Antaño, nuestros mayores, a quienes cada vez debemos más,
nos aleccionaban sobre nuestros deberes futuros como personas de provecho,
sobre todo a la hora de elegir profesión y ganarnos así la vida para formar una
familia y cultivar la felicidad en ella. Todo eso hoy nos parece una quimera.
Claro que antes ya nos parecía un discurso rancio y superado. Pues ya ven,
henos aquí en un país sin horizontes para cuando nuestros niños sean mayores,
que acaba de ver cómo por primera vez la renta de los trabajadores sin
cualificar sobrepasa a la de los profesionales universitarios y que desparrama
a éstos por el resto del mundo en una suerte de dilapidación del talento.
Como si un virus de inconsciencia, una especie de locura
colectiva, se hubiera apoderado de nuestro centros de decisión, las empresas echan
a la calle a los más expertos, aquello en quienes han invertido más dinero y más
tiempo para conseguir empleados bien formados, competitivos y responsables. España
se vacía de gente valiosa mientras se entrega a unos cuantos jóvenes pésimamente
educados y condena a los demás a ser "ninis" o coger el portante.
Recientemente hemos sabido que los ingenieros de caminos
pasan, en el mejor de los casos, el puente que lleva desde las escuelas
universitarias al extranjero sin solución de continuidad. Es decir, que estamos
gastando una fortuna en darles una carrera para que sean otros los que
disfruten de sus obras. Sólo en Andalucía, han sido doscientos los que han
salido de España rumbo a cuarenta y tres naciones porque en la suya no hay dónde
construir. En 2010 sólo procedía de fuera el 29 por ciento de las ofertas de
empleo para estos ingenieros. Hoy constituyen un 73 por ciento. En España no se
hacen caminos, ni canales ni puertos. ¿Para qué? Además, la hucha se la
pulieron los socialistas con la ayuda insustituible de los populares. Y para
ilustración, una frase del decano del Colegio que agrupa a estos ingenieros en
Andalucía, Ceuta y Melilla: "Este país lo cambiaremos nosotros, nunca esta
mediocre clase dirigente que nos gobierna aquí y en Madrid". Cuando éramos
chicos, nuestros padres nos sentaban a su lado, nos cogían una mano y, mirándonos
fijamente a los ojos, nos decían, con voz dulce: "¿Y tú, cuando seas
mayor, ¿qué vas a ser? ¿Ingeniero de caminos, como tu padre?". Claro que
también había veces que comentaban alguna ocurrencia de los lumbreras que nos
gobernaban ya entonces, y decían: "Ese es un ingeniero de caminos, canales…
¡y cuentos!"