La de San José es una de esas figuras evangélicas que se
agigantan en tu vida sin tú buscarlo. En mi caso, tengo varios antepasados y
familiares vivos llamados Pepe. No obstante, sospecho que esta corriente de
simpatía y devoción viene por otros caminos. Es la paternidad lo que me subyuga
de este titán de la fe, el primer mortal nacido con mancha de pecado original
que creyó lo que ninguno de nosotros —y hoy menos que nunca— aceptaría. Tras
Abraham, él fue el patriarca más entregado a la fe, y también la primera cuna
(o la primera cruz, según se mire) para el Salvador, ese hijo de su alma ya que
no de su cuerpo.
En Sevilla tenemos una iglesia, comprada por Mateo Alemán —el
autor del Guzmán de Alfarache— cuando era hermano mayor de la cofradía del
Silencio, en la que hace muy pocas fechas se celebraba el aniversario de un
voto concepcionista que está en el origen de la corporación. La fiesta
consistía en un concierto de música sacra barroca. Mientras sonaban Bach,
Haendel o Haydn, mis ojos, que no podían atisbar al coro intérprete, se
desviaban una y otra vez hacia un altarcito situado a mi lado. Allí estaba San
José en la tradicional postura de llevar al Niño Jesús de su mano. Su mano… el
punto de atraque de aquel infante divino que siempre se representa vuelto hacia
su padre y como preguntando insistentemente, que es el oficio de los niños. Conservo
una fotografía del día en que hice mi Primera Comunión, que siempre me recuerda
a San José y el Niño. Vamos ambos por la acera, a pocos metros de la iglesia
donde sigo yendo a misa. Ando yo enfrascado en una conversación muy animada,
vestido de fraile y cogido de la mano de mi padre. Aquella mano… anclaje de mi
escaso puñado de certezas.
Sí, San José es nuestro padre, el confidente, el orientador,
el puerto de abrigo frente a los vientos cambiantes de una vida a menudo
amenazada. Santa Teresa fundaba siempre bajo su patronazgo, empezando por aquel
convento en miniatura donde empezó su revolución en Ávila. Loado sea este
personaje que dio nombre a mi colegio y que nos lleva de la mano como hizo con
Aquel a quien a buen seguro tomaría en sus brazos nada más nacer.
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