lunes, 6 de junio de 2016

CUENTOS PARA OCULTAR CUENTAS

Ahora que arrecia el vendaval antidemocrático que diría Guerra sobre la Comunidad andaluza por un quítame allá esas pajas de mil y pico de milloncillos de nada que se llevaron por delante entre unos desheredados y otros mientras Chaves, Griñán y otros apóstoles de la igualdad firmaban y firmaban a ciegas como citas de amor en celuloide, es conveniente repasar algo de lo que está pasando con las cuentas públicas, ésas que en Andalucía han devorado eres y cursos de formación (no precisamente del espíritu nacional). Entre otras cosas, porque no se trata “sólo” de dinero, de muchísimo dinero, sino de poca vergüenza, que es una categoría moral y por lo tanto más elevada que el vil metal o mardito parné. Nos lo acaban de recordar los suizos. No la banca suiza, que es otra cosa, sino los ciudadanos libres de la Confederación Helvética, para la que habría sido tan fácil como un chasquido librar los fondos correspondientes a la implantación de una paga universal (“Renta Básica Incondicional”) de 2.260 euros mensuales por adulto y 570 por menor. Promovían sindicatos, socialistas y ecologistas. Sometido a referéndum (¿desde cuándo no tenemos uno en España?), los ciudadanos libres del país más odiado por los colectivistas de todo el mundo han decidido, democráticamente, no ceder a la demagogia. No tuvieron ni que hacer cuentas. Mucho menos, llevar a cabo interminables procesos judiciales para quedarse a medio camino por mor de fallecimientos y prescripciones. Sólo han tenido que echar mano de su sentido común y de su patriotismo, cualidades ambas que hace tiempo huyeron del alma hispana.
En realidad, se trataba de una medida “niveladora”, consistente en quitarle ese dinero a los que ganan más para dárselo a los que ganan menos, tomando siempre dicha cantidad como referencia común. Una sombra chinesca de lo que aquí pretenden poner en práctica los comunistas de distintas marcas electorales reunidas.
¿Se imaginan ese referéndum en nuestro país? Es más, ¿qué podría haber sucedido en Andalucía, por ejemplo? Los suizos han partido de una premisa que casi hacía innecesaria la consulta popular: ¿de dónde íbamos a sacar, no ahora, sino dentro de diez años, el dinero necesario para garantizarle a cada uno sus 2.500 francos al mes? ¿Qué sería de la célebre laboriosidad que ha hecho posible nuestro bienestar? Los mismos padres de la propuesta reconocían que en todo caso había un 12 por ciento para el que sería necesario buscar financiación. Un 12 por ciento anual acumulativo, claro. Y no creo que pensaran siquiera en pedírselo a los bancos. Hablaban de implantar un canon —léase nuevo impuesto— sobre los ordenadores. Es decir, lo de siempre desde que Leviatán descubrió el filón del bolsillo privado. Los suizos saben muy bien que, aunque el dinero sea papel, no lo aguanta todo. Y por lo tanto, han preferido, ¡por un 78 por ciento!, dejarse de fantasías sesteras y seguir apegados al suelo.
Aquí en España, la riqueza, cuando parece haberla, implica convertir ese mismo suelo, tan yermo, en minas áureas a golpe de boletines oficiales, por el procedimiento de la recalificación especulativa. Una burla con forma de burbuja llena de un gas llamado paro, que se expande en cuanto se libera. Por cierto, en Suiza el paro no existe (3,5 por ciento).
Las autonomías españolas —cada vez me acuerdo más de las “autonosuyas” de Vizcaíno Casas— han aumentado su déficit un 40 por ciento hasta el pasado mes de febrero desde el mismo mes del año anterior. Si ampliamos el dato a la Administración general del Estado —sin contar las corporaciones locales— ese aumento fue del 28 por ciento, hasta alcanzar la bonita cifra de 12.684 millones de euros. La deuda del Estado ha alcanzado nuevos récords, como es sabido (“o no”). La “hucha” de la Seguridad Social para pensiones acabó 2015 en menos de la mitad de lo que contenía en 2011, al pasar de 66.815 millones a 32.485.
Esto sí que es una “deuda histórica”, y no la que hasta no hace mucho (ya no dicen ni mú, evidentemente) llenaba la boca de la presidenta andaluza y de sus conmilitones. Para tapar lo que el espíritu socialista de revancha y engaño a las multitudes ha originado, se vuelcan en la “memoria histórica”, otro género de ajuste de cuentas fantasmagórico muy nuestro (“a moro muerto, gran lanzada”) que resulta muy útil en ese empeño de echar tierra sobre el despilfarro irresponsable mientras se desentierra el hacha de guerra populista.  A ello se ha sumado, con coraje de converso, el Partido Popular, que (lo mismo hizo con el PER, ¿recuerdan?, aunque le cambió el nombre para disimular), mientras ofrece para España un mensaje contrario a la “memoria histórica” (ahí está su voto contra la Ley), aquí en Andalucía lo trasmuta por unas propuestas de cosecha propia que pretenden la creación de “oficinas para atender a las víctimas del franquismo”. ¡Más oficinas, Santo Dios! ¡Como si no tuviéramos bastante con las ya creadas, sobre todo como fruto del pacto de comunistas y socialistas para la Junta de Andalucía! Sin ir más lejos, ayer me percaté de un cartel que anuncia una en un costado de la Consejería de la Plaza Nueva. “Transparencia y protección de datos”, creo que ponía. Y para llevarla adelante, ¿cuántos sueldos, cuánto material, cuánta propaganda?

La memoria histórica encubre la deuda histórica, que no es la que nos contaban sino la producida por la cantinela que nos contaban, la de treinta y tantos años de falsificaciones y manipulación de un pueblo que parece decidido a entregarse en brazos del verdugo —ése de capucha morada— con tal de acabar con las torturas de los guardianes de su ortodoxia política.
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