécdota” (no puede ser más luctuosa pero rica para la historiografía) que hallé en un libro de actas de la hermandad de la Carretería correspondiente a aquellas fechas. Un domingo, los toneleros se reúnen, convocados por el muñidor, para elegir oficiales. En aquel ajado papel me salieron al camino un puñado de nombres anónimos. A continuación, el acta recogía los esfuerzos, sobre todo económicos, para llevar a cabo la estación de penitencia y la procesión de la Pascua de Resurrección (dos salidas en cuestión de pocos días). Pasé las páginas. Reconozco que me asaltó un temblor sordo, a solas como estaba con aquella memoria histórica que empezaba así: “En Sevilla, a 17 de abril de 1649, se juntaron los hermanos que quedaron bibos”. Sí, una semana más tarde, aquel domingo cuaresmal o tal vez de Ramos, había que volver a elegir junta de gobierno, porque la mayoría había sucumbido víctima de la bubónica. En aquel momento decidí que dicha frase encabezaría mi libro “Dios, hombres, ciudad” bajo la dedicatoria “A mis hermanos de la Carretería. Los que se fueron y los que viven”.

Ahora que se despliegan a toda prisa las velas del cuarto centenario, y que don Enrique Valdivieso habita en el relativo olvido —cruel como la peste— de su morada a dos pasos de la eterna que acoge los restos de aquellas retinas universales, es buen momento para reflexionar sobre el lado luminoso del siglo XVII sevillano, el que permitió que la ciudad se sobrepusiera a su apocalipsis, gracias, en buena medida, al mensaje que dejó en ella la pincelada del genio.

(Publicado en ABC de Sevilla el 18 de enero de 2018)

lunes, 27 de enero de 2025

EL PODER Y LA VERGÜENZA

Hemos entrado en una nueva fase cualitativa: la de la desvergüenza más absoluta por parte del poder político que, por una de esas carambolas de billar que tan a menudo —más de lo aconsejable— se dan en los gobiernos, ha recaído en el segundo partido más votado del espectro español. O al menos, eso dice Indra, a la que pronto, si no ya, habrá que añadir barra Telefónica y a su vez barra Gobierno social-comunista, con o sin apoyo separatista. Esta nueva época, la de la desvergüenza, suele ser la estación terminal en la que se apean muchos demócratas, con el consiguiente peligro para todos. El proceso es pura química: primero se abraza el poder por exclusión, es decir cuando las fuerzas ganadoras han sido incapaces de reunir el suficiente número de votos, en nuestro caso de escaños, para hacerse con las riendas. A continuación, y sin prestar ya atención alguna al grado de legitimidad que se posee, el poder se ejerce con disimulo, aunque en realidad a las bravas. Si existe algún resquicio de esperanza para los demás, se le relega primero a una oposición testimonial y luego al extrarradio de la política (PP y VOX, por ese orden).
 Y con la maestría de la izquierda occidental a la hora de manejar las mentes “colectivas”, se van forjando los preparativos para la siguiente fase, la que acabamos de pisar. La desvergüenza se da cuando se llega al más descarado nepotismo y el favoritismo o directamente el espionaje al servicio del partido alcanza a la cima de los mecanismos correctores de las desviaciones inevitables en toda comunidad humana. El poder se mueve entonces entre el abuso y la desesperación. Sabe que se encuentra en terreno pantanoso y que las arenas movedizas se lo pueden tragar si no eleva su apuesta al máximo. Y es lo que está haciendo entre nosotros. Por otra parte, y si nos desplazamos al terreno siempre pedagógico de la historia, es lo que este sector ha hecho toda la vida: crear la sensación, bien arraigada, de que ellos y sólo ellos tienen la razón y la justicia de su parte, lo cual les autoriza para llegar hasta donde les apetezca. La desvergüenza.
Sin embargo, como señalaba Churchill en otro terreno en realidad paralelo a éste, el de la guerra, primero se aferraron al poder a toda costa sin perder del todo la dignidad¸ después se quedaron sin lo que les quedaba de esta cualidad con tal de retener y ampliar el poder. Y puede que finalmente se queden sin ambos, el poder y la vergüenza, descabalgados del primero por su dependencia de los rastreros del 3 por ciento o de los tiros en la nuca y la bomba en el pecho y de la segunda por razones obvias relacionadas directamente con aquél. Si no es así, si el futuro de España está escrito con letras de sangre y corrupción irremediables, en un mundo que parece despertar al sentido común y la decencia, tendremos una nación sumida, otra vez, en el abismo.